Cuenta una ancestral leyenda de los indios sioux que Búfalo
Blanco, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y, Sangre Roja,
la hermosa hija del cacique, llegaron tomados
de la mano hasta la tienda del brujo de la tribu.
-¡Nos amamos! -declaró, el joven.
-¡Y nos vamos a casar! -exclamó, ella.
-Pero, estamos tan unidos y nos queremos tanto, que tenemos miedo -continuó
diciendo, Búfalo Blanco, sin ocultar la preocupación que tenía por el futuro de
ambos.
-Y, ¿qué puedo hacer yo por vosotros? -preguntó, el anciano.
-Queremos un hechizo, un conjuro o un talismán que garantice
nuestra unión. Algo que nos asegure que, siempre, estaremos uno al lado del otro.
Hasta encontrar a Manitú, el día en el que la muerte nos reclame -dijo, Búfalo
Blanco, con los ojos llorosos por la emoción.
El brujo se quedó pensativo y se hizo un largo silencio.
-¡Por favor! ¿Qué podemos hacer para conseguirlo? -preguntaron, al unísono, los
enamorados.
Dos mundos distintos se ponían de manifiesto. La premura, la ansiedad y la
inquietud de los dos jóvenes contrastaban con la serenidad imperturbable del
brujo, conocedor de los cambios que se operan con el paso inexorable del tiempo.
El viejo los miró con ternura y se emocionó, viéndolos tan
jóvenes, tan enamorados y tan anhelantes. Reparó que su pausada reflexión
exasperaba a los impacientes jóvenes que
estaban a la espera de su consejo. No obstante, aspiró el humo de su pipa y sus
mejillas se hundieron, sin importarle que el tiempo aparentase estar congelado.
Porque, él sabía muy bien que traía a su mente, la sabiduría acumulada de sus
ancestros. De repente, soltó una gran bocanada y se dirigió a ellos para
decirles:
-¡Sí! ¡Hay algo que se puede hacer! Es muy difícil y
requiere de gran sacrificio.
-¡No nos importan los sacrificios que tengamos que hacer! -interrumpieron,
Búfalo Blanco y Sangre Roja, al mismo tiempo- ¡Haremos todo cuanto sea preciso!
-¿Veis la montaña que está al norte de nuestra aldea? -preguntó,
el brujo, extendiendo su brazo y señalando con su índice la dirección del lugar
al que se refería- ¡Deberás escalarla tú sola, sin ayuda de nadie, Sangre Roja!
-dijo, el anciano, dirigiéndose a la bella joven- No llevarás ningún arma, solo
contarás con tus manos y una red. Tendrás que cazar el halcón más bello y
poderoso que veas y traerlo aquí con
vida el tercer día después de la luna llena. ¿Entiendes bien el encargo que te
hago?
La joven asintió con una firme inclinación de su cabeza.
-Y tú, Búfalo Blanco -continuó diciendo, el chamán-, deberás
escalar la Montaña del Trueno, que está al sur. Cuando llegues a la cima, tendrás
que encontrar el águila más majestuosa, para lo cual, contarás con las mismas
herramientas que tu amada. Deberás atraparla, sin hacerle ningún daño o herida
y traerla ante mí, el mismo día que
regrese Sangre Roja. ¡Ahora, salid de la aldea, sin pérdida de tiempo alguno!
Los jóvenes se miraron, se dieron un tierno beso de despedida y salieron a
cumplir la misión encomendada.
El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con
sendos zurrones de piel, dentro de los cuales, estaban las aves. El anciano
pidió que le mostraran las rapaces. Los jóvenes lo hicieron con sumo cuidado,
mostrando los trofeos, que tanto les había costado obtener. Sin lugar a dudas,
eran unos hermosos ejemplares, los mejores de su estirpe, por lo que la misión
de la pareja fue merecedora de aprobación, por parte del brujo.
-¿Cómo era su vuelo? ¿Volaban alto?
-¡Era alto y majestuoso! -respondieron, ambos, al mismo tiempo.
-¿Qué hacemos, ahora, con las aves? -preguntó el joven.
¿Acaso, quieres que las sacrifiquemos y bebamos su sangre, para extraer el
poder mágico de su visión y de su fuerza?
-¡No! -denegó, el viejo.
-¡Ah! ¡Ya sé, entonces! -creyó adivinar, Sangre Roja-. Para conseguir la fuerza
de sus músculos, la destreza de sus garras y la ligereza de sus plumas, los
cocinaremos y comeremos su carne.
-¡No! -repitió el chamán-. Haréis lo que os voy a decir: tomad las aves y atad
la pata izquierda de una con la derecha de la otra, por medio de estas tiras de
cuero que os entrego. Cuando lo hayáis hecho, soltadlas y dejadlas que vuelen
en libertad.
Después de haber hecho lo que se les había pedido, el
guerrero y la joven soltaron a las aves rapaces. El águila y el halcón
intentaron levantar el vuelo, pero, sólo consiguieron revolcarse en el suelo.
Al rato, enfurecidos por la imposibilidad de hacerlo, los preciosos ejemplares
arremetieron a picotazos entre sí, hasta lastimarse. Los jóvenes se miraron,
impotentes, sin comprender dónde estaba el embrujo y cuál sería el efecto sobre
sus vidas.
El anciano se dirigió hacia ellos, dispuesto a aclarar la
situación y explicar el conjuro solicitado. Con voz amable, el viejo
hechicero, habló en los términos siguientes:
-Este es el conjuro. Jamás olvidéis lo que habéis visto. Vosotros
sois como el águila y el halcón. Si os atáis el uno al otro, aunque lo hagáis
por amor, no sólo viviréis arrastrándoos, sino que, además, tarde o temprano,
empezaréis a lastimaros el uno al otro. Si queréis que el amor perdure entre
vosotros, volad juntos, pero jamás atados.
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