jueves, 2 de abril de 2020

En plena tempestad, mantengamos el temple. Luego, llegará la calma.



Generalmente, trato de evitar referirme a temas de actualidad, aunque llevo varios días pensando en escribir acerca de lo que estamos viviendo y sintiendo durante este confinamiento obligado por el coronavirus, o la COVID 19, como nos dice la RAE que debemos referirnos cuando hablamos de la enfermedad que puede desarrollarse a partir del contagio de este virus.

Nos encontramos ante una situación nueva, que presenta elementos desconocidos. El panorama es incierto y diferente al que hayamos vivido con anterioridad. El coronavirus empezó a expandirse a lo largo y ancho de nuestro planeta, sin respetar fronteras, nivel socioeconómico, cargos o profesiones. Aunque, quizás existan personas privilegiadas, que reciben un diagnóstico precoz y toda clase de atenciones médicas, cualquiera de nosotros puede contagiarse y hacer que otros enfermen.

A la población de gran número de países se nos ha pedido que nos quedemos en casa en la medida de lo posible, saliendo solo para cosas imprescindibles, con el fin de evitar que la COVID 19 se propague demasiado rápido y que los sistemas sanitarios se colapsen.

Es fácilmente predecible que afrontemos toda clase de emociones. Que tengamos oscilaciones en un mismo día o a lo largo de la semana. Que nos sorprendamos sintiéndonos indiferentes, apáticos, tristes, preocupados o enfadados.

Lo que conviene tener en cuenta es que esas emociones son transitorias y que van y vienen, como nuestros pensamientos. Aunque, creamos que es imposible acallar nuestra mente, lo cierto es que sí es posible gestionar esos pensamientos, viéndolos solo como ocurrencias de una mente que parece actuar en modo automático. Así mismo, conviene tener en cuenta que pasaremos por diferentes y cambiantes estados de ánimo, los cuales durarán un poco más que las emociones o los pensamientos.

Todas las emociones que sintamos, a lo largo de estos días, serán coherentes con la situación que estamos viviendo. Lo importante, aunque difícil, es que tratemos de mantener la calma, en medio de la tormenta. El hecho de sentir ansiedad, miedo, tristeza, y que surjan preocupaciones y dudas, no quiere decir que debamos permitir que todo ello nos desborde.

Tengamos presente que nuestros estados emocionales afectarán también a las personas que conviven con nosotros. Por ello, es necesario mantener el temple y plantearnos pequeñas estrategias que nos ayuden a bajar el nivel de ansiedad y preocupación. Tales como, respirar hondo, estar solos en algún momento, meditación, “mindfulness” o atención plena, hacer algún ejercicio físico o baile, ver una película o serie, utilizar nuestra creatividad…

Seamos valientes frente a la incertidumbre, toleremos las frustraciones que se nos presenten en el día a día y no permitamos que el miedo y el pesimismo se apoderen de nosotros. Hagámoslo para nuestro propio beneficio y para el de las personas que amamos, con las cuales, compartimos la vida.

Entre todos, conseguiremos afrontar lo que en estos meses nos toque vivir. No será fácil, lo sé. Pero, debéis tener la absoluta convicción de que es ilimitada la capacidad que tiene el ser humano para superar las adversidades que se le presenten. En especial, cuando nos unimos para la consecución de un común objetivo.





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