En estos días, una muy buena
amiga me llamó y, como llevábamos semanas sin conversar, aprovechamos para
ponernos al día. Me comentó que la noche anterior se acostó pensando sobre un
tema que le rondaba por la cabeza. Hablamos acerca del mismo y después de
nuestra conversación telefónica me envió un mensaje en el que me decía: “Yo
quería saber si solo el tiempo cura las heridas”. Decidí que era una buena
ocasión para hablar sobre ese asunto.
Está muy extendida la idea
de que las heridas emocionales sanan con el paso del tiempo; que los problemas
y las situaciones dolorosas se curan a medida que pasan los días, las semanas,
los meses o los años. Yo no estoy de acuerdo con lo anteriormente expuesto. La
experiencia nos muestra que algunas personas, después de muchos años, arrastran
una gran pena que no les deja avanzar; mientras que, otras, sí lograron superar
el dolor que una vez sintieron, aprendieron de los acontecimientos vividos y
salieron fortalecidos.
Estoy convencida de que el
paso del tiempo, por sí solo, no mejora nada. Todo dependerá de lo que hagamos
durante ese tiempo, de la actitud que tengamos ante la situación que tanto nos
afectó, de las medidas que tomemos para afrontar los sentimientos y los
pensamientos que nos surgen al respecto, de la interpretación que hagamos de
los hechos, de si nos encerrarnos en nosotros mismos o si buscamos personas que
nos ayuden en la comprensión de lo sucedido.
Es preciso afrontar aquello
que nos perturbó, aceptar lo que sucedió, sin edulcorarlo, sin disfrazarlo o
quitarle importancia. Porque, de no ocuparnos en sanar nuestras heridas
emocionales, estas perdurarán mucho más tiempo del necesario, afectando otras
áreas de nuestra existencia. Incluso, pueden empeorar y terminar enquistándose,
haciendo que sea muy difícil pasar página y retomar la vida de forma saludable.
La creencia generalizada de
que el tiempo cura las heridas emocionales lleva a algunas personas a presionarnos
para que superemos pronto lo que nos sucede. Quizás, porque ellos no se sienten
bien con nuestra tristeza o nuestra ira, y, también, porque no tienen ni idea
de cómo ayudarnos: “ya pasará”, “con el tiempo dejará de doler”, “ya verás cómo
lo olvidas”, “no hay mal que dure cien años”, “conocerás a alguien y te
volverás a enamorar”, “te darás cuenta de que fue como un mal sueño”, “debes
pasar página”…
Acomodarse a tales consejos
puede llevarnos a caer en la tentación de proceder de forma pasiva ante lo que
nos sucedió, dejándonos invadir por la pena, la ira o la desilusión,
descuidando nuestras actividades habituales y aquellas que nos puedan traer
alguna satisfacción. Otras personas, hacen lo contrario: para no pensar en lo
que les ha sucedido, se centran en el estudio, en su trabajo o en sus aficiones,
procurando estar bastante ocupados, para no pensar en aquello que les afectó de
manera notable. Se convencen de que ya están mejor, que las cosas ya no duelen
tanto, que todo lo van superando. Creen que han logrado poner distancia de
aquello que les hizo sentir una gran tristeza o un gran enfado, aunque, lo
único que hacen es posponer la solución de un problema o la sanación de una
herida profunda.
Es como si tomáramos los
pensamientos y emociones asociados a la situación dolorosa y los guardáramos al
fondo de un armario o en el lugar donde solemos colocar aquello que ya no
utilizamos. El problema de hacer esto, es que el día que nos los volvamos a
encontrar, reviviremos todo lo que creíamos que ya estaba superado. Y,
entonces, volverá a dolernos como antes. Asimismo, al no haber aprendido de la
experiencia anterior, podrán afectarnos nuevas situaciones que sean parecidas a
las ocurridas hace un tiempo, ya que no habremos desarrollado herramientas para
afrontarlas con éxito.
Hay quienes no asumen los
problemas de forma pasiva sino que pueden hacer algo muy diferente, dándole muchas
vueltas a lo sucedido, trayendo constantemente a la memoria cosas del pasado,
ya sea reciente o remoto. Pensando que eso que hacen no influirá en la sanación
de sus heridas, debido a esa creencia de que “las heridas se curan con el
tiempo”. Pero, lo cierto es que hurgar en las heridas solo hará que estas sean
cada vez más profundas y más difíciles de sanar.
Imaginémonos que las heridas
no son emocionales sino físicas. Es difícil pensar que las mismas vayan a sanar
por sí solas, sin que hagamos algo al respecto. Dependerá de si se han
producido a partir de un golpe y si hay algún hematoma o fractura. Si ha habido
solo una raspadura, una herida leve o una herida de gran entidad. Cada una de
esas situaciones llevará a que intervengamos de una u otra forma. Deberemos ver
cuáles son los daños sufridos y de qué manera podemos actuar para que éstos
puedan ser subsanados de forma adecuada. Dejar que pase el tiempo puede llevar
a un hueso mal soldado o a una infección muy grave. Asimismo, una vez limpias,
conviene dejar que cicatricen, sin estar hurgando en ellas constantemente. ¿Por
qué no hacemos lo mismo con las heridas emocionales? ¿Por qué intentamos quitar
importancia a lo que nos sucede y a lo que sentimos por lo ocurrido? ¿Qué nos
lleva a querer que las otras personas pasen página cuanto antes de los
problemas que les afectan?