A lo
largo de los años, no recuerdo haberme encontrado con alguien que haya expresado
su disconformidad con la experiencia aportada por una persona, en un momento determinado.
Sin
pretender profundizar en la materia de la que se trate, los humanos estamos
interesados en conocer las experiencias de nuestros semejantes. Gracias a los
distintos medios de comunicación, solemos prestar una atención inmerecida a los
hechos que acontecen a personajes que, por su profesión o actividad, han obtenido
notoriedad en la sociedad. Con menor frecuencia de lo que hubiese sido
deseable, nos ha interesado conocer la biografía de hombres y mujeres que hayan
alcanzado la celebridad, con el ánimo de aprender de las dificultades que
tuvieron que superar.
Nos
llaman la atención las experiencias vividas por las personas que nos rodean. De
manera especial, las de nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo. En
el mundo laboral, es una práctica habitual indagar en los historiales
profesionales de los distintos candidatos, antes de tomar una decisión. “La
experiencia es un grado” -decimos-. “Es un piloto muy experimentado” -nos interesa
escuchar, a la hora de subirnos en un
avión. “Venció, gracias a su gran experiencia” -sentenciamos, ante un
determinado triunfo.
Nadie
discute la voz de la experiencia.
Muy
pocas personas rehuyen una conversación, cuando se les pide que aporten sus
propias experiencias.
¿Cuántas
veces, el amor que sentimos por nuestros hijos y nuestro deseo de protección
hacia ellos, nos ha llevado a hacerles partícipes de muchas de nuestras
experiencias? ¿Acaso, nos hemos negado a contar alguno de nuestros más íntimos
secretos, a nuestra amiga del alma, estando ella presa del desasosiego?
En
infinidad de casos, consideramos que la experiencia es nuestro principal
activo. ¿Cuántas veces hemos lamentado tener que soportar la pérdida de un gran
profesional, ante una jubilación anticipada?
Y,
sin embargo, en eso de la experiencia, ocurre una gran paradoja. ¿Se han dado
cuenta de que, muy pocos, son los humanos que hacen uso de la experiencia
ajena? Se trata de un valioso patrimonio que la humanidad derrocha, a manos
llenas.
¿Algún
día, la ciencia hará posible el trasplante de la experiencia de una persona, en
otro ser humano?
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