Es curioso constatar cómo el poder evocador de una palabra es diferente al que pueda tener cualquier otro término sinónimo. Es como si, para cada uno de nosotros, ciertas palabras tuviesen connotaciones particulares. Es algo parecido a lo que nos sucede con los olores o con la música, que parecen transportarnos a tiempos pasados.Hace pocos días, tuve un divertido intercambio de mensajes con otros dos amigos. Uno de ellos, compartió en Facebook una frase que contenía una palabra que yo había escuchado muchas veces en mi vida; aunque, muy pocas, desde que me vine a vivir a España, de lo cual, hace ya muchos años. Aquel término hizo que mi memoria recuperara recuerdos muy lejanos, que creía tener olvidados para siempre.Sabemos que nuestro idioma es muy rico y que, en diferentes regiones y países de habla hispana, se utilizan una gran variedad de palabras para denotar ciertos significados. Vocablos como ceporro, mentecato, pazguato, leño, tolete, pendejo, zonzo, cazurro, gilipollas, son utilizadas por muchas personas, con excesiva frecuencia. Suelen lanzarlas contra otro individuo, en forma de insulto, con malévola intención; o, de igual forma, se las aplican a ellos mismos, con el ánimo de flagelarse.El efecto derivado de la utilización de esas palabras dependerá, en gran parte, del contexto y del tono con el que se digan, ya que no es lo mismo decirlas en plan festivamente amistoso, que dirigírselas a alguien con la expresa intención de ofenderle. Igualmente, afectarán más a unos que a otros, según el grado de inseguridad y la susceptibilidad del receptor y de quienes, sin pretenderlo, se convierten en testigos.Si miráramos hacia atrás, encontraríamos que en algunas de nuestras actuaciones fuimos torpes, pendejos o ingenuos, por estar ciegos a lo que otros hacían, o por no descubrir la verdadera naturaleza de sus intenciones. Por aceptar lo inaceptable, por “tragar cuento”, por no ser como cada uno querría ser, por estar pendientes del amor de personas que no sabían amar…No soy partidaria de recurrir a semejantes palabras para ofender a otros y opino que tampoco es conveniente significarnos por el empleo de los términos mencionados y otros mucho más agresivos. Ni tan siquiera, de aplicárnoslos a nosotros mismos, aun cuando el propósito fuese el de querer animarnos a espabilar, a movernos, a cambiar, a reaccionar; porque, podríamos terminar creyendo que nosotros nos merecemos tales calificativos. Y, aún sería mucho peor, si, afectados por tales palabras, llegásemos a pensar que no podemos hacer nada por remediar ser tal como nos sentimos, en momentos de profundo abatimiento.Más grave resulta la utilización de este tipo de vocablos cuando nos dirigimos a los niños, incluso pretendiendo hacerlo en plan de broma y de forma ocasional, pues, la sensibilidad de los niños es tan grande, que podemos llegar a lastimarles. Los pequeños, se toman muy en serio las cosas y las más nimias descalificaciones les afectan durante mucho tiempo. Yo sugeriría que hagamos lo posible por obviar emplear, con ellos, semejantes palabras.No obstante, habiendo pretendido exponer cuanto antecede, de la forma más ortodoxa posible, pido su comprensión para atreverme a decir que la mente no suele tener buen sentido del humor. Razón por la cual, la utilización de aquellos vocablos puede ayudarnos a ridiculizar ciertas realidades, a relativizar y quitarle importancia a cosas que pudieron dolernos. Eso fue lo que ocurrió en esa conversación distendida a la que hice referencia anteriormente, la cual, resultó siendo una forma de catarsis terapéutica. Porque, a veces, la capacidad de reírnos de la vida, y de nosotros mismos, resulta más que necesaria.Imagen:
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lunes, 16 de abril de 2018
El control sobre la utilización de ciertos vocablos
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