domingo, 22 de octubre de 2017

Si los adolescentes sienten que pueden confiar en nosotros, aprenden a decirnos la verdad





Me refiero, en este escrito, a un tema que es clave en la relación con nuestros hijos y que cobra todavía más relevancia cuando son adolescentes: la confianza mutua.

Es importante tener en cuenta que esa confianza no surge de repente, sino que es preciso ir construyéndola, poco a poco, desde que los niños son pequeños. Que sea una confianza real y no una mera apariencia. Que ellos sientan que se respeta su libertad y su criterio para responder adecuadamente ante los desafíos que se les presenten. Que sepan que estaremos a su lado para apoyarles y para ayudarles a que reflexionen sobre el camino a seguir, aunque, los responsables de la toma de decisiones serán ellos mismos.

Será más fácil afrontar los años de la adolescencia, si se ha logrado crear y mantener una relación de confianza mutua, gracias a la cual, nuestros hijos nos otorguen la consideración de personas cercanas, a las cuales, puedan contar lo que les suceda.

Algunos padres creen que deben fijar férreas directivas a sus hijos, hasta que estos no hayan alcanzado los doce o trece años y que tan sólo podrán empezar a darles más libertad, una vez hayan superado la pubertad. Creo que si actúan así, llegarán tarde. Yo soy partidaria de que vayamos educándoles, desde que son pequeños, de manera que cada vez puedan ser más autónomos y responsables de lo que hacen. De paso, nos servirá de entreno para ese período de la vida humana más complicado, que precede a la juventud.

Nuestros hijos harán las actividades típicas de los chicos de su edad. Es posible que ello nos dé tanto miedo, que deseemos aumentar notablemente la vigilancia, las precauciones, las críticas, las charlas, los monólogos e, incluso, los castigos. Si esa es nuestra forma de proceder, haremos que nuestros hijos se alejen, que no confíen en nosotros, que nos oculten algunas cosas o que encuentren que no tienen más alternativa que mentirnos.

Hemos de aprender a confiar en ellos. Procurar actuar de tal manera, que lleguen a querer contarnos la verdad sobre lo que hacen o sobre aquello que les sucede. Esto nos permitirá, en la medida de lo posible, apoyarles y protegerlos. No perdamos de vista el hecho de que nuestros adolescentes no siempre nos darán detalles sobre su vida y que habrá vivencias que no van a querer compartir con nosotros, pues forman parte de su necesaria intimidad. A esas edades, es normal que sean reservados con su familia y que confíen mucho más en sus amigos.

Parte del proceso de afirmarse a sí mismos y de ir siendo cada vez más independientes, se produce a partir del hecho de no compartir todo con nosotros. Es conveniente que respetemos su derecho a tener una vida privada, procurando, en la medida de lo posible, evitar que les ocurra algo malo. Aunque nos cueste hacerlo, será preciso pensar que los adolescentes son capaces de discernir entre cuándo conviene que nos cuenten algo y cuándo quieren guardar un secreto.

Nuestra actitud y nuestra forma de proceder debe transmitirles el mensaje de que contarán con nosotros para lo que necesiten, que les escucharemos, que les ayudaremos a analizar las situaciones importantes con el fin de que puedan tomar sus propias decisiones. Asimismo, que sepan que pueden llamarnos, si consideran que están en una situación incómoda o peligrosa, ya que acudiremos en su auxilio.

Será necesario que tengamos autocontrol, que seamos capaces de escucharles sin gritarles, sin proferir insultos o emitir juicios anticipados, sin recurrir rápidamente a los castigos y a los sermones. Es importante que nos ganemos su confianza para que puedan recurrir a nosotros cuando lo consideren necesario. Procuremos ser para ellos personas de las que puedan fiarse. ¡Confiemos en ellos! Al igual, que deseamos que ellos puedan confiar en nosotros.

Cuando nuestros hijos se fían de nosotros y nos cuentan lo que hacen, en primer lugar, debemos escucharles sin interrumpirles, y sin expresarles nuestra opinión, antes de que ellos hayan terminado de explicarnos los detalles que consideren oportunos. También, debemos felicitarles por tener la madurez para contárnoslo y será muy conveniente que estemos a la altura de la confianza que ellos han depositado en nosotros.

Aunque, es posible que lo que nos cuenten no sea de nuestro agrado, convendría tener presente que es preferible que sepamos lo que hacen; ya que, no saberlo, sería peor y podría ser peligroso para ellos. Debemos dejar de lado nuestro temor y nuestro disgusto, con el fin de poder ayudar a nuestros adolescentes a reflexionar sobre la situación en que se encuentren y acerca de las alternativas que puedan tener a su alcance para resolverla.

El hecho de que nuestros hijos nos hablen sobre sus problemas, puede ser considerado como una oportunidad para guiarlos sobre los pasos necesarios para que puedan resolver los mismos. Será muy conveniente calcular la magnitud del problema, explorar las diversas opciones que se presentan para abordarlo y, finalmente, elegir una de ellas. Con posterioridad, habrán de reflexionar sobre lo que han aprendido. Si nuestros adolescentes no se sienten lo suficientemente seguros para confiarnos la verdad, no asimilarán los consejos que les podamos ofrecer para ayudarles a solventar los problemas de la vida cotidiana.

Cuanto más se fíen de nosotros, más detalles nos revelarán de su vida y más eficazmente podremos intervenir, en caso necesario. Los jóvenes son expertos a la hora de ocultar hechos, y lo hacen precisamente cuando creen que no tienen más remedio, al no sentir que tengan interlocutores comprensivos que quieran escucharles. Podemos formularles preguntas directas y ellos no tienen el menor reparo en mentirnos, mirándonos a los ojos. A menos que hayamos creado una relación con ellos, en la que sepan que pueden confiarnos la verdad, es imposible que sepamos lo que hacen.

Si queremos que nuestros hijos sean sinceros con nosotros, debemos estar preparados; pues, en ocasiones, nos pueden hablar de asuntos que nos cueste encajar. En tales casos, es conveniente que conservemos la calma y que tengamos en cuenta que su voluntad de hablarnos sobre una situación complicada implica que desean que les ayudemos a resolverla. Si no somos prudentes en cuanto a nuestra forma de responder a lo que nos dicen, ellos sentirán que les estamos defraudando y que no pueden contar con nosotros.

Una de nuestras prioridades debe ser la seguridad de nuestros hijos. Por ello, debemos irles preparando para que aprendan a cuidar de sí mismos en situaciones muy diversas e imprevisibles, teniendo en cuenta que este aprendizaje lleva su tiempo.

Antes de que nuestros adolescentes hayan alcanzado la madurez habrán tomado unas cuantas decisiones, algunas de ellas erróneas, al igual que nos ocurriera a nosotros. Convendría que les ayudásemos a reflexionar sobre esas actuaciones que podrían haber comportado un peligro para ellos y sus amigos; que, en la medida de lo posible, aprendan a anticiparse a las dificultades, confiando en nosotros o pidiendo nuestra colaboración.




 Bibliografía:

“Cómo convivir con hijos adolescentes. Permaneciendo en sintonía con ellos y proporcionándoles una verdadera ayuda en sus vidas”,  escrito por Dorothy Law Nolte y Rachel Harris.

En ingles:

"Teenagers Learn What They Live, Parenting to Inspire Integrity & Independence", written by Dorothy Law Nolte and Rachel Harris.

  


Imagen encontrada en Internet: Madre-con-su-hija-sonriendo. También puede encontrarse en el siguiente escrito, https://mejorconsalud.com/dar-ejemplo-la-mejor-manera-educar/




viernes, 13 de octubre de 2017

La “lectura del pensamiento” y “el error del adivino”, nos llevan a cometer grandes errores



EI tema de hoy tiene relación con aquello que decía cuando quise transmitirles la idea de que, al comunicarnos con otros, conviene expresar claramente lo que pensamos y queremos, ya que en ocasiones, a buen entendedor, pocas palabras no bastan.

Al final del escrito indicado, hacía referencia a un tipo de pensamiento irracional, o distorsión cognitiva, que se conoce como conclusiones apresuradas, el cual hace que nuestra mente se dispare, intentando dar explicaciones diversas a aquello que no entiende, sin que estén sustentadas con lo que la otra persona nos pueda haber comunicado de forma explícita.

Parte de la bibliografía sobre los pensamientos irracionales la encontramos en libros que nos hablan de la depresión o de la autoestima, en los que encontramos ejemplos de pensamientos dolorosos, poco específicos, o aquellos que se centran en las carencias y los defectos, en lugar de ser más ponderados y ver también las cualidades.

Quiero aclarar que los pensamientos irracionales no son todos de tipo negativo; ya que ciertas ideas presentadas como positivas, pero, que adolecen de una base real, también pueden ser muy nocivas.



Esta distorsión cognitiva nos lleva a sacar deducciones apresuradas, ya sean positivas o negativas, sin que haya datos objetivos que las justifiquen. Como consecuencia de lo cual, llegamos arbitrariamente a una idea que no puede ser comprobada mediante los datos que conocemos.

Las conclusiones apresuradas se dan fácilmente en las relaciones de amistad o de pareja, cuando un comportamiento, un gesto o una mirada se interpretan como una forma de acercamiento, o de rechazo, sin existir otros elementos que lo confirmen y sin que haya habido anteriormente una verdadera comunicación con esas personas.       

Este pensamiento irracional se pone de manifiesto de dos formas distintas: mediante "la lectura de la mente" o  a través de "el error del adivino".

* * * Por medio de la lectura de la mente, pretendemos saber qué es lo que la otra persona piensa, sin que nos lo haya expresado abiertamente. Pensamos que alguien quiere una relación más cercana o que tiene una mala opinión de nosotros, pero sólo son suposiciones, sin ninguna base comprobable. Es más, ni siquiera nos tomamos la molestia de averiguar si estamos o no en lo cierto. Simplemente, damos por hecho que, lo que imaginamos, es verdad.

Cuando utilizamos esta forma de pensamiento distorsionado, suponemos que todas las personas del universo piensan y actúan como nosotros. Éste es un error fácil, pues se basa en el fenómeno de la proyección: supones que los demás sienten como tú, tienen tus propias creencias y que ven el mundo de la misma forma, haciendo caso omiso de las diferencias que existen.

Por otra parte, leer el pensamiento es contraproducente porque, a veces, nuestro temor a que otras personas nos rechacen puede acabar haciéndose realidad. También, pensar que tenemos el afecto de esa persona o que nos apoya incondicionalmente, puede conducirnos a grandes desilusiones.

Cuando practicas la lectura mental, tienes la percepción de que la misma es correcta, por lo que procedes como si fuese la idónea. No contrastas con los demás tus interpretaciones porque no tienes dudas, estás convencido de que tus pensamientos reflejan lo que es la realidad. El problema es que actúas de acuerdo a tus percepciones erróneas y esto afecta tu visión de la vida y crea problemas en tus relaciones con otras personas, debido a las falsas expectativas y a tus equivocaciones en cuanto a la interpretación de la realidad. Veamos unos ejemplos:

-Estás pronunciando una conferencia y te das cuenta de que un hombre sentado en la primera fila está cabeceando. Ese hombre ha estado casi toda la noche sin dormir, pero tú no lo sabes. Por tu mente pueden pasar pensamientos como: "La gente está aburrida", “No les interesa lo que digo”.

-Un amigo se cruza contigo, por la calle,  y no te saluda porque está tan absorto en sus pensamientos que no te ve. Podrías llegar a alguna conclusión errónea: "Me ignora, así que ya no debo caerle bien", “Está molesto conmigo y por eso ni me ha saludado” “Es un  maleducado, ni se ha dignado a pararse y decirme algo”.

-En una reunión, alguien que acabas de conocer es muy amable contigo y permaneces hablando amenamente con él, durante un par de horas. A raíz de ello, piensas que está interesado en ti y das por hecho que es el comienzo de una relación especial.

Tal vez usted responda a lo que previamente se ha imaginado, retrayéndose y contraatacando. Estas conductas, que han empezado sobre unos pensamientos equivocados, pueden llegar a convertirse en una profecía que se cumple. Al haber iniciado una interacción negativa, cuando, en el fondo, no pasaba nada; ya que todo era un producto de su imaginación.

La lectura mental es fatal para la autoestima porque tienes una tendencia a pensar que todo el mundo comparte contigo las dudas que tienes sobre ti mismo. “Le estoy dando la lata”, “Está enojado porque llegué tarde”, “Está atento a todos mis movimientos en busca del más mínimo error porque quiere echarme del trabajo.” Produce trágicos errores de cálculo en tus relaciones. Veamos algunos ejemplos:

-Luis era un electricista que, muy a menudo, suponía que su esposa, María, estaba enojada con él cuando ella se ponía a dar vueltas por el apartamento con una mueca de disgusto. En lugar de preguntarle qué era lo que le estaba ocurriendo, de forma que pudiera establecerse un diálogo, daba por hecho que, a su mujer, le disgustaba la presencia de él en la casa; razón por la cual, se volvía, cada día, más huraño y retraído.

En realidad, María hacía esa mueca cuando le dolía algo, cuando andaba con prisas o cuando estaba preocupada por las finanzas domésticas, que era casi siempre. Pero la conducta de Luis hacía que ella fuera incapaz de sincerarse y darle a conocer a su pareja el motivo de su profunda preocupación. Ella, a su vez, interpretaba la actitud de su marido como falta de interés, por lo que tampoco hacía nada para que el problema pudiera solucionarse.

Este ejemplo nos ilustra que frecuentemente se utiliza la lectura de la mente, agregando información arbitraria a los hechos reales, de acuerdo a nuestros miedos, nuestras expectativas o a que estamos convencidos de que conocemos perfectamente al otro y sabemos lo que está pensando. Esto se convierte en una fuente de disgustos, de malentendidos y un incremento de emociones que nublan nuestra visión de la realidad y nos impiden actuar de forma adecuada, para poder solucionar las dificultades que se presentan en nuestras relaciones.

Puedes darte cuenta de que estás utilizando la lectura mental si escuchas atentamente lo que dices cuando te cuestionan por qué hiciste una suposición, o si te preguntas a ti mismo por qué llegaste a esa conclusión. Te pueden surgir frases como: “No es más que una fuerte intuición”, “Simplemente, así lo creo”, “Lo sé”, “Estoy seguro de que eso es lo que está pensando, lo conozco muy bien”, “Tengo la impresión de que es así.”

Estas frases muestran cómo llegamos a ciertas conclusiones, sin tener pruebas reales. Esa “intuición” no es más que un pretexto para seguir conjeturando, para creer que lo que pensamos es cierto, para tener una justificación a nuestra manera de actuar, culpando a otros por su forma de ser, de pensar y de obrar. Sin embargo, la realidad nos indica que hemos sido nosotros quienes nos hemos fabricado toda una tormenta.

Si tienes el hábito de la lectura mental necesitas hacer refutaciones especialmente enérgicas, que te devuelvan a la realidad. La regla más importante es la de ser específico y preciso. El centrarse en hechos conocidos y objetivos es la mejor forma de dejar de creer que los demás están pensando mal de uno.

He aquí algunas refutaciones específicas que son efectivas contra la lectura mental:

-¡Para, ya! ¡Es absurdo, no sabes si es verdad!

-No tengo forma de saber lo que otras personas están pensando.

-La única manera de conocer la opinión de los demás es preguntándosela.

-No supongas nada. Compruébalo.

-¿En qué te basas para decir eso?

* * * Ahora, hablaremos de otra forma de llegar a conclusiones apresuradas: el error del adivino. Se refiere a la tendencia a predecir lo que va a ocurrir en el futuro, ya sea teniendo el convencimiento de que las cosas irán mal o queriendo un desenlace feliz, sin que existan fundamentos para ninguna de las dos alternativas.

Algunas personas con tendencia a la adivinación creen que les va a ocurrir algo malo, aunque no tengan ninguna base que justifique tal creencia. ¡Simplemente, se lo imaginan! Parece que sólo tengan tal poder para lo negativo. No piensan que sus proyectos puedan hacerse realidad, sino todo lo contrario. Por ello, su predicción actúa sobre su deseo, y, valiéndose de su capacidad profética, consiguen que el resultado les sea adverso. Cuanto más desean algo, más se convencen de que no van a conseguirlo.

Se llega a un resultado similar, cuando, utilizando el error del adivino, se piensa que el futuro será perfecto, aun en ausencia de bases sólidas que respalden esa convicción. Al darlo por hecho, no se trabaja lo necesario para conseguir que las cosas funcionen y para solucionar los problemas que puedan surgir en el camino.

La errónea interpretación, por nuestra parte, de un supuesto mal gesto de otra persona, entra de lleno en la lectura de la mente. Cuando suponemos que está disgustada con nosotros, vamos en busca del error del adivino y creemos que, en el futuro, no va a querer volver a vernos o a hablar con nosotros. Tenemos tanta convicción en nuestra suposición, que la misma nos lleva a cometer una serie de torpezas, todas ellas encaminadas a  ratificar nuestra predicción.

-De un amigo distante, pensamos “ya no va a querer ser mi amigo”. Por lo tanto, dejamos de escribirle, lo cual conduce a que, en algún momento futuro, dejará de considerarnos su amigo.

El error del adivino es un tipo de pensamiento anticipatorio. En lugar de vivir el momento, de esperar sin ansiedad a que los acontecimientos se sucedan, nos adelantamos en el tiempo, imaginando la escena, el desarrollo y el desenlace de la trama.

Estos pensamientos modifican gravemente nuestra conducta ya que cuando nos disponemos a hacer determinadas actividades, si imaginamos unas consecuencias negativas o adversas, acabamos por adoptar comportamientos que nos llevan a sentirnos frustrados. Si, por el contrario, como habíamos visto antes, estamos convencidos arbitrariamente que habrá unos resultados positivos, terminamos atentando contra nosotros mismos, dejando de actuar como sería necesario, para conseguir lo que deseamos.

Veamos algunos ejemplos de cómo funciona este error del pensamiento:

-“No quiero ir a la fiesta, porque sé que pondré cara de aburrida y los demás van a pasar de mí.”

-“No voy a intentar arreglar las cosas con Juan, porque sé que me va a decir que estoy equivocado y que no va a cambiar su postura.”

-“No merece la pena estudiar para este examen porque sé que lo voy a suspender.” (¡Lo cual, si me permiten la chanza, me parece de una lógica atronadora!)

Aquí, estamos utilizando nuestra bola mágica de la fatalidad, para anticipar resultados negativos, que no tienen por qué ocurrir. Sabemos, por experiencia, que nos encontramos con sorpresas que contradicen nuestras predicciones arbitrarias, por lo que puede ocurrir que terminemos haciendo algún comentario como: “¡Vaya! ¡Al final, me lo he pasado muy bien, y eso que no quería venir!”






Bibliografía:

BURNS,  David, Sentirse bien, Ed. Paidós, Barcelona.

GAJA JAUMEANDREU, Raimon., Bienestar, autoestima y felicidad. Ed: Plaza & Janés, Barcelona.

McKAY, Matthew y FANNING,  Patrick: Autoestima, evaluación y mejora. Ediciones Martínez Roca, S.A., Barcelona.

Artículo encontrado en Internet: Errores del pensamiento (I): Adivinación (Lectura de pensamiento y Error del adivino)





Imagen encontrada en Internet, modificada para el blog: