¿Acaso existe un hecho tan trascendental como el
momento mágico de dar entrada en nuestras vidas al hijo que acaba de nacer,
después de nueve meses de ilusionada espera y un doloroso parto? ¿Y, de aquel
que, con igual desvelo e impaciencia, hemos recibido en adopción, una vez
culminado un proceso administrativo que llegó a parecernos interminable? Aunque
no seamos conscientes de ello, tengamos la seguridad de que no existe un don
tan gratificante.
A pesar de que, por mucho que lo hubiésemos
sospechado, nos sorprenda que haya llegado la hora de introducir cambios en
nuestra forma de vivir, en la distribución del tiempo y en nuestra forma de
pensar. Que tengamos que afrontar los días, con la entrega de renovadas fuerzas
para sacar adelante a nuestro hijo. Que, como progenitores, debamos aceptar una
nueva razón de ser para el resto de nuestras vidas. Y, de manera muy especial,
que tengamos que aprender a desempeñar nuestras muchas responsabilidades.
Un hijo, debería llegar con un manual de
instrucciones, bajo el brazo. Porque, por mucho que hayamos oído hablar sobre
cómo debe ser la educación de un hijo, se nos negó la más mínima formación a lo
largo de los años que estudiamos en la escuela. Tampoco la tuvieron, quienes
accedieron a la Universidad y cursaron estudios superiores. ¡Sorprendente, la
sociedad en la que vivimos¡ ¡Cada vez, nos pide un mayor grado de conocimiento
para el ejercicio de los distintos trabajos profesionales! ¡En cambio, no exige
requisito alguno para desempeñar la gran responsabilidad inherente al hecho de
ser padres!
Será que, por muy seres humanos que seamos, la sabia
naturaleza querrá que aprendamos de los animales irracionales que conviven en
nuestro planeta. Ellos, no tienen la posibilidad de ir a ninguna escuela. Sin
embargo, asumen el papel de padres, con ejemplar dedicación y responsabilidad. No
importa la pareja que se tome como ejemplo, veremos cómo el macho protege a la
hembra, durante todo el tiempo que dura el embarazo y hasta la llegada de los
retoños. Defendiendo las madrigueras instaladas entre sabanas, herbazales y
juncales, las cuales, cambian periódicamente de lugar, en evitación de que los
olores atraigan a los temidos depredadores. En el caso de las aves, colaborando
en la laboriosa tarea de la construcción del nido, empollando pacientemente los
huevos y saliendo en defensa de los enemigos que puedan estar al acecho.
Los machos participan en la dura obligación diaria de
la provisión de alimentos y, más tarde, en la educación de cachorros y
polluelos, respectivamente. Es entonces, cuando se trata de enseñar a los hijos
la manera cómo han de aprender a caminar y a volar. Y, sobre todo, de aquello
que deben hacer para cuando haya llegado el día
de dejar el hogar familiar y proyectar su propia vida.
En mi opinión, algo muy parecido sucede con los seres
humanos. Pero, llegados a este punto, quisiera poner un especial énfasis en la
importancia que, el ejemplo de los padres, tendrá en los hijos. Porque, toda
cuanta educación reciben los animales irracionales, la obtienen en base al ejemplo
de sus progenitores. ¡Pues, estos, no tienen la facultad del raciocinio ni del
habla!
Una vez que los cachorros han abandonado la madriguera
y el nido los polluelos, el tiempo hará que ningún tipo de reconocimiento tenga
lugar entre ellos y sus progenitores. El Creador quiso que no ocurriera lo mismo,
en el caso de los hombres. Antes, al
contrario, que los hijos puedan disfrutar del amor de sus padres, mientras
estos vivan. Pero, como dice el gran poeta libanés Khalil Gibrán:
“Vuestros hijos no son vuestros hijos.
Son los hijos y las hijas del anhelo de la Vida,
ansiosa por perpetuarse.
Por medio de vosotros se conciben, más no de vosotros.
Y, aunque estén a vuestro lado, no os pertenecen.
Podéis darles vuestro amor, no vuestros pensamientos,
porque ellos tienen sus propios pensamientos.”
En mi opinión, estos versos son una severa advertencia
para los padres que quieran interferirse en la vida de sus hijos. Es preciso
que entiendan que deben respetar la libertad de quienes fueron sus retoños. De
nada deben preocuparse, pues ellos ya hicieron entrega de su ejemplo y de su
amor a sus hijos.
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