Doctora:
Debo
confesarle que la lectura de su último escrito, referido a la incondicional
entrega a los demás del amor que guardamos dentro de nosotros, me ha encontrado
en un estado anímico muy bajo. Como en algún momento de su vida sucede con la
mayoría de seres humanos, me ha tocado afrontar una racha de sucesivos
infortunios que han debilitado seriamente mis defensas.
No
obstante, un extraño impulso cuya procedencia prefiero seguir ignorando, me ha
llevado a sentarme frente al ordenador, con el ánimo de hacerle llegar algunas
reflexiones de carácter personal. Espero sinceramente que no le incomoden, de
lo contrario me limitaría a almacenarlas en mi interior.
Para
no andarme con circunloquios, empezaré por el final y le diré que estoy cansado
-no sería exagerado utilizar el término agotado- de entregar mi amor a los
demás. Por sumarme a la misma expresión que usted utiliza, yo creo que he
venido haciéndolo, “a manos llenas”, a lo largo de toda mi vida. Yo creía que
lo hacía de una manera totalmente incondicional, sin esperar nada a cambio de
los demás. Pero, me he dado cuenta de que me engañaba a mí mismo; porque, en el
fondo, anhelaba una reciprocidad. Aun cuando justificara mi conducta diciéndome
que lo importante era dar y que las decepciones recibidas no debían modificar
mi manera de ser, no era cierto que no me importase no ser correspondido. De
repente, me encuentro exhausto y, ante mi asombro, he tenido que decir ¡basta!
Yo
tuve una infancia muy feliz. Tan grande fue el amor que recibí de mis padres,
de mis abuelos, de mis hermanos y de cuantas personas me rodeaban, incluidos
mis amigos, que he llegado a sentir nostalgia de aquellos tiempos y de la
modesta colonia minera en la que trabajaban mis progenitores, muy cercana al
pueblo en el que nací. Me permitiré puntualizar que tal felicidad fue compatible
con una exigente educación y formación por parte de mis mayores. Posiblemente,
sus advertencias y correcciones me hicieran llorar en más de una ocasión; pero,
yo sentía que partían del fondo de sus corazones y que eran hechas con una
manifiesta carga de amor y de cariño.
Sin
duda alguna, mi inclinación por entregarme a los demás fue como consecuencia de
todo aquello que aprendí cuando era pequeño. Se trataba de una forma de amor
distinta al amor de pareja, el cual apareció en mi vida cuando yo era un
adolescente. A pesar de que, como todo el mundo, había vivido un inocente y
maravilloso amor infantil, que me hace sonreír con benevolencia, cuando lo
recuerdo.
No sé
hasta qué punto me impusieron que yo debía querer y demostrar mi afecto a todo
el mundo. He guardado siempre el recuerdo de una tía mía, malgeniada y
cascarrabias, que me daba pánico. Me reprendía con mucha frecuencia, al igual
que hacía con mis primos. Lo hacía, por el más insignificante error que pudiera
cometer al jugar con la pelota, cuando estábamos sentados a la mesa, al manejar
los cubiertos, al beber agua sin haberme limpiado previamente los labios con la
servilleta o al poner cara de disgusto ante la comida servida en el plato. La
estancia en casa de mi tía se me hacía eterna y tan solo esperaba que llegara
el momento para irnos. Yo le contaba a mi madre lo que me sucedía, pero ella no
se cansaba de decirme que mi tía Elena me adoraba y lo único que sucedía era
que tenía muy mal genio. A pesar, de lo cual, tenía que quererle mucho, cosa
que me parecía del todo imposible. Eran tiempos en los que, en la familia, en
la iglesia y en el colegio, te repetían hasta la saciedad que había que querer
al prójimo.
Sin
pretender dármelas de héroe, yo he procurado evitar que las cornadas que da la
vida endurecieran en exceso mi corazón y produjeran un cambio irreversible en
mi forma de ser, incluso habiendo alcanzado una edad madura. Muchas veces pensé
que era una forma tonta de andar el camino; pero, me resistía a pensar que algunos comportamientos decepcionantes
tuvieran que influir negativamente en mis relaciones con personas queridas. De
entre los errores que he cometido en mi vida, el más importante fue no darme
cuenta de que no debía casarme con la mujer de la cual me había enamorado. Yo
creía entonces que el amor debía soportar no importa cuales fueran las
imperfecciones humanas porque, las mismas, quedarían superadas, con el
transcurso del tiempo.
Con
demasiada frecuencia, he recibido reproches por no saber dar una negativa. He
sido consciente de ello, lo cual me parece indicar que mantengo un cierto
control sobre mi ego; pero, estoy convencido de que he pagado un precio
demasiado elevado.
A
medida que progresa el presente escrito, pareciera que yo quisiera cuestionar
su afirmación de que es maravilloso hacer entrega de nuestro amor a los demás. Estoy
totalmente de acuerdo con usted y, de mis palabras, se entiende claramente que
he procurado seguir este consejo. Me gustaría que me dijera, no obstante, si
existe alguna manera de preservarme de los daños que algunos seres queridos
puedan infligirme, de la misma forma como procuro protegerme cuando suscribo un
seguro de vida, de accidentes o contra incendios. Sería de gran ayuda para
olvidarme de aquel ¡basta! que me parece haber lanzado, en algún momento.
Permítame
hacerle llegar mi más cordial saludo.
Nota: Con el permiso de quien
escribió la carta, me permito reproducirla en este blog para que ustedes puedan
leerla. Sería interesante si, a partir de este texto, desearan compartir con
nosotros sus propias experiencias y si pudieran aportar ideas para ayudar a su
remitente. Yo procuraría recoger esos comentarios para responder a quién de
forma tan amable me dirigió estas palabras.
Imagen encontrada en Internet: cartoon-1657827__340
“Malas relaciones, con nadie; buenas relaciones, no con todos y sin relaciones, con alguien”. No sé si me explico que depende de ti!
ResponderEliminarhttps://antoniofuentesblog.wordpress.com/2017/03/21/te-ocupas-o-te-preocupas-aceptacion-social/
Queda muy claro, gracias. Luego leeré el enlace que has agregado.
EliminarUn No pronunciado desde una profunda convicción es mejor que un si pronunciado para simplemente complacer a los demás, o peor aún, para evitar problemas. GANDHI.
EliminarNO significa que cierres tu corazon. NO se trata de un NO hacia la existencia de los demás, sino un SI, hacia tu voz. Hacia tu verdad. NO se trata de un ataque hacia los demás, incluso si así se sienten ellos.( y puedes comprender su decepcion tambien)
Tu no les puedes cambiar sus pensamientos. Eso es cierto. Pero puedes reconocer los tuyos.
Y te encuentras a ti mismo diciendo NO. Y el NO lleva en él la propia vida. Y no contiene violencia. Solo verdad, dignidad.. tienes derecho a tu NO y derecho a tu SI.
Gracias Magdalena, por compartir este escrito, cuyo protagonista, me recuerda a mi propia forma de actuar.. En mi caso, tras repetidos fracasos, gracias a los consejos de dos amigas muy especiales, aprendí que la clave está en saber poner límites, respetarme, respetar a los demás y aprender a quererme como soy y no esperar que mi autoestima dependa de lo que piensen los demás. Si yo no me quiero... ¿Cómo puedo esperar que me quieran los demás?
ResponderEliminarCreo que lo has comprendido muy bien. Ahora queda recorrer ese camino que,aunque correcto, no es fácil. ¡Mucho ánimo!
EliminarGracias cielo. Una cosa está clara... ahora soy más feliz.
ResponderEliminarEso es genial, que ahora seas feliz. Es importante que haya cierto equilibrio entre lo que damos y lo que recibimos y tener claro que no debemos esperar de algunas personas lo que sabemos que no vamos a recibir. Poner esos límites, saber decir NO y saber cuándo se están vulnerando nuestros derechos asertivos.
EliminarCuando se dá de corazón no se espera que sea devuelto, pero si es cierto que cuando uno mismo necesita algo de los demás si que se espera que estén ahí incondicionalmente como yo lo estube, si ves que hay clara descompensacion entre lonque das y lo que recibes, terminas planteandote que halgo no estás haciendo correctamente, si hay algo que tengo muy claro a día de hoy es que solo soy dueña de mí y solo en mí puedo producir cambios, no puedo cambiar a nadie aunque su actitud tenga mucho que reprochar,así que termino dando menos de lo que daba y dejando de salir corriendo cada vez que alguien cree necesitarme. En muchas ocasiones ya ni me siento mal cuando digo NO
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Lucía. Es bueno dar y darnos a otros, cuando así nos nace o así lo decidimos. Con la experiencia, aprendemos que con algunas personas quizás dar y dar no sea lo más aconsejable. Posiblemente, porque asumen un papel pasivo, en el que desean recibir pero ellos no piensan en los demás, en lo que ellos puedan hacer por otros, ni siquiera en agradecer con una sonrisa o un gesto lo que reciben. Luego, están nuestras famosas expectativas, las cuales nos hacen mucho daño, ese "necesitar" de los demás, que puede tener bastante de dependencia y los reproches hacia lo que hagan o no hagan los demás.
EliminarSomos nosotros quienes decidimos qué queremos dar, a quién y cuándo. Uno de los temas importantes en la asertividad, en ese decir SÍ o NO, es que nosotros somos los responsables de nuestra vida, debiendo decidir si queremos hacer algo que otros nos sugieren, o no. Yo tengo una pequeña receta, que al menos a mí me sirve. Si lo que nos proponen es algo que nosotros NO deseamos hacer, da igual la razón que tengamos para ello, NO lo hagamos. Eso es lo más importante, porque cuando ese NO sale de dentro, lo que nos indica es que nuestra dignidad está en juego. Si cedemos, nos vamos a sentir bastante mal con nosotros mismos y, a la larga, nos molestaremos con la otra persona por "obligarnos" a hacer algo que no deseábamos hacer. Si lo que nos piden nos es indiferente, ya decidiremos si hacerlo o no... Da igual, lo que decidamos estará bien.
EliminarSi somos nosotros los que decidimos, no vale reprochar a los demás, cuando somos nosotros los que hacemos algo que no deseamos hacer. ¡Las expectativas! Sabes que entre menos esperemos de los demás, serán menores nuestras desilusiones. Los demás nunca actuarán como nosotros lo hacemos, por el simple hecho de que son ellos, no nosotros. No hay por qué sentirse mal cuando decimos NO, es algo bastante saludable. Podrías leer el comentario de Gloria Biain, que es bien interesante. Un abrazo.
Querida Magdalena: Como ya lo dije antes, es mi opinión que amar a manos llenas implica darse entero, sin condiciones ni reparos y, claro, sin esperar retribuciones de ninguna clase, a veces ni siquiera unas “gracias”. Lo contrario sería como hacer un negocio, un trueque cualquiera: yo te doy, tú me das; si tú no me das yo no te doy. Es –para poner un ejemplo trivial— como cuando tu publicas algo en una red social esperando el consabido –y muchas veces convencional y hasta involuntario— “me gusta”. Uno da y punto. De los demás depende si lo agradecen o no, si lo retribuyen o no. Oigo mucho eso de que “yo no le doy nada a un limosnero porque no sé para qué va utilizar lo que le dé, y además ni las gracias va a dar”, y me pregunto ¿para qué se hace ese comentario si de antemano se sabe que no se va a dar nada? Me respondo yo mismo: para hacer gala de una presunta moralidad que está lejos de sentir y que solo demuestra un profundo egoísmo. Abrazo.
ResponderEliminarGermán, es difícil ese amar a manos llenas al cual te refieres y creo que es cada vez más escaso. Al menos, eso parece. Me quedo con tu "Uno da y punto. De los demás depende si lo agradecen o no, si lo retribuyen o no."
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