Me refiero, en este escrito, a un tema que es clave en
la relación con nuestros hijos y que cobra todavía más relevancia cuando son
adolescentes: la confianza mutua.
Es importante tener en cuenta que esa confianza no
surge de repente, sino que es preciso ir construyéndola, poco a poco, desde que
los niños son pequeños. Que sea una confianza real y no una mera apariencia.
Que ellos sientan que se respeta su libertad y su criterio para responder
adecuadamente ante los desafíos que se les presenten. Que sepan que estaremos a
su lado para apoyarles y para ayudarles a que reflexionen sobre el camino a
seguir, aunque, los responsables de la toma de decisiones serán ellos mismos.
Será más fácil afrontar los años de la adolescencia, si
se ha logrado crear y mantener una relación de confianza mutua, gracias a la
cual, nuestros hijos nos otorguen la consideración de personas cercanas, a las
cuales, puedan contar lo que les suceda.
Algunos padres creen que deben fijar férreas
directivas a sus hijos, hasta que estos no hayan alcanzado los doce o trece
años y que tan sólo podrán empezar a darles más libertad, una vez hayan
superado la pubertad. Creo que si actúan así, llegarán tarde. Yo soy partidaria
de que vayamos educándoles, desde que son pequeños, de manera que cada vez puedan
ser más autónomos y responsables de lo que hacen. De paso, nos servirá de
entreno para ese período de la vida humana más complicado, que precede a la
juventud.
Nuestros hijos harán las actividades típicas de los
chicos de su edad. Es posible que ello nos dé tanto miedo, que deseemos
aumentar notablemente la vigilancia, las precauciones, las críticas, las
charlas, los monólogos e, incluso, los castigos. Si esa es nuestra forma de
proceder, haremos que nuestros hijos se alejen, que no confíen en nosotros, que
nos oculten algunas cosas o que encuentren que no tienen más alternativa que
mentirnos.
Hemos de aprender a confiar en ellos. Procurar actuar
de tal manera, que lleguen a querer contarnos la verdad sobre lo que hacen o
sobre aquello que les sucede. Esto nos permitirá, en la medida de lo posible,
apoyarles y protegerlos. No perdamos de vista el hecho de que nuestros
adolescentes no siempre nos darán detalles sobre su vida y que habrá vivencias
que no van a querer compartir con nosotros, pues forman parte de su necesaria
intimidad. A esas edades, es normal que sean reservados con su familia y que
confíen mucho más en sus amigos.
Parte del proceso de afirmarse a sí mismos y de ir
siendo cada vez más independientes, se produce a partir del hecho de no
compartir todo con nosotros. Es conveniente que respetemos su derecho a tener
una vida privada, procurando, en la medida de lo posible, evitar que les ocurra
algo malo. Aunque nos cueste hacerlo, será preciso pensar que los adolescentes son
capaces de discernir entre cuándo conviene que nos cuenten algo y cuándo
quieren guardar un secreto.
Nuestra actitud y nuestra forma de proceder debe
transmitirles el mensaje de que contarán con nosotros para lo que necesiten,
que les escucharemos, que les ayudaremos a analizar las situaciones importantes
con el fin de que puedan tomar sus propias decisiones. Asimismo, que sepan que pueden
llamarnos, si consideran que están en una situación incómoda o peligrosa, ya
que acudiremos en su auxilio.
Será necesario que tengamos autocontrol, que seamos
capaces de escucharles sin gritarles, sin proferir insultos o emitir juicios
anticipados, sin recurrir rápidamente a los castigos y a los sermones. Es
importante que nos ganemos su confianza para que puedan recurrir a nosotros
cuando lo consideren necesario. Procuremos ser para ellos personas de las que
puedan fiarse. ¡Confiemos en ellos! Al igual, que deseamos que ellos puedan
confiar en nosotros.
Cuando nuestros hijos se fían de nosotros y nos
cuentan lo que hacen, en primer lugar, debemos escucharles sin interrumpirles,
y sin expresarles nuestra opinión, antes de que ellos hayan terminado de
explicarnos los detalles que consideren oportunos. También, debemos felicitarles
por tener la madurez para contárnoslo y será muy conveniente que estemos a la
altura de la confianza que ellos han depositado en nosotros.
Aunque, es posible que lo que nos cuenten no sea de
nuestro agrado, convendría tener presente que es preferible que sepamos lo que
hacen; ya que, no saberlo, sería peor y podría ser peligroso para ellos.
Debemos dejar de lado nuestro temor y nuestro disgusto, con el fin de poder
ayudar a nuestros adolescentes a reflexionar sobre la situación en que se
encuentren y acerca de las alternativas que puedan tener a su alcance para
resolverla.
El hecho de que nuestros hijos nos hablen sobre sus
problemas, puede ser considerado como una oportunidad para guiarlos sobre los
pasos necesarios para que puedan resolver los mismos. Será muy conveniente
calcular la magnitud del problema, explorar las diversas opciones que se
presentan para abordarlo y, finalmente, elegir una de ellas. Con posterioridad,
habrán de reflexionar sobre lo que han aprendido. Si nuestros adolescentes no
se sienten lo suficientemente seguros para confiarnos la verdad, no asimilarán
los consejos que les podamos ofrecer para ayudarles a solventar los problemas
de la vida cotidiana.
Cuanto más se fíen de nosotros, más detalles nos
revelarán de su vida y más eficazmente podremos intervenir, en caso necesario.
Los jóvenes son expertos a la hora de ocultar hechos, y lo hacen precisamente
cuando creen que no tienen más remedio, al no sentir que tengan interlocutores
comprensivos que quieran escucharles. Podemos formularles preguntas directas y
ellos no tienen el menor reparo en mentirnos, mirándonos a los ojos. A menos
que hayamos creado una relación con ellos, en la que sepan que pueden
confiarnos la verdad, es imposible que sepamos lo que hacen.
Si queremos que nuestros hijos sean
sinceros con nosotros, debemos estar preparados; pues, en ocasiones, nos pueden
hablar de asuntos que nos cueste encajar. En tales casos, es conveniente que
conservemos la calma y que tengamos en cuenta que su voluntad de hablarnos
sobre una situación complicada implica que desean que les ayudemos a
resolverla. Si no somos prudentes en cuanto a nuestra forma de responder a lo
que nos dicen, ellos sentirán que les estamos defraudando y que no pueden
contar con nosotros.
Una de nuestras prioridades debe ser la seguridad de
nuestros hijos. Por ello, debemos irles preparando para que aprendan a cuidar
de sí mismos en situaciones muy diversas e imprevisibles, teniendo en cuenta
que este aprendizaje lleva su tiempo.
Antes de que nuestros adolescentes hayan alcanzado la
madurez habrán tomado unas cuantas decisiones, algunas de ellas erróneas, al
igual que nos ocurriera a nosotros. Convendría que les ayudásemos a reflexionar
sobre esas actuaciones que podrían haber comportado un peligro para ellos y sus
amigos; que, en la medida de lo posible, aprendan a anticiparse a las dificultades,
confiando en nosotros o pidiendo nuestra colaboración.
Bibliografía:
“Cómo convivir con hijos adolescentes. Permaneciendo
en sintonía con ellos y proporcionándoles una verdadera ayuda en sus vidas”, escrito
por Dorothy Law Nolte y Rachel Harris.
En ingles:
"Teenagers
Learn What They Live, Parenting to Inspire Integrity &
Independence", written
by Dorothy Law Nolte and Rachel Harris.
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