A veces, acontecimientos totalmente ajenos a nuestra
voluntad, se cruzan en nuestro camino y nos afectan de manera muy especial.
Algunos de ellos, resultan ser agradables y son bien recibidos. Otros, son tan
graves, que nos hacen estremecer y nos resistimos a aceptarlos.
En ocasiones, decimos que hemos sido afortunados, que
hemos tenido suerte. Otras veces, que hemos sufrido un revés del destino y, en
nuestro desánimo, creemos que estamos gafados.
Es difícil negar que, a lo largo de nuestra vida,
puedan ocurrir algunos hechos fortuitos,
difícilmente explicables por los acontecimientos que les precedieron.
Sin embargo, no todo lo que nos sucede es tan
aleatorio como pareciera a primera vista. Lo que ocurre es que no lo vemos
venir, por estar ocupados, distraídos o desprevenidos. Luego, pensando sobre el
tema, identificamos diferentes señales que se nos habían presentado con
anterioridad, las cuales, nos alertaban sobre la existencia de algún problema,
advirtiéndonos, al propio tiempo, que era preciso tomar una decisión
importante. Ocurre, cuando no somos capaces de darnos cuenta de que nuestros
negocios van por mal camino, o ante las incipientes dificultades de relación
que, al no ser detectadas a tiempo, conducirán a la ruptura en la pareja.
Otros acontecimientos sí parecen tener mucho de
fortuito. Aparecen ante nosotros, de repente y sorprendentemente. Intentando
hallar una explicación, analizamos cada uno de ellos con detenimiento y
aventuramos la posibilidad de que, guiados por el destino, hubiésemos dado una
serie de pasos que nos condujeran a su encuentro.
En cambio, hay quienes mantienen la teoría de que las
personas y las oportunidades aparecen en nuestra vida, tan solo, cuando estamos
preparados para apreciarlas y aceptarlas.
A veces, concurren las más rocambolescas
circunstancias para que dos personas lleguen a conocerse. Lo que ocurra a
partir de ese momento, dependerá de ellos dos. Influirá la forma de ser de cada
uno, cómo se relacionan, el tipo de comunicación que hay entre ellos y el
respeto al otro, a sus gustos, a sus planes de vida… El presente y el futuro de
una relación, dependerá de lo anteriormente expuesto. Igualmente, de la
capacidad de diálogo que tengan, de las decisiones que tomen, por la facilidad
de adaptación entre ellos y de solucionar los problemas que puedan ir surgiendo.
También, por su habilidad para afrontar los inconvenientes y los éxitos.
Una relación de pareja, una amistad, el comportamiento
de los hijos, una oportunidad de trabajo o un negocio no son fruto del azar,
aunque este intervenga de vez en cuando.
Para terminar, quiero agregar dos comentarios que me
encontré, en diferentes publicaciones:
- “¡Qué suerte! ¡Qué hijos tan educados tienes!” -le
dicen, a una madre. A lo que ella responde: “¡Pues, no! ¡No es suerte! Es amor,
respeto y dedicación.”
“¿Existe
la suerte? ¿O, las cosas nos llegan porque nos las trabajamos y merecemos?
¿Alguien está donde está si no quiere de verdad estarlo? ¿Es la buena o la mala
suerte la que nos hace estar como estamos? ¿O, siempre hay una puerta de
salida? Yo creo que, nos quejemos, o no, de nuestra situación, nunca se debe a
la suerte. Con esto, lo que quiero decir es que vuestra relación seguramente no
es fruto de la suerte sino de vuestro trabajo, vuestras decisiones, vuestra
valentía, que os hace ser especiales y atraeros. Es la actitud ante la vida la
que nos lleva donde estamos. Vosotros, os lo habéis currado.”
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