jueves, 30 de junio de 2016

Categórico: el primer golpe es el inicio de un horrible drama




La violencia de género es, en parte, consecuencia de la evolución histórica de las desigualdades sociales existentes entre los dos sexos, en las que las mujeres han sido sometidas al poder que los hombres han ejercido sobre ellas. Aunque, afortunadamente, se han producido muchos cambios en esta relación y tiene lugar una mayor igualdad entre hombres y mujeres, todavía son muchas las parejas en las que no existe esa igualdad. El hombre cree tener la potestad de exigir a la mujer lo que él considere oportuno. Emplea los medios que considera necesarios para lograrlo y, aun peor, los correctivos que se le ocurren, en caso de que no se satisfagan sus exigencias.

Del libro escrito por Miguel Lorente Acosta: “Mi marido me pega lo normal”, me llamó mucho la atención uno de sus capítulos titulado “El Primer golpe”. Explica, de una forma muy vivaz, el proceso que siguen algunas mujeres para llegar a aceptar como normal, algo que es abominable e injustificable. Relata cómo va cambiando su forma de ver ese dominio que ejercen muchos hombres, todavía amparados por la sociedad y por la invisibilidad, desde el exterior, de lo que sucede dentro de las paredes de muchos hogares.

Aunque el capítulo se inicia con el primer golpe que reciben muchas mujeres,  la realidad nos dice que todo comenzó con bastante anterioridad. Previamente, tuvieron lugar una serie de manifiestas actuaciones de violencia verbal y maltrato psicológico, que fueron abonando el terreno para la llegada de la violencia física.   

Un día cualquiera, sin ningún tipo de razón, de forma totalmente inesperada, ocurre algo que hará que la vida de una mujer no vuelva a ser la misma. Sigamos a Lorente en su exposición:

El primer golpe lo recibió en la cara, pero lo sintió en el corazón. Y así quedó ella: llorosa, inmóvil, incrédula ante su destino, llena de dudas, vacía de ilusión; intentando encontrar una inexistente explicación.

El segundo golpe, fue el que le hizo darse cuenta de que aquello no era un mal sueño, sino la triste, dolorosa e injusta realidad: eso era lo que le había tocado vivir, con ese hombre que decía amarla y a quien ella creía amar.

A partir de ese momento, las dudas, la incertidumbre e incluso los temores que todos tenemos sobre el futuro, se trasladaron al presente. Su existencia quedó relegada a un triste presente anclado al pasado.

Venían a su memoria recuerdos de aquellos momentos en los que creía que podía ser eternamente feliz, sin ser consciente de que, entonces, lo era. Y reparó en que había hipotecado aquel alegre presente, por este triste futuro.

Como un castillo de naipes al que le quitan la primera carta, sus ilusiones y esperanzas se derrumbaron sobre ella. Buscaba explicaciones pero, en su interior, sólo encontraba porqués, dudas, preguntas sin contestar y muchísimo dolor.

Desde fuera de su hogar, le llegaban consejos  de personas que realmente no entendían lo que sucedía, justificaciones de algo injustificable y explicaciones a lo inexplicable. Le decían que tuviera paciencia para esperar a que la situación cambiara y le pedían resignación para aceptar su destino.

Las dudas no desaparecieron, aunque fueron cambiando; las reflexiones ya no eran sobre si la agresión estaba bien o mal, sino en torno a descubrir si el motivo era suficiente o no.

Los valores inculcados y aquello que le decían, iban tomando forma en su interior. Las explicaciones y los argumentos modelaron el suceso: el hombre ha hecho uso de su potestad correctora.

Pasaban los días, y las dudas no eran sobre si estaba bien o mal, ni siquiera sobre si el motivo era justificado o no. Había quedado suficientemente “claro” que estaba bien y que el motivo era razonable; en ese momento, las dudas eran sobre si la culpa fue del marido o si fue ella misma quien precipitó la agresión.

Luego, sólo fue necesaria una nueva descarga de violencia para que, una vez más, los argumentos, las justificaciones y las explicaciones dejaran claro que la culpa había sido suya por provocar al marido.

Aparentemente, todo volvía a estar en orden. El marido mandaba, ella obedecía. Entendía que todas las agresiones eran justas, proporcionadas y provocadas por sus continuos deslices y equivocaciones.

Algún domingo se les veía en el bar y mientras el marido charlaba en la barra con los amigos, ella quedaba sentada en una mesa de la esquina con el mayor de los hijos en brazos y el pequeño, meciéndolo, en el cochecito.

Alguna vez, se la veía con un maquillaje más marcado de lo normal que dejaba entrever varios hematomas y con unas gafas de sol a través de las que miraba su borrascosa vida. Y aun así, decía ser feliz, que su marido era un buen padre, aunque tenía un poco de mal genio. Pero, era porque los quería mucho.

Cuando alguien un día le preguntó que por qué no lo dejaba, se mostró ofendida y salió en defensa de su marido con argumentos de amor, sentimientos y responsabilidad.

¿Qué ha ocurrido en un caso como este, que podría servir como ejemplo para la mayoría de los casos de maltrato?

La vida, de algunas mujeres, deja de brillar. Su existencia se vuelve opaca, sombría, triste y sin esperanzas. Esto va sucediendo de forma subliminal y sin ellas darse cuenta. Todo ello por haber aceptado lo que un día les pareció inaceptable.

En la violencia sobre la mujer siempre llueve sobre mojado. Conviene tener en cuenta que toda lluvia, hasta la tormenta más intensa, comienza con unas gotas que, siempre, van a más.

No podemos aceptar unas conductas que, por frecuentes, se presentan como habituales. Y que, por habituales, nos las hacen ver como normales.

A diario, se producen multitud de conductas que generan una auténtica situación de “microviolencia”, que actúa sobre las mujeres para disminuir su resistencia y para conseguir su aceptación.

La disminución de la resistencia va bajando la capacidad de crítica, así como la oposición hacia el agresor con respecto a su comportamiento y las va integrando dentro de la rutina.

La aceptación conduce a un aumento de intensidad gradual y progresiva de los malos tratos, por parte del agresor.

Poco a poco, se va llegando a una violencia objetiva. Pero, es como si no pasara nada, porque nada se ve. La violencia continúa dentro de los muros del hogar y atada por los lazos de la relación.

Ahora, la visión real que tenemos desde su interior, es que ha dejado de ser una “microviolencia”. La misma, ha ido creciendo con sus protagonistas. Con el hombre agresor y con la mujer víctima. Se han convertido en agresiones perfectamente reconocibles pero se alega que son golpes sin importancia. La violencia pura y dura será explicada como: “pequeños focos de conflicto”, “maneras rudas” o “lo normal dentro del matrimonio”.

La reflexión crítica debe destacar esa “anormalidad”. No debemos dejar que se instauren en las relaciones entre hombres y mujeres ese tipo de conductas impositivas que en un principio parecen ser totalmente inocuas. Una vez que el agresor haya conseguido determinados privilegios o beneficios en la relación, bajo ningún concepto, querrá renunciar a ellos.

Por ello, la importancia de que la mujer no vaya cediendo su terreno, que establezca unos límites claros de lo que es admisible y de lo que no está dispuesta a aceptar. Por supuesto, ahí radica la mayor dificultad y toda la sociedad debería ser consciente de ello, prestando el apoyo y el soporte imprescindibles.




Bibliografía:
LORENTE ACOSTA, Miguel: “Mi marido me pega lo normal”, Ares y Mares, Editorial Crítica, S.L., Barcelona. 






              

domingo, 26 de junio de 2016

La búsqueda deliberada de alternativas




En la mayoría de las ocasiones, a la hora de tomar una decisión, no es conveniente quedarnos con la primera idea que nos venga  a la cabeza, con lo que alguien nos hubiere sugerido o con lo que nos hayan enseñado. Será conveniente llevar a cabo una mayor exploración o un mejor análisis del tema que nos incumba.

Si nuestra actitud es la de creer que en la vida hay más opciones que las que descubrimos a primera vista, seremos personas más flexibles en nuestros planteamientos, al aceptar que existen otras alternativas que nosotros no habíamos contemplado y que también pueden ser válidas.

Las herramientas de pensamiento propuestas por Edward De Bono nos ayudan a centrar nuestra atención en algo que normalmente pasa desapercibido, por ser contrario a lo que hacemos habitualmente. En otras ocasiones, logran hacer explícito y deliberado lo que alguna vez hacemos, sin haberlo planeado.

Hace algunas semanas les presentaba otra técnica de pensamiento, el PNI, que consigue que nos centremos en todos los aspectos Positivos, Negativos o Interesantes que nos sugiere una idea o un tema.

Hoy, quiero centrarme en una técnica denominada:

APO = Alternativas, Posibilidades, Opciones

La búsqueda deliberada de alternativas es una parte sumamente importante de nuestra capacidad de pensar, porque contrarresta la tendencia natural de la mente hacia la certidumbre, la seguridad, la arrogancia y la economía de esfuerzos. 

La mente desea reconocer e identificar la certidumbre lo más pronto posible,  para poder entrar en acción, cuanto antes. Prefiere no plantearse demasiadas alternativas ya que esto le llevaría a un estado de indecisión. Si se enfrenta a varias opciones, es imposible que pase a la acción ya que no puede avanzar en varias direcciones a la vez; mucho menos, si se trata de direcciones opuestas.  

Si queremos que la mente tenga en cuenta otras alternativas, menos evidentes a primera vista, deberemos hacerlo de forma deliberada. Con APO, disponemos de una herramienta para enfocar nuestro pensamiento en la búsqueda de diferentes alternativas, posibilidades u opciones, siempre que nos parezca prudente y necesario hacerlo. Cuando utilizamos este instrumento, ya sea de forma individual, o bien, en grupo, podemos sorprendernos con algunas respuestas que, en un principio, no se nos habían ocurrido y que, luego, nos parecerán obvias.

Ante decisiones sencillas, parece no tener mucha importancia escoger entre una u otra alternativa. A veces, buscar distintas posibilidades, es fácil y divertido. Obtenemos cierto placer en cada alternativa que descubrimos. Podemos ilustrarlo con unos ejemplos:

1. Tomamos un dibujo sencillo, que no represente nada en particular. La tarea consiste en hacer una lista con las diferentes cosas que puede representar.


2.  Imagínate un vaso lleno de agua, sobre una mesa. Tu tarea consiste en vaciarlo. No vale ni romperlo ni volcarlo. ¿Qué soluciones se te ocurren?

Cuando nos ponemos a buscar alternativas, generalmente encontramos algunas. Lo difícil es encontrar muchas y puede resultar casi imposible encontrarlas todas.

La primera alternativa que tenemos, puede no ser la mejor, para entender una situación y actuar al respecto. Algunas veces, tratamos de solucionar un problema teniendo en cuenta las opciones más evidentes que se nos ocurren; es posible que ello nos impida encontrar una buena respuesta. Por eso, en muchas ocasiones, la dificultad no está en encontrar alternativas, sino en tomar la decisión de ponernos a buscarlas; no contentarnos con lo primero que viene a nuestra mente.

El hecho de contentarnos con una solución “adecuada” puede convertirse en el peor obstáculo, a la hora de encontrar una alternativa mejor, que es lo que debemos perseguir. A menudo, aceptamos una hipótesis o explicación sólo porque no podemos imaginar una alternativa más apropiada; siendo necesario un error, un accidente o la intervención del azar para proporcionarnos la posibilidad de encontrar otra, mucho más adecuada.

El APO nos permite centrarnos en el objetivo de buscar alternativas con respecto a un tema concreto. Convierte un deseo general en una instrucción operativa específica. No se trata de generar cualquier alternativa, sino generarlas en torno a un punto específico que deseamos ver con mayor amplitud.

Hay diferentes situaciones en las que puede ser útil la aplicación de esta técnica:

La explicación

Cuando intentamos entender una situación o el porqué de ciertos comportamientos, necesitamos crear explicaciones alternativas, sin precipitarnos a rechazarlas. No hay que buscar sólo lo probable.

La hipótesis

En lugar de limitarnos a sostener una hipótesis, podemos dedicar un tiempo a generar unas cuantas hipótesis alternativas. No para rechazarlas rápidamente a favor de la que nos parece la mejor y más “verdadera”, sino con el ánimo de que nos posibilite mirar la situación con mayor amplitud.

La predicción

Muchas veces intentaremos decir algo sobre el futuro. Las decisiones y los planes de hoy funcionarán en el futuro. Lo que estudiamos, lo que hacemos y lo que invertimos van a darnos resultado en el futuro. Toda la predicción del futuro se basa en la extrapolación de las tendencias actuales. Sin embargo, sabemos que habrá discontinuidades y que el futuro no consistirá sólo en el desarrollo de las tendencias actuales. Lo mejor que podemos hacer es generar futuros alternativos de manera deliberada y permitir que enriquezcan nuestra percepción.

El diseño

Cuando utilizamos el diseño nos proponemos crear algo que va a satisfacer algún propósito. Es mucho más libre que la resolución de problemas, ya que podemos usar distintos enfoques y estilos.

El análisis

Cuando hacemos un análisis tenemos que hacer un esfuerzo por revisar algo que no es un problema, que va razonablemente bien, que no exige atención. Sin embargo, lo estudiamos para ver si podría simplificarse el proceso o si podría hacerse más eficaz o productivo. Investigamos si hay otras maneras de llevar adelante la operación.

La decisión

Muchas personas ponen el acento en la toma de decisiones. Se presume que las alternativas son obvias y fáciles de encontrar. Sin embargo, es frecuente que la dificultad para tomar decisiones provenga de la imposibilidad de presentar suficientes alternativas. Es preciso desplazar parte del énfasis que ponemos en decidir entre un par de alternativas, a la búsqueda tenaz de otras posibilidades que puedan resultar mucho más válidas. Si disponemos de un buen número de opciones, aunque algunas de ellas no parezcan buenas en un primer momento, nos aseguraremos un mayor éxito en la toma de decisiones.

La definición de un problema

Muchos libros sobre resolución de problemas recalcan la importancia de definir los problemas de la “forma correcta”. No hay duda de que algunas definiciones de un problema tienen muchas más probabilidades que otras de conducirnos hacia una conclusión.

Lo mejor que podemos hacer es exponer definiciones paralelas del problema y, ver la clase de pensamiento que se sigue de cada definición. Veamos un ejemplo:

Problema: No tenemos suficiente espacio en nuestro aparcamiento.

Conviene definir el problema de diferentes maneras y de cada una de esas formulaciones pueden surgir ideas que sean muy útiles para resolver nuestro problema:

No hay espacio suficiente para aparcar.
No hay suficiente espacio para los que quieren aparcar.
Hay demasiada gente que tiene acceso al aparcamiento.
Los coches son demasiado grandes.
No hay más terreno disponible para agrandar el aparcamiento.

Las situaciones en las que un APO puede ser útil incluyen también la negociación, la comunicación, la búsqueda de oportunidades, las inversiones, la planificación otras áreas. Lo que importa es que contamos con una herramienta que permite decirnos, o decir a otros, “hagamos un APO”.

En cuanto a la factibilidad de un APO, nos encontraremos con dos objeciones. La primera, que es una pérdida de tiempo y crea trabajo innecesario. La segunda, que demasiadas alternativas provocan nerviosismo e indecisión. Ambas tienen cierta validez.

No hay manera de saber que la primera respuesta a un problema es la mejor, hasta que se haya hecho algún esfuerzo por encontrar otras. Por supuesto, si debemos decidir, las alternativas adicionales aumentan la dificultad para la toma de una decisión. Es lamentable, pero nunca se podrá mejorar una decisión reduciendo la gama de alternativas.

En cuanto a la segunda objeción, el autor señala que hay que ser despiadado respecto de los obstáculos prácticos. Hace referencia a una cita de Sir Robert Watson-Watt, quien lideró el desarrollo de la tecnología del radar: “Hoy se te ocurre una idea, mañana otra mejor…, pero la ideal no se te ocurre nunca”. El diseñador que no para de cambiar el diseño imposibilita la producción. Si seguimos revisando un escrito, nunca lo publicaríamos. De modo que es necesario contar con los obstáculos prácticos que se nos presentan, marcarse fechas de entrega y detener la búsqueda interminable de alternativas.

Lo fundamental, es que no tenemos que ser reacios a buscar alternativas sólo porque no podemos concebir nada mejor que lo que tenemos. ¡No debemos tener miedo de buscar alternativas por temor al trastorno adicional que puedan causar!




Bibliografía:

DE BONO, Edward: “Aprender a pensar”, Plaza & Janés.

DE BONO, Edward: “El pensamiento paralelo”, Ediciones Paidós.





jueves, 23 de junio de 2016

Contra la violencia de género




“Al criminalizarse la violencia intrafamiliar, se está generando una ruptura del núcleo familiar, a partir de expresiones de violencia de ocasión...”

El concepto que, sobre la violencia de género, demuestra tener quien pronuncia estas palabras es realmente preocupante. Pero, pasa a ser alarmante, cuando es alguien que aspira a tener un relevante puesto en la Administración de su país, el que las vierte con la más absoluta convicción y firmeza; dando a entender cuál será su posición en un puesto de tan elevada responsabilidad, como al que se postula.

Parece más que evidente que su actuación influirá en las medidas concretas que se tomen, frente a los asesinatos de mujeres y la violencia de género. Las protestas, desde diferentes frentes, no se hicieron esperar, al igual que muchas opiniones acerca del tema.

Todo lo relacionado con la violencia de género es un asunto de suma importancia. Además de ser abordado desde la justicia, debe ser atendido desde muchas instituciones de la sociedad. Es más, todos estamos implicados en este problema. Si cerramos los ojos ante esta lacra social, estamos siendo cómplices de esa violencia y de los asesinatos a mujeres.

Lo que no puede hacerse, es dar ni medio paso atrás, en lo que se haya conseguido en cuanto a la legislación aplicable. Por el contrario, será importante mejorar las Leyes, extenderlas a aquellos actos de violencia que no estén contemplados en las mismas y procurar luchar, con ahínco, para que todos seamos conscientes de que, con la violencia de género, hay que tener tolerancia cero.

Insinuar que la ruptura familiar se debe a la denuncia de las mujeres, es absurdo. Decirlo, sería horripilante. Toda la violencia que se ejerce dentro de la familia, es lo que de verdad daña la unidad familiar. Y, así mismo, lo que daña la sociedad, es creer que porque nosotros no vemos esa violencia, ésta no existe.

¿En qué mundo vivimos? ¿Pretenden que las mujeres no denuncien los actos de violencia para preservar la unidad familiar? ¿Acaso eso es realmente una familia? Y, ¿cómo se pretende solucionar estos problemas por otros medios como la mediación y la conciliación?

No voy a negar que se pueda mejorar la convivencia de la pareja, en muy excepcionales casos, por medio de terapia, grupos de apoyo y otras intervenciones. La realidad, no obstante, es muy tenaz: cuando se ha instaurado la violencia, es casi imposible reconducir la vida familiar. La semilla de la ruptura del núcleo familiar había sido sembrada, desde mucho tiempo atrás.

Hay que hacer todo lo necesario para proteger a las mujeres, desde la justicia y desde todos los ámbitos de la sociedad.

Aquellas desafortunadas palabras hablan de “expresión de violencia de ocasión”, lo cual me produce verdaderos escalofríos. Una agresión es suficiente para que sea un acto abominable. Tampoco olvidemos que hay casos en los que, una única ocasión de violencia, ha traído como consecuencia la muerte de una mujer. Me estremece, porque todo acto de violencia de género y de maltrato, tanto psicológico como físico, tiene unas consecuencias inimaginables en la persona que lo recibe. Eso es como si dijéramos que ciertas formas de acoso sexual no son graves porque no ha habido una violación. ¡Por favor! ¡En qué mundo vivimos! Todos sabemos, lamentablemente, que la escalada en el nivel de la violencia es más que impredecible. Sin saber ni cómo ni cuándo, de repente, se pasa de un insulto a una vejación, y de allí, a una paliza, o a un homicidio.



Nota:

Les recomiendo la lectura de un libro, muy interesante, sobre el maltrato a las mujeres. Es de esos libros que nos aportan información muy valiosa. Su título, llegó a impactarme: “Mi marido me pega lo normal”, de Miguel Lorente Acosta. Uno se pregunta: ¿Se refiere a que su marido le pega porque es normal que los maridos lo hagan? ¿Le pega en la medida justa y necesaria? ¿En la cantidad normal, sin pasarse? ¿Verdad que suena terrorífico?








domingo, 12 de junio de 2016

La necesidad de hacer un paréntesis




Antes de terminar de escribir mi artículo titulado “Huir de casa”, pensé que sería interesante hablar sobre la conveniencia de hacer ciertos altos en el camino para librarnos del día a día, recuperar nuestro equilibrio y encontrarnos a nosotros mismos.

La práctica sistemática de estos paréntesis, nos ayudarán a conocernos mejor, a contemplar con serenidad lo que nos ocurre y a saber lo que sucede a nuestro alrededor.

Hablamos de una forma, más positiva, de hacer pequeños altos en el camino; sin necesidad de recurrir a la huida, o a diferentes formas de evasión. Con ello, podrá atemperarse el impulso de romper, aunque sea temporalmente, con la familia, la pareja o los amigos, antes de que se convierta en una imperiosa necesidad.

Hay quienes temen el silencio, la soledad y encontrarse consigo mismos. Buscan  estar acompañados, o bien, permanecer siempre ocupados en mil cosas diferentes. Son reacios a dejar de estar en movimiento y difícilmente se encuentran predispuestos a hacer frente a lo que les sucede; en lugar de lo cual, se limitan a ir apagando los fuegos que encuentran en su camino.

Es muy conveniente aprender a buscar los momentos de soledad y a disfrutar de ellos. En un principio, podrá ser difícil para muchos por la novedad que, para ellos, conlleva. Sin embargo, se acostumbrarán y encontrarán que puede ser muy positivo, con el transcurrir del tiempo. Con la práctica, todos nos beneficiaremos de esos momentos en los que nos abstraemos de las actividades cotidianas y de su frenético ritmo, en la mayoría de los casos.

Logrando alcanzar estos momentos de soledad, encontraremos la paz necesaria para poder afrontar los retos que se nos presenten. Para ello, basta estar tranquilos y relajados, en contacto con nosotros mismos.

Cuando miremos en nuestro interior, conviene identificar aquello que nos sucede: nuestras emociones, lo que nos duele y nos hace sufrir, lo que nos agrada y nos da felicidad, nuestras carencias y nuestros deseos. Procede hacerlo, con honestidad y valentía, sin engañarnos a nosotros mismos.

Sin duda alguna, encontraremos cómo solucionar nuestros problemas. Para lograrlo, no desdeñemos  comunicarnos con personas de nuestra total confianza y  pedir ayuda, si lo consideramos necesario.

No todos los paréntesis tienen que ser en soledad y quietud. Hay muchas actividades que nos ayudarán a distraernos, a salir de la rutina y a conectar con nosotros mismos. Algunas veces, será muy agradable y enriquecedor hacer paréntesis en compañía. Un paseo, un viaje, un concierto, una agradable conversación… Siempre tendremos la disponibilidad de personas que tienen la facultad de ayudarnos a profundizar en nuestro autoconocimiento. Bastará ir en busca de ellas, porque, su compañía, nos servirá de bálsamo para nuestras penas y de estímulo para nuestros sueños.



  
Imagen a color de Fano.





Huir de casa




Junto con los apuntes, a los cuales hice referencia en mi anterior artículo, también encontré unas anotaciones mías, comentando un trabajo de Oliveros F. Otero, titulado “Las fugas como paréntesis”.

Llevaba unos años colaborando con el admirado profesor de la Universidad de Navarra, en diferentes actividades relacionadas con la Orientación Familiar. En aquella ocasión, procuraba ayudarle en la tarea de revisar algunos de los escritos que se proponía recuperar, modificar y conservar. Me llamó poderosamente la atención un pasaje de uno de sus trabajos, del cual se me ocurrió transcribir un par de párrafos a un folio, que es, justamente, el que recuperé hace algunos días.

Al tenerlo nuevamente en mis manos y leerlo, recordé que agregué aquello que me iban sugiriendo las diferentes frases. Hoy, lo comparto con ustedes, con ciertos cambios y con algunas nuevas ideas que he querido añadir. Así mismo, debo señalar que mi escrito va por derroteros muy diferentes a los del autor.

Parece bastante extraño fugarse del hogar familiar en una época en la cual los hijos continúan viviendo en casa de sus padres, hasta más allá de cumplir los treinta años. Va en crecimiento el número de casos en los que, después de haber salido de la casa de sus progenitores, se ven obligados a regresar a ella, a causa de un divorcio, o por problemas económicos.

Sin embargo, existen otras clases de huidas que se ponen en práctica y que pueden pasar desapercibidas, sin necesidad de abandonar el domicilio familiar.

El escrito de Oliveros, como familiarmente llamábamos al profesor, comenzaba con las palabras de un hijo que se había fugado de la casa familiar. "Por favor, intentad verlo como un paréntesis" - suplicaba, el muchacho en cuestión.

Me gustaría comprender cómo podía sentirse ese joven, para necesitar tomarse un paréntesis en la convivencia con su propia familia. El escrito no nos proporciona pistas que nos puedan ayudar. Sólo se refiere a personas que llegan a sentirse aisladas.

¿Se aíslan ellas? ¿Por qué? ¿Se sienten dejadas de lado? ¿No son tenidas en cuenta? ¿Qué es lo que no se respeta de su forma de ser y de pensar? ¿Cómo se pretende que sean y se comporten?

En el artículo, se hacía referencia a quienes llegan a un aislamiento en el seno de la propia familia. “Esa incapacidad de comunicación, de convivencia, suele tener raíces de incomprensión o de prejuicio. Uno se calla porque los demás no saben escuchar o porque uno cree que aquello no va a ser aceptado. Quizá uno desearía un mayor clima familiar de aceptación, y también saber un poco más en qué consiste aceptar y ser aceptado”.

En algunas familias, existen verdaderos problemas de comunicación, que hacen que sea muy difícil tener una convivencia armónica. En ellas, podemos encontrar diversas formas de incomprensión y de prejuicio.

En cuanto a la incomprensión, uno calla porque cree que los demás no le comprenden, porque considera que no le conocen bien o porque ellos no saben escuchar lo que él pueda querer decirles. Probablemente, no entienden qué es lo que le sucede y, cuando ha hablado, ha sido criticado o le han quitado importancia a lo que haya trasladado.

A su vez, los padres y algunos otros miembros de su familia, pueden pensar que no escucha lo que ellos dicen; que no respeta los principios y valores comunes, ni la forma como ellos consideran que debe comportarse quien forma parte del núcleo familiar. Si su conducta es diferente a lo que ellos esperan, en lugar de esforzarse por entenderle y comprenderle, pretenden hacer que encaje en el ámbito familiar.

Podemos señalar diferentes prejuicios. Uno de ellos, es temer que aquello que no se atreve a decir, vaya a ser rechazado por los demás. También, puede pensar que su familia es incapaz de comprender a alguien que se sale del guión previamente establecido.

En cambio, por parte de quienes forman el clan familiar, se piensa que el problema existe solamente porque no se adapta a lo que se espera de él. Que es inconcebible su comportamiento, que debe entrar en razón.

No cometamos el error de pensar que el problema familiar es únicamente imputable a su persona; a que su forma de ser, de pensar, de sentir y de actuar, le hayan llevado  a tomar la decisión de escapar de una situación que no sabe cómo manejar y que no puede seguir soportando. Muy probablemente, la familia no haya sabido darle el apoyo y la comprensión que hubiera podido necesitar. De haberlo hecho, no se hubiese llegado a una situación de tal naturaleza.

Quienes huyen, de alguna manera, lo hacen porque se han encontrado aislados por quienes hubiesen debido otorgarles un trato cercano. No han encontrado otra forma de sobrevivir, psicológicamente, que la de alejarse temporalmente, de llevar a término algún tipo de evasión.

La fuga, por sí sola, no va a solucionar nada, pero puede proporcionar un tiempo para que la persona y su familia piensen, recapaciten, vean si pueden actuar de otra forma, si es posible llegar a una convivencia en la que se respeten las diferencias existentes entre ellos.

Es necesario aceptar que los demás tengan una forma de pensar y de actuar diferente a la nuestra. Debemos buscar la manera de convivir adecuadamente, de crear un clima de aceptación, a pesar de las profundas diferencias que puedan existir ¡Qué necesario es sentir que nos escuchan, que nos comprenden, que nos prestan un apoyo positivo y que nos aceptan como somos! 





 Referencias bibliográficas:
F. OTERO, Oliveros, “Las fugas como paréntesis”, CP-30.  


Imagen de Fano, de una familia.





miércoles, 8 de junio de 2016

Las cicatrices de amor son las heridas del pasado



Hoy ha caído en mis manos una reflexión que trasladé a unos folios de papel, en 1999. Como suelo hacer, todavía, están escritos a mano y podría muy bien decirse que se trata de anotaciones que no suelen ser muy extensas.

Obedecen, siempre, al particular estado de ánimo en el que me encuentro, originado por alguna circunstancia o algún hecho que me haya ocurrido, como consecuencia de mi relación con los demás, se trate de familiares, o amigos. Por tal razón, son textos cuya vigencia es efímera, aun cuando procede reconocer que, en ellos, queda una impronta que puede ser permanente.

En el caso al que hago referencia, uno de mis hermanos y yo, habíamos establecido una intensa y extensa correspondencia, por medio de correo electrónico. Ambos, nos hemos sentido particularmente unidos, desde que yo era niña. No por la proximidad geográfica, ya que hemos sido unos trotamundos, sino por el gran afecto que nos profesamos. De alguna forma, con aquel intercambio de palabras y cariño, sentía que se había reducido la distancia que nos separaba y encontraba que este tipo de comunicación era propicio para poder expresarnos con naturalidad y agilidad. Entonces, no existían otras redes sociales.

Recuerdo que aquella correspondencia movía muchas emociones en mi interior. Algunas, muy agradables, como el amor. Otras, dolorosas; como las heridas que pudieran seguir abiertas y las cicatrices que habían quedado, como prueba  del dolor que, por alguna razón, había experimentado.

Me atrevo a compartir con ustedes parte de ese escrito, advirtiendo que introduciré algunos cambios a las consideraciones de aquel entonces, fruto de lo aprendido y vivido durante los años que, desde aquella fecha, han transcurrido. Me propongo dejar una segunda parte, la cual me servirá para elaborar un nuevo artículo, en el transcurso de las próximas semanas.

¡A mí, me sucede algo curioso! ¡No sé, si a ustedes, les ocurre lo mismo! A veces, cuando me encuentro con personas cariñosas, que me demuestran afecto y que tocan las fibras más sensibles de mi ser, no puedo evitar que se instalen recuerdos dolorosos, en mi interior. Como si, al recibir esas muestras de afecto, reviviera los momentos de soledad, las carencias afectivas, aquellos deseos insatisfechos... Se trata de una absurda contraposición entre la alegría del recibir, ahora, y la tristeza por no haber tenido, antes.

Yo pienso, de mí misma, que he sido una mujer, fuerte; que ha ido afrontando adecuadamente las diferentes situaciones y pruebas que la vida le ha ido presentando. Sin embargo, cuando, en algunas ocasiones, rememoro situaciones concretas del pasado, me parece estar obligada a aceptar que no era tan valiente como hubiera sido necesario. Que me faltaron las fuerzas para evitar que me causaran heridas. Que sufrí unas cuantas. Y, algunas, muy profundas; sin pretender hacer ninguna comparación con respecto al resto de la gente. Son las cicatrices que aún conservo, las que me recriminan no haber sido más fuerte. Pero conviene aprender, bien pronto, a no llorar sobre la leche derramada.

Algunas vivencias del pasado son como caricias para el alma. Me dan paz y me reconfortan. Otras, en cambio, debieron causarme heridas profundas, a tenor de las cicatrices que dejaron en mí. Yo desearía que desaparecieran pero, lamentablemente, no es posible. A pesar del tiempo transcurrido, hay días en los que te duelen sobremanera, al recordarte tenazmente el lugar y el momento de donde proceden.

Cuando me comunico con algunos amigos o familiares, a los cuales no he visto en años, o cuando me reencuentro con ellos, siento como si entrara en mi interior un agua limpia y cristalina que revitalizara todo mi ser. Ese intercambio de profundos sentimientos es  un chute de amor que aumenta mi felicidad, que me hace ser más tranquila, que compensa ciertos vacíos. Me hace valorar lo bueno y lo valioso que ha habido en mi vida. A dejar en paz los recuerdos dolorosos. A no darles más importancia de la que, en algún momento, tuvieron. A no permitir que atenten contra mi vida actual, o futura.  

¡Hoy, me doy cuenta que algo he crecido, desde que escribí aquella nota, en el año de mil novecientos noventa y nueve!