miércoles, 17 de mayo de 2017

¡Nadie puede recorrer el camino por nosotros!



Antes de dar por terminado mi anterior artículo, ¡Olvídate de los monstruos del pasado! ¡Es una orden!, aún me quedaban algunos apuntes que me parecían suficientemente interesantes. Sin embargo, para no alargar en exceso el mencionado texto, decidí que me valdría de aquellas reflexiones para que formaran parte de un nuevo escrito que, en mi opinión, tiene mucho que ver con el anteriormente mencionado; ¡por no decir que es una mera continuidad del mismo!

Quisiera seguir refiriéndome a quienes, con la mayor tranquilidad del mundo, exigen gratuitamente de su interlocutor dejar atrás el problema que le afecta, el cual, ha sido sometido a su conocimiento en busca de apoyo. Pretensión a la que llegan, sin tener en cuenta que la situación aún esté pendiente de resolución, que escape a la comprensión de quien la está viviendo o que no haya terminado de extraer las valiosas enseñanzas de aquello que todavía ocupa su mente y su corazón. Consideran, sin más, llegada la hora de tener resueltos ciertos problemas de la vida. Cuestiones que uno se planteaba siendo joven, deberían quedar resueltas y estar bien claras, a ciertas edades. Las inquietudes que lleva cargando desde hace años, ya tendría que haberlas dejado atrás. Que no es bueno seguir hablando de algo que pudo haberle afectado en el pasado.

Pareciera que no escucharan ni comprendieran lo que la otra persona les está intentando comunicar. Que se cierran a todo lo que en ese momento pueda venir de ella. Ni tan siquiera cambiarán de parecer cuando intente explicarles que, a pesar de haber sido temas muy dolorosos, en la actualidad, los contempla desde otra perspectiva. Que, gracias a la experiencia y a profundos cambios internos, tiene una nueva manera de afrontar las dificultades, sustancialmente diferente a como lo hacía en el pasado.

En algunas ocasiones, pueden haberse sentido molestos ante algunos mensajes o comentarios recibidos de otras personas o por el rumbo que, en un momento determinado, haya tomado una conversación. Porque, no eran simples receptores de una opinión, sino destinatarios de una imposición que no había tenido en cuenta nada de aquello que ustedes habían intentado expresar.

El mayor problema no reside en lo que ellos puedan manifestar, sino en el hecho de que intenten convencerle de las bondades de su forma de proceder ante determinados temas o situaciones. Que pretendan mostrar que ellos llevan la razón con lo que proponen, aunque más bien procedería decir que imponen. Que los demás deben hacer las cosas como ellos dicen, por ser de estricto sentido común…

El efecto que produce en el interlocutor esa forma de actuar es sentir que le han ignorado olímpicamente, que no les ha interesado escuchar lo que él quiso expresar, que ha sido decepcionante comprobar que no ha existido una verdadera comunicación. Que no han procurado comprender cómo se encuentra, que no han intentado ver el problema o la situación desde un punto de vista diferente. En definitiva, que no han mostrado empatía, para ponerse en el lugar del otro.

Pudiera ser que, tratando de hacer entender cuál es su situación, mencione algo que le dijera otra persona. Al momento, caerá en la cuenta de que ha sido un craso error. Porque, le habrá proporcionado, a sus interlocutores, la excusa perfecta para poder seguir insistiendo en su planteamiento. El hecho de saber que alguien piensa de forma similar a la suya, es como si les llenase de fuerza y de autoridad moral. Casi automáticamente, procederán a enviarle un mensaje parecido a este: ¿Ves cómo tenemos razón? ¡Nosotros sabemos qué es lo que te conviene hacer! ¡Tú no!

Todo ello, ocurre ante la total sorpresa de quien tan sólo deseaba que le comprendieran, que se pusieran en su lugar, que entendieran que cada uno es diferente, que tiene su propia forma de superar los problemas y de intentar aprender.

Consideraba que tenía libertad para hablar sobre diversos temas, que existía la suficiente confianza como para poder hacerlo. No obstante, es posible que, a partir de experiencias como esa, aprenda a detectar cuáles son los temas que convendrá obviar en las conversaciones que mantenga con determinadas personas.

Pudiera muy bien suceder que se sienta como una criatura que haya sido regañada por su madre, por su padre o por un profesor. Que otros se conviertan en jueces de lo que debería pensar, sentir, hacer o comprender. Que no permitan que ella sea quien decida, que sea la dueña de su vida y de todo aquello que le incumba. Que repitan, una vez más, los mensajes que, tantas veces, le habrán enviado desde su infancia: “Yo sé lo que es bueno para ti”, “Debes confiar en mí, yo sé por qué te lo digo”, “Yo hago las cosas de otra manera y a mí me ha ido bien”, “Yo sé lo que te conviene”…

¿Qué ocurrirá de ahí en adelante? Posiblemente sienta coartada su voluntad de hablar y exponer sus problemas. De ser así, su diálogo con los demás se irá limitando y condicionará su relación con otras personas, por haberse impuesto una autocensura que implica dejar aparcados aquellos temas que él habrá calificado de tabúes. Lo cual, acarreará perniciosas consecuencias.

Es como si las personas no se dieran cuenta de que cada uno es diferente y de que cada quien debe aprender a vivir su propia vida, con sus aciertos y sus errores, con sus buenos momentos y con aquellos que puedan ser más difíciles o dolorosos. Al final, uno es quien libra sus propias batallas, el que se enfrenta cada día a sus pensamientos, sus sentimientos, sus creencias, sus miedos y sus anhelos. ¡Nadie puede recorrer el camino por nosotros!

Hay algo que se desprende de lo escrito hasta aquí. Las personas no están obligadas a conocer los problemas de los demás, sus penas, sus sentimientos más íntimos o sus dudas más profundas. Nadie puede obligarles a escuchar o a leer algo que no les interese. Están en su derecho de no querer que se toquen algunos temas. Incluso, podría entenderse que dejaran de hablar con alguien, si les molesta su forma de ser o de actuar. Se puede comprender todo eso. Pero, ¡no es razonable que pretendan imponer su forma de pensar, a otros!

  
Nota:

Lo aquí expresado, me hace pensar en nuestro trabajo como terapeutas. Es difícil imaginarse que uno, como psicólogo o psicóloga, pudiera molestarse con quienes vienen a la Consulta, por no haber podido pasar página de algunas cuestiones que para ellos han sido especialmente difíciles. Nuestra labor es escucharles, acompañarles y ayudarles a profundizar en aquellas situaciones que les puedan estar afectando. Aunque uno vea el camino que convendría seguir, no puede obligar a nadie a que lo siga y, menos, pretender que lo haga cuando todavía no ve clara su situación; porque, su estado de ánimo no le permite encontrar sus propias respuestas, por el momento.



Imagen de 123RF: 36384859-una-ilustracion-vectorial-de-escena-de-la-ciudad




4 comentarios:

  1. Algunas veces sólo queremos ser escuchados,parece increíble pero al hablar sobre nuestros problemas, nos escuchamos mejor y muchas veces, la solución.

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    1. Cierto, Gonza. A veces, sólo necesitamos alguien que nos escuche, tener con quien expresar lo que sentimos. Notrmalmente, somos snosotros los que debemos encontrar la respuesta para nuestras dificultades o para nuestras dudas. El hablar de ello nos lleva a descubrir lo que no veíamos. Algunas palabras de la otra persona nos pueden dar la clave que necesitamos, aunque no deben ser en forma de sugerencias que parezcan órdenes. Las respuestas de una persona muy pocas veces pueden servir a otras.

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  2. Me ha encantado está continuación del anterior artículo relacionado. Me siento muy identificada con él y me reconforta ver que no soy la única. ¡Muy buen artículo!

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    1. No, Paloma, no eres la única. Son situaciones que pasan a menudo. Lo que es bueno tener en cuenta es que cada uno es el que debe recorrer su propio camino, el que debe aprender a manejar sus pensamientos para que no le afecten tanto, conocer lo que siente, sus creencias, sus miedos y sus sueños.

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