No deberíamos caer en el error de
considerar que el acoso escolar es ajeno a aquellos comportamientos, cuyos
grados de intimidación y de agresividad hacia las personas, son susceptibles de
ser tipificados como delito. Por el contrario, suele tomar como ejemplo este
tipo de conductas e inspirarse en ellas.
Igualmente sucede que, cuando salen de
la boca de los escolares los primeros insultos y amenazas, se tiende enseguida
a quitarles la importancia que las mismas revisten, en lugar de intervenir
desde el inicio, con lo que se evitaría que el problema creciera y llegara a
ser mucho más difícil de atajar.
El acoso escolar puede ser síntoma de
los problemas que existen en ciertos hogares y en la sociedad. De la soledad y
la incomprensión que sienten algunos niños, o adolescentes. De la humillación a
la que son sometidos los padres y que luego descargan en sus hijos. La falta de
apoyo que pueda sentir una madre que debe trabajar y educar a sus niños,
haciendo que todo marche en casa, mientras que el padre está ausente. En
personas pertenecientes a grupos sociales marginados o en aquellas que parecen
tener un alto poder adquisitivo, pero que, al igual que las primeras, disponen
de muy poco tiempo para estar cerca de sus retoños.
Con seguridad, el acoso escolar es
producto de la violencia que los niños ven por doquier y de las manifestaciones
de agresividad, maltrato y odio, a las que tanto jóvenes como adultos, están
expuestos. También, a la banalización de lo violento, debido a una
sobreexposición a los videojuegos y a la insensibilidad que se alcanza por la
persistencia de noticias en la televisión y las redes sociales. Sin apenas
darse cuenta, los niños, sus familiares o sus amigos, pueden encontrarse
inmersos en ese triste mundo del acoso escolar.
El
acoso entre niños o entre adolescentes no surge de repente. Todas las conductas humanas tienen una historia previa y
en gran medida son aprendidas. Por lo tanto, las actuaciones de los agresores,
de las víctimas y de los testigos tienen origen en la relación con sus
familiares y amistades, en el tipo de educación recibida, la cual incluye el
manejo de las emociones y las consecuencias recibidas por sus comportamientos.
El
carácter y la personalidad de un individuo se va formando y consolidando a
través de los años. Tendrá que ver con
la manera de ser de las personas que le rodean, de cómo se relacionan entre
ellas, de lo que es importante para cada uno y de la concepción que tengan de
la vida.
Además de aquello que pueda heredarse,
cada uno de nosotros es el resultado de la interacción entre lo biológico y lo
ambiental. Así mismo, de la manera que tengamos de actuar ante lo que nos
sucede y de la forma cómo reaccionan las personas de nuestro entorno ante la
expresión de las emociones. Se van asimilando multitud de datos que provienen de
la familia, de las amistades y de la sociedad. Por tanto, al existir muchos
factores que contribuyen para que cada uno sea como es, no valen las
explicaciones simplistas para afrontar un problema complejo como el que estamos
analizando.
El acoso no es un tema exclusivamente
imputable al agresor, a su forma de ser, a cómo ha sido educado, a pesar de que
se haya restado importancia a algunas de sus conductas. Como algunos quieren
hacernos creer, tampoco, es imputable a la víctima por su falta de habilidades
sociales o porque necesite aprender a ser más fuerte, menos sensible. Sería
injusto decir que los responsables son los padres. Cargar de culpa a los
testigos que no intervinieron o tardaron en hacerlo sería buscar un mero
subterfugio.
Centrándonos en los acosadores, sería conveniente conocer el mayor número de datos
relativos a su historial particular: cómo han sido educados, si mantienen relaciones
cercanas con la familia y con sus amigos, o bien, si existen graves problemas
en sus hogares. ¿Qué sucede cuando son agresivos? ¿Han sido, sus padres, muy
estrictos con ellos? ¿Sobreprotectores, quizás?
¿Qué les lleva a acosar a otros niños?
¿Necesitan sentirse fuertes para que otros les valoren y respeten? ¿Por qué les
cuesta aceptar las diferencias? Hay algo en ellos que les hace querer imponerse
o rechazar a ciertas personas, burlarse de ellas, herirlas o ignorarlas.
Probablemente, ni los padres, ni los profesores o sus cuidadores habrán
identificado ciertas conductas como problemáticas y precursoras del abuso. Como
he mencionado, habrán quitado importancia a pequeños fallos que, de haberse
intervenido a tiempo, no hubieran
terminado en acoso.
Cualquier persona puede convertirse en la víctima escogida por los acosadores
para descargar sobre ella su rabia, su malestar, su odio o sus burlas. Puede
deberse a alguna característica física, a su carácter o inteligencia. A su
forma de actuar o de responder ante los problemas. Asimismo, por algo casual,
como quedarse dormido en el autobús, que se le hayan caído los libros o que no
les guste la ropa que les han obligado a ponerse.
Algunos serán tímidos, otros tendrán ciertos
intereses especiales. Sus familias y la forma como han sido educados puede ser
muy diversa. Algunas habrán sido muy exigentes mientras que, otras, fueron
exageradamente protectoras. Hay padres que se dan cuenta de que algo está yendo
mal con sus hijos; mientras que, otros, tan sólo lo advierten cuando es demasiado
tarde y los hijos llevaban años sufriendo en silencio.
Las víctimas se verán más o menos
afectadas según sea su capacidad para afrontar las dificultades que surgen, si
son capaces de tolerar la frustración y en función de los recursos que tengan,
ante las actuaciones de los acosadores.
Los
testigos silenciosos son aquellos niños
que ven las agresiones pero que no actúan, por miedo a perder la amistad de los
cabecillas o convertirse en el blanco de sus burlas. Los profesores, los
cuidadores o los padres, prefieren quitar importancia a las conductas abusivas,
calificándolas como cosas de niños o creyendo que es algo puntual y que ya
pasarán con el transcurso del tiempo.
Lamentablemente, al no actuar para
evitar la violencia, se vuelven cómplices de lo que sucede.
Correcto, el acoso escolar es algo que deja una huella tatuada en el cerebro. Las víctimas están impotentes y los acosadores no son conscientes del dolor que produce el constante asedio. Comproometámonos a intervenir en estos avisos.
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