Antes
de dar por terminado mi anterior artículo, ¡Olvídate
de los monstruos del pasado! ¡Es una orden!, aún me quedaban algunos
apuntes que me parecían suficientemente interesantes. Sin embargo, para no
alargar en exceso el mencionado texto, decidí que me valdría de aquellas
reflexiones para que formaran parte de un nuevo escrito que, en mi opinión, tiene
mucho que ver con el anteriormente mencionado; ¡por no decir que es una mera
continuidad del mismo!
Quisiera seguir refiriéndome a quienes, con la mayor tranquilidad del mundo, exigen gratuitamente
de su interlocutor dejar atrás el problema que le afecta, el cual, ha sido
sometido a su conocimiento en busca de apoyo. Pretensión a la que llegan, sin
tener en cuenta que la situación aún esté pendiente de resolución, que escape a
la comprensión de quien la está viviendo o que no haya terminado de extraer las
valiosas enseñanzas de aquello que todavía ocupa su mente y su corazón. Consideran,
sin más, llegada la hora de tener resueltos ciertos problemas de la vida. Cuestiones
que uno se planteaba siendo joven, deberían quedar resueltas y estar bien claras,
a ciertas edades. Las inquietudes que lleva cargando desde hace años, ya
tendría que haberlas dejado atrás. Que no es bueno seguir hablando de algo que
pudo haberle afectado en el pasado.
Pareciera
que no escucharan ni comprendieran lo que la otra persona les está intentando
comunicar. Que se cierran a todo lo que en ese momento pueda venir de ella. Ni
tan siquiera cambiarán de parecer cuando intente explicarles que, a pesar de
haber sido temas muy dolorosos, en la actualidad, los contempla desde otra
perspectiva. Que, gracias a la experiencia y a profundos cambios internos,
tiene una nueva manera de afrontar las dificultades, sustancialmente diferente
a como lo hacía en el pasado.
En
algunas ocasiones, pueden haberse sentido molestos ante algunos mensajes o
comentarios recibidos de otras personas o por el rumbo que, en un momento
determinado, haya tomado una conversación. Porque, no eran simples receptores
de una opinión, sino destinatarios de una imposición que no había tenido en
cuenta nada de aquello que ustedes habían intentado expresar.
El
mayor problema no reside en lo que ellos puedan manifestar, sino en el hecho de
que intenten convencerle de las bondades de su forma de proceder ante
determinados temas o situaciones. Que pretendan mostrar que ellos llevan la
razón con lo que proponen, aunque más bien procedería decir que imponen. Que
los demás deben hacer las cosas como ellos dicen, por ser de estricto sentido
común…
El
efecto que produce en el interlocutor esa forma de actuar es sentir que le han
ignorado olímpicamente, que no les ha interesado escuchar lo que él quiso
expresar, que ha sido decepcionante comprobar que no ha existido una verdadera
comunicación. Que no han procurado comprender cómo se encuentra, que no han intentado
ver el problema o la situación desde un punto de vista diferente. En
definitiva, que no han mostrado empatía, para ponerse en el lugar del otro.
Pudiera
ser que, tratando de hacer entender cuál es su situación, mencione algo que le
dijera otra persona. Al momento, caerá en la cuenta de que ha sido un craso error.
Porque, le habrá proporcionado, a sus interlocutores, la excusa perfecta para
poder seguir insistiendo en su planteamiento. El hecho de saber que alguien
piensa de forma similar a la suya, es como si les llenase de fuerza y de
autoridad moral. Casi automáticamente, procederán a enviarle un mensaje parecido
a este: ¿Ves cómo tenemos razón? ¡Nosotros sabemos qué es lo que te conviene
hacer! ¡Tú no!
Todo ello,
ocurre ante la total sorpresa de quien tan sólo deseaba que le comprendieran,
que se pusieran en su lugar, que entendieran que cada uno es diferente, que
tiene su propia forma de superar los problemas y de intentar aprender.
Consideraba
que tenía libertad para hablar sobre diversos temas, que existía la suficiente
confianza como para poder hacerlo. No obstante, es posible que, a partir de
experiencias como esa, aprenda a detectar cuáles son los temas que convendrá obviar
en las conversaciones que mantenga con determinadas personas.
Pudiera
muy bien suceder que se sienta como una criatura que haya sido regañada por su
madre, por su padre o por un profesor. Que otros se conviertan en jueces de lo
que debería pensar, sentir, hacer o comprender. Que no permitan que ella sea
quien decida, que sea la dueña de su vida y de todo aquello que le incumba. Que
repitan, una vez más, los mensajes que, tantas veces, le habrán enviado desde
su infancia: “Yo sé lo que es bueno para ti”, “Debes confiar en mí, yo sé por
qué te lo digo”, “Yo hago las cosas de otra manera y a mí me ha ido bien”, “Yo
sé lo que te conviene”…
¿Qué
ocurrirá de ahí en adelante? Posiblemente sienta coartada su voluntad de hablar
y exponer sus problemas. De ser así, su diálogo con los demás se irá limitando
y condicionará su relación con otras personas, por haberse impuesto una
autocensura que implica dejar aparcados aquellos temas que él habrá calificado
de tabúes. Lo cual, acarreará perniciosas consecuencias.
Es
como si las personas no se dieran cuenta de que cada uno es diferente y de que
cada quien debe aprender a vivir su propia vida, con sus aciertos y sus
errores, con sus buenos momentos y con aquellos que puedan ser más difíciles o
dolorosos. Al final, uno es quien libra sus propias batallas, el que se enfrenta
cada día a sus pensamientos, sus sentimientos, sus creencias, sus miedos y sus
anhelos. ¡Nadie puede recorrer el camino
por nosotros!
Hay
algo que se desprende de lo escrito hasta aquí. Las personas no están obligadas
a conocer los problemas de los demás, sus penas, sus sentimientos más íntimos o
sus dudas más profundas. Nadie puede obligarles a escuchar o a leer algo que no
les interese. Están en su derecho de no querer que se toquen algunos temas.
Incluso, podría entenderse que dejaran de hablar con alguien, si les molesta su
forma de ser o de actuar. Se puede comprender todo eso. Pero, ¡no es razonable que
pretendan imponer su forma de pensar, a otros!
Nota:
Lo
aquí expresado, me hace pensar en nuestro trabajo como terapeutas. Es difícil
imaginarse que uno, como psicólogo o psicóloga, pudiera molestarse con quienes
vienen a la Consulta, por no haber podido pasar página de algunas cuestiones
que para ellos han sido especialmente difíciles. Nuestra labor es escucharles,
acompañarles y ayudarles a profundizar en aquellas situaciones que les puedan
estar afectando. Aunque uno vea el camino que convendría seguir, no puede
obligar a nadie a que lo siga y, menos, pretender que lo haga cuando todavía no
ve clara su situación; porque, su estado de ánimo no le permite encontrar sus
propias respuestas, por el momento.
Algunas veces sólo queremos ser escuchados,parece increíble pero al hablar sobre nuestros problemas, nos escuchamos mejor y muchas veces, la solución.
ResponderEliminarCierto, Gonza. A veces, sólo necesitamos alguien que nos escuche, tener con quien expresar lo que sentimos. Notrmalmente, somos snosotros los que debemos encontrar la respuesta para nuestras dificultades o para nuestras dudas. El hablar de ello nos lleva a descubrir lo que no veíamos. Algunas palabras de la otra persona nos pueden dar la clave que necesitamos, aunque no deben ser en forma de sugerencias que parezcan órdenes. Las respuestas de una persona muy pocas veces pueden servir a otras.
EliminarMe ha encantado está continuación del anterior artículo relacionado. Me siento muy identificada con él y me reconforta ver que no soy la única. ¡Muy buen artículo!
ResponderEliminarNo, Paloma, no eres la única. Son situaciones que pasan a menudo. Lo que es bueno tener en cuenta es que cada uno es el que debe recorrer su propio camino, el que debe aprender a manejar sus pensamientos para que no le afecten tanto, conocer lo que siente, sus creencias, sus miedos y sus sueños.
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