lunes, 23 de diciembre de 2019

Cuatro líneas pensando en estas fiestas navideñas


  

Como todos los años, Navidad, Año Nuevo y Reyes llaman a las puertas de nuestras casas para recordarnos que debemos prepararnos para celebrar unas fiestas entrañables.

Es entonces, cuando no puedo evitar recordar los tiempos de mi infancia. Y, también, siento la necesidad de enviar a mis familiares, amigos y pacientes mis mejores deseos de felicidad. Así como, dirigir unas palabras de aliento a quienes sé que este largo período navideño revolverá los sentimientos que estaban encerrados, a cal y canto, en lo más profundo de sus corazones.

Hace muy pocos días, he sido conocedora de dos noticias relacionadas con Finlandia, que me han parecido particularmente relevantes, las cuales, he querido dejar reflejadas en el presente escrito: por segunda vez consecutiva, este país nórdico ha sido elegido como el más feliz del mundo y la Suomen Eduskunta -su Parlamento- acaba de investir a Sanna Marin como Primera Ministra. ¡Tiene 34 años de edad y se convierte en la Primera Ministra más joven del mundo!

Nunca, he estado en Finlandia y no tengo la más remota idea de cuáles han sido los requisitos que ha cumplido para ser merecedora del título de “país más feliz del mundo”. Sin embargo, me consta que Sanna Marin es la lideresa del Partido Social Demócrata y que dirige una coalición de partidos políticos liderados por mujeres, cuatro de ellas, de menos de 35 años.

Cuando era una niña, la madre de Sanna se divorció para huir de los graves problemas que el alcoholismo de su marido causaba a diario en el ámbito profesional y familiar. Y, más tarde, sus sentimientos la llevaron a formar pareja con otra mujer. Lo cual, sucedió décadas antes de que la Ley finlandesa reconociera el matrimonio entre personas del mismo sexo.

A pesar de la falta de recursos económicos, Sanna Marin cursó su carrera universitaria con brillantes calificaciones, teniendo que compartir los estudios con el trabajo, poniendo constantemente a prueba su admirable fuerza de voluntad y capacidad de sacrificio.

En una entrevista que le hicieron, la joven política venía a decir que, cuando era una niña, se sentía invisible porque no podía hablar abiertamente sobre su familia. La invisibilidad le creó un sentimiento de incompetencia y el silencio anidó en su interior. “No fuimos reconocidos como una verdadera familia, igual que las demás. Pero, no fui intimidada. De pequeña, yo era sincera y terca. Soy de una familia homoparental y eso, sin duda, me ha influido para que la igualdad, la paridad y el respeto a los derechos humanos sean muy importantes. Para mí, todos son iguales. No es una opinión; es lo fundamental” -terminaba diciendo, Sanna Marin.

No me atrevería a poner en tela de juicio las palabras de la Primera Ministra finlandesa. Pero, al llegar estas fechas navideñas, deseo a todos mis amigos que disfruten de estas fiestas con la misma intensidad y alegría que lo hacían cuando eran niños. Porque, entonces, cualquier detalle, por pequeño que fuera, era motivo de alegría y daba la razón a cuantos creíamos en la magia de la Navidad, o en la del día de Reyes. Al tiempo que les pido que tengan un pensamiento y guarden el más estricto respeto para todas aquellas personas que, por distintos motivos, no estarán en condiciones de celebración alguna.

Aun siendo los humanos diferentes en el color de la piel, la raza, el idioma, el sexo, el pensamiento político o religioso, en la riqueza o en la pobreza, y en tantos otros aspectos, tan sólo otorgaremos el debido respeto a nuestro prójimo, cuando hayamos logrado alcanzar el exigible nivel de cultura. Y, por supuesto, nos hayamos preocupado y esforzado por lograr que nuestros hijos nos superen en semejante tarea.

Estoy segura de que los anteriores baremos son utilizados por los jueces que otorgan el título del país más feliz del mundo.

Para todos los amigos y lectores que tienen la amabilidad de seguir mis publicaciones, les pido reciban mis deseos de paz y felicidad.




 
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jueves, 31 de octubre de 2019

A propósito de algunos rasgos de personalidad, de narcisistas y psicópatas



Por causas meramente circunstanciales, he tenido en mis manos, en las últimas semanas, análisis, estudios y comentarios acerca de personas narcisistas y psicópatas.

Algunas de ellas solo muestran ciertos rasgos identificativos. Otras, en cambio, cumplen sobradamente con los criterios que se utilizan para el diagnóstico del Trastorno de Personalidad Narcisista o del Trastorno Antisocial de la Personalidad, que es el nombre clínico de lo que habitualmente conocemos como psicópata.

Llama la atención que, aun cuando se perciban comportamientos peculiares en individuos del propio entorno, hay bastante resistencia a aceptar que puedan interpretarse como señales identificativas de tales trastornos. En cambio, se justifican esas actuaciones como si fueran causadas por el estrés, o se contemplan como unos hechos aislados, de los cuales, no es necesario preocuparse. No reaccionan a tiempo ante palabras y conductas hirientes, humillantes o violentas, las cuales, serían motivo más que suficiente para que saltasen todas las alarmas.

He escogido un escrito, “Psicopatía vs Trastorno De Personalidad Narcisista” de Sara Rico, como punto de partida para mostrarles algunas similitudes y diferencias entre la Psicopatía y el Trastorno de Personalidad Narcisista.

La autora, psicóloga, señala que, por lo que respecta a los parámetros de comportamiento, el Trastorno de Personalidad Narcisista manifiesta similitudes con la psicopatía. Por ello, un narcisista puede no tener un Trastorno Antisocial; pero, sin embargo, puede desenvolverse en el mundo con una actitud psicopática. Esto sucede así porque, en ambos trastornos, se da la imposibilidad de una relación armónica con el complementario, siendo esta más bien parasitaria.

Cosificación y utilización del otro

El complementario (la pareja, amigo o familiar) no es considerado, en ninguno de los dos trastornos, como una persona íntegra, con derechos y necesidades, sino, que es cosificado y visto como un medio para conseguir un fin.

El mero uso de la palabra “complementario”, para referirse a las personas que entran en relación con este tipo de personalidades, ya nos puede dar una idea de hasta qué punto son consideradas como agentes que les proveen de algo que necesitan y no como personas íntegras.

Desconexión afectiva

La desconexión afectiva ocupa un lugar importante en ambos trastornos. Si bien, el psicópata carece de emociones profundas, el narcisista puede fantasear una relación idílica que no llevará a término por estar incapacitado para ello. Con el único propósito de salvaguardar su autoestima, atribuirá los fracasos a la inadecuación o incompetencia del otro.

Ausencia de sentimientos de culpabilidad

Ambos trastornos presentan dificultades para experimentar sentimientos de culpa, duelo o empatía con el sufrimiento que generan. Sin embargo existen algunas diferencias de fondo. Mientras que el psicópata no posee ese repertorio de respuestas, el narcisista está desconectado de esas emociones, como un medio para lograr proteger una autoestima frágil. El narcisista no puede permitirse una visión realmente clara y equitativa, donde la otra persona sea considerada como un igual; tampoco reconoce su parte de responsabilidad en los fracasos.

Ausencia de arrepentimiento

El narcisista, al igual que el psicópata, no manifiesta arrepentimiento verdadero por actos que son éticamente inaceptables, toda vez, que él les otorga una calificación distinta.

El psicópata no siente arrepentimiento. En el caso del narcisista, este proyecta en otros la responsabilidad de sus fracasos, para proteger su imagen inmaculada. Además, como consecuencia de su trastorno, considera que debe ser tratado con privilegios.

No obstante, ambos tipos de personalidad pueden mostrar arrepentimiento simulado. Nunca será un sentimiento real de comprensión lo que los motive, sino la intención de seguir sacando beneficio del complementario, a través de engaños.

La emoción de la ira

En el psicópata y en el narcisista la ira es una emoción a flor de piel. Ambos están limitados en cuanto a sentir emociones de carácter profundo. En cambio, son probables las respuestas o reacciones coléricas como fruto de esta emoción primaria.

Conductas sádicas

En ambos trastornos pueden darse conductas sádicas. El psicópata puede experimentar placer por el simple hecho de infligir dolor al otro.

Es importante destacar que la mayoría de psicópatas bien adaptados no cometen actos delictivos y asesinatos como muestra el cine. No por ello dejan de ser y comportarse dentro de los parámetros de la psicopatía.

Ausencia de empatía

En ambos casos, existe una desconexión empática en cuanto a los sentimientos de la otra persona, en pro de la satisfacción de las necesidades propias.

El psicópata obtiene placer en el hecho de provocar dolor. El narcisista, por su parte, obtiene el placer a través del sometimiento del otro y el ensalzamiento del propio valor.

Relaciones

Es importante destacar que los dos trastornos pueden presentarse tanto en hombres como en mujeres, pero aparecen con mayor frecuencia en varones.

Ambos trastornos se beneficiarían de la idea de semejanza y el sentimiento de empatía que la víctima les otorga. Pero, cuando se da cuenta de que la otra persona actúa de forma distinta, la víctima queda sumida en un estado de confusión. Poco a poco, su autoestima se verá lesionada y se encontrará sin energía.

Se genera una dinámica difícil de interrumpir. Ya sea, por consideración a las virtudes del otro, que cree que compensan el sufrimiento, o, porque piensa que es una persona a la que conseguirá cambiar con amor y ayuda.

Es importante que, en cualquiera de los casos, estemos atentos a las señales. Y, que aprendamos a distinguir aquello que empieza a hacernos sentir mal, desde bien pronto. Así, podremos alejarnos de este tipo de personas que se caracterizan por tener un comportamiento depredador.



Para finalizar, he pensado que les gustaría conocer unas curiosas consideraciones que tienen relación con el tema que aquí hemos estado tratando, que son muy ilustrativas de cómo pueden pensar estos individuos:

Quien lo comparte, afirma que es psicópata y que puede decir que el remordimiento y la empatía brillan por su ausencia en su personalidad. 

En cuanto a la infancia, señala que no fue mala, ni mucho menos. De hecho, afirma que tuvo unos excelentes padres, pero que como personas eran unos verdaderos idiotas carentes de frialdad, siempre cayendo en el mismo error de preocuparse por otra persona y no poniendo primero al núcleo familiar. No se arrepiente de haberlos abandonado y haberlos manipulado desde que tiene memoria. 

Más allá de eso, considera que tiene una vida exitosa, una novia que se cree maravillas de él, sin hijos, porque no quiere cargas; resulta que trabaja como abogado y manifiesta tener gran éxito profesional.

Está seguro que no tiene el patético problema de la baja autoestima. No sabe si es narcisista, aunque es consciente de actúar por y para su propio beneficio.

No puede ver a las personas como personas. Solo ve cosas, con una vida diferente a la suya. Tampoco es que le preocupe, ya que en su trabajo nadie ve mal el ser despiadado. Ahí es cuando le consideran capaz de destruir mentalmente al que se le interponga entre la meta y él.

Todos pensaron que algún día cambiaría. Él dice que sí lo hizo y que, ahora, se sabe camuflar mejor. Agrega que, en una sociedad tan ciega, es muy fácil hacerlo así.

Considera que su “condición” es más bien una ventaja que un problema, si se analiza con un poco más de detalle.

Sus padres eran ejemplares tanto para ser bondadosos como para ser solidarios en exceso. Su vida no es triste ni le da pena. Su vida es el reflejo de lo que merece por lo que trabajó tanto tiempo, sin importar lo que hizo para lograrlo, ni como lo consiguió.

Continúa diciendo que puede que vean a una persona mala, vacía e inmoral. Pero él se considera ser alguien con una mente mecánica.





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Documento de referencia:




miércoles, 18 de septiembre de 2019

Es conveniente tener en cuenta los cambios que ocurren en nuestras relaciones personales





Al igual que en otros artículos, cuando hablo de relaciones, me refiero a los diferentes nexos afectivos que podamos tener con familiares, amistades o parejas. También, al trato que otorgamos a las personas que vamos conociendo. Por lo tanto, quisiera que leyeran mis palabras teniendo en cuenta que son aplicables en contextos diversos.

Los cambios son parte de nuestra vida, aunque parezca que no se hayan producido. Algunos pueden ser casi imperceptibles, ya sea para uno mismo o para los demás. Otros, surgidos tras épocas de crisis, son grandes cambios. Suelen ser bastante evidentes, aunque, siempre habrá personas que no quieran verlos o prefieran ignorarlos.

Es conveniente tener en cuenta esos cambios que ocurren en nosotros y en nuestras relaciones. Para ello, además del autoconocimiento e introspección, debería haber apertura, sinceridad, respeto y la posibilidad de hablar sobre lo que es diferente, o lo que ya no es como era, llegando a acuerdos que sean válidos.

Conocemos a personas que no parecen evolucionar, que se aferran al pasado y a lo que les enseñaron. Pretenden que las cosas se hagan como siempre se hicieron en su familia, en las amistades que eligieron y en el núcleo social en el que quisieron incorporarse. No se dan cuenta que nadan contra corriente. Se empeñan en vivir sobre las bases de principios y modos de actuar inalterables. Pretenden que nadie se salte unas reglas que fueron inventadas en el pasado para solucionar situaciones que los momentos presentes les deparan. Consideran que todos cuantos pertenecen a su ámbito existencial deberían actuar de acuerdo al criterio que ellos tienen de lo que es correcto. Y, por eso, rechazan a quienes siguen pautas de comportamiento diferentes, llegando a cometer el grave error de calificar de impropio, equivocado y desatinado el proceder de los mismos. Y, confieso que me abstengo de reproducir los términos timoratos que ellos utilizan profusamente.

No es acertado decir que esos individuos moderan su actitud con el transcurso del tiempo. Más bien, todo lo contrario. Cada vez, son más rígidos e intolerantes con los demás. Intentan ocultar sus propios miedos: inseguridad, dolor e ira, ante la necesidad de ser tenidos en cuenta. En el fondo, bajo una máscara de perfección y bondad, serán seres asustadizos e inseguros. Cuando no, amargados, rencorosos y llenos de rabia.

Pero, es de justicia señalar que otras personas están en constante desarrollo, a partir del acceso a información que antes desconocían. Así como,  debido a experiencias que las llevan a cambiar algunas de sus viejas creencias por otras que se ajusten más a lo que ellas piensan. Así, poco a poco, vislumbran lo que antes no estaban preparados para comprender. Se van conociendo mejor y descubren qué es lo que contribuye a darles paz y bienestar emocional. Aprenden a confiar en su propio criterio y a cuestionarse si lo que reciben de otros es aceptable y enriquecedor, o si no lo es. Cuidan de ellas mismas y disfrutan con las interacciones sinceras, que les aportan elementos valiosos. Se hacen responsables de aquello que permiten en sus interrelaciones e identifican cuáles son los límites que son infranqueables, que no están dispuestas a permitir que se traspasen. Se valoran de forma más ajustada, teniendo en cuenta sus luces y sus sombras, sus puntos fuertes y aquellos de los que conviene ocuparse. Adquieren una mayor confianza en su capacidad para afrontar las dificultades que se les vayan presentando y para gestionar su vida, mientras van subiendo el listón de lo que valoran en una relación y de lo que no es negociable.

Lo deseable de nuestras relaciones es que sean enriquecedoras. Que podamos sentirnos a gusto, que nos lleven a conocernos mejor, que sean un aliciente para que se cumplan nuestros objetivos personales y los que, de forma conjunta, establezcamos para el futuro.

Quiero terminar con una frase de Lorraine C. Ladish:

La vida es demasiado corta como para desperdiciar tiempo con vínculos que nos vacían o restan energía. Y, demasiado corta, también, como para no estrechar los lazos que merecen la pena.





Bibliografía:

“Más allá del amor”, de Lorraine C. Ladish. Editorial Pirámide.



Imagen encontrada en internet: http://hopesrising.com/?p=2291



lunes, 5 de agosto de 2019

La voz de la experiencia

A lo largo de los años, no recuerdo haberme encontrado con alguien que haya expresado su disconformidad con la experiencia aportada por una persona, en un momento determinado.

Sin pretender profundizar en la materia de la que se trate, los humanos estamos interesados en conocer las experiencias de nuestros semejantes. Gracias a los distintos medios de comunicación, solemos prestar una atención inmerecida a los hechos que acontecen a personajes que, por su profesión o actividad, han obtenido notoriedad en la sociedad. Con menor frecuencia de lo que hubiese sido deseable, nos ha interesado conocer la biografía de hombres y mujeres que hayan alcanzado la celebridad, con el ánimo de aprender de las dificultades que tuvieron que superar.

Nos llaman la atención las experiencias vividas por las personas que nos rodean. De manera especial, las de nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo. En el mundo laboral, es una práctica habitual indagar en los historiales profesionales de los distintos candidatos, antes de tomar una decisión. “La experiencia es un grado” -decimos-. “Es un piloto muy experimentado” -nos interesa escuchar, a la hora de  subirnos en un avión. “Venció, gracias a su gran experiencia” -sentenciamos, ante un determinado triunfo.

Nadie discute la voz de la experiencia.

Muy pocas personas rehuyen una conversación, cuando se les pide que aporten sus propias experiencias.

¿Cuántas veces, el amor que sentimos por nuestros hijos y nuestro deseo de protección hacia ellos, nos ha llevado a hacerles partícipes de muchas de nuestras experiencias? ¿Acaso, nos hemos negado a contar alguno de nuestros más íntimos secretos, a nuestra amiga del alma, estando ella presa del desasosiego?

En infinidad de casos, consideramos que la experiencia es nuestro principal activo. ¿Cuántas veces hemos lamentado tener que soportar la pérdida de un gran profesional, ante una jubilación anticipada?

Y, sin embargo, en eso de la experiencia, ocurre una gran paradoja. ¿Se han dado cuenta de que, muy pocos, son los humanos que hacen uso de la experiencia ajena? Se trata de un valioso patrimonio que la humanidad derrocha, a manos llenas.

¿Algún día, la ciencia hará posible el trasplante de la experiencia de una persona, en otro ser humano?





viernes, 26 de julio de 2019

“Algo sobre el alma”, una poesía de Wislawa Szymborska





Quiero compartir esta poesía que me envió una muy buena amiga, hace unos meses. Ella sabe que la recuerdo y que le hago llegar un entrañable abrazo.


ALGO SOBRE EL ALMA


Alma se tiene a veces.
Nadie la posee sin pausa
y para siempre.

Día tras día,
año tras año
pueden transcurrir sin ella.

A veces sólo en el arrobo
y los miedos de la infancia
anida por más tiempo.
A veces nada más en el asombro
de haber envejecido.

Rara vez nos asiste
en las tareas pesadas,
como mover los muebles,
cargar las maletas
o recorrer caminos con zapatos apretados.

Cuando hay que cortar carne
o llenar solicitudes,
generalmente está de asueto.

De mil conversaciones
toma parte sólo en una,
y no necesariamente,
pues prefiere el silencio.

Cuando el cuerpo nos empieza a doler y doler,
escapa sigilosamente de su hora de consulta.

Es algo quisquillosa:
con disgusto nos ve en la muchedumbre,
le repugna nuestra lucha por supuestas ventajas
y el rumor de los negocios.

La alegría y la tristeza
no son para ella sentimientos distintos.

Sólo cuando se unen
está presente en nosotros.

Podemos contar con ella
cuando no estamos seguros de nada
y tenemos curiosidad por todo.

De los objetos materiales
le gustan los relojes con péndulo
y los espejos que trabajan afanosos
aunque no mire nadie.

No dice de dónde viene
ni cuándo se irá de nuevo,
pero evidentemente espera esa pregunta.

Según parece,
así como ella a nosotros,
nosotros a ella
también le servimos de algo.

Escrito por Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura, 1996




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miércoles, 26 de junio de 2019

No creo que la educación recibida de nuestros padres fuera mejor que la que procuramos dar a nuestros hijos





Soy de las que consideran que las relaciones familiares de antes no eran mejores que las de hoy en día.

Por consiguiente, no puedo estar de acuerdo con quienes afirman que la educación que reciben nuestros niños y adolescentes, en la actualidad, es peor que la recibida por nosotros, de nuestros padres o abuelos. En mi opinión, se trata de una manera distinta de educar, la cual, pretende cumplir con las exigencias impuestas por la  sociedad y adaptarse a la evolución de los tiempos.  

Es natural que algunos padres tiendan a proyectar en sus hijos los mismos patrones educativos que ellos recibieron cuando eran niños. Otros, en cambio, evitarán aplicarlos por no parecerles los más adecuados. Prefieren actuar de una forma diferente a la de sus progenitores, haciendo uso de los nuevos modelos educativos que, lejos de fundamentarse en la autoridad, persiguen inculcar la responsabilidad que supone la libertad de elección.

Aunque no me gusta generalizar, me atrevo a decir que, en cada una de las familias, encontraríamos aciertos y equivocaciones en la manera de educar. Así como, diferentes formas de expresar la afectividad y de corregir a los hijos. Posiblemente, nos resultaría muy difícil estar de acuerdo con todas ellas. Por ello, recomiendo abstenerse de emitir alguna opinión, a menos que los educandos recaben algún tipo de ayuda para llevar adelante su ingente labor.

Pienso que hoy sería prácticamente imposible reproducir modelos de educación de otros tiempos, pues la vida ha cambiado de forma sorprendente. Lo que sí podemos hacer es revisar cuáles eran algunas de las enseñanzas valiosas de entonces, reflexionar acerca de ellas, y comprobar si pueden ser de aplicación en el ámbito de nuestra familia. Yo creo que encontraríamos más de una. En cuyo caso, recomendaría tratar de transmitirlas mediante nuestro ejemplo. Será la demostración patente de su vigencia en la sociedad actual y que tienen vocación de futuro, aunque provengan del pasado.

Hace unos días, me llamó poderosamente la atención un debate televisivo, a raíz de un vídeo que está circulando por las redes sociales. En el mismo, una madre está hablando por el teléfono móvil, mientras que su hija está haciendo lo posible por llamar su atención. Como es fácil imaginar, la conversación que mantenían los tertulianos giraba en torno a la demonización de los teléfonos móviles y a la utilización que de los mismos hacen los padres; la cual, aún en presencia de los hijos, les impide tener la más mínima comunicación con ellos. Los comentaristas eran ajenos a cualquier tipo de variable o problema. No se planteaban si esa madre había estado horas jugando, hablando y contándole cuentos a su hija. No sabían si tuvo que hacer una llamada urgente, ante la preocupación que tenía por la grave situación que estaba atravesando su mejor amiga. Aunque, hablara por teléfono, no se plantearon que esa madre seguía estando pendiente de su hija.

Tampoco, se plantearon que la madre pudiera juzgar necesario que su hija aprendiera a respetar esos momentos en los que, sus progenitores, estén hablando con alguien. Es muy importante que los niños aprendan que no siempre van a conseguir aquello que quieren, de manera inmediata. A veces, será necesario que esperen un poco, que se ocupen jugando o pintando, mientras la persona que está con ellos puede escucharles y atenderles. Los niños deben aprender a tener cierta tolerancia a la frustración. Deben saber que, a veces, las situaciones se presentan de forma distinta a lo que ellos quisieran.

Quienes grabaron el video en cuestión, y quienes lo difundieron, persiguieron el objetivo de centrarse en lo que sucedió, durante un breve momento; pretendiendo que fuese representativo de lo que ocurría, a lo largo del día.  Por lo que recuerdo del debate, los profesionales de los medios se centraron en lo negativo. No les interesó poner de manifiesto que un vídeo tan corto no refleja la realidad de lo que sucede en el ámbito familiar, durante el resto del tiempo. Tampoco, que pueden causar mucho daño.

Estoy de acuerdo en que debemos prestar atención a la utilización que hacemos de la tecnología y de las diferentes maquinitas o pantallas. Como ocurre con tantas otras cosas, deberemos moderar su uso, regularlo y gestionarlo. Tener en cuenta que si para nosotros lo más importante es la relación que tenemos con nuestra pareja, nuestros hijos y amigos, es preciso que les dediquemos tiempo, atención, apoyo y cuidados. Para ello, deberá haber momentos libres de móviles, ordenadores o televisión.

Lo que me molesta sobremanera es que se generalice, haciéndonos creer que todos los padres y las madres actúan de forma parecida y cometen los mismos errores con sus hijos.

No creo improcedente decir que, en todas las épocas, habrá habido padres y madres que no hayan prestado a sus hijos toda la atención amorosa y los cuidados que ellos hubieran necesitado y deseado. Por su forma de ser, por estar trabajando, debido a problemas personales o de salud, por falta de información, por exceso de ocupaciones o por su concepción sobre lo que son la educación y las relaciones familiares.

Pero, a lo largo de las distintas épocas y lugares, la mayoría de las madres, y cada vez mayor el número de padres, han estado presentes en la vida de sus hijos y les han prestado la atención necesaria. Lo han hecho con amor, procurando mantener el mayor equilibrio, ayudándoles a que se conozcan a sí mismos y a que vayan descubriendo quiénes quieren ser. Han actuado de manera respetuosa, guiándoles y siendo un buen ejemplo para sus retoños. Les han escuchado, al tiempo que han establecido unos límites saludables.





Imagen encontrada por internet: En la playa, madre e hijos. Pintura al óleo de Edward Henry Potthast.




sábado, 11 de mayo de 2019

Comunicarse con los demás, desde la libertad y el respeto



 

Uno de esos días en los que hablábamos de diferentes temas, Lucía quiso hacerme partícipe de sus reflexiones en torno a un problema que se le había presentado repetidas veces. Me confesó que, para ella, era difícil relacionarse con quienes son muy vehementes, tratan de imponer a otros su punto de vista y suelen manipular la información, impidiendo que pueda establecerse con ellos una conversación dentro de un plano de igualdad.

Mi amiga se había ido encontrando con personas que actuaban de la manera descrita. A pesar de lo cual, seguía sorprendiéndose al constatar la habilidad que los individuos poseían para darle la vuelta a la realidad. Se le mostraban como unos seres indefensos, perseguidos, acosados e incomprendidos.

Casi siempre, se veía obligada a callar o a hacer tímidos intentos para expresar lo que ella quería decir, al encontrarse ante la tergiversación de sus palabras o con impedimentos para conseguir un acuerdo válido que pudiera ser satisfactorio para ambos. Era como si se topara con un muro de piedra, imposible de traspasar. Esto la inquietaba, ya que sólo le sucedía con algunas personas, mientras que, con las demás, no tenía problemas para comunicarse de manera eficaz.

Me decía que le resultaba más fácil comunicarse con gente asertiva, que escuchaba con atención; con la cual, se podían mantener y defender posturas diferentes, al hacer gala de una gran delicadeza y de un profundo respeto.

Me comentaba, igualmente, que se sentía con mayor libertad de expresión al comunicarse con personas que no formaban parte de su núcleo más cercano. Probablemente, porque no existían unos vínculos que ella consideraba que debían preservarse. Lo cual  sucedía, cuando se trataba de familiares, amistades o gente de su entorno laboral, por el peligro de que pudieran romperse estos vínculos, ante la imposibilidad de llegar a acuerdos.

Les ruego que me permitan poner un énfasis especial en lo diferente que es comunicarnos con algunas personas, cuando todo se puede decir, desde el respeto. Sabiendo que seremos escuchados y que la otra persona no se tomará lo que digamos como una ofensa personal.

¡Qué importante es que escuchemos atentamente a quien nos habla! ¡Y, a su vez,  sentir que la otra persona está pendiente de lo que le decimos!

No tengamos miedo de preguntar aquello que necesitemos saber. Tampoco, de pedir más información, ni que nos aclaren algunos puntos sobre los que tengamos dudas. Finalmente, no estará por demás hacer un resumen de lo que hemos entendido y someterlo a la consideración de nuestro interlocutor. De tal manera, tendremos la seguridad de haber captado perfectamente el mensaje y estaremos en condiciones de  tender los puentes que habrán de acercarnos.








sábado, 30 de marzo de 2019

Algunas propuestas para sanar las heridas emocionales



En el anterior escrito, El tiempo, por sí solo, no cura las heridas emocionales, quise hacer énfasis en que aquello que nos duele o nos hace daño no desaparece por arte de magia. Que el solo transcurrir del tiempo no es suficiente para que nuestras heridas sanen y que ese alivio a nuestras penas vendrá de la mano de lo que nosotros hagamos para intentar recuperar nuestro equilibrio interior.

Para sanar nuestras heridas, es preciso que introduzcamos algunos cambios en nuestra vida, los cuales, nos conducirán a superar lo que una vez nos afectó gravemente; porque, si no lo hacemos, podrían volverse crónicas o reabrirse, años después. Veamos algunos ejemplos de lo que se puede hacer para sanarlas:

Averiguar cuál es la causa de tu dolor. Debes precisar cuál es el origen del mismo: si la herida proviene de un acontecimiento traumático, de lo que ha dicho o hecho otra persona, de la respuesta que diste, o, si se produjo como consecuencia de tu propia actuación.  

Evitar caer en la tentación de negar lo ocurrido. Prolongaría tu sufrimiento y se convertiría en un problema enquistado, pendiente de resolución. Es exigible un ejercicio de sincera autocrítica. La sanación de las heridas se acelera desde el momento en que aceptamos las cosas tal como fueron, sin intentar cambiarlas. Reconociendo todo el sufrimiento que nos produjeron e intentando verlas desde una nueva perspectiva.

Aceptar los sentimientos de dolor o de ira. No trates de disimular lo que sientes, delante de los demás. Vive las emociones con toda naturalidad. Aunque, supongan sumergirte en la tristeza, en el miedo, en la rabia o en la más inesperada de las reacciones. Cuando vives las emociones tal como se producen, llega el momento en el que se inicia un proceso de atenuación progresivo.

Admitir que no hallaste otra manera de actuar. Obraste como mejor pudiste, teniendo en cuenta los conocimientos y la experiencia que tenías en ese momento. Quizás, fuera imposible saber lo que iba a ocurrir. No te lo reproches, ni dirijas tu irá hacia terceras personas.

Procurar aprender de lo que sucedió. Nuestros aprendizajes provienen de las buenas experiencias y, también,  de las que son  difíciles y dolorosas. Es conveniente descubrir qué es aquello que debemos extraer de la experiencia que tanto nos afectó.

Prescindir de las prisas. No pretendas acelerar el momento de la sanación, ya que ésta únicamente ocurrirá cuando estés preparado. Conviene que te tomes el tiempo que necesites para superar aquello que tanto te afectó. Verás que llegará un momento en el que serás capaz de hablar de lo sucedido y, a partir de entonces, te encontrarás pasando página.

Rechazar que el dolor y la tristeza se instalen en ti, permanentemente. Por muy graves que hayan sido las heridas sufridas, por mucho que entiendas que tu vida ha quebrado, llega un momento en el que debes darte cuenta que no es conveniente quedarte paralizado por el dolor, la rabia o los lamentos. No debes continuar llorando por lo que perdiste o no recibiste. Conviene que dejes de añorar lo que una vez tuviste, lo que ya no está, o, lo que nunca será como tú querías que fuese. Debes saber que la vida te presentará nuevas alternativas y, aunque tú no lo creas, tu estado de ánimo mejorará y repercutirá positivamente en otras personas que te quieren.

En último término, buscar ayuda. Es posible que, ni siquiera con la valiosa colaboración de amigos, familiares y conocidos, podrás solucionar los problemas que te agobian. Cuando veas que tal cosa sucede, será recomendable recurrir a profesionales para que te ayuden y trabajen contigo para volverte a la vida.

Magdalena Araújo


Enlace al texto citado en la introducción:


El tiempo, por sí solo, no cura las heridas emocionales, artículo de Magdalena Araújo en “Un día con ilusión”.