miércoles, 19 de julio de 2017

Mantenerse alejado de los problemas



Me llamó la atención un mensaje contenido en una de esas películas que ponen en las tardes del fin de semana y a las que, en nuestra casa, nos referimos como “cromos”, por la sencillez de los guiones, la belleza de los paisajes y porque parecen “películas rosa”. En todas ellas, la trama argumental suele ser sencilla y agradable. Las situaciones parecen resolverse como por arte de magia. No hay violencia, ni vulgaridades, ni escenas desagradables. Sirven para pasar un rato ameno y relajante.

Sólo vi los últimos minutos del filme, que trataba de una temática muy difícil de sobrellevar. Una señora joven estaba en cama, con una parálisis casi total. Durante cuatro años se había negado a hacer rehabilitación y, por ello, había perdido la posibilidad de recuperar el movimiento de las manos y de los brazos. En una escena, vemos cómo otra mujer se atrevió a hablarle a la cara y le dijo que su actitud afectaba a toda su familia, tanto a su marido, a su hija como a su propia madre. Que, de persistir en tal comportamiento, podría llegar a quedarse sola. Que reaccionara, que hiciera algo. La escena tiene lugar después de que, en la noche anterior, el matrimonio hubiese acordado que la asistente social no continuara yendo a la casa; decisión que quedó rotundamente confirmada, gracias a las duras palabras que la mencionada colaboradora había dirigido a la esposa.  

Viéndose lamentablemente obligada a dejar de trabajar en aquel hogar, la asistente habló con su jefa y acordaron que se le asignaría otra familia, de manera inmediata. No obstante, se recibe la sorpresiva llamada del marido diciendo que su mujer ha cambiado de opinión y desea que la asistente en cuestión vuelva a prestarle su inestimable ayuda.

Cuando la asistente social regresa a la casa y entra en la habitación de la paciente, recibe la sorprendente confesión de la esposa, quien le dice que ella es la única persona que, a lo largo de los últimos años, se le ha enfrentado y le ha dicho claramente lo que pensaba.

A continuación, hablando de la actitud que su propia madre adoptó, desde el primer momento en el que vio a su hija postrada en la cama, hizo un comentario que me llamó poderosamente la atención y que me ha llevado a escribir este artículo. La explicación fue muy breve y se resume en las dos frases siguientes:

“En mi familia hay una consigna: mantenerse alejado de los problemas.”

Esto es algo que muchas personas hacen y parece ser la norma de conducta en demasiados hogares. Es una forma de proceder, adoptando una actitud pasiva ante las dificultades; ignorándolas, quitándoles importancia o huyendo de ellas. Se va aplazando el momento de afrontar lo que sucede, de tomar medidas que contribuyan a la mejora de la situación.

Piensan que no es necesario actuar, que los problemas se irán solucionando con el tiempo. Otras personas creen que no hay nada que se pueda hacer para que la realidad sea diferente, actitud que me recuerda a la resignación, una de las palabras que yo quitaría del diccionario y que estoy logrando erradicar de mi vida personal.

También, hay quienes piensan que ellos no tienen la capacidad para modificar una serie de cosas, porque creen que sobrepasan el límite de sus posibilidades. Tristemente, han aprendido a subestimar lo que ellos serían capaces de lograr, si fueran dando pequeños pasos para conseguir lo que se propongan. Pudieron haber hecho intentos, que resultarían ser infructuosos, pero no persistieron en ellos; por consiguiente, no desarrollaron las habilidades necesarias para conseguir sus objetivos. No intentaron realizar ciertas actividades porque les dijeron que ellos no tenían las capacidades necesarias para alcanzar el éxito. El problema es que creyeron lo que les decían, en lugar de hacer el esfuerzo de intentarlo, ellos mismos.

En todos los casos mencionados, podemos ver que el hecho de no afrontar las dificultades y esperar que los problemas se solucionen, sólo con el transcurrir del tiempo, nunca da resultado. La mayoría de las veces, las situaciones empeoran y, lo que no era tan grave en un comienzo, se hace irresoluble.

Volviendo a la película a la que me refería antes, la asistente accedió a continuar con la familia con una condición: que la esposa hiciera rehabilitación para ver si podía recuperar algo de la movilidad en las extremidades superiores, a pesar de que los especialistas pensaban que ya era muy difícil. Al final, la fisioterapeuta consigue que ella mueva el dedo anular.

Como se encontraba bastante depresiva y algún día había comentado haber soñado que volaba, la asistente consigue que pueda volar en parapente; por supuesto, acompañada por su marido, según creo recordar. Se le vio muy feliz con la experiencia.

Las escenas finales dan cuenta de la boda de su hija, a la que ella asiste conduciendo una silla de ruedas eléctrica, la cual, dirige con el dedo anular, cuya movilidad recuperó con las sesiones de fisioterapia. Por lo pronto, con algo de torpeza, yendo a más velocidad de lo que sería prudente, lo que le lleva a tener un pequeño tropiezo, sin importancia. Sonriendo con optimismo, se limita a decir que deberá seguir practicando, para poder utilizar semejante artefacto motorizado, sin correr el riesgo de sufrir un grave incidente.

 La película no lo ilustra, pero, a los guionistas les ha interesado transmitir la moraleja de que la protagonista ha tomado la decisión de salirse de las pautas seguidas por su familia, habiéndose dado cuenta de que, mediante el esfuerzo perseverante, tendrá la posibilidad de progresar en su recuperación, adquirir nuevos aprendizajes y afrontar los problemas que se le presenten.



  
La imagen es una composición mía, de tres avestruces independientes encontradas en Internet, que me ha interesado utilizar para este artículo del blog.

  


2 comentarios:

  1. No sabes hasta que punto me resulta conocido este argumento en la vida real. Es más fácil taparse los ojos, negar la evidencia y huir de los quebraderos de cabeza, continuando en la zona de confort, pese a que ello afecte a los que conviven con ella.

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    1. Lo peor de todo es que muchas veces ni siquiera se está en la zona de confort. Esas personas no son felices, no se encuentran bien; sufren y hacen sufrir a los demás.

      Un día me llamó la atención un escrito en el que no se arremetía contra el tema de tener que salir de la zona de confort, ya que si de verdad existiera, nos sentiríamos cómodos en ella, como cuando estás en un buen sofá o en un ambiente agradable.

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