Me llamó la atención un mensaje contenido en una de
esas películas que ponen en las tardes del fin de semana y a las que, en
nuestra casa, nos referimos como “cromos”, por la sencillez de los guiones, la
belleza de los paisajes y porque parecen “películas rosa”. En todas ellas, la
trama argumental suele ser sencilla y agradable. Las situaciones parecen
resolverse como por arte de magia. No hay violencia, ni vulgaridades, ni
escenas desagradables. Sirven para pasar un rato ameno y relajante.
Sólo vi los últimos minutos del filme, que trataba de
una temática muy difícil de sobrellevar. Una señora joven estaba en cama, con
una parálisis casi total. Durante cuatro años se había negado a hacer
rehabilitación y, por ello, había perdido la posibilidad de recuperar el
movimiento de las manos y de los brazos. En una escena, vemos cómo otra mujer
se atrevió a hablarle a la cara y le dijo que su actitud afectaba a toda su
familia, tanto a su marido, a su hija como a su propia madre. Que, de persistir
en tal comportamiento, podría llegar a quedarse sola. Que reaccionara, que hiciera
algo. La escena tiene lugar después de que, en la noche anterior, el matrimonio
hubiese acordado que la asistente social no continuara yendo a la casa;
decisión que quedó rotundamente confirmada, gracias a las duras palabras que la
mencionada colaboradora había dirigido a la esposa.
Viéndose lamentablemente obligada a dejar de trabajar
en aquel hogar, la asistente habló con su jefa y acordaron que se le asignaría
otra familia, de manera inmediata. No obstante, se recibe la sorpresiva llamada
del marido diciendo que su mujer ha cambiado de opinión y desea que la
asistente en cuestión vuelva a prestarle su inestimable ayuda.
Cuando la asistente social regresa a la casa y entra
en la habitación de la paciente, recibe la sorprendente confesión de la esposa,
quien le dice que ella es la única persona que, a lo largo
de los últimos años, se le ha enfrentado y le ha dicho claramente lo que
pensaba.
A continuación, hablando de la actitud que su propia madre
adoptó, desde el primer momento en el que vio a su hija postrada en la cama, hizo
un comentario que me llamó poderosamente la atención y que me ha llevado a
escribir este artículo. La explicación fue muy breve y se resume en las dos
frases siguientes:
“En mi familia hay una consigna: mantenerse alejado de
los problemas.”
Esto es algo que muchas personas hacen y parece ser la
norma de conducta en demasiados hogares. Es una forma de proceder, adoptando
una actitud pasiva ante las dificultades; ignorándolas, quitándoles importancia
o huyendo de ellas. Se va aplazando el momento de afrontar lo que sucede, de tomar
medidas que contribuyan a la mejora de la situación.
Piensan que no es necesario actuar, que los problemas
se irán solucionando con el tiempo. Otras personas creen que no hay nada que se
pueda hacer para que la realidad sea diferente, actitud que me recuerda a la resignación, una de las palabras que yo
quitaría del diccionario y que estoy logrando erradicar de mi vida personal.
También, hay quienes piensan que ellos no tienen la
capacidad para modificar una serie de cosas, porque creen que sobrepasan el
límite de sus posibilidades. Tristemente, han aprendido a subestimar lo que
ellos serían capaces de lograr, si fueran dando pequeños pasos para conseguir
lo que se propongan. Pudieron haber hecho intentos, que resultarían ser infructuosos,
pero no persistieron en ellos; por consiguiente, no desarrollaron las
habilidades necesarias para conseguir sus objetivos. No intentaron realizar
ciertas actividades porque les dijeron que ellos no tenían las capacidades
necesarias para alcanzar el éxito. El problema es que creyeron lo que les
decían, en lugar de hacer el esfuerzo de intentarlo, ellos mismos.
En todos los casos mencionados, podemos ver que el
hecho de no afrontar las dificultades y esperar que los problemas se solucionen,
sólo con el transcurrir del tiempo, nunca da resultado. La mayoría de las veces,
las situaciones empeoran y, lo que no era tan grave en un comienzo, se hace
irresoluble.
Volviendo a la película a la que me refería antes, la
asistente accedió a continuar con la familia con una condición: que la esposa
hiciera rehabilitación para ver si podía recuperar algo de la movilidad en las
extremidades superiores, a pesar de que los especialistas pensaban que ya era
muy difícil. Al final, la fisioterapeuta consigue que ella mueva el dedo anular.
Como se encontraba bastante depresiva y algún día
había comentado haber soñado que volaba, la asistente consigue que pueda volar
en parapente; por supuesto, acompañada por su marido, según creo recordar. Se
le vio muy feliz con la experiencia.
Las escenas finales dan cuenta de la boda de su hija,
a la que ella asiste conduciendo una silla de ruedas eléctrica, la cual, dirige
con el dedo anular, cuya movilidad recuperó con las sesiones de fisioterapia.
Por lo pronto, con algo de torpeza, yendo a más velocidad de lo que sería
prudente, lo que le lleva a tener un pequeño tropiezo, sin importancia.
Sonriendo con optimismo, se limita a decir que deberá seguir practicando, para
poder utilizar semejante artefacto motorizado, sin correr el riesgo de sufrir
un grave incidente.
La película no
lo ilustra, pero, a los guionistas les ha interesado transmitir la moraleja de
que la protagonista ha tomado la decisión de salirse de las pautas seguidas por
su familia, habiéndose dado cuenta de que, mediante el esfuerzo perseverante,
tendrá la posibilidad de progresar en su recuperación, adquirir nuevos
aprendizajes y afrontar los problemas que se le presenten.
No sabes hasta que punto me resulta conocido este argumento en la vida real. Es más fácil taparse los ojos, negar la evidencia y huir de los quebraderos de cabeza, continuando en la zona de confort, pese a que ello afecte a los que conviven con ella.
ResponderEliminarLo peor de todo es que muchas veces ni siquiera se está en la zona de confort. Esas personas no son felices, no se encuentran bien; sufren y hacen sufrir a los demás.
EliminarUn día me llamó la atención un escrito en el que no se arremetía contra el tema de tener que salir de la zona de confort, ya que si de verdad existiera, nos sentiríamos cómodos en ella, como cuando estás en un buen sofá o en un ambiente agradable.