sábado, 30 de marzo de 2019

Algunas propuestas para sanar las heridas emocionales



En el anterior escrito, El tiempo, por sí solo, no cura las heridas emocionales, quise hacer énfasis en que aquello que nos duele o nos hace daño no desaparece por arte de magia. Que el solo transcurrir del tiempo no es suficiente para que nuestras heridas sanen y que ese alivio a nuestras penas vendrá de la mano de lo que nosotros hagamos para intentar recuperar nuestro equilibrio interior.

Para sanar nuestras heridas, es preciso que introduzcamos algunos cambios en nuestra vida, los cuales, nos conducirán a superar lo que una vez nos afectó gravemente; porque, si no lo hacemos, podrían volverse crónicas o reabrirse, años después. Veamos algunos ejemplos de lo que se puede hacer para sanarlas:

Averiguar cuál es la causa de tu dolor. Debes precisar cuál es el origen del mismo: si la herida proviene de un acontecimiento traumático, de lo que ha dicho o hecho otra persona, de la respuesta que diste, o, si se produjo como consecuencia de tu propia actuación.  

Evitar caer en la tentación de negar lo ocurrido. Prolongaría tu sufrimiento y se convertiría en un problema enquistado, pendiente de resolución. Es exigible un ejercicio de sincera autocrítica. La sanación de las heridas se acelera desde el momento en que aceptamos las cosas tal como fueron, sin intentar cambiarlas. Reconociendo todo el sufrimiento que nos produjeron e intentando verlas desde una nueva perspectiva.

Aceptar los sentimientos de dolor o de ira. No trates de disimular lo que sientes, delante de los demás. Vive las emociones con toda naturalidad. Aunque, supongan sumergirte en la tristeza, en el miedo, en la rabia o en la más inesperada de las reacciones. Cuando vives las emociones tal como se producen, llega el momento en el que se inicia un proceso de atenuación progresivo.

Admitir que no hallaste otra manera de actuar. Obraste como mejor pudiste, teniendo en cuenta los conocimientos y la experiencia que tenías en ese momento. Quizás, fuera imposible saber lo que iba a ocurrir. No te lo reproches, ni dirijas tu irá hacia terceras personas.

Procurar aprender de lo que sucedió. Nuestros aprendizajes provienen de las buenas experiencias y, también,  de las que son  difíciles y dolorosas. Es conveniente descubrir qué es aquello que debemos extraer de la experiencia que tanto nos afectó.

Prescindir de las prisas. No pretendas acelerar el momento de la sanación, ya que ésta únicamente ocurrirá cuando estés preparado. Conviene que te tomes el tiempo que necesites para superar aquello que tanto te afectó. Verás que llegará un momento en el que serás capaz de hablar de lo sucedido y, a partir de entonces, te encontrarás pasando página.

Rechazar que el dolor y la tristeza se instalen en ti, permanentemente. Por muy graves que hayan sido las heridas sufridas, por mucho que entiendas que tu vida ha quebrado, llega un momento en el que debes darte cuenta que no es conveniente quedarte paralizado por el dolor, la rabia o los lamentos. No debes continuar llorando por lo que perdiste o no recibiste. Conviene que dejes de añorar lo que una vez tuviste, lo que ya no está, o, lo que nunca será como tú querías que fuese. Debes saber que la vida te presentará nuevas alternativas y, aunque tú no lo creas, tu estado de ánimo mejorará y repercutirá positivamente en otras personas que te quieren.

En último término, buscar ayuda. Es posible que, ni siquiera con la valiosa colaboración de amigos, familiares y conocidos, podrás solucionar los problemas que te agobian. Cuando veas que tal cosa sucede, será recomendable recurrir a profesionales para que te ayuden y trabajen contigo para volverte a la vida.

Magdalena Araújo


Enlace al texto citado en la introducción:


El tiempo, por sí solo, no cura las heridas emocionales, artículo de Magdalena Araújo en “Un día con ilusión”.



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