Me
refiero al maltrato infantil, una práctica en exceso extendida entre quienes la
consideran necesaria para la adecuada educación de niños y adolescentes.
Conviene
tener en cuenta que la utilización de la violencia puede ocurrir en cualquier
sitio: en el hogar, en las guarderías, en los colegios, en los espacios de
ocio, en las calles… En ciertos países, la encontramos, incluso, en orfanatos,
centros de atención a menores, correccionales y en aquellos lugares de trabajo
en los que los niños son cruelmente explotados.
El
maltrato infantil ha sido ignorado, intencionalmente, por todos aquellos que lo
emplean, con la excusa de que siempre se ha utilizado para lograr una “buena
educación” de los niños y de los jóvenes, para refrenarlos, para controlar su
rebeldía y para obligarlos a cumplir los mandatos de los adultos, quienes saben
qué es lo que les conviene.
No debemos
ampararnos en las tradiciones para justificar los malos tratos. Que se haya
hecho durante tantos años, que algunos los hayan sufrido en su infancia o que
todavía estén sometidos a la violencia de otros, no es excusa para que se sigan
perpetuando estas prácticas, que tendrán unas graves consecuencias sobre las
vidas de otros seres.
Desde
hace un tiempo, estoy dándole vueltas al hecho, difícil de comprender, de que
personas que sufrieron unas formas de educación demasiado estrictas, incluso
represivas y abusivas, puedan olvidarse del daño recibido, o justificarlo,
llegando a reproducirlo en los menores o permitiendo que otras personas les
hagan daño.
La
violencia contra los menores no es algo privado. Por ello, es necesario que
haya más personas que tengan una posición crítica al respecto, logrando ser un
apoyo para estos niños, y, asimismo, contribuyendo para que los adultos asuman
otras formas no violentas de relación y de educación.
Alice
Miller, dejó su carrera como psicoterapeuta para consagrarse por completo a la investigación
sobre los efectos del abuso infantil, sus trágicas consecuencias en la vida
adulta y la búsqueda de formas de sanar el daño causado. Compartió los
resultados en sus libros, artículos y entrevistas. Utilizaré, para este escrito,
parte de la información incluida en un artículo de su página web: Retrato
de Alice Miller. Sobre la realidad de la infancia.
Las
diferentes formas de maltrato infantil, no solo producen niños infelices y
confusos, sino también adolescentes desadaptados o destructores y padres
abusivos.
Encontré
un dato que me llamó mucho la atención. Se afirmaba que, de los ciento noventa
y dos países miembros de la ONU, solamente dieciocho habían prohibido los malos
tratos físicos a los niños. Ello puede servirnos para ver la dimensión del
problema, a nivel planetario.
Alice
Miller señala que el hecho de que los niños sean golpeados en todo el mundo, se
encuentra en las raíces de la violencia que existe en la mayoría de los países.
Los efectos del maltrato, son especialmente graves si éste ocurre durante los primeros
años, cuando el cerebro del niño se está estructurando. Aunque los daños
causados por esta práctica son devastadores, desafortunadamente, apenas son
percibidos y reconocidos por la sociedad.
No
obstante, parecería ser algo fácil de comprender: puesto que a los niños se les
prohíbe defenderse de la violencia dirigida hacia ellos, deben reprimir las
reacciones naturales, como la ira y el miedo. Más tarde, siendo adultos,
descargan estas fuertes emociones contra otros; entre ellos, contra sus propios
hijos.
La
omisión, por parte de la sociedad, de la valoración acerca del daño que el
maltrato ocasiona en los niños, puede producir comportamientos extremadamente
peligrosos, tales como la brutalidad, el sadismo y otras desviaciones. A los
cuales, algunos especialistas decidirán calificar de “trastornos genéticos”,
cuando en realidad han sido causados por métodos de educación abusivos. Únicamente,
la toma de conciencia de este dinamismo perverso, es lo que nos permitirá
romper la cadena de la violencia, para que no siga reproduciéndose, de unas
generaciones a otras.
Alice
Miller desarrolló un modelo de terapia que propone confrontar el pasado. Con el
objetivo de que los pacientes tomen consciencia del miedo que experimentaron
cuando, de niños, fueron maltratados. Deben descubrir qué fue lo que sucedió y
lo que sintieron cuando eran pequeños y tuvieron que reprimir sus emociones. Conviene
que lo sientan nuevamente y que lo comprendan, para luego poder liberarse de
sus efectos dañinos. El miedo infantil hacia los padres todopoderosos es el que
empuja al adulto a maltratar a otros, o bien, a aceptar vivir con graves problemas
mentales, minimizando o evitando, reconocer la crueldad de sus propios padres.
Cuando
el niño, el adolescente o el adulto, logran comprender lo que sintieron ante el
maltrato, cuando se dan cuenta de que no hay algo innatamente malo en ellos,
cuando son capaces de reconocer que fueron objeto de un trato muy dañino por
parte de sus padres u otros adultos, pueden aprender a dejar atrás todo ese
dolor y construir una nueva vida, sin la necesidad de infligir, a los demás, un
daño similar; o, permanecer siendo las eternas víctimas de las personas con las
que se relacionen.