domingo, 13 de mayo de 2018

Cuando los padres ya no pueden cuidar de sí mismos

    


    

A partir de un escrito que me envió una amiga, decidí referirme a un tema sobre el que deseo que reflexionemos. Un asunto que, en algún momento de nuestra vida, nos tocará muy de cerca­ y nos situará ante una realidad vital: cómo actuar cuando los padres se vuelvan mayores, cuando ya no puedan valerse por sí mismos y necesiten de personas que les acompañen, les cuiden y velen por ellos.

Desde nuestro rol como padres, conviene que reflexionemos acerca de cuál ha sido el trato que hemos dado a nuestros hijos y si tendremos algún derecho a imponerles el tener que cuidar de nosotros.

Opino que, al igual que sucede con el respeto, que no puede exigirse sino ganarse, tampoco, puede imponerse a alguien la manera cómo ha de cuidar de sus mayores. De lo contrario, estaríamos vulnerando la estricta intimidad y libertad del ser humano.

Es un tema muy complejo y delicado, que no puede ser resuelto por medio de ideas preconcebidas, por imposiciones y juicios personales. A cada cual, le corresponde plantearse cómo puede contribuir al bienestar de sus mayores. Sin interferencias ajenas, desde la atalaya de su propia realidad, la cual, le indicará los términos de la colaboración que pueda prestar a sus padres.

La educación recibida impone a los hijos la obligación de estar pendientes de sus padres, cuando se hacen mayores. Además, desde nuestra infancia, la religión imprime en nuestros corazones el mandamiento de “honrarás a tu padre y a tu madre”, con la idea implícita de que, si pones de manifiesto tu desacuerdo con lo que tus progenitores dicen o hacen, estarás cometiendo un grave pecado. Ignoro cuál pueda ser el castigo divino, en el caso de que te veas ante la obligación de alejarte temporalmente de tus padres para lograr cierta tranquilidad, o, incluso,  preservar tu salud mental.

Esa “obligación de cuidar a los padres”, se impone a los hijos por medio de la manipulación. En la mayoría de los casos, a las mujeres de la familia, a quienes, va dirigida prioritariamente semejante tarea, siguiendo un criterio ancestralmente extendido.

No se actúa con la misma contundencia para pedir y exigir, a los padres, que cuiden y protejan a sus hijos con amor. Para exigirles que no abusen de su poder sobre ellos, creyendo que los hijos son de su propiedad y que pueden tratarles como les dé la real gana. Tampoco, se considera que es obligación de la sociedad tener que cuidar de las personas mayores, poniendo a disposición de las mismas, las instituciones necesarias. Con la finalidad de que los familiares reciban la colaboración necesaria, a la hora de prestar ayuda a sus mayores. Y, en especial, a  quienes ya no pueden valerse por sí mismos.

Ante las imposiciones de otros y la necesidad real que tienen los padres de recibir los cuidados que precisen, surgirán toda clase de posturas. Cada uno de nosotros tendrá sus propias ideas, creencias y formas de sentir al respecto, algunas de ellas, contrapuestas y difíciles de compaginar.

Creo que, como personas que somos, como familiares y como sociedad, debemos cuidar de nuestros mayores. El problema que se plantea, es a quién le corresponde hacerlo y de qué manera llevarlo a cabo. Y, si ese vínculo, ya sea por nacimiento o por adopción, obliga a los descendientes a cumplir con unas tareas que, en ocasiones, no pueden desempeñar, por razones diversas.

Encontraremos a personas que han tenido una buena relación con sus padres, con quienes han compartido una vida llena de momentos entrañables. Para ellas, será más fácil ocupar ese papel de cuidadores de sus progenitores o asumir la responsabilidad de gestionar todo lo que sea necesario para su bienestar, tratando de acompañarles en la medida de lo posible.

Algunos hijos no pueden ocuparse de sus padres porque viven lejos, porque sus obligaciones no se lo permiten, porque tienen manifiesta falta de recursos. O, porque, lo que les sucede a sus padres, requiere de una atención especializada que sobrepasa los cuidados que ellos puedan proporcionarles.

Hay quienes, mediante la imposición de sus propios criterios personales, someterán a juicio a todas cuantas personas no puedan ocuparse de sus padres, en la forma y manera como ellos piensan que deberían hacerlo. Sugiero mucha prudencia, para no etiquetarlas como malos hijos, egoístas o insensibles. No tenemos ni idea de lo que les sucede, ni de lo que piensan o sienten. No sabemos cuáles son sus circunstancias existenciales ni cómo han sido sus vidas. Tampoco, cómo ha sido la relación con sus padres, cuántas veces han intentado acercarse a ellos, después de haberse visto rechazados, ignorados o humillados. No podemos imaginarnos lo que aquellos han sufrido, ni todas las esperanzas y expectativas que hayan podido ver frustradas.

No faltarán quienes sugieran, con demasiada insistencia y vehemencia, que deben perdonar a sus padres; por creer que ellos son de mayor calidad moral o humana que aquellos que no están preparados para perdonar a otros. Lo que no me parece honesto es “perdonar” a la ligera, por obligación o porque los demás insisten en que debe hacerse. Con respecto al perdón, yo mantengo la idea de que es íntimo y personal, que solo puede llegar cuando se tiene una mayor comprensión, tanto del comportamiento de los padres como del de uno mismo, como hijo. Cuando se es capaz de continuar adelante con la propia vida, a pesar, de todo lo que se haya podido sufrir en el pasado.

Tampoco, sabemos cómo fueron las vidas de sus padres, por lo que a su relación con sus propios progenitores se refiere. Por otro lado, ¿cómo fue el trato que los padres dieron a sus hijos? Algunos, habrán actuado con demasiada dureza, llegando a las humillaciones, al maltrato psicológico o físico, a las agresiones sexuales. Otros, habrán actuado negligentemente, o habrán rechazado, ignorado o abandonado a sus hijos. No es fácil que un individuo borre todo lo que le ha sucedido con respecto a su relación con los seres que le dieron la vida y que debían protegerle, cuidarle y amarle.

Muchos dirán que los padres “siempre” actúan de la mejor forma posible. Y, que, por eso, deben recibir el amor incondicional de los hijos. Aunque, esos progenitores les hayan dado un trato nada deseable. Y, que, en ocasiones, no se pueda decir que hayan demostrado amar a sus hijos.

Con todo lo anteriormente expuesto, he pretendido ratificar que la vida de cada persona pertenece a su más estricta intimidad y que forma parte de su inalienable patrimonio. Razón por la cual, conviene respetarlo de la manera más estricta posible.




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2 comentarios:

  1. de verdad no estoy de acuerdo pues entonces es mejor no pari pues al final terminaras sola o solo como un animal rabioso la familia es el relevo de la misma vida

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    1. Me parece que el escrito plantea diferentes situaciones en las que los hijos puedan, o no puedan,atender a sus padres.
      Me pregunto: ¿tenemos hijos con la intención de que en algún momento nos cuiden? Creo que así reducimos las posibilidades de una relación relaciónpuede brindar múltiples aprendizajes; entre ellos, el del amor mutuo.

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