Conviene evitar que nuestros pensamientos lleguen a
convertir en estresante una situación que, de tener que hacerlo, calificaríamos
como neutra.
A partir de otorgar credibilidad a ciertas ocurrencias
que invaden nuestra mente, con excesiva frecuencia, comenzamos a agregarles
toda clase de aditamentos, hasta que la situación se convierte, prácticamente,
en inmanejable. Al dar vueltas a ciertos pensamientos y emociones, conseguimos
que lo intrascendente termine convirtiéndose en un problema; el cual, puede
llegar a ser difícil de resolver, ya que no es una dificultad real, sino que ha
sido inventado y agrandado por nosotros, en gran medida.
Cuando seguimos alimentando nuestros pensamientos más
absurdos es muy posible que estos nos
parezcan, cada vez, más verosímiles y sean la causa de nuestro enfado,
desagrado o preocupación.
Veamos un ejemplo de cómo puede actuar nuestra mente,
ante un simple pensamiento. Supongamos que, de pronto, pensamos lo siguiente: “María
está muy rara desde ayer; probablemente, le molestó lo que yo le dije”. A
partir del mismo, podemos tomar dos caminos diferentes:
El primero,
es centrarse en lo que nuestra mente ha pensado, dándole cada vez más relevancia. Darle
vueltas a la cabeza sobre lo que sucedió y recordar otros momentos que eran parecidos
a este que estamos viviendo. Enfadarnos porque “no puedo hablar con María de lo
que pienso”, “no me escucha”, “siempre se molesta”, “es una egoísta”, “quiere
acaparar la atención de todos y hace cualquier cosa por conseguirlo”. En fin,
al cabo de un rato, acabamos teniendo una incontenible catarata de
pensamientos. Ocurre de manera espontánea, en un período muy corto de tiempo. Nos
sorprende de tal manera que, posiblemente decidamos hablar con otras personas
sobre lo ocurrido. Simplemente, para desahogarnos, o para saber qué es lo que
ellos piensan, al respecto. Recibiremos consejos y recomendaciones, pero,
nosotros ignoraremos los mensajes con los que no estamos de acuerdo y prestaremos
atención a quienes nos digan que tenemos razón en sentirnos mal y que, a ellos,
les hubiese ocurrido algo parecido. De tal manera, nuestra convicción se verá
reforzada y llegaremos a la conclusión de que María es la que nos ha provocado
todo ese estrés.
El otro
camino que podemos tomar, consiste en darnos cuenta de los pensamientos que hemos
tenido y, acto seguido, dejarlos pasar, sin centrarnos en ellos. Si logramos
evitar quedarnos enganchados a tales pensamientos espontáneos, la mente pasará
suavemente de un pensamiento a otro. Estando en calma, podremos recordar lo que
sucedió y buscar otras alternativas que expliquen lo que llegó a alterarnos.
Personalmente, recomendaría que procuremos evitar darle validez a nuestros
pensamientos irracionales. Dejémoslos pasar, no cometamos el error de centrarnos
en ellos, haciendo que nos lleven a sentir emociones negativas.
Hay quienes creen que lo que deben hacer es actuar
como si las cosas no les molestaran, aunque la realidad es que sí les afectan.
Otros, consideran que es imprescindible luchar, por todos los medios, en contra
de esos pensamientos intrusivos; como resultado de ello, paradójicamente, se
centrarán más en esas conjeturas que llegarán a alterar su estado de ánimo.
Sería recomendable no permitir que nos sigan afectando
las cosas que habitualmente han sido molestas para nosotros, en el pasado.
Descubriremos que estar rumiando sobre nuestros pensamientos y emociones hace
que cada vez nos encontremos peor. Asimismo, notaremos que eso nos impide
comunicarnos eficientemente con los demás o resolver los problemas que se nos
presenten.
Entre más detalles y especificaciones agreguemos a lo
que hemos pensado de manera espontánea, peor nos sentiremos. Pensar en demasía
acerca de por qué nos sentimos mal, en lugar de librarnos del sufrimiento,
provoca que nos encontremos bajos de ánimo y que los problemas que estamos
considerando nos parezcan mucho más grandes de lo que son en la realidad. De
tanto darle vueltas a nuestros pensamientos, podemos convertir un simple
sentimiento de intranquilidad en una fuente importante de estrés.
Si les hacemos caso a nuestros pensamientos, agrandándolos
de forma desmesurada, entraremos en un círculo vicioso sin fin, en el que
constantemente nos encontraremos a merced de las circunstancias y de lo que
hacen otras personas. Mientras las cosas no ocurran como nosotros deseamos, con
frecuencia nos sentiremos alterados. Sin embargo, ese malestar lo hemos
producido nosotros mismos, por haber dado rienda suelta a nuestra catarata de
pensamientos.
Me pregunto Magdalena si esta conducta se convierte en un hábito tanto en uno como, haciéndola consciente, en otro sentido, digo, podemos lograr modificarla al punto de sostenerla como una forma diferente de pensamiento?
ResponderEliminarJuan Carlos, justamente, de lo que se trata, es de ir modificando el hábito de darle credibilidad a cuanto mensaje produzca nuestra mente. Darnos cuenta de que algunos son irracionales, nada objetivos ni ponderados. Reconocerlos y dejarlos pasar, sin pretender justificarlos. No darles importancia, ni agregarles mil detalles diferentes, que lo que hace es producir en nosotros malestar e impedir ver con claridad lo que lo originó.
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