Desde el interior, detrás del
mostrador donde se encontraba la caja registradora, a Julián Besteiro le
pareció reconocer el jeep que acababa de detenerse, al lado del primero de los
cuatro surtidores repartidos entre las dos pequeñas islas de abastecimiento de
combustible.
Agudizó la vista, en un intento por
identificar al conductor del vehículo. Sin embargo, la oscuridad que había hecho presa del
atardecer invernal y la lluvia que estaba cayendo con fuerza, se lo impedían.
Decidió salir de la tienda, con el ánimo de atender a cualquiera que fuese la
persona que había llegado a la gasolinera, la única existente en el pueblo, y
en un radio no menor de una veintena de kilómetros.
Al dar los primeros pasos, el perro
que había en el interior del vehículo empezó a ladrar desaforadamente y confirmó
que estaba en lo cierto: se trataba del pintor colombiano, que iba acompañado
por su mascota, de nombre, ”Thor”. Julián no podía evitar la impresión que se
llevaba, cuando el Pastor Alemán pegaba su nariz a los cristales de las
ventanas, limpiaba de vaho una pequeña superficie circular, y le mostraba sus amenazadores
colmillos. A pesar de ser consciente de la adoración que su hija tenía por aquel
perro, se
veía obligado a admitir que el miedo se apoderaba de todo su ser, cuando tenía
la obligación de aproximarse a semejante fiera.
‒¡Es
un placer tenerlo nuevamente entre nosotros, maestro! ‒fue el cálido saludo que
dispensó a la celebridad que salía del todo terreno‒ ¿Le lleno el depósito?
‒¡El
placer es mío, Julián! ‒replicó, el universalmente reconocido dibujante, pintor
y escultor, cerciorándose de que la puerta del conductor quedaba cerrada ‒Este
año, hemos decidido disfrutar del clima pirenaico, en lugar de pasar las
Navidades en la calurosa Cartagena de Indias. ¡Sí! ¡Llénelo, por favor! ‒añadió,
haciendo entrega de la llave del depósito de combustible al encargado de la
estación de servicio.
‒¿Eso
dónde está, doctor? No se referirá a la
Cartagena de la región de Murcia, donde hay una base naval, ¿verdad?
‒¡No!¡La
Cartagena a la que hago alusión, está en mi país, Colombia! ‒respondió, Juan
Sotomayor‒ ¿Qué tal su hija, María? Espero tener la oportunidad de comprobar
los progresos que ha hecho, desde la última vez que estuve aquí.
‒Se
pondrá muy contenta, cuando le diga que, usted, ha llegado ‒dijo, Julián,
después de haber enchufado la manguera de combustible a la boca del depósito ‒¡Tenga
la seguridad de que no ha de tardar en ir a verle!
‒¡Fenomenal!
Le hice llegar, a su amigo, Andrés, el encargo de encender la chimenea del
refugio. Espero que haya podido llevarlo a término.
‒¡Puede
estar tranquilo! Este mediodía le he visto subir con el camión cargado de leña.
A estas horas, encontrará una montaña de troncos apilados debajo del cobertizo,
el fuego a tierra prendido y la casa templadita, a pesar de este tiempo lluvioso,
frío y desapacible.
‒Mi
mujer y mi hija llegarán el próximo viernes. Nos gustaría invitarles a compartir
una especie de anticipo de la cena navideña, en nuestra casa. ¿Podría decirme
cuál sería el día más conveniente para ustedes, después de haberlo consultado
con su esposa, Pilar?
Las
anteriores palabras del artista colombiano pillaron totalmente desprevenido a
Julián Besteiro, quien, no obstante, reaccionó dando las gracias por la
invitación. Tuvo que regresar a la tienda, en busca del datáfono, para realizar
el cobro del importe del servicio, mediante tarjeta de crédito. Después de que se la hubo devuelto a su dueño,
junto con el correspondiente justificante del cargo bancario, dijo:
‒¿Qué
le parece el sábado, por la noche? ¿Sería, quizás, demasiado precipitado,
teniendo en cuenta que su familia habrá llegado el día anterior?
‒¡Me
parece bien! Le advierto que la cena no tendrá nada de especial y la
prepararemos sobre la marcha, entre todos.
‒Hablaré
con mi mujer y, mañana mismo, le hago llegar la confirmación. No sería de
extrañar que fuera mi hija quien quisiera aprovechar la oportunidad para acercarse
a su casa. Me consta que está deseando enseñarle unos bocetos que tiene
guardados.
‒¡Muy
bien! ¡Pero, dígale a María, por favor, que no me haga madrugar!
Se
despidieron y, en cuanto Juan Sotomayor abrió la puerta del conductor para
subirse al coche, “Thor” se vio en la obligación de soltar unos cuantos ladridos,
que cesaron, apenas su dueño puso en marcha el todo terreno para dirigirse a su
refugio.
La
segunda quincena del pasado mes de julio había sido la última oportunidad que
el escultor había tenido para disfrutar de la paz y tranquilidad que le
obsequiaban aquellos parajes, ubicados en una zona en la que terminaba la media
montaña. Se trataba de la última planicie que, a dos mil metros de altitud,
señalaba la ruta de ascenso a la cadena de montañas pirenaicas. Allí, en un
prado cercano a hayedos y pinos silvestres, Juan Sotomayor compró unas cuantas
hectáreas de terreno y se hizo construir un confortable refugio de piedra, con un
techo de pizarra soportado por una robusta estructura interior de madera. A
menos de un centenar de metros de la puerta de entrada de la cabaña, discurría
el agua fría y cristalina de un riachuelo, escoltado a cada uno de sus lados,
por sendas hileras de chopos cabeceros. Esta especie de paraíso terrenal se
encontraba a menos de cuatro kilómetros del pueblo, y se llegaba a él por una
carretera comarcal asfaltada; aunque, los últimos quinientos metros era
necesario recorrerlos por un camino de tierra, cuyos desperfectos se recomponían,
al llegar la primavera. Serían las primeras Navidades que el maestro pasaría en
la bonita cabaña, en compañía de su esposa, Angelina, y de su hija, Magdalena.
A
pesar de los largos períodos de tiempo en los que la casa permanecía sin ser
habitada, el estado de conservación de la misma era excelente, gracias a los
cuidados prestados por Andrés Lasala y Pilar, la esposa de Julián. La retribución
económica que ambas personas recibían por estar pendientes del más mínimo
detalle, que era lo que el dueño de la casa exigía, era aún más excelente y
estaba muy por encima del salario mensual que cabía esperar por llevar a cabo cada
una de las dos diferentes tareas. Razón por la cual, la cabaña siempre estaba
en perfecto estado de revista.
Como
cada día, a las diez de la noche, Julián Besteiro cerró la estación de servicio
y se fue a su casa. Nada más llegar, encontró a su esposa, y a su hija, que le
estaban esperando, sentadas a la mesa de la cocina, sobre la cual, la cena
estaba dispuesta.
‒¿Tienes,
en perfecto orden, la casa del señor Sotomayor, Pilar? ‒inquirió, a su mujer, apenas
le hubo depositado un beso en la mejilla, repetición del gesto dispensado a su
hija.
‒¿Por
qué me lo preguntas, Julián?
‒Ha
parado en la gasolinera para llenar el depósito del todo terreno.
‒¿Ha
llegado al pueblo? ‒preguntó, María, anticipándose a la contestación de su
madre‒¡Qué alegría tan grande! ‒exclamó, apoyándose contra el respaldo de la
silla y levantando brazos y manos al aire.
‒¡Compórtate,
hija! ¡Vas a romper la silla! ‒advirtió, la madre, sin salir del asombro que la
noticia le había producido.
‒¡No
me has contestado! ‒apremió, el marido.
‒¡Por
supuesto que sí! ¿Por qué no iba a tenerlo?
‒Ya
sabes que, como todo artista, el señor Sotomayor es un poco raro. ¡Y, muy
exigente! ¿Te imaginas lo mal que nos iría, si perdieras este trabajo?
‒¿De
dónde sacas que es una persona rara? ‒preguntó, María, a su padre? Es exigente,
pero precisamente por esta razón, sabe apreciar el trabajo que hace mi madre.
¿Sabes lo difícil que es mantener en perfecto estado una casa que permanece
deshabitada, durante meses?
‒Por
si acaso, no conviene olvidarse de que había despedido a tres vigilantes, antes
de que contratara a mi amigo, Andrés Lasala.
‒Yo,
estoy muy tranquila. Hago mi trabajo a conciencia, aun sabiendo que servirá de
muy poco ‒dijo, la esposa del encargado de la gasolinera.
‒¡Estás
equivocada, mujer! El señor Sotomayor acaba de llegar y su familia lo hará, el
viernes próximo. ¿Qué pasaría si no encontrasen la casa bien arreglada ‒preguntó,
Julián Besteiro, en tono de amenaza, sin esperar respuesta‒ Nos ha invitado a
participar en una de cena navideña que, si tú estás de acuerdo, puede tener
lugar, al día siguiente‒anunció, para que las dos mujeres alejasen la
preocupación que les hubiere podido causar la anterior pregunta.
‒¿Estoy
invitada, padre? ‒preguntó, María, con gran emoción, y en actitud expectante.
‒Ha
preguntado por ti y me ha dicho que tiene ganas de ver los progresos que has
hecho. Pero, que vayamos a la cena, dependerá de la decisión de tu madre ‒respondió, Julián
Besteiro, dirigiéndose a su mujer y a su hija, al mismo tiempo.
‒¡Qué
situación más extraña! ¡Es la primera vez que nos invitan a cenar en su casa,
desde que llegaron al pueblo, hace más de tres años! ‒soltó, Pilar, de forma
espontánea y frunciendo el ceño‒ ¡No sé qué decirte, Julián! ¡No tengo ropa que
ponerme!
‒¡Qué
tontería más grande estás diciendo, mamá! No se trata de ninguna ceremonia de gala,
sino de una cena informal, entre amigos.
‒¡María
tiene razón! Me ha dicho que la cena, la prepararemos, entre todos. Me he comprometido a darle una respuesta, a lo
largo del día de mañana.
‒¿Quieres
decir que te has comprometido de antemano, sin consultar conmigo?
‒El
compromiso que he adquirido ha sido consultar contigo si el sábado es un día
conveniente para ti.
‒¡Claro,
mamá! Es evidente que quieren demostrarte lo agradecidos que están por la
colaboración que les prestas. ¡No puedes negarte!
‒¡Está
bien, Julián! ¡No hay nada que objetar! ¡Dile que sí! ‒concluyó quien recibía
una generosa compensación económica por estar a cargo de la limpieza del
refugio.
‒Si
estás ocupado, padre, puedo ir yo misma a su casa, en la moto ‒propuso, María, poniendo
carita de ángel.
‒¡Te
mueres de las ganas por ver al maestro colombiano! ‒exclamó, Julián Besteiro‒¡Llévale
el mensaje, de parte de tu madre, y de la mía! Pero, no vayas muy temprano; me
ha dicho que quiere dormir, hasta muy tarde. ¡Por cierto, Pilar! Me olvidaba de
preguntarte si, Andrés, ha prendido la chimenea.
‒¡Claro
que sí! En cuanto ha llegado al refugio, a última hora de la mañana, con el
camión repleto de leña. Ha sido lo primero que ha hecho, incluso antes de
descargarlo. Y, poco antes de regresar al pueblo, hemos puesto una nueva carga
de troncos, en el fuego a tierra ¿A qué hora llegaba, el maestro, a la
gasolinera?
‒¡Yo
no andaba equivocado! Le he asegurado que encontraría la casa calentita, a
pesar del frío y de la lluvia. Debía faltar muy poco para que fueran las ocho
de la tarde ‒respondió, quien no había hecho mención alguna de “Thor.”
A
sus diecisiete años recién cumplidos, María Besteiro era la única hija del
matrimonio compuesto por Pilar Lanzarote y Julián Besteiro. Era una chica
atractiva, más bien alta, de tez morena, ojos negros, de mirada profunda, y una
larga cabellera de color castaño. Aunque, amable y respetuosa, tenía una
natural tendencia a la seriedad y a la introspección, lo cual, no favorecía su
relación con otras personas, especialmente sus compañeros de estudios. Por
encima de cualquier otra cosa, adoraba a sus padres, a sus abuelos maternos,
los únicos abuelos que vivían, el Dibujo y la Pintura. Por eso, después de mucho insistir, logró que
sus progenitores hicieran un gran esfuerzo económico para que cursara el
Bachillerato de Artes, en la Escuela de Arte de Huesca. Estaba a punto de
terminarlo y de dejar la casa de sus abuelos, en la que había estado viviendo,
entre semana, durante los últimos cuatro años, pues hubiera sido impensable el
traslado diario, a la capital de la provincia. Gracias al trabajo de su madre,
había tenido la inmensa fortuna de conocer al maestro colombiano, en los escasos
periodos vacacionales durante los que, Juan Sotomayor, decidía pasar unos pocos
días en su refugio de montaña, alejado del mundanal ruido.
Desde
que, María, tuvo el atrevimiento de presentarle uno de sus trabajos, en espera
de recibir un veredicto sobre las expectativas que cupiera formarse sobre el
futuro de su vocación, una mutua relación de admiración profesional y de afecto
fue cimentándose, a pesar de la distancia y el tiempo que transcurría, sin que
tuviesen la oportunidad de verse.
Por
eso, a la mañana siguiente, María tuvo que contener su impaciencia, en espera
de que llegara la hora de ir a ver al señor Sotomayor y decirle que la cena
podía tener lugar, el próximo sábado. De paso, no perdía la esperanza de
encontrar la manera de preguntarle si ella estaba, también, invitada. Cuando el
viejo reloj de péndulo pegado a la pared del comedor finalizaba el toque de las
nueve campanadas matutinas, María arrancaba la moto llevando la carpeta de
dibujo, dentro de la cual, había guardado media docena de trabajos seleccionados
y realizados por ella misma, los que más creía que podían gustar al maestro.
Quedándole
por recorrer un centenar de metros del lodazal en el que se había convertido el
camino de tierra, oyó los ladridos de “Thor”. Al llegar frente a la puerta de
entrada, paró el motor, bajó de la moto y calzó el caballete al suelo, sin
dejar de instar a la mascota que se callara. No le dio tiempo a llamar al
timbre, porque el rostro somnoliento del artista asomó por la puerta
entreabierta, ocasión que el perro aprovechó para salir, loco de alegría,
alcanzando a poner sus manos sobre los hombros de la amiga, cuya voz había
reconocido.
‒¡Si
quieres que te diga la verdad, María, te temo más que a un nublado! ‒fue el
saludo que Juan Sotomayor dispensó a la recién llegada‒ ¿Acaso no te advirtió,
tu padre, que no me hicieras madrugar?
‒¡Sí!
¡Me lo dijo! ¡Pero, son las nueve y media de la mañana!
‒¡A
esta hora, aquí y en Lima, para quienes vivimos pendientes de la inspiración
que la noche nos depara, no han sido puestas las calles, todavía!
‒¡Ya
está bien, Thor! ¡No seas tan pesado! ¡Yo, también te quiero! ‒exclamó, quien
se veía obligada a repartir su afecto, entre el dueño de la casa y su Pastor
Alemán‒ He traído bollos y pan caliente; si me deja entrar, le preparo el
desayuno, mientras, usted, se encierra en el baño.
‒¿Sabes
preparar un café colombiano?
-¡Por
supuesto! No fue muy difícil aprenderlo, una vez descubrí el café que hay que
emplear. Mi madre me ha dicho que jamás falta el buen café colombiano, en esta
casa. Y, que se guarda, dentro de cajas de metal, herméticas.
‒¡En
tal caso, acepto tu propuesta, María!
‒¿Le
apetecen un par de huevos fritos?
‒¡Adelante!
‒exclamó, Juan Sotomayor, en señal de aprobación‒ ¿Qué ha dicho, tu madre, con
respecto a la cena ‒preguntó, mientras
se dirigía a su alcoba.
‒¡Que
no hay inconveniente! El próximo sábado es un buen día para que puedan venir
los dos ‒contestó, María, intencionadamente.
‒Querrás
decir, los tres ‒rectificó, el dueño de la casa, inmediatamente‒. Envié una
carta al Niño Dios, en tu nombre. Anoche, nada más llegar, me encontré con la
contestación, en el árbol de Navidad que, Andrés Lasala, nos ha preparado.
‒¿Qué
es lo que dice ‒quiso saber, María, presa de la curiosidad.
No
hubo respuesta, toda vez que el dibujante, escultor y pintor de talla
universal, se había encerrado en su habitación. Ante lo cual, María se dispuso
a preparar el desayuno, bajo la mirada atenta de “Thor” que fue a sentarse a la
puerta de entrada de la cocina para poder contemplar los movimientos de su
amiga aragonesa.
‒Un
día, “Thor,” te enseñaré a poner la mesa. Veremos si, por lo menos, haces algo
de provecho, en lugar de asustar a todo el mundo, con tus ladridos ‒le dijo, la
estudiante de Bachillerato de Artes, a la mascota, la cual, mantuvo las orejas
erguidas, mientras le hablaban.
Juan
Sotomayor disfrutó con el desayuno que le habían preparado. La insistencia de
María para que le fuera revelado el contenido de la contestación que el Niño
Dios había dejado en el árbol, resultó del todo estéril. Además, se dio cuenta
de que no había ningún sobre, adorno o regalo alguno, colgando de las ramas del
árbol. “Hablaré con Andrés Lasala para que me ayude a engalanar el abeto con
motivos navideños, antes del viernes” ‒pensó, secretamente.
‒¿Tu
sabes quién es el Niño Dios, María? ‒preguntó, el pintor, cuando estaba a punto
de dar por terminado el desayuno.
‒Supongo
que, en Colombia, es el propio Papá Noel.
‒¡Estás
equivocada! Se trata del Niño Jesús y sigue la tradición cristiana que se
inició, hace más de dos mil años en Cisjordania, en la ciudad de Belén, muy
cerca de Jerusalén.
‒En
tal caso, me tiene que dar permiso para construir un nacimiento. Para que esté
listo, antes del sábado, en justa correspondencia con el árbol, que se asocia a
Papá Noel.
‒¡Por
supuesto que te doy permiso! Resulta curioso que, en mi país, el veinticinco de
diciembre, celebremos la llegada del Niño Jesús. Y, en lugar de un pesebre, las
casas se adornen con un abeto, siguiendo la tradición gringa.
‒¡Será
muy fácil montar un nacimiento! En este lugar, tenemos todos los materiales que
hacen falta, al alcance de la mano ‒aseguró, María, con rotunda seguridad.
‒¿De
dónde sacarás las figuras, joven intrépida?
‒De
la montaña de madera que le han traído. Por el momento, tallaré únicamente las
figuras del Niño Jesús, la Virgen María, y José. Por supuesto, el buey y la mula,
también. Tendré que pedir la ayuda del electricista para dotarlo de la modesta y
necesaria iluminación.
‒¿Por
qué no incorporas, igualmente, a los Reyes Magos?
‒El
día de Navidad, los Reyes de Oriente no pintan nada, en un nacimiento ‒‒respondió,
María, con determinación‒‒. Tendrán que esperar, hasta la víspera de la
Epífanía, que es cuando les corresponde. Además, me consta que a su hija,
Magdalena, le encantan los Reyes Magos y he pensado que me ayudará a pintarlos.
Le advierto que los tres adoptarán una postura de adoración. ¡Nada de ir
montados sobre los camellos!
‒¡Muy
bien! Mientras concentras tus esfuerzos en el belén, yo me dedicaré a estudiar
cada uno de los trabajos que has traído. ¿Puedo abrir tu carpeta de dibujo?
‒¡Es
toda suya! ‒fue la respuesta de María, acompañada por una gran sonrisa y el
alegre brillo de sus ojos.
No
hubo que esperar al sábado. Cuando, el día anterior, a última hora de la tarde,
Angelina Harb, la esposa libanesa del pintor, llegó al refugio de montaña, en
compañía de su hija, Magdalena, encontraron un precioso abeto de Navidad,
iluminado y engalanado en su justa medida, así como un hermoso nacimiento
construido sobre una mesa rinconera, situada en el salón contiguo al comedor. Aparte de la ornamentación y de las luces de
colores, no había regalo alguno, entre las ramas del abeto.
Al
día siguiente, sábado, el reencuentro entre las dos familias fue motivo de gran
alegría. Aunque, el abrazo que se dieron, Magdalena Sotomayor y María Besteiro,
supuso tanta carga de emoción, que a punto estuvieron de llorar. El pasado mes
de julio se habían cumplido tres años, desde que se conocieron. Fue el mismo
día, en el que Magdalena celebraba su dieciseisavo cumpleaños.
La
reunión transcurriría, sin que nadie estuviese pendiente del reloj y tuvo muy
poco de una cena formal. Ni tan siquiera, se sentaron a la mesa del comedor, sino
que se limitaron a depositar sobre la misma una diversidad de platos,
consistentes en lo que, entre todos, prepararon: variedad de embutidos ibéricos
y de quesos, pimientos, anchoas, aceitunas, espárragos, tortilla a la española,
etc. Al picoteo, le seguirían distintas bandejas conteniendo una cantidad
exagerada de chuletas de cordero, hechas a la brasa del fuego a tierra. Todo lo
anterior, regado con distintas botellas de vino de la Comunidad de Aragón. Cada
uno se sirvió lo que quiso y se acomodó en el sitio que fue eligiendo, a lo
largo de la velada. Cuando todos daban la cena por terminada, la dueña de la
casa pidió voluntarios para despejar la mesa. Una vez realizada la tarea, las
mismas manos colaboraron para llevar a término un despliegue de dulces,
pasteles, frutas de Navidad, turrones y una amplia variedad de licores. A raíz
de la experiencia tenida con el desayuno que, María, le había preparado, Juan
Sotomayor le encargó que hiciese el mejor café colombiano, para cuantos lo
desearan.
En
aquel mismo momento, el dueño de la casa quiso pronunciar unas palabras y
recabó la atención de los presentes.
‒”Cuando,
el martes pasado, María vino a verme para decirme que sus padres no tenían
inconveniente en celebrar esta reunión en el día de hoy, sábado, llegó con su
carpeta de dibujo, bajo el brazo. Hablamos del día de Navidad y de lo que
representaba el Niño Dios, en Colombia. Como consecuencia de lo cual, se puso a
trabajar para construir, con sus propias manos, el nacimiento que, situado en
el rincón del salón, bendice esta casa. Al propio tiempo, prestó su valiosa ayuda
al señor Andrés, para que quedara vestido el abeto de Navidad.
Me
consta que ha hablado con mi hija, Magdalena, para tallar las figuras de los
Reyes Magos de Oriente, en actitud de adoración al Niño Dios, tal como nos enseña
la Epifanía. Yo creo que ambas fiestas tienen un gran significado y que, por
consiguiente, procede celebrarlas en la intimidad de la familia. Es por esta
razón que, en la tarde de hoy, hemos querido tener esta reunión y poder
trasladarles personalmente nuestros mejores deseos de paz, salud y bienestar.
Que el Niño Dios bendiga a todos ustedes.”
Se
hizo un profundo silencio. Julián Besteiro, consideró que debía corresponder a
las palabras de felicitación navideña destinadas a su esposa, hija y a su
propia persona. No estaba del todo seguro de si el genial artista hubiese
terminado su intervención. Ante la duda, se levantó de la silla en la que
estaba sentado, pero no llegó a abrir la boca porque el dueño de la casa,
cambiando el tono de su intervención, se dirigió a la amiga de su hija para
preguntarle:
‒¿Has
mirado, María, si hay algún regalo, a los pies del abeto?
‒¡No!
‒contestó, desde la puerta de entrada a la cocina, quien había recibido el
encargo de preparar el café.
‒¿Ves
algún paquete, desde donde tú estás?
‒¡Ninguno!
‒sonó alta y diáfana, la respuesta.
‒¿Estás
segura?
Ante
la insistencia, María dio un par de pasos para tener una mejor visión de la
base del árbol. Al constatar que no había ningún paquete en el suelo, buscó con
la mirada la ayuda de su madre, que estaba sentada frente al abeto. Pilar
Lanzarote hizo una mueca de extrañeza y movió, del uno al otro lado, un par de
veces la cabeza. Aunque, a continuación, advirtió una sonrisa de complicidad en
el rostro de su amiga, se reafirmó en sus anteriores contestaciones, elevando
el tono de voz para decir:
‒¡Completamente
segura!
Juan
Sotomayor consideró que el juego no podía continuar. Motivo por el cual, dijo:
‒¿Acaso
no has tenido en cuenta que debías buscar un sobre? Acércate al abeto; lo
encontrarás oculto por las ramas que no puedes ver, desde tu ángulo de visión.
Cuando obre en tu poder, por favor, no lo abras.
Cuando
estuvo a un metro de distancia del árbol, la alumna de la Escuela de Artes de
Huesca reconoció el sobre que el maestro se había negado a enseñarle. Después
de retirarlo de entre las luces y los adornos que colgaban de una rama, lo
mantuvo entre sus manos temblorosas y preguntó al maestro:
‒¿Qué
tengo que hacer, ahora?
‒Sabes
muy bien que es un regalo del Niño Dios. Puedes llevártelo a tu casa, con la
condición de que no lo abras, hasta que hayáis terminado la cena de Nochebuena.
‒Me
atrevo a decir que este condicionante que me impone es bastante cruel. Se
repite la historia del otro día ‒dijo, María, con voz quejumbrosa‒ ¡Aún falta
una semana para el día de Navidad, doctor! ¿Podría darme un avance de la
naturaleza del regalo que contiene, este sobre?
‒En
Colombia, María, el Niño Dios entrega los regalos el día veinticinco de
diciembre ‒recordó, el maestro Sotomayor‒. Pero, tomando en consideración que
estamos en España y que fue un servidor quien le pidió el obsequio para ti, te
voy a dar un avance. Los detalles quedan reflejados en el documento que
encontrarás, dentro del sobre que está en tus manos.
Se
repitió, el silencio anterior. Posiblemente, fue aún más tenso y profundo, a
juzgar por la reacción de “Thor.” La mascota,
preocupada por lo que estaba ocurriendo, soltó un conato de ladrido.
‒Hallarás
el documento de ingreso, a tu nombre, en la Academia de Bellas Artes de
Florencia. Cursarás cuatro años de estudios, en Pintura, Escultura,
Arquitectura, Decoración y Grabado. Será beneficioso para ti que conozcas el renacimiento
italiano y las obras de Piero della Francesca, Paolo Uccello, Tiziano y otros. Los
dineros para sufragar los gastos de viajes, transportes, manutención y dinero
de bolsillo, así como el coste de la matrícula para cada uno de los cuatro
años, están en una Beca que ha quedado depositada en una entidad bancaria. ¡Ya
he caído en el error de darte demasiados detalles!
Madrid,
Navidad, 2021.
Blog:
Un día con ilusión – Magdalena Araújo
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