jueves, 21 de febrero de 2019

Un texto… de no se sabe quién





Después de algún tiempo, aprenderás la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma, y aprenderás que amar no significa apoyarse, y que compañía no siempre significa seguridad. Comenzarás a aprender que los besos no son contratos, ni los regalos son promesas...

Aprenderás que con la misma severidad con que juzgas, también serás juzgado y en algún momento condenado.

Aprenderás que no importa en cuántos pedazos tu corazón se partió, el mundo no se detiene para que lo arregles. Aprenderás que es uno mismo quien debe cultivar su propio jardín y decorar su alma, en vez de esperar que alguien le traiga flores.

Comenzarás a aceptar tus derrotas con la cabeza alta y la mirada al frente, con la gracia de una mujer y no con la tristeza de un niño y aprenderás a construir hoy todos tus caminos, porque el terreno de mañana es incierto para los proyectos, y el futuro tiene la costumbre de caer en el vacío.

Después de un tiempo aprenderás que el sol quema si te expones demasiado. Aceptarás incluso que las personas buenas podrían herirte alguna vez y necesitarás perdonarlas.

Aprenderás que hablar puede aliviar los dolores del alma. Descubrirás que lleva años construir confianza y apenas unos segundos destruirla y que tú también podrás hacer cosas de las que te arrepentirás el resto de la vida.

Aprenderás que las nuevas amistades continúan creciendo a pesar de las distancias y que no importa que es lo que tienes, sino a quien tienes en la vida y que los buenos amigos son la familia que nos permitimos elegir.

Aprenderás que no tenemos que cambiar de amigos, si estamos dispuestos a aceptar que los amigos cambian.

Descubrirás que muchas veces tomas a la ligera a las personas que más te importan y por eso siempre debemos decir a esas personas que las amamos porque nunca estaremos seguros de cuándo será la última vez que las veamos.

Aprenderás que las circunstancias y el ambiente que nos rodea tienen influencia sobre nosotros, pero nosotros somos los únicos responsables de lo que hacemos. Comenzarás a aprender que no nos debemos comparar con los demás, salvo cuando queramos imitarlos para mejorar.

Descubrirás qué se lleva mucho tiempo para llegar a ser la persona que quieres ser, y que el tiempo es corto. Aprenderás que no importa a donde llegaste, sino a donde te diriges. Aprenderás que si no controlas tus actos ellos te controlarán y que ser flexible no significa ser débil o no tener personalidad, porque no importa cuán delicada y frágil sea una situación: siempre existen dos lados. Aprenderás que héroes son las personas que hicieron lo que era necesario enfrentando las consecuencias... Aprenderás que la paciencia requiere mucha práctica.

Descubrirás que algunas veces, la persona que esperas que te patee cuando te caes, tal vez sea una de las pocas que te ayuden a levantarte. Madurar tiene más que ver con lo que has aprendido de las experiencias, que con los años vivido

Aprenderás que hay mucho más de tus padres en ti de lo que supones. Aprenderás que nunca se debe decir a un niño que sus sueños son tonterías, porque pocas cosas son tan humillantes y sería una tragedia si lo creyese, porque le estarás quitando la esperanza. Aprenderás que cuando sientes rabia, tienes derecho a tenerla, pero eso no te da el derecho de ser cruel.

Descubrirás que sólo porque alguien no te ama de la forma que quieres, no significa que no te ame con todo lo que puede, porque hay personas que nos aman, pero que no saben cómo demostrarlo... No siempre es suficiente ser perdonado por alguien, algunas veces tendrás que aprender a perdonarte a ti mismo.

Si algo he aprendido en la vida, es que la mentira se pone en contra de quien la inventa.






Imagen encontrada en internet: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYH-5xv4UNoo9_-36iZ7e8dTXW_6dgy6rLcI0iDDwOobF1XVDmyP6hLSXFkcog17kPypBRy16f0jJCsuaSYya2MvGfiaLbB3mRnDerBKzVpeMrw4typwleQ7afrnPrkFqaIXTGJk5wAst4/s1600/paisaje-al-oleo-con-personas-gentes.jpg





sábado, 16 de febrero de 2019

Sobre la toma de decisiones, por parte de los niños




Hace unos días, intercambiamos comentarios sobre distintas publicaciones que aludían al tipo de relación que mantenemos con los niños. Sobre su educación, su autonomía y sobre el respeto que debemos infundirles, hacia la familia, hacia los amigos y hacia las personas, en general. También, del que nosotros les debemos, a los niños, en todo momento.

Como consecuencia de las conversaciones mantenidas, hubo algunos comentarios que llamaron mi atención. Pero, todos ellos, sin excepción, me llevaban a tener que escribir sobre las decisiones de los niños.

Quisiera referirme a un mensaje que escribió Mariángeles: “La educación, y respetar para ser respetado, deberían bastar para que todo avanzara positivamente”. Afirmación con la que estoy de acuerdo, si bien, soy consciente de que puede haber variadas interpretaciones de esa frase. Todo dependerá de cuál sea el concepto que cada uno tenga acerca de la educación y del respeto.

Paloma sugirió que “sería interesante aclarar, en una publicación, el verdadero significado de esos dos términos”. Le comenté que no era tan sencillo, ya que coexisten diferentes criterios acerca de cómo debemos proceder al educar. (Si debemos permitir que los niños vayan creciendo en autonomía y responsabilidad, si hay que estarles diciendo qué es lo que deben hacer, si es conveniente repetirles mil veces lo que sucederá si no lo hacen, si deberemos protegerles de cualquier percance; e, incluso, evitar que tomen decisiones erróneas…) En cuanto al respeto, algunos piensan que los hijos deben acatar lo que dicen los padres, como si lo que ellos dijeran fuera infalible. Mientras que otros, creen que el respeto es mutuo. Que si mostramos respeto, en nuestro trato con el niño o el adolescente, éste aprenderá, a su vez, a respetarnos a nosotros, y a los demás.

Como podrán imaginarse, aclarar esos dos términos podría ser objeto de varios tratados. Debido a la importancia que tienen, en futuros escritos procuraré referirme a los mismos. Por el momento, me interesa dar unas pinceladas sobre un tema tan importante y extenso, como es la toma de decisiones por parte de los niños.

Algunas personas consideran que los niños, desde muy pequeños, merecen ser escuchados, que es conveniente que vayan tomando sus propias decisiones sobre aquellos temas en los que sea pertinente que lo hagan, de acuerdo con su edad. Otros, piensan que si permitimos que los niños tomen sus decisiones éstas no serán las más acertadas. Finalmente, hay quienes están convencidos de que los niños no pueden decidir, que no tienen nada que opinar ante lo que ordenan los adultos, ya que deben limitarse a obedecer. Son distintos puntos de vista.

Mi postura al respecto, es que conviene que los niños vayan aprendiendo a decidir y a solucionar los problemas que se les presenten, con cierta guía y con nuestra colaboración, ayudándoles a reflexionar sobre aquellos aspectos que no han tenido en cuenta, recordándoles ciertas normas y costumbres familiares, ayudándoles a que profundicen en los temas que llamen su atención.

Cuando escuchamos la opinión de los niños y fomentamos que, poco a poco, vayan adquiriendo más autonomía para tomar algunas de las decisiones que les afectan directamente, estamos mostrándoles que les respetamos y valoramos su opinión, aunque no siempre se pueda hacer lo que ellos proponen, por diferentes motivos plenamente justificados.

Hay quienes piensan que el hecho de permitir que los niños y adolescentes tomen sus propias decisiones conduce a la comisión de equivocaciones. Otras personas consideran que las decisiones que adopten puedan ser muy poco convenientes. Ante este planteamiento, se me ocurren diferentes temas a tener en cuenta. Lo primero que viene a mi mente es preguntarnos si las decisiones que toman los adultos por sus hijos, siempre son las más convenientes o acertadas. ¿Nunca se equivocan? ¿Son infalibles? Mi respuesta a esas preguntas es que no; ya que pueden cometer errores, tal como sucede en otros muchos ámbitos de la vida.

Tengo otro interrogante: ¿quién decide lo que es acertado, lo que está equivocado o lo que puede ser inconveniente? ¿Es el punto de vista del padre, o el de la madre, el que debe primar? ¿Será en función de los asuntos que se traten? En tal caso, ¿a quién corresponde tomar la decisión? ¿Y, los niños?  ¿Tienen algo que decir, al respecto?

Habrá un gran campo de actuación para que niños y adolescentes vayan entrenándose en decirnos lo que piensan de algo, lo que ellos harían o les gustaría hacer. Que nos señalen aspectos que ellos ven y en los que nosotros no habíamos reparado. También, hay muchas decisiones que ellos pueden tomar, por sí mismos, o con nuestra colaboración y guía.

En ocasiones, querrán decidir sobre asuntos que a ellos no les corresponde resolver. Yo no veo mal que tengan esta inquietud, pero no podemos dejar en sus manos  decisiones que son responsabilidad de sus progenitores o educadores. Aprenderán que hay ámbitos en los que pueden tener mayor autonomía para escoger; mientras que, en otros asuntos, tan solo podrán sugerir, opinar, preguntar y protestar. Todo lo cual, tendremos que tener en cuenta, a la hora de tomar una decisión.

No puedo estar de acuerdo en que, debido a su corta edad y poca experiencia, los niños tomen decisiones que no son convenientes para ellos. Como la de querer soltarse de nuestra mano, al cruzar una calle o en medio de una multitud, saltar desde una gran altura o montarse en una atracción no apta para menores. Querer ver una película no apta para ellos, sin nuestra supervisión y comentarios pertinentes. Jugar a videojuegos violentos o tener cuentas en las redes sociales, cuando todavía no están preparados para ello. Habrá otras decisiones que pueden hacer daño a otros, por lo que habría que someterlas a nuestro control o impedirlas: Jugar con objetos o en lugares peligrosos, pelearse con alguno de sus hermanos o compañeros, molestar o, peor aún, maltratar a los animales domésticos, así hasta un ilimitado número de acciones indebidas.

Contrariamente a lo expuesto en el párrafo anterior, soy partidaria de no limitar indiscriminadamente la toma de decisiones, por parte de los niños, con la excusa de que podrían equivocarse. Todos cometemos errores. Porque, al tomar un camino, no sabemos con absoluta certeza si conseguiremos lo que deseamos o si llegaremos a donde nos habíamos propuesto. Es el riesgo que debemos asumir, ya que es inevitable que salgan mal varias de las decisiones que tomemos. Ello, a pesar de haber tenido en nuestras manos la mayor información posible.

Lo que pretendo poner de relieve es la conveniencia de que los niños se vayan entrenando en la toma de decisiones y en la solución de problemas, desde que son pequeños. Donde proceda, con la tutela de sus padres y educadores. De no ser así, ¿cómo aprenderían a tener la suficiente autonomía y ser dueños de sí mismos, cuando sean adultos?




Imagen encontrada en internet:






viernes, 1 de febrero de 2019

Una historia escrita por Elizabeth Silance Ballard: “Me enseñaste a ser maestra”






Cada vez que daba inicio el año escolar, la señora Thompson, maestra del pueblecito de Saint Gabriel (Louisiana) a orillas del Mississippi, se presentaba ante sus alumnos de quinto grado para darles la bienvenida. Aprovechaba la oportunidad para hacer un pequeño discurso, en el que tenía por norma repetir que ella trataba a todos por igual, que no tenía preferencias ni, tampoco, maltrataba ni despreciaba a nadie.

Sin embargo, lo anteriormente expuesto no iba a ser posible. Porque, enfrente de ella, en la primera fila, un niño de once años, llamado Teddy Stoddard,  se hallaba sentado displicentemente, con las piernas espatarradas, sus posaderas apoyadas sobre el vértice del asiento, su espalda y su cabeza llamativamente hundidas contra el duro respaldo de madera. Desde el curso anterior, la señora Thomson había estado observando a Teddy y había advertido que no jugaba con sus compañeros, que su ropa estaba muy descuidada y que mantener la higiene corporal no era una de las principales virtudes de su alumno.

Con el paso del tiempo, la relación de la señora Thompson con Teddy fue, cada vez, más desagradable. Hasta tal punto, que no le temblaba el pulso, a la hora de marcar los trabajos del niño con grandes tachones rojos, en forma de X, y de colocar un muy llamativo cero, en la parte superior derecha de la página, de su cuaderno de tareas.

En la escuela donde la señora Thompson enseñaba, cada profesor debía conocer el historial personal y académico de sus alumnos. Pero, ella había dejado el expediente de Teddy para el final, pues, a decir verdad, el comportamiento y la actitud de este niño en la clase, hacían que el trato con él fuera especialmente difícil.

Cuando, finalmente, revisó el expediente del alumno en cuestión, la profesora se llevó una gran sorpresa: su colega del primer curso había escrito: “Teddy es un niño muy brillante, con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales… es un placer tenerlo cerca”.

La maestra de segundo, había añadido: “Teddy es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se nota preocupado porque su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil”.

El profesor de tercero había escrito: “Su madre ha muerto, ha sido muy duro para él. El niño trata de hacer esfuerzos, pero no recibe ningún apoyo de su padre. Me temo que el ambiente de su casa le afectará seriamente, si no se toman medidas”.

Mientras que la profesora de cuarto había denunciado: “Teddy se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene amigos y, en ocasiones, se duerme en clase”.

Ahora, la señora Thompson se había dado cuenta del problema de Teddy y estaba muy avergonzada. Se sintió todavía peor cuando, con motivo de la Navidad, sus alumnos le llevaron regalos envueltos con preciosos lazos y papeles brillantes. Todos, excepto Teddy; su regalo estaba dentro de una bolsa de papel del supermercado.

La señora Thompson fue abriendo lentamente los regalos de los niños, ante la expectación y el aplauso de todos. Llegó el momento de abrir el regalo de Teddy. A la señora Thompson le daba pánico abrir ese regalo delante de los otros niños, allí presentes. Pero, ante la curiosidad de estos últimos, no le quedó más remedio que hacerlo. Al sacarlo de la bolsa, la gran mayoría de los niños se echó a reír, al ver que el regalo estaba muy mal envuelto, en un papel de periódico arrugado. La profesora abrió el paquete y todos vieron que contenía un viejo brazalete al que le faltaban algunas piedras y un frasco de perfume, medio lleno. Ella intentó detener las burlas de los niños y exclamó: “¡Que brazalete tan bonito!”. Al ponérselo, se echó unas gotas de perfume en cada una de las muñecas. 

Acabadas las clases de ese día, Teddy esperó que todos sus compañeros salieran del aula, para decirle a la maestra:

-¡Señora Thompson! ¡Hoy, usted, huele como solía oler mi mamá!

Al quedarse sola, la profesora estuvo llorando un largo rato. A continuación, decidió que enseñaría a sus alumnos bastante más que lectura, escritura y aritmética. En adelante, se tomaría más en serio la educación de Teddy, al igual que la de todos esos niños, que, año tras año, estaban bajo su cuidado.

Cuando se reincorporaron a clase, después de las vacaciones navideñas, la señora Thompson llegó con el brazalete de la mamá de Teddy y con unas gotas de perfume. La sonrisa del niño fue toda una declaración de agradecimiento.

La atención y el afecto que dedicó a Teddy, iba dando sus frutos. A medida que trabajaba con él, la mente del niño parecía volver a la vida; mientras más lo motivaba, mejor respondía. Poco a poco, fue volviendo a ser aquel niño aplicado y trabajador de sus primeros años de escuela.

A pesar de haber dicho que ella no tenía preferencias y que trataba a todos por igual, la señora Thompson mostraba un gran aprecio por Teddy. Un año después, encontró una nota debajo de su puerta. Era de Teddy, diciéndole que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Pasaron años, antes de que recibiera otra nota de Teddy. En ella, le contaba que había terminado High School, siendo el tercero de su clase. Y, que ella, seguía siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.

Cuatro años después, la señora Thompson recibió otra carta, donde Teddy le decía que, aunque las cosas habían sido duras, pronto se graduaría de la universidad con los máximos honores. Y le aseguró que ella era aún la mejor maestra que había tenido en su vida.

Bastantes años después, le escribió otra carta en la que le anunciaba que había acabado la carrera de medicina y que seguía siendo su maestra favorita. Ahora, su nombre era más largo: la carta estaba firmada por el doctor James F. Stoddard, M.D.

El tiempo siguió su marcha. En una carta posterior, Teddy le decía a la señora Thompson que estaba a punto de casarse con una chica que había conocido en la universidad. Le explicó que su padre había muerto hacía dos años y se preguntaba si ella accedería a sentarse en el lugar que normalmente está reservado para la mamá del novio. Por supuesto, ella aceptó. Para el día de la boda, usó aquel viejo brazalete con varias piedras faltantes y se aseguró de comprar el mismo perfume que Teddy le había regalado en una Navidad de hacía muchos años, el cual, a Teddy, le recordaba a su mamá. Se dieron un gran abrazo y el doctor Stoddard le susurró al oído:

—Gracias, señora Thompson, por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo podía superar los obstáculos y marcar la diferencia.

La señora Thompson respiró profundamente y, con lágrimas en los ojos, le dijo:

—Teddy, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó que yo podía marcar la diferencia. Tú me salvaste y me diste la lección más importante de la vida. La que ningún profesor había sido capaz de darme, a lo largo de mis estudios universitarios. Me enseñaste a ser maestra.





Nota:


Esta historia tiene diferentes versiones, con algunas variaciones entre ellas. Se la puede encontrar como “La señora Thompson”, “El perfume de la maestra” (refiriéndose a ellos como doña Tomasa y Pedrito), “La mejor maestra”… Existen distintos nombres para la maestra y para su alumno, aunque en esencia es la misma historia. Normalmente, en español, aparece como de autor desconocido.

La historia original fue escrita en inglés por Elizabeth Silance Ballard, autora de Three Letters from Teddy and Other Stories. Parece no ser una historia basada en hechos reales, sino, que fue escrita como una forma de inspirar a los maestros y a los educadores, en general. En inglés, también se encuentra con diferentes nombres: 

“A Teacher Makes a Difference: The Teddy Stallard Story”, “The Teacher”, "She Said She Loved Us All the Same", "A Quick Story", "Teddy and His Favorite Teacher", "Making a Difference" and "Three Letters from Teddy".






Imagen encontrada en internet: