lunes, 23 de diciembre de 2019

Cuatro líneas pensando en estas fiestas navideñas


  

Como todos los años, Navidad, Año Nuevo y Reyes llaman a las puertas de nuestras casas para recordarnos que debemos prepararnos para celebrar unas fiestas entrañables.

Es entonces, cuando no puedo evitar recordar los tiempos de mi infancia. Y, también, siento la necesidad de enviar a mis familiares, amigos y pacientes mis mejores deseos de felicidad. Así como, dirigir unas palabras de aliento a quienes sé que este largo período navideño revolverá los sentimientos que estaban encerrados, a cal y canto, en lo más profundo de sus corazones.

Hace muy pocos días, he sido conocedora de dos noticias relacionadas con Finlandia, que me han parecido particularmente relevantes, las cuales, he querido dejar reflejadas en el presente escrito: por segunda vez consecutiva, este país nórdico ha sido elegido como el más feliz del mundo y la Suomen Eduskunta -su Parlamento- acaba de investir a Sanna Marin como Primera Ministra. ¡Tiene 34 años de edad y se convierte en la Primera Ministra más joven del mundo!

Nunca, he estado en Finlandia y no tengo la más remota idea de cuáles han sido los requisitos que ha cumplido para ser merecedora del título de “país más feliz del mundo”. Sin embargo, me consta que Sanna Marin es la lideresa del Partido Social Demócrata y que dirige una coalición de partidos políticos liderados por mujeres, cuatro de ellas, de menos de 35 años.

Cuando era una niña, la madre de Sanna se divorció para huir de los graves problemas que el alcoholismo de su marido causaba a diario en el ámbito profesional y familiar. Y, más tarde, sus sentimientos la llevaron a formar pareja con otra mujer. Lo cual, sucedió décadas antes de que la Ley finlandesa reconociera el matrimonio entre personas del mismo sexo.

A pesar de la falta de recursos económicos, Sanna Marin cursó su carrera universitaria con brillantes calificaciones, teniendo que compartir los estudios con el trabajo, poniendo constantemente a prueba su admirable fuerza de voluntad y capacidad de sacrificio.

En una entrevista que le hicieron, la joven política venía a decir que, cuando era una niña, se sentía invisible porque no podía hablar abiertamente sobre su familia. La invisibilidad le creó un sentimiento de incompetencia y el silencio anidó en su interior. “No fuimos reconocidos como una verdadera familia, igual que las demás. Pero, no fui intimidada. De pequeña, yo era sincera y terca. Soy de una familia homoparental y eso, sin duda, me ha influido para que la igualdad, la paridad y el respeto a los derechos humanos sean muy importantes. Para mí, todos son iguales. No es una opinión; es lo fundamental” -terminaba diciendo, Sanna Marin.

No me atrevería a poner en tela de juicio las palabras de la Primera Ministra finlandesa. Pero, al llegar estas fechas navideñas, deseo a todos mis amigos que disfruten de estas fiestas con la misma intensidad y alegría que lo hacían cuando eran niños. Porque, entonces, cualquier detalle, por pequeño que fuera, era motivo de alegría y daba la razón a cuantos creíamos en la magia de la Navidad, o en la del día de Reyes. Al tiempo que les pido que tengan un pensamiento y guarden el más estricto respeto para todas aquellas personas que, por distintos motivos, no estarán en condiciones de celebración alguna.

Aun siendo los humanos diferentes en el color de la piel, la raza, el idioma, el sexo, el pensamiento político o religioso, en la riqueza o en la pobreza, y en tantos otros aspectos, tan sólo otorgaremos el debido respeto a nuestro prójimo, cuando hayamos logrado alcanzar el exigible nivel de cultura. Y, por supuesto, nos hayamos preocupado y esforzado por lograr que nuestros hijos nos superen en semejante tarea.

Estoy segura de que los anteriores baremos son utilizados por los jueces que otorgan el título del país más feliz del mundo.

Para todos los amigos y lectores que tienen la amabilidad de seguir mis publicaciones, les pido reciban mis deseos de paz y felicidad.




 
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