miércoles, 29 de noviembre de 2017

El patito feo: Una historia acerca de la búsqueda de la propia identidad



Hace un año compartí en Facebook una publicación de la página “La práctica del amor”, acerca de un cuento infantil: “El patito feo”. Cuando volví a leerla, hace unos días, me di cuenta que no coincidía totalmente con la forma como yo veo esa historia. Es más, pienso que muchas de las personas que han leído o escuchado ese cuento, de alguna forma se han identificado con su protagonista, sintiéndose “el patito feo”, por ser diferentes, por no ser comprendidos por otros, por haber sido discriminados, por no encontrar el apoyo y el amor que hubieran deseado. A continuación, copio esa publicación y, después, agregaré algunos comentarios míos.

EL PATITO FEO

“Un Ser humano es lo que él o ella cree o piensa que es… Y nada mejor para ilustrarlo, que la historia del famoso pato. Sí, no es un error. Nos referimos a la historia del patito feo, que dejó de creerse patito, cuando se encontró con otros cisnes. De repente, vio lo que no era, despertó de una pesadilla, dejó de representar un falso personaje que no tenía nada que ver con su verdadera identidad… Vio que había otra manera de vivir, más acorde con su verdadera naturaleza. Simplemente, reconoció su verdadero Ser. 

Hasta ese momento, era ignorado, despreciado y maltratado por los demás, ya que él mismo se despreciaba y maltrataba… porque él se mantenía inconscientemente en una posición de víctima de la que no sabía cómo salir… porque le faltaba la formación o la educación verdadera sobre su identidad.

Desde el mismo momento en que se reencontró con su verdadero Ser, con su naturaleza, y se mostró sin timidez ni vergüenza, todos los demás le reconocieron y respetaron… Aunque para eso necesitó ver con sus propios ojos que había otros como él y que estaban orgullosos de ser cisnes, porque entre otras cosas, eran realmente bellos, únicos, verdaderos, inigualables e irrepetibles...

Eso es lo que les pasa a los Seres humanos, que no saben respetarse a sí mismos, y si esto es así, ¿cómo esperan que los demás lo hagan? ¿Cómo exigir a alguien, algo que ni siquiera ha conquistado para sí mismo/a?...”

EL PATITO FEO encontrado en la página “La práctica del amor”:

* * * * *

Al leer la anterior publicación, en torno al cuento de “El patito feo” escrito por Hans Christian Andersen, nos encontramos ante la importancia que tiene el tener una buena autoestima, un buen concepto de sí mismo, el aprender a valorarnos, teniendo en cuenta nuestras cualidades, nuestras capacidades y nuestras potencialidades; sin olvidarnos de reconocer nuestros defectos, nuestras carencias y los aspectos sobre los que será conveniente trabajar para mejorar.

Es preciso recordar que cuando un niño es pequeño depende mucho de las personas con las que vive y se relaciona. Ellas son quienes deberían ayudarle a tener una adecuada concepción sobre cómo es, colaborar para que pueda desarrollar una buena imagen personal, que le sirva de referente para su desarrollo y le facilite sus relaciones con otros. Tengo que reconocer con tristeza que, en muchas ocasiones, la familia y las personas cercanas no reconocen las cualidades y potencialidades de sus miembros, sino que se centran en lo negativo, en las carencias; a su vez, suelen hacer comparaciones, señalando lo que ellos consideran negativo de uno con respecto a los demás, magnificando sus defectos y minimizando sus cualidades o puntos fuertes. Esto dificulta notablemente que los niños y los jóvenes desarrollen un buen concepto de ellos mismos, que pueda servirles para afrontar las dificultades que se les vayan presentando.

Refiriéndome al cuento original y al comentario anterior, quiero señalar que, desde que nuestro protagonista salió del cascarón, otros lo veían como un patito feo, lo que influyó notablemente en la formación de su autoimagen, la cual era un reflejo de lo que recibía del exterior. Su madre trataba de mostrar a otros lo positivo que veía en él, aunque la presión del ambiente era abrumadora. Para ella era difícil luchar contra las opiniones de los demás y no supo cómo poder ayudar al “patito feo” para que se encontrara mejor. Como ella reconoce en el cuento original, apenas conocía el reducido territorio en el que se movía y nunca había ido más allá de los límites permitidos. No tenía mayores conocimientos ni había acumulado experiencias que sirvieran para hacer que la vida de su vástago fuera más fácil.

Afortunadamente, él decidió salir de ese ambiente en el que se sentía criticado y no aceptado, comenzando un difícil viaje que le llevaría a encontrarse a sí mismo. Durante esa búsqueda se encontró con otros seres, que tampoco comprendían lo que le sucedía. Un día vio a unos cisnes, que llamaron su atención, de manera positiva, pero ellos solo estaban de paso, antes de que hiciera más frío.

Después de un crudo invierno, el cual, simboliza esas épocas de crisis que de vez en cuando casi todos nos vemos forzados a afrontar, él había crecido interior y exteriormente, se conocía más a sí mismo, había aprendido a sobrevivir y ya estaba preparado para conocer a seres parecidos a él: los cisnes.

Era primavera y aquellos habían regresado. Él los vio de nuevo, en todo su esplendor, y se sorprendió al contemplar en el agua su propio reflejo. Encontró que su aspecto exterior había cambiado notablemente y que tenía un gran parecido con ellos. Se alegró de ver que lo aceptaban y que lo acogían con amabilidad, logrando así encontrarse a gusto consigo mismo y sintiéndose parte de un grupo. Todo lo que había vivido le había servido para llegar a conocerse en profundidad, para confiar en sus capacidades y para descubrir quién era. A partir de entonces, se dio cuenta que otros seres, como los niños a la orilla del lago, también apreciaban y valoraban lo que veían en él. Incluso, todo el dolor de lo que había vivido contribuyó para que se convirtiera en un cisne especial.


 Leyendo otros comentarios acerca de “El patito feo”, me llamó la atención uno que refleja lo que yo pensé en estos días cuando releí el cuento completo. Muestra claramente el rechazo al que es diferente, al que es feo, al que actúa de otra manera. Por lo tanto, es una perfecta descripción del “bullying”, el “matoneo” o lo que suele entenderse como acoso escolar, aunque muchas veces empiece en la familia, con los hermanos, con los padres, y continúe con otras personas fuera del hogar. De alguna forma, el cuento de Andersen habla de discriminación, de cómo se rechaza al que es feo o a quien no se adapta a los cánones de belleza, de educación o de personalidad que la familia y la sociedad exigen. Así mismo, puede recibirse el peligroso mensaje de que sólo va a ser aceptado si es guapo y cumple con ciertos requisitos. No hace suficiente énfasis en el hecho de que cada uno es como es y que así debe ser aceptado y respetado por los demás.




Nota: Agrego a continuación los enlaces a dos páginas que contienen el cuento de “El patito feo” para aquellos que quieran leerlo.

Una versión de El Patito Feo, de Hans Christian Andersen, con dibujos, que recojo en el blog: “Magdalena Araújo – Psicología”:
http://magdalenaaraujopsicologia.blogspot.com.es/2017/11/el-patito-feo-de-hans-christian-andersen.html
 
“El patito feo”, de  Hans Christian Andersen  [Cuento infantil - Texto completo.] http://ciudadseva.com/texto/el-patito-feo/





martes, 28 de noviembre de 2017

Nuestras mascotas, no hablan idiomas humanos



Tal como procuro hacer siempre que me escribe alguno de los lectores de mi página web, “Un día con ilusión”, acabo de dar contestación a la carta que me han enviado con el ruego de que la publique, lo cual hago a continuación.

En esta ocasión, no obstante, debo confesar que mi respuesta a la persona cuya identidad permanecerá en el anonimato, se ha limitado a comprometer mi actuación como mera transmisora de todos aquellos comentarios que ustedes tengan la gentileza de hacerme llegar, los cuales, les agradezco de antemano.

El texto íntegro de la misiva en cuestión es el siguiente:


“Estimada doctora:

Recientemente, tuve la dicha de recibir en nuestra casa la visita de mi amigo Javier, un viejo compañero del colegio, con el cual compartí los tres últimos cursos del Bachillerato. A lo largo de aquellos años, Javier y yo establecimos una sólida e inquebrantable amistad.

En algún momento de sus estudios universitarios, Javier decidió aprovechar la oportunidad que le brindaron para incorporarse a la delegación estadounidense de una compañía española, constructora de motocicletas, ubicada en Los Ángeles, California, la segunda ciudad de Los Estados Unidos de América en cuanto a número de habitantes. No es el momento de contar el historial profesional y personal de mi amigo, pero, debo decir que Javier tuvo un par de amores frustrados y que se casó con una bella e inteligente economista, a la cual yo conocí cuando aún eran novios. Poco antes de que se cumplieran los dos años de convivencia matrimonial, mi amigo tuvo que afrontar un divorcio, que pudo ser calificado de civilizado, gracias a haber pactado anticipadamente las condiciones económicas por las se regirían, en el caso de que tuvieran que llegar a tan triste final. El hecho de que no hubiesen tenido hijos coadyuvó a que los trámites legales se llevaran a cabo sin contratiempos. Procede añadir que Javier es un gran amante de los perros, mucho más, de lo que yo mismo pueda serlo.

Cuando, a principios de la pasada primavera, Javier vino a España con la intención de dejar definitivamente los Estados Unidos de América y buscar una ciudad donde vivir su retiro dorado, hacía más de cuarenta años que, él y yo, no nos habíamos visto. Entonces, descubrimos lo maravillosa que la verdadera amistad puede llegar a ser: nuestros sentimientos recíprocos eran los mismos, pareciera que hubiesen transcurrido muy pocas semanas desde que él hubiese tomado la decisión de marcharse.

Mi amigo decidió establecerse en el mismo centro  de Palma de Mallorca, a muy poca distancia del lugar donde habita una hermana suya que es viuda, la cual, comparte la vida con su hija y con un hermoso Pastor Alemán. A Javier, el traslado de residencia le tuvo ocupado durante algún tiempo, por tener que poner a la venta un montón de cosas, entre ellas, el coche, muebles, un piano, equipo de música y un sistema de contabilidad computarizada. Me contó que no le fue difícil organizar con la compañía de mudanzas un contenedor completo con ropa, cuadros y libros. Sin embargo, fueron muy numerosas las gestiones que tuvo que hacer para lograr que su mascota, un simpático y joven Beagle llamado “Morgan”,  pudiera viajar dentro de la cabina del avión, junto a él, condición “sine qua non” llevaría a cabo su regreso a España.

Me dijo que, después de mantener entrevistas con distintas compañías de transporte aéreo, decidió contratar los servicios de la que, en otros tiempos, fuera nuestra Compañía de Bandera, porque, fue la única que demostró tener una especial sensibilidad y le prestó todo tipo de colaboración para que pudiera viajar en compañía de su perro. Javier se ocupó de recabar de su veterinario todos cuantos documentos las autoridades sanitarias y aduaneras le exigirían, así como el correspondiente certificado de su psicólogo en el que se justificaba la necesidad que él tenía de viajar en compañía de “Morgan”, la mascota que le otorgaba el necesario apoyo emocional.

Mi asombro fue enorme, cuando me contestó al mensaje que yo le envié interesándome por saber cómo se estaba desarrollando su vuelo Los Ángeles-Londres-Madrid. “Te envío el mejor de los testimonios” -me respondió, adjuntándome un par de fotos-. Me quedé patidifuso al contemplar a la adorable mascota repantigada sobre el asiento de al lado del suyo, junto al pasillo.

Desde que llegaron a Palma de Mallorca, mi amigo y “Morgan” disfrutan de grandes paseos por la ciudad y gozan de las visitas a las bellas playas que se encuentran en la isla, autorizadas para perros.

Javier tenía muchas ganas de viajar a Madrid, capital en la que no había estado desde hacía muchos años. Esperanza, mi mujer, y un servidor de usted, nos esforzamos para que se encontrara a gusto en nuestra casa y tuviera la oportunidad de visitar el mayor número de sitios y restaurantes. Lamentablemente, ella pilló un tremendo catarro que le obligó a guardar cama, circunstancia que coincidió con el Día de la Almudena, justamente la víspera de la fecha programada para el regreso de nuestro amigo a Palma de Mallorca.

Nuestro invitado me trasladó su interés por caminar por el centro de Madrid, razón por la cual prescindimos del coche y nos bajamos del autobús en la Plaza de Jacinto Benavente. Desde allí, fuimos andando hacia la Plaza de Santa Cruz y, luego, a la Plaza Mayor. Descendimos por la Calle Mayor, hasta encontrarnos con la Calle de Bailén e hice que mi amigo conociera la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, el Palacio Real y la Plaza de Oriente. Por ser la última hora de la mañana, nos perdimos los actos que habían tenido lugar en distintos puntos del recorrido, pero, nos cruzamos con grupos de gaiteros, guardias a caballo, soldados y alabarderos, todos ellos, elegantemente vestidos.

Sugerí, a mi amigo, almorzar en un delicioso restaurante que hay en la Calle de Bailén, justo antes de llegar a los jardines de la Plaza de España. Cerca de allí, nos encontramos con un perro que, algo alejado de su dueña, correteaba sobre el césped de un parterre. Al vernos, comenzó a ladrarnos, pero, haciendo caso omiso de sus ladridos, nos acercamos a él para acariciarlo, momento en el que su dueña nos increpó alegando que era peligroso lo que pretendíamos hacer. La anécdota fue motivo de una curiosa conversación, que procuro reproducir fielmente al final del presente escrito, la cual, tuvo lugar durante la comida y parte del trayecto que debíamos completar, una vez hubiésemos dado la misma por concluida.

A Javier, todo lo que vio durante el recorrido matinal le pareció interesante y estuvo grabando un video con la intención de enviarlo a algunas de las personas queridas que había dejado en Los Ángeles. En vista de lo cual, tuve interés en enseñarle el Monumento a Miguel de Cervantes. El me lo agradeció y filmó todo el conjunto, prestando especial atención a las estatuas de bronce de Don Quijote cabalgando sobre Rocinante y de Sancho Panza, sobre su fiel jumento.

Atravesamos la Plaza de España, subimos por Gran Vía hasta la Plaza del Callao y, antes de llegar a la Puerta del Sol, nos encontramos con un simpático grupo de “chulapas” y “chulapos”  bailando un chotis en plena calle. Ellas y ellos iban ataviados con sus clásicos vestidos y trajes, respectivamente, y la música sonaba por todo lo alto. No eran parejas precisamente jóvenes, sino de edad avanzada, pero, rebosaban optimismo y alegría y estaban rodeadas por un corrillo de gente. A mi amigo le fascinó la escena y la estuvo grabando desde distintos ángulos.

Por un momento, pensé que finalizaría su filmación en plena Plaza de la Puerta del Sol, en donde me pidió que le siguiera con el móvil, mientras él se colocaba junto al monumento del Oso y el Madroño. Al darse cuenta de mi disimulado cansancio, propuso que regresáramos a casa, en un taxi. Yo rechacé su oferta y le señalé, con el dedo índice de mi mano, la entrada de acceso a la estación del metro. Al darse cuenta, se le iluminaron los ojos y me dijo que le encantaría conocer el metro de Madrid. Decidí realizar un corto trayecto y bajarnos en la estación de Atocha. La experiencia le encantó y quedó igualmente reflejada en su móvil. Me trasladó con entusiasmo la gran sorpresa que le producía la extremada limpieza del andén de la estación de destino mencionada, “de la que convenía que tomara ejemplo el suburbano de Nueva York”.    

Finalmente, me arrogo la libertad de trasladar la conversación que mantuvimos en el restaurante, la cual se inició apenas terminamos de hacer la comanda al encargado. Le agradecería, doctora, que me hiciera llegar su opinión personal y cuantos comentarios estime oportunos sobre el contenido de la misma.

“-Me ha sorprendido enormemente que la señora nos haya prevenido -comenzó diciendo, Javier, refiriéndose a la dueña del perro que nos había dirigido los ladridos- ¡No entiende a su mascota! -sentenció, mi amigo, poniendo de manifiesto su decepción.

-¡A mí, también me ha extrañado! Nos ha dado a entender que estábamos en peligro, lo cual, me ha parecido inaudito. ¡Lo que nuestro amigo quería, era jugar con nosotros!

-Ha demostrado tener un gran desconocimiento del comportamiento de su perro. Me resulta penoso constatar semejante falta de complicidad entre la dueña y su mascota, porque, suele derivar en una situación muy crítica; sobre todo, para el animalito, que es la parte más débil de la relación.

-¡Cierto! -exclamé, en señal de asentimiento- De ahí, el origen de las frustraciones, de los malos tratos y de los posteriores abandonos.

-Abrir la puerta de nuestro hogar a una mascota supone contraer una gran responsabilidad y  exige haber aprendido, antes, a quererla y a respetarla. Lo ideal, es convivir con un perro o con un gato, desde la niñez, pues, sin darnos apenas cuenta, aprendemos su lenguaje.

-En cambio ellas, las mascotas, aprenden rápidamente el lenguaje de los humanos -me atreví a afirmar, echando mano de mi experiencia personal.

-Particularmente relevante es la habilidad que, a este respecto, demuestran tener los gatos -añadió, Javier, para reforzar mi argumento-. Los felinos aprenden a conocer a los dueños y las más recónditas intimidades del hogar que les acoge, con la velocidad del rayo. ¡A su lado, los perros, poco tienen que hacer!

-¿Conoces a Natsume Soseki? -se me ocurrió preguntar, de repente.

-¿A quién? -respondió, mi amigo, poniendo de manifiesto su extrañeza.

-Natsume Soseki es un escritor japonés, autor de la aclamada novela “Botchan”. Hace pocos días, terminé de leer su trabajo anterior, cuyo título es “Soy un gato”.

-Lo siento. No conozco a este novelista -dijo, Javier.

-El gran protagonista de la obra que he mencionado en segundo lugar es un gato que no tiene nombre, el cual, habita en la casa del profesor Kushami y su familia. Por medio del sarcástico felino, conocemos las aventuras que tienen lugar en el hogar de clase media tokiota y de algunos de los personajes amigos que lo frecuentan, el rocambolesco Meitei o el joven y estudioso Kangetsu, cuya fijación es la de conquistar a la hija de los vecinos.

-¿Por qué me cuentas todo esto?

-Porque he recordado una de las frecuentes y absurdas discusiones entre el maestro y su esposa, en la que este último pretende emular a los estudiosos de la gramática japonesa. Ella, sobresaltada por una inesperada pregunta que le formula su marido, contesta: “¿Qué?” “Ese qué, ¿es una interjección o un pronombre? A ver, responde” -le insta, el profesor. “Sea lo que sea, no tiene la más mínima importancia. Vaya una pregunta más tonta”-replica, la dueña de la casa-. “Al contrario, Importa y mucho. Esa cuestión gramatical trae de cabeza a los mejores lingüistas a lo largo y ancho de todo Japón. Pasa igual que con el gato. ¿Ese ¡miau! es una palabra en el lenguaje de los gatos?” “¡Madre mía de mi vida! ¿Me estás diciendo que todas esas lumbreras académicas se dedican a dilucidar si un maullido es una palabra? ¡Adónde vamos a llegar! De todas formas, los gatos no hablan japonés.” “De eso se trata precisamente. Es un problema muy difícil del campo de la lingüística comparada.” “Y, ¿ya han encontrado esas eminencias qué parte de nuestro idioma puede compararse al maullido gatuno?” -terminó preguntando, la mujer del maestro.

-Reconozco que es un pasaje divertido -aceptó, Javier, con una amplia sonrisa.

-Te puede parecer divertido, pero, me tienes que decir si los perros, o los gatos, entienden los idiomas que hablan los humanos -le solicité, a mi amigo.

-¿Me lo estás preguntando en serio? -cuestionó, mi invitado, con gran seriedad en su semblante.

-¡Por supuesto que sí! ¿Por qué le sigues hablando en inglés a “Morgan”, si ahora vive en España?

-Porque es el idioma en el que le he hablado, desde que, siendo un cachorro, llegó a mi casa.

-Pero, tu hermana y tu sobrina, le hablan en español, ¿no es cierto?

-Sí; lo es.

-¿Y Morgan las entiende? ¡No me digas que, en tan poco tiempo, ha aprendido a hablar español!

-Tal como dice la esposa del maestro en la novela, ni los gatos, ni los perros, hablan idioma humano alguno. Pero, tienen una gran habilidad para entender y comprender la forma de expresarse que tienen los seres humanos.

-¿Estás seguro de que no aprenden rápidamente el idioma de las personas con las que conviven? -insistí, poniendo en duda la respuesta de mi amigo.

-¡Por supuesto que lo estoy! -exclamó, Javier, para ratificar lo que había dicho -Ten en cuenta que nuestras mascotas tienen enormemente desarrollados todos sus sentidos. Sería ridículo pretender establecer una comparación con los de la especie humana.

Para que yo fuera consciente de la potencia de la vista y el oído de nuestras mascotas, mi amigo me estuvo hablando durante mucho tiempo y me expuso algunos ejemplos. Lo mismo hizo con el gusto y el tacto de perros y gatos. Mientras subíamos por la Gran Vía, quiso dar por terminada la conversación diciéndome:

-¡No le des más vueltas, amigo! Nuestras mascotas conocen todo sobre nosotros: nuestro lenguaje oral, nuestros gestos, nuestro estado de ánimo, etcétera. Por saber, son capaces de descubrir enfermedades que nosotros mismos ignoramos tener. ¡No tienen ninguna necesidad de conocer idiomas!”








domingo, 12 de noviembre de 2017

Las relaciones que mantenemos con los demás son un reflejo de la que cada uno tiene consigo mismo


  

Cuando alguien siente un permanente vacío en su interior, puede pasarse parte de su vida esperando de otros la atención y el afecto que necesita, pretendiendo que otras personas llenen sus carencias.

Es necesario cuidarse y quererse, siendo conscientes de que no es conveniente esperar de los demás aquello que solamente uno puede proporcionarse. Aunque al principio cueste admitirlo, nadie, absolutamente nadie, puede aportarle a uno aquello que no es capaz de darse a sí mismo.

La realidad es esa, pero, se distorsiona con frecuencia. Se quiere creer que las demás personas son mucho más felices, que nuestros problemas son mayores que los de los otros, que nadie sufre tanto como uno mismo. A estas personas les parece que “los demás” disfrutan de una vida mejor que la suya, que tienen menos dificultades, o que los problemas que afrontan son mucho menores que los nuestros. Piensan que, normalmente, ellos se llevan la peor parte.

Al comparar la propia familia con la de otras personas conocidas, a veces desearían que la suya fuera como la de ellos. Es una visión reducida, ya que sólo se detienen a contemplar a aquellos grupos familiares que se relacionan como ellos hubiesen querido: siendo cariñosos entre ellos, ocupándose de ayudar a sus hijos cuando es necesario, respetando la libertad de sus miembros, alentándoles en sus aficiones, permitiéndoles discurrir por caminos profesionales escogidos por cada uno… Aunque tengan bastante relación con esas familias, no son uno de ellos, no han vivido lo que ellos han vivido. Verán los hechos desde fuera, desde su particular visión del mundo, con sus cegueras y desde sus propias necesidades no satisfechas. Se les olvida que las demás familias, en mayor o menor medida, también tienen problemas y conflictos.

A menudo, las comparaciones se hacen con algunas personas. Se puede querer tener una existencia parecida a la de alguien, la cual, desde el exterior, es vista como poseedora de unas ventajas o prerrogativas de las que no hemos podido disfrutar. Es como consecuencia de magnificar algunas cosas positivas de los demás y minimizar las negativas; mientras que se hace lo contrario con la propia vida, al agrandar nuestros  problemas o nuestros defectos, infravalorando nuestros logros y los éxitos que hayamos podido alcanzar. Si contempláramos con detenimiento la vida de otras personas, nos encontraríamos con sus luces y sus sombras, puesto que, cada uno de nosotros tiene sus propios retos, dificultades que afrontar y lecciones que aprender.

Si alguien encuentra que sus relaciones con otras personas no se corresponden con lo que era su deseo, es recomendable que averigüe lo que pueda estar fallando en sí mismo y en sus expectativas con respecto a los demás. De alguna forma, está dependiendo de otros, de sus opiniones, de sus cuidados y de su compañía. Conviene que cada uno se ocupe más de sus propios asuntos y que aprenda a resolver los problemas que se le vayan presentando.

La mayoría de las personas se encuentran con ciertas dificultades a la hora de relacionarse con los demás. Es muy probable que se hayan sentido incómodas, poco comprendidas, e incluso, heridas en sus sentimientos. Han creído que no eran merecedoras de la indiferencia, de la agresividad o del dolor que el intercambio con esas personas les ha producido. Lo importante y lo deseable sería aprender a superar todos esos inconvenientes; procurar verlos desde una nueva perspectiva y dejar de sentirse heridos y maltratados.

Cuando un individuo se encuentra bien consigo mismo, se valora y se cuida. Toma decisiones que le hacen llevar las riendas de su existencia, mejorando aquellos aspectos con los que no esté a gusto. Valora a aquellas personas que hacen que su vida sea más agradable, que le aceptan y quieren como es, con las que tiene puntos en común. También, será prudente alejarse de aquellos seres con quienes no es feliz, de quienes le critican constantemente y parecen no ver nada positivo en él, sino un defecto tras otro.




Bibliografía:

LADISH, Lorraine C., “Aprender a querer. Hacia la superación de la codependencia”. Ediciones Pirámide, Madrid.



viernes, 3 de noviembre de 2017

La flexibilidad contribuye a que los sistemas de pensamiento sean más eficientes



Hace unos días, tuve la oportunidad de leer comentarios interesantes sobre el tema de la sinceridad, en el grupo “Un día con ilusión - Psicología”. En ellos, se decía que no todos entendemos de la misma forma el concepto de sinceridad y llegaban a cuestionar la conveniencia de ser sinceros con los demás y con uno mismo. También, se hacía mención de las dificultades que podemos encontrarnos a la hora de expresar lo que deseamos decir. Así como, de los posibles roces que pueden surgir, cuando la otra persona interpreta nuestras palabras como una agresión o una injerencia  en su vida privada; particularmente, cuando no hemos sido muy afortunados a la hora de trasladar aquello que deseábamos comunicar.

Dicho intercambio de ideas me llevó a pensar en un tema sobre el que escribí en este blog: Los sistemas de pensamiento no deben ser una barrera infranqueable. Allí, me refería a que algunas personas no son conscientes de que, en ocasiones, ese conjunto de creencias personales, que se van desarrollando a lo largo de los años, son un obstáculo tanto para la comunicación como para mantener una relación de forma distendida y eficaz con quienes tienen opiniones bastante diferentes a las nuestras.

Hay momentos en los que parece que estos sistemas de pensamiento tuvieran “secuestrado” nuestro cerebro pensante y actuamos como en piloto automático. Dejamos de razonar, tal como la situación requeriría, para reaccionar de acuerdo a nuestra forma habitual de proceder. No estamos abiertos a información diferente, ni pensamos que podríamos actuar de otra forma. Es algo parecido a lo que nos sucede cuando estamos bajo el influjo de fuertes emociones. En esos momentos somos incapaces de ver la realidad de forma más o menos objetiva.

Podemos advertir la influencia de los sistemas de pensamiento cuando nos fijamos en los problemas que surgen entre dos o más personas que no logran ponerse de acuerdo y ni siquiera son capaces de sentarse a dialogar y a procurar resolver sus dificultades.

Cuando nos referimos a grupos, como la familia, o a gran cantidad de personas, como lo que ocurre con respecto a la política o a la religión, parte de nuestro sistema de pensamiento particular es parcialmente sustituido por una forma de pensar colectiva en la que priman las emociones y se asumen posturas comunes, con cierta tendencia a que cada grupo radicalice sus posturas. Exageran sus ideas hasta tal punto que se hace muy difícil tender puentes para poder entenderse y resolver los problemas que deben afrontarse.

Quiero citar, con su autorización, las palabras que María Rodríguez escribió a raíz de su análisis sobre los sistemas de pensamiento:

“También se podría distinguir las personas rígidas de las flexibles. A las primeras se las ha llamado "mentes de piedra", para ellas hay una sola verdad, la que ellas sostienen. Como todo lo rígido, se quiebran. Las mentes flexibles escuchan otros puntos de vista, los analizan y tienen una apertura mental que los lleva al aprendizaje y a la evolución. El gran problema son los "fanatismos", en estos casos hay que obviar la conversación.”

Me gustó este comentario, pues nos muestra que los individuos poseen diferentes sistemas de pensamiento. No todos tienden a ser estrictos. Muchos, tienen dificultad para adaptarse a los cambios o para comprender el punto de vista de los demás. Las personas con “mentes de piedra” suelen tener roces con otros. Algunos, se alejan por lo difícil que puede ser compaginar y entenderse con ellos. A lo que dice María sobre la rigidez de algunos, la cual origina que terminen por romperse, me permitiría añadir que su conducta hace que otros terminen de igual manera, cuando intentan afrontar los problemas que surgen al relacionarse con este tipo de seres. Igualmente, habla de los fanáticos, sugiriendo que es casi imposible razonar con ellos, por lo que suele ser inútil intentar dialogar sobre los puntos de desencuentro.

La referencia a la flexibilidad es importante, ya que cuánto más abiertos estemos a comprender que cada uno ve la vida de forma diferente, las relaciones se facilitarán y habrá menos sufrimiento. Las personas que son flexibles aprenden de la experiencia y les gusta ampliar sus conocimientos, disfrutan comunicándose con otros y modifican lo que consideran que les causa problemas.

Hay que tener en cuenta que los sistemas de pensamiento se van conformando a lo largo de nuestra vida, de acuerdo a los conocimientos adquiridos y a nuestra forma de responder a lo que nos sucede. Por eso no son estáticos, sino que están en constante transformación. A veces, se modifican de forma inconsciente, haciéndose más rígidos, aunque deberemos tener presente que podemos y necesitamos actuar conscientemente para que sean más flexibles y adaptativos; de manera que nos ayuden a afrontar los retos que la vida nos presente y a mejorar nuestras relaciones interpersonales.





Escrito relacionado:

http://undiaconilusion.blogspot.com.es/2016/10/los-sistemas-de-pensamiento-no-deben.html




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