viernes, 16 de noviembre de 2018

El resurgir de los temores e inseguridades de la infancia





Recuerdo que, hace unos cuantos años, me conmovió mucho la lectura del libro “La muerte íntima”, de Marie de Hennezel. Me viene a la memoria en ocasiones y, en especial, cuando alguien se encuentra ante los momentos finales de la vida de un ser querido.

El libro al que me estoy refiriendo, recoge la experiencia profesional de la autora y los testimonios de quienes estaban internados en el que, muy a finales del siglo pasado,  fuera uno de los más exitosos centros pioneros en cuidados paliativos para enfermos terminales de cáncer y de sida, ubicado en París. Su autora, que es psicóloga, recibe de sus pacientes auténticas lecciones de fortaleza, vulnerabilidad y proximidad, las cuales, desea compartir con sus lectores.

Marie de Hennezel, dedicó muchos años de su carrera a acompañar a estas personas durante la última etapa de sus vidas, cuando se encontraban frente al duro e íntimo proceso de afrontar y asumir la muerte. Mientras iban recordando sus miedos, sus angustias, sus deseos no satisfechos y los amores no siempre correspondidos, de sus familiares y seres queridos, la doctora procuraba hacerles entrega de su incondicional apoyo, afecto y comprensión. Intentando atemperar viejos temores e inseguridades  que la inminencia de la muerte hace resurgir; lo cual, es comprensible cuando alguien se siente más desprotegido y vulnerable.

Hace unos días, al hilo de un debate que, mi marido y yo, manteníamos acerca del amor y los desvelos que las madres dedican a la infancia de sus hijos,  me comentó que le había parecido aterrador un ejemplo que Marie de Hannezel plasmaba en “La muerte íntima”. Al ver que yo lo recordaba vagamente, me pidió que releyera el capítulo en cuestión.

La autora se refiere a Christine, una mujer de apenas treinta años, que agonizaba a causa de un cáncer de útero generalizado. Christine se mostraba bastante serena, e, incluso, hacía gala de gran madurez en su modo de afrontar esta última fase de su vida. Una entereza que contrastaba marcadamente con los episodios de pánico, similares a los terrores nocturnos de la infancia. Padecía de ataques incontrolables e imprevisibles, en los que veía la habitación llena de serpientes que reptaban hacia su cama. Cuando ello ocurría, se levantaba de un salto, profiriendo alaridos.

A pesar de habérsele prescrito un tratamiento para este tipo de alucinaciones, los episodios persistían, si bien eran breves y remitían al cabo de unos momentos.

Una mañana, la autora vio a Christine furiosa en medio del vestíbulo, gritando a voz en cuello. El médico y una enfermera intentaban sujetarla para evitar que saliera huyendo. Al ver lo que sucedía, Marie se acercó para echar una mano. Christine gritaba que le perseguían las serpientes y suplicaba que la protegieran. Sin pensar muy bien lo que hacía, la levantó en vilo, cosa que no le costó ningún esfuerzo debido a su escaso peso, y la llevó a la salita contigua, donde se dejó caer en el sofá y, estrechándola, comenzó a mecerla suavemente mientras canturreaba el nombre de ella. La paciente se quedó sentada sobre las rodillas de la terapeuta, posiblemente recordando que, en su infancia, esta posición le inspiraba seguridad. A pesar de sentir los brazos de la psicóloga alrededor de su cuerpo y la protección que le otorgaban, frente al peligro invisible, siguió muy alterada durante un buen rato.

Finalmente, dejó de gritar; aunque, empezó a sollozar ruidosamente. Entonces, con una voz infantil entrecortada por el llanto, Christine le contó acerca de los terrores de su niñez. Su madre coleccionaba serpientes vivas que guardaba dentro de grandes tarros de cristal y que soltaba cuando quería castigar a su hija por no haberse portado bien. La psicóloga confiesa que casi no podía creer semejante crueldad, que le resultaba muy difícil admitir que una madre pudiese hacer algo así.

Marie se esforzaba por conseguir que la joven se diera cuenta de que, en el mundo, hay lugares en los que uno podía sentirse seguro. Por el momento, sus brazos le transmitían confianza y le hacían experimentar un sentimiento de seguridad.




Bibliografía:

“La muerte íntima”, de Marie de Hennezel. Publicado por Plaza & Janés.



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