Mientras
que un gran número de personas desea encontrar a alguien especial, con quien
poder construir una familia, muchas otras, están teniendo problemas con su
pareja o han roto su relación y, todavía, no se han recuperado emocionalmente.
Para todas ellas, el amor y el desamor son temas que ocupan una buena parte de
sus pensamientos y de su tiempo.
Es
difícil negar que el hecho de enamorarnos y construir una familia pueda ser una de las experiencias más reconfortantes,
desde el punto de vista psicológico y espiritual. El problema es saber con
quién emprendemos la tarea, cómo elegimos compañero o compañera.
Algunos
consideran que encontrar una pareja, con la cual, la relación sea
enriquecedora y estable, es una cuestión
de suerte. Pero, no es así. Depende, en gran medida, de cada uno de nosotros,
de cómo somos, cómo actuamos y cómo resolvemos los problemas y las diferencias
que van surgiendo.
Muchas
de las equivocaciones en el amor, se dan en aquellas parejas cuya elección sólo
se hace con el corazón. Sin considerar, de manera racional, otros factores que
podrían ser fundamentales para la convivencia diaria.
Además
del sentimiento amoroso, deberemos ir poniéndole algo de cabeza a la relación e
ir viendo cómo es la otra persona, cómo somos nosotros con ella, cómo es
nuestra forma de relacionarnos. Si son llevaderos los defectos o las
debilidades de los dos, si somos compatibles, cuáles son los intereses de cada
uno y si, juntos, podremos desarrollarlos. Hay aspectos de la otra persona que
sólo emergerán durante la convivencia, por lo que poco podremos prever al
respecto. Pero, nos engañamos a nosotros mismos cuando vemos ciertos detalles o
formas de actuar que no nos gustan y les quitamos importancia, pensando que con
nuestro gran amor todo se irá arreglando.
Suponemos
que la vida es mucho más confortable cuando se comparte entre dos. Por lo
tanto, nuestra pareja, jamás, puede significar una carga que soportar. Un buen
amor de pareja es liviano, no hay que arrastrarlo, como si fuera una cruz que
nos ha tocado llevar a cuestas. No se construye en base a sufrimientos y lágrimas, como todavía piensan
ciertas personas. Si una relación se convierte en dolor y cansancio, sin
perspectivas de mejorar, adaptarse a la situación, no es tan solo erróneo, sino
disparatadamente irracional. En palabras de Riso: “No hay que padecer a la persona amada, sino disfrutarla”.
Podemos
hacer muchas estupideces en nombre del amor: nos dejamos estafar, persistimos en
relaciones donde el otro no nos ama, soportamos el maltrato, renunciamos a
nuestros sueños, a nuestros intereses, a nuestra vocación… En fin, el tan
alabado amor muchas veces se nos escapa de las manos y nos conduce a un
callejón sin salida.
Hay una serie de cualidades que
ayudan a que una relación de pareja sea positiva: la capacidad de comprometernos, la
sensibilidad, la generosidad, el ser considerados, la cooperación, la capacidad
de adaptación, reconocer los errores y trabajar por corregirlos, el saber
perdonar, la solidaridad, la responsabilidad, la confianza… Algunas de ellas
pueden estar en nosotros y otras se pueden ir adquiriendo a través de los años
de convivencia.
Lo
deseable es que la relación sea agradable, que haya puntos en común, que
podamos disfrutar con nuestra pareja. Cuando hay más desencuentros que
encuentros y nos vemos obligados a sustentar y defender nuestros puntos de
vista, nuestras preferencias y nuestros deseos, estamos con la persona
equivocada. Hay incompatibilidades que no son fáciles de llevar y cuya
presencia afectará profundamente a la relación. Por ejemplo, posiciones muy
diferentes en cuanto a las creencias, la religión, los proyectos personales,
las posiciones éticas, la actitud frente a la vida, así como otras cuestiones
trascendentales que reflejan visiones del mundo contrapuestas.
Soy
una gran defensora de las relaciones de pareja y de hacer lo posible por
solucionar las dificultades que surjan, tratar de limar asperezas, respetar los
espacios individuales y compartidos... No obstante, debo reconocer que hay
ocasiones en las que, todo eso, no es que sea difícil, sino que se ha
convertido en imposible. La situación se ha deteriorado tanto, que no es recomendable
continuar luchando para salvar la relación: se ha llegado a un punto de no
retorno.
Algunas parejas se han encontrado, a lo largo
de su relación, con la imposibilidad de construir un proyecto de vida en común;
no logran tener una convivencia agradable y se están destruyendo mutuamente. En
otras parejas, surgen tan graves problemas entre ellos, que son incapaces de
encontrar la forma de afrontarlos adecuadamente.
Muy
lamentablemente, debemos aceptar que algunas relaciones no son recuperables,
por lo que es conveniente ayudar a las personas involucradas para que la
ruptura sea lo menos traumática posible y para que extraigan las lecciones que
esa relación aporta a sus vidas.
Algunas
personas, después de separarse, adquieren lo que podría llamarse la sabiduría del “no”: es posible que no
posean una absoluta claridad sobre lo que esperan y quieren del amor, pero sí
sobre lo que no quieren y no estarían
dispuestos a tolerar otra vez. Miran lo que ha habido en su relación y
determinan cuáles son los elementos que no son negociables, lo que no están
dispuestos a sufrir de nuevo, lo que no quieren volver a vivir con otra
persona: los celos, el excesivo control del dinero, que no le respeten, la
infidelidad, la falta de detalles, la abstinencia sexual, que la pareja sea
aburrida…
Las
diferentes vivencias nos muestran lo que no querríamos tener en una nueva experiencia
y cuáles son las cosas que sí apreciamos en nuestras relaciones y que para
nosotros son importantes. Si nuestra lista de exigencias es demasiado grande
será bien difícil encontrar a alguien con quien poder compartir nuestra vida,
nuevamente.
Como
en todos los órdenes de la vida, es conveniente mantener cierto equilibrio y
objetividad. Debemos aprender de la experiencia, analizar lo que ha pasado y por
qué. Saber qué parte de responsabilidad nos corresponde a nosotros, ver en qué
hemos fallado y cómo solucionarlo, en ocasiones futuras. Siempre, teniendo
cuidado de no cerrarnos a nuevas relaciones o pretender que la persona que
pueda venir sea perfecta, lo cual es imposible.
Walter
Riso afirma que, algunas veces, será recomendable la ruptura de un matrimonio,
aunque todavía se sienta amor. Si estamos sufriendo con nuestra relación, si no
nos aporta bienestar y felicidad, aunque amemos a nuestra pareja, cambiaremos
un sufrimiento continuado e inútil por un dolor temporal, que se irá disipando
gracias a la elaboración del duelo: “Te amo, pero te dejo. Y lo hago no porque
no te quiera, sino porque no me convienes, porque no le vienes bien a mi vida”.
La máxima a tener en cuenta sería: “si no vives en paz, amar no es suficiente”.
Algunas
personas permanecen en un matrimonio con problemas en la convivencia por razones
ajenas a la pareja: cuestiones familiares, sociales, religiosas… La familia y
algunos amigos, en lugar de apoyarles en su decisión, pueden hacer que ésta sea
mucho más difícil de tomar.
La
decisión de seguir o no con tu pareja es exclusivamente tuya o, como mucho, de
ambos: no entregues el poder a otra persona para que decida por ti. Tú eres el
único que sabe cómo es tu relación y cómo te está afectando. Ni siquiera tu
pareja puede forzarte a continuar en una relación en la que ya no deseas continuar.
Bibliografía:
RISO, Walter: “Manual
para no morir de amor”.
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