jueves, 30 de junio de 2016

Categórico: el primer golpe es el inicio de un horrible drama




La violencia de género es, en parte, consecuencia de la evolución histórica de las desigualdades sociales existentes entre los dos sexos, en las que las mujeres han sido sometidas al poder que los hombres han ejercido sobre ellas. Aunque, afortunadamente, se han producido muchos cambios en esta relación y tiene lugar una mayor igualdad entre hombres y mujeres, todavía son muchas las parejas en las que no existe esa igualdad. El hombre cree tener la potestad de exigir a la mujer lo que él considere oportuno. Emplea los medios que considera necesarios para lograrlo y, aun peor, los correctivos que se le ocurren, en caso de que no se satisfagan sus exigencias.

Del libro escrito por Miguel Lorente Acosta: “Mi marido me pega lo normal”, me llamó mucho la atención uno de sus capítulos titulado “El Primer golpe”. Explica, de una forma muy vivaz, el proceso que siguen algunas mujeres para llegar a aceptar como normal, algo que es abominable e injustificable. Relata cómo va cambiando su forma de ver ese dominio que ejercen muchos hombres, todavía amparados por la sociedad y por la invisibilidad, desde el exterior, de lo que sucede dentro de las paredes de muchos hogares.

Aunque el capítulo se inicia con el primer golpe que reciben muchas mujeres,  la realidad nos dice que todo comenzó con bastante anterioridad. Previamente, tuvieron lugar una serie de manifiestas actuaciones de violencia verbal y maltrato psicológico, que fueron abonando el terreno para la llegada de la violencia física.   

Un día cualquiera, sin ningún tipo de razón, de forma totalmente inesperada, ocurre algo que hará que la vida de una mujer no vuelva a ser la misma. Sigamos a Lorente en su exposición:

El primer golpe lo recibió en la cara, pero lo sintió en el corazón. Y así quedó ella: llorosa, inmóvil, incrédula ante su destino, llena de dudas, vacía de ilusión; intentando encontrar una inexistente explicación.

El segundo golpe, fue el que le hizo darse cuenta de que aquello no era un mal sueño, sino la triste, dolorosa e injusta realidad: eso era lo que le había tocado vivir, con ese hombre que decía amarla y a quien ella creía amar.

A partir de ese momento, las dudas, la incertidumbre e incluso los temores que todos tenemos sobre el futuro, se trasladaron al presente. Su existencia quedó relegada a un triste presente anclado al pasado.

Venían a su memoria recuerdos de aquellos momentos en los que creía que podía ser eternamente feliz, sin ser consciente de que, entonces, lo era. Y reparó en que había hipotecado aquel alegre presente, por este triste futuro.

Como un castillo de naipes al que le quitan la primera carta, sus ilusiones y esperanzas se derrumbaron sobre ella. Buscaba explicaciones pero, en su interior, sólo encontraba porqués, dudas, preguntas sin contestar y muchísimo dolor.

Desde fuera de su hogar, le llegaban consejos  de personas que realmente no entendían lo que sucedía, justificaciones de algo injustificable y explicaciones a lo inexplicable. Le decían que tuviera paciencia para esperar a que la situación cambiara y le pedían resignación para aceptar su destino.

Las dudas no desaparecieron, aunque fueron cambiando; las reflexiones ya no eran sobre si la agresión estaba bien o mal, sino en torno a descubrir si el motivo era suficiente o no.

Los valores inculcados y aquello que le decían, iban tomando forma en su interior. Las explicaciones y los argumentos modelaron el suceso: el hombre ha hecho uso de su potestad correctora.

Pasaban los días, y las dudas no eran sobre si estaba bien o mal, ni siquiera sobre si el motivo era justificado o no. Había quedado suficientemente “claro” que estaba bien y que el motivo era razonable; en ese momento, las dudas eran sobre si la culpa fue del marido o si fue ella misma quien precipitó la agresión.

Luego, sólo fue necesaria una nueva descarga de violencia para que, una vez más, los argumentos, las justificaciones y las explicaciones dejaran claro que la culpa había sido suya por provocar al marido.

Aparentemente, todo volvía a estar en orden. El marido mandaba, ella obedecía. Entendía que todas las agresiones eran justas, proporcionadas y provocadas por sus continuos deslices y equivocaciones.

Algún domingo se les veía en el bar y mientras el marido charlaba en la barra con los amigos, ella quedaba sentada en una mesa de la esquina con el mayor de los hijos en brazos y el pequeño, meciéndolo, en el cochecito.

Alguna vez, se la veía con un maquillaje más marcado de lo normal que dejaba entrever varios hematomas y con unas gafas de sol a través de las que miraba su borrascosa vida. Y aun así, decía ser feliz, que su marido era un buen padre, aunque tenía un poco de mal genio. Pero, era porque los quería mucho.

Cuando alguien un día le preguntó que por qué no lo dejaba, se mostró ofendida y salió en defensa de su marido con argumentos de amor, sentimientos y responsabilidad.

¿Qué ha ocurrido en un caso como este, que podría servir como ejemplo para la mayoría de los casos de maltrato?

La vida, de algunas mujeres, deja de brillar. Su existencia se vuelve opaca, sombría, triste y sin esperanzas. Esto va sucediendo de forma subliminal y sin ellas darse cuenta. Todo ello por haber aceptado lo que un día les pareció inaceptable.

En la violencia sobre la mujer siempre llueve sobre mojado. Conviene tener en cuenta que toda lluvia, hasta la tormenta más intensa, comienza con unas gotas que, siempre, van a más.

No podemos aceptar unas conductas que, por frecuentes, se presentan como habituales. Y que, por habituales, nos las hacen ver como normales.

A diario, se producen multitud de conductas que generan una auténtica situación de “microviolencia”, que actúa sobre las mujeres para disminuir su resistencia y para conseguir su aceptación.

La disminución de la resistencia va bajando la capacidad de crítica, así como la oposición hacia el agresor con respecto a su comportamiento y las va integrando dentro de la rutina.

La aceptación conduce a un aumento de intensidad gradual y progresiva de los malos tratos, por parte del agresor.

Poco a poco, se va llegando a una violencia objetiva. Pero, es como si no pasara nada, porque nada se ve. La violencia continúa dentro de los muros del hogar y atada por los lazos de la relación.

Ahora, la visión real que tenemos desde su interior, es que ha dejado de ser una “microviolencia”. La misma, ha ido creciendo con sus protagonistas. Con el hombre agresor y con la mujer víctima. Se han convertido en agresiones perfectamente reconocibles pero se alega que son golpes sin importancia. La violencia pura y dura será explicada como: “pequeños focos de conflicto”, “maneras rudas” o “lo normal dentro del matrimonio”.

La reflexión crítica debe destacar esa “anormalidad”. No debemos dejar que se instauren en las relaciones entre hombres y mujeres ese tipo de conductas impositivas que en un principio parecen ser totalmente inocuas. Una vez que el agresor haya conseguido determinados privilegios o beneficios en la relación, bajo ningún concepto, querrá renunciar a ellos.

Por ello, la importancia de que la mujer no vaya cediendo su terreno, que establezca unos límites claros de lo que es admisible y de lo que no está dispuesta a aceptar. Por supuesto, ahí radica la mayor dificultad y toda la sociedad debería ser consciente de ello, prestando el apoyo y el soporte imprescindibles.




Bibliografía:
LORENTE ACOSTA, Miguel: “Mi marido me pega lo normal”, Ares y Mares, Editorial Crítica, S.L., Barcelona. 






              

2 comentarios:

  1. Muy buen relato. Muy cierto. La mujer no debe dejar de valorarse. Y surgir con mas fuerzas después de un trato asi

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  2. excelente! lo que expresa el relato, algo muy parecido me sucedio a mi, años atras. donde las sombras del recuerdo aun me persiguen, sigo sola mi camino. luchando por alcanzar mis ideales con libertad. feliz y con cautela. el valorarse como mujer significa alta autoestima y determinacion.

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