El pasado mes de diciembre, tuvimos la
oportunidad de alojar en nuestra casa a Liliana y Alexander, un matrimonio con
el cual hemos mantenido una inquebrantable relación de amistad, a pesar del
tiempo transcurrido.
La última vez que habíamos estado en
compañía de ellos, había sido durante el verano del noventa y cuatro, cuando
decidimos viajar a Cartagena de Indias, que es la ciudad en la que nuestros
amigos han mantenido su hogar, a pesar de haber tenido que residir, como
nosotros, en diferentes países. Debo decir que Alexander es un alto oficial de
la Armada colombiana y que ingresó en la Escuela Naval de Cadetes Almirante
Padilla, cuando era un jovencito que acababa de cumplir los diecisiete años.
A finales de noviembre, Liliana me
había llamado para anunciarme que estaban organizando un recorrido por diversas
capitales europeas, siendo Madrid la etapa final. Con emoción, me dijo que
estaban deseosos de volver a vernos. No dudé en poner nuestra casa a su
disposición.
A lo largo de siete intensos días,
tuvimos que dar cabida a un apretado programa de actividades, entre las que no
pudo faltar la visita a museos y exposiciones de arte. Podría hacer mención a
alguna de las simpáticas anécdotas que tuvieron lugar durante su estancia en
Madrid. Sin embargo, me ha parecido oportuno hacerles partícipes de la historia
que nos contó Alexander, en la esperanza de que les resulte interesante.
Fue al tercer o cuarto día, al
regresar a casa, después de haber dedicado la jornada a visitar la ciudad de Segovia.
Liliana nos dijo que, tanto su marido como ella, se sentían incapaces de
sentarse a la mesa para la cena y nos pidió, también, cancelar la salida
nocturna que teníamos pensada realizar, aquella misma noche.
-¡Estamos agotados! -exclamó, nuestra
amiga- Pero, no penséis que ha sido por el paseo -añadió, en tono quejumbroso-.
La culpa ha sido nuestra, por lo brutos que hemos sido a la hora del almuerzo. Nos
hemos dejado vencer por el pecado de la gula. ¡Pedir judiones de la Granja,
sabiendo que, a continuación, venía el lechón asado!
-No te preocupes, Liliana -contesté,
sin poder evitar contener la risa- ¡Nos quedaremos en casa, encantados de la
vida!
-Perdimos la cabeza al encontrarnos en
Casa Cándido, el Mesonero Mayor de Castilla. ¡Estábamos al lado del Acueducto
de Segovia! ¿Se imaginan qué emoción? -intervino, Alexander- ¡Os ha quedado, todo, muy rico! ¿Qué tal los
entrantes? Las croquetas, el delicioso jamón de bellota, el excelente vino… ¡y,
los espectaculares postres!
-¿Queréis que os prepare alguna
infusión? -pregunté- ¿Un té? Quizás, una tila, una manzanilla con limón…
-Tu marido y yo, nos tomaremos unos
tragos -contestó Alexander-. Y, de paso, me contará de dónde ha sacado las
fotografías de este barco -agregó, fingiendo la más supina ignorancia, y señalando
las dos fotos del “Juan Sebastián de Elcano” que Joaquín tiene expuestas sobre
los estantes de la biblioteca.
-¡No me tomes el pelo, Alexander!
-protestó, mi marido- Aunque jubilado, eres Contralmirante de la Armada de Colombia
y sabes muy bien de qué barco se trata y dónde están tomadas estas fotos.
Nuestro amigo se sonrió. Se dejó caer
sobre uno de los sofás del salón, lugar de la casa en donde habíamos decidido
acomodarnos. Me pareció apreciar una cierta expresión de picardía en la
comisura de sus labios y, sobre todo, en el brillo de sus ojos.
-Se trata del bergantín-goleta “Juan
Sebastián de Elcano”, el insigne buque escuela de la Armada española, enfilando
el canal de la Bahía de La Habana. La inconfundible silueta del castillo de los
Tres Reyes del Morro, que aparece de fondo, en ambas fotografías, hace muy fácil
la identificación del lugar ¡Son dos fotos muy bellas! Y, cabe calificarlas de
históricas.
-Era el dos de junio de mil
novecientos noventa y ocho -dijo, Joaquín-. Aquel día, yo estaba en La Habana
-añadió-. Y, a pesar de ser una hora muy temprana, la temperatura superaba los
treinta grados centígrados y había calma chicha, lo cual, dificultaba la
maniobra de atraque del buque.
-Su Comandante, el Capitán de Navío,
Teodoro de Leste Contreras, ordenó disparar la primera salva de artillería,
antes de entrar a puerto -explicó, Alexander-. Por lo tanto, serían las ocho de
la mañana. Cuando finalizó el último de los veintiún disparos, siguieron unos
segundos de expectación, que se hicieron eternos, hasta que la salva fue
correspondida por una Compañía cubana, con otros tantos cañonazos, desde La
Cabaña.
-¿Cómo lo supiste? -preguntó, mi
marido- Tú no estabas en La Habana, para saber lo que estaba sucediendo.
-Nos lo contó el Ministro de Asuntos
Exteriores de España -contestó el Contralmirante-. Fue con ocasión de una de
sus visitas a Colombia. Nos confesó que había preocupación por saber si
responderían al protocolario saludo, a pesar de que el Gobierno cubano había dado
su autorización a la llegada del buque escuela. ¡Debieron ser momentos muy
emotivos! -exclamó, Alexander-. Habían transcurrido cuarenta y cuatro años
desde la última vez que el “Juan Sebastián Elcano” tocase tierras de la Isla
Grande de Cuba -dijo, nuestro amigo-. Al mes siguiente, concretamente el día
tres de julio, se cumpliría el centenario del hundimiento de la escuadra española,
durante la batalla naval de Santiago de Cuba, en mil ochocientos noventa y ocho.
Entre la tripulación del buque escuela había dos Tenientes de Navío, Pascual
Cervera Burgos e Ignacio Carvajal Cervera, tataranietos del insigne Almirante
Cervera. Además, de otros ocho descendientes de españoles caídos en la
contienda.
Hubo unos segundos de silencio, después
de lo cual, la conversación quedó interrumpida. Tiempo que aproveché para ir a
la cocina, llenar la cubitera con hielo picado y completar la bandeja con
botellas de agua mineral, de refrescos, frutos secos y aceitunas rellenas.
Cuando todo el mundo se hubo servido, mi marido consideró oportuno incidir
sobre lo que había dicho, Alexander.
-Sin duda alguna, fue un gesto del
Gobierno conservador español, que presidía José María Aznar, para poner de
manifiesto su voluntad de acercamiento y diálogo con el Ejecutivo cubano. Hay
que tener en cuenta que las relaciones diplomáticas, entre los dos países, no
pasaban por su mejor momento y que se había elegido la capital de Cuba, como
sede de la IX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, de los veintiún
países miembros, la cual, se iba a celebrar, al año siguiente.
-Tuvo lugar, a mediados de noviembre
de mil novecientos noventa y nueve -recordó, Alexander-. Fue la penúltima vez
que nos vimos, fuera de Colombia.
-¡Muy cierto! Nuestro último encuentro
tuvo lugar en Santiago de Chile -asintió, mi marido.
Por unos instantes, Alexander se quedó
pensativo, dándole vueltas al hielo del vaso con whisky que tenía en las manos.
A continuación, tomó un sorbo y depositó su trago sobre la mesa. De manera un
tanto ceremoniosa y grave, nos dijo:
-Voy a hacerles una confidencia que, al
cabo de los años transcurridos, dejó de ser un secreto. Pero, también, quiero
contarles una historia relativa a nuestra Armada, de la que llegué a ser
insignificante testigo -añadió.
Nos quedamos mirándole, expectantes.
-Cuando el “Juan Sebastián de Elcano”
zarpó de Cádiz para proceder a un nuevo crucero de instrucción, no tenía
previsto que tocara tierra cubana. Se dijo que la noticia del cambio de rumbo
se la dio, al Capitán de Navío Teodoro de Leste Contreras, Su Majestad, el Rey
Juan Carlos I, en persona, el día once de mayo, fecha en la que el buque
escuela salía de Cartagena de Indias, con destino a La Guaira -continuó
explicando, nuestro amigo-. El Comandante de Leste había sido ayudante de Don
Juan de Borbón, durante varios años, y sabía que la ilusión del padre del Rey
siempre había sido navegar a Cuba en el noventa y ocho. Lamentablemente,
falleció unos años antes, en mil novecientos noventa y tres.
El Contralmirante hizo una pausa. Sus
labios dibujaron una leve sonrisa y pude apreciar la agudeza de su mirada.
-Ignoro cómo reaccionaría mi amigo de
Leste, cuando recibió la orden del Rey. Porque, unos días antes, fuentes del
Ministerio de Defensa de España, habían filtrado la decisión tomada por el
Gobierno, para que el “Juan Sebastián de Elcano” hiciera escala en La Habana.
La primicia no fue patrimonio de Su Majestad, el Rey, como, muy burdamente, se
quiso dar a entender. Basta acudir al periódico español “ABC” para constatar
que la noticia fue publicada por el mencionado rotativo, en fecha ocho de mayo
de aquel año, de mil novecientos noventa y ocho.
-Al parecer -dijo, Liliana, con la
naturalidad a la que nos tenía acostumbrados-, nunca existió muy buena química
entre el conservador Presidente del Gobierno y la Casa Real ¡Al menos, eso es
lo que tengo entendido!
Joaquín no quiso dar contestación
alguna al comentario de mi amiga. Lo mismo sucedió con su marido, el Contralmirante.
En vista de lo cual, yo le di la razón a Liliana. Sin que hubiera objeción alguna a mi pronunciamiento, Alexander, retomó la
palabra para decir:
-El momento es oportuno para recordar
una historia, cuyo origen, bien puede situarse a comienzos de mil novecientos sesenta
y seis. Concretamente, en enero de aquel año, con la aprobación y posterior publicación
del Decreto Número Ciento Once, por parte del Gobierno de Colombia. Aunque,
conviene tener bien presente que fue fruto de anhelos, peticiones y esfuerzos
desarrollados por parte de muchas personas, con anterioridad a esta fecha -quiso
puntualizar, nuestro amigo-. Forma parte de la gloriosa historia de la Armada
de Colombia y de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, en donde yo
tuve el honor de estudiar, y en la que se han instruido cientos de marineros
colombianos que han de defender las costas y las aguas de los territorios
nacionales -continuó diciendo, nuestro amigo.
Hizo una breve pausa para fijar su
mirada sobre cada uno de nosotros y comprobar que le estábamos escuchando, con gran
atención.
-Para no tenerles más tiempo en
suspense, les diré que se trata de
contarles cómo fue posible que la Armada de Colombia pudiera disponer del buque
escuela ARC “Gloria” -nos desveló, finalmente.
-¡Es una belleza! -saltó, mi marido,
emocionado- Es el más antiguo de los cuatro veleros hermanos construidos por el
mismo astillero. Es un bergantín-barca, o bricbarca, de tres palos, que…
-¡Por favor! ¡Deja que Alexander nos
explique! -le tuve que interrumpir, a Joaquín.
Sorprendido por mi intervención, mi
marido arrugó la nariz. Pero, aceptó mi recriminación, poniendo cara de niño
regañado.
-En el mes de diciembre del año
anterior, había finalizado el segundo semestre del curso académico que, en mi
caso, suponía la terminación de mi carrera, después de cuatro años de estudio.
Por lo cual, tuve la inmensa satisfacción de graduarme como Teniente de Corbeta
-explicó el Contralmirante-. La víspera de ponerme en camino para ir a pasar la
Navidad con mi madre y mis hermanas, uno de mis profesores me llamó a su
despacho.
-“Antes
de que salgas de la Escuela -me dijo, mostrándome un documento impreso- quiero que firmes esta solicitud. La he
cumplimentado, personalmente, echando mano de los datos de tu historial
académico. Bastará que firmes, en la última página” -me indicó, señalando
con su dedo índice el lugar donde yo debía estampar mi firma.
¡Me quedé estupefacto! Pero, era un
profesor muy querido por mí y no podía darle señal de desconfianza alguna, por
lo que firmé la solicitud.
-¿No quieres saber lo que has firmado?” -me preguntó, mientras guardaba el documento en su
portafolio.
-¡Por supuesto que sí, señor! -contesté.
-“Ahora,
que ya eres Oficial de la Armada, vas a hacer un Posgrado de Estudios Políticos”
-me informó, escuetamente-. “Te
espero en este mismo despacho, el primer día laborable del próximo mes. Ese
mismo día, te incorporarás al que ha de ser tu primer destino.”
-¡No me digas! -exclamó, Joaquín-
¿Firmaste, a ciegas, un compromiso tan importante para tu futuro?
-¡Sí! -contestó, Alexander- Te puedo
asegurar que, en ningún momento de mi vida, me he arrepentido.
-Entonces -especulé, presa de la
curiosidad-, te fuiste de vacaciones navideñas, sin saber cuál sería tu próximo
destino.
-¡Así fue! Estuve sobre ascuas, cada
uno de los días que pasé en mi casa, en Barranquilla. Yo no quise decirle nada
a mi madre, ni a ninguna de mis dos hermanas. Todas se quedaron muy tranquilas,
cuando les dije que debía regresar a la Escuela Naval. Únicamente, se lo
anuncié a Liliana, mi novia, en aquellas fechas.
-Antes de salir de vacaciones,
expliqué al responsable de la residencia, la orden que yo había recibido. Me
dijo que el nuevo curso daría comienzo más tarde, pero que el primer día
laborable sería el lunes, tres de enero, y que podía contar con alojamiento
provisional en el pabellón para Oficiales. Por lo tanto, viajé en la chiva que
salía el domingo, al mediodía, con destino a Cartagena.
-Recuerdo, perfectamente, aquella
despedida -intervino Liliana-. Fue la primera vez que tomé conciencia de lo que
supondría casarme con un Oficial de la Armada.
-¡Has
venido en muy mal día! -fueron las primeras palabras que pronunció mi
profesor, cuando me presenté en su oficina, a las nueve, en punto, de la mañana.
-Aquí,
todo el mundo anda muy revuelto. No parece descabellado pensar que, al fin, la
Escuela cuente con un espectacular buque para la formación de sus alumnos,
cadetes -agregó, levantando sus pobladas cejas, ante mi estupor-. ¡Hace falta ser muy “verraco” para lograr
que el Ministro de Defensa te firme en una servilleta! -exclamó, sin poder
contener su emoción- Tu solicitud para el
Posgrado de Especialización en Estudios Políticos ha sido aprobada -me
comunicó, mudando la expresión de su rostro y adoptando un aire ceremonioso-. Debes presentarte, sin pérdida de tiempo,
ante el edecán del Comandante de la Armada. Pide por él, en la Base.
-¡Yo no entiendo nada de lo que estás
contando! -interrumpí, otra vez.
-Permíteme que prosiga, Magdalena; lo
entenderás, enseguida. Cuando llegué a la BN1, me dijeron que el edecán se
había ausentado, pero que debía esperar a ser atendido por uno de sus
ayudantes, lo cual, tuvo lugar después de una larga espera. Me recibió un
Teniente de Navío.
-¡Bienvenido a bordo! -fue su saludo-.
Por solicitud expresa del edecán del Comandante de la Armada Nacional, has sido
destinado a esta Base Naval, para incorporarte a su equipo de Oficiales Ayudantes.
A partir de este momento, considérame tu compañero -añadió, estrechándome la
mano, con energía.
-Debiste sentirte feliz, Liliana,
cuando tu novio te dio a conocer la proximidad de su destino -dije, sin
contener mi manifestación de alegría.
-Estuve esperando su llamada, durante
todo el día -explicó, nuestra amiga-. A última hora de la tarde, llegó un
radiotelegrama, a mi casa. Al abrirlo, me temblaban las manos, mientras mi
madre permanecía de pie, junto a la puerta, esperando con impaciencia que terminara
de leerlo. Alexander me informaba del destino que le había correspondido, me
decía que me amaba y que quería casarse conmigo. Me rogaba que preparara una
entrevista con mi padre porque quería pedirle mi mano, en su próximo permiso -respondió,
Liliana, con una radiante sonrisa en su rostro.
El Teniente de Navío me dijo que,
desde los últimos días de diciembre, se estaban viviendo momentos de enorme
tensión, de los que nadie se había podido liberar. El Comandante de la Armada
Nacional, el Vicealmirante Orlando Lemaitre Torres, había decidido viajar a
Bogotá, aquella misma mañana, en compañía de su edecán -continuó explicando,
Alexander-. Se esperaba la autorización del Gobierno para proceder a la compra
de un buque escuela con destino a la Escuela Naval de Cadetes Almirante
Padilla.
Al parecer, había trascendido que, días
antes de Navidad, en una recepción celebrada en Bogotá, en la embajada de un
país vecino, nuestro Comandante había coincidido con el Ministro de Defensa,
General Gabriel Rebéiz Pizarro. El Vicealmirante llevaba mucho tiempo
intentando convencerlo de la necesidad de que la Armada, pudiera contar con un
buque escuela. Por supuesto, no desaprovechó la oportunidad de tener sentado al
Ministro junto al él, en un salón de la mencionada embajada, que fue el lugar
en el cual el señor Embajador terminó reuniendo a un reducido número de autoridades,
mientras los camareros estaban pendientes de reponer las copas de los
invitados.
En un momento determinado de la
reunión, el Ministro rogó a nuestro Comandante que no continuara hablándole
sobre los enormes beneficios del proyecto y que, en su lugar, le prestara un
bolígrafo. A continuación, se dirigió a uno de los camareros y le pidió que le
hiciera entrega de una de las servilletas de papel que llevaba en la bandeja. Se
inclinó hacia adelante, colocó cuidadosamente la servilleta sobre la mesa, después
de apartar un par de vasos, y escribió: “Vale por un velero”. Estampó su firma,
y le hizo entrega de la servilleta al Vicealmirante, como demostración de su
compromiso con la causa.
-¡La Historia, evidentemente, se
encargó de demostrar que el Ministro cumplió con su compromiso! -exclamó, mi marido.
-Tal como mencioné anteriormente,
tuve la inmensa fortuna de compartir la alegría que nos invadió a todos. A los
cuatro días de haberme incorporado a mi destino, el Gobierno de Colombia, en su
Decreto Número Ciento Once, dio autorización a la Armada Nacional para adquirir
un velero tipo bergantín-barca, de tres mástiles, para destinarlo a buque
escuela -dijo, Alexander-. En aquellos días, tuve el alto honor de ser
presentado a nuestro Comandante, por su edecán. Siempre recordaré lo que el
Vicealmirante Orlando Lemaitre Torres, me dijo: “Ha llegado, usted, en un buen
momento. Le deseo éxito en su carrera”. ¡Me temblaban las piernas! Estaba ante
la presencia de un gran “verraco”, según palabras textuales de mi profesor.
-¿Qué ocurrió, después de que se
aprobara la compra? - pregunté.
-Se crearon varios equipos de
personas para el seguimiento del proyecto, que involucraron a la Escuela Naval
de Cadetes y a la propia Armada Nacional. La adquisición del ARC “Gloria” nos
tuvo muy ocupados, durante los siguientes dos años -respondió Alexander.
Nos contó el desarrollo del proceso,
con todo tipo de detalles. Me tomo la libertad de resumir los momentos más
relevantes, comenzando por mencionar que el contrato de compraventa del buque
escuela se firmó con la Sociedad de Construcción Naval Española, con sede en
Bilbao, en el mes de octubre de aquel año de mil novecientos sesenta y seis.
La construcción del navío se inició
en abril del año siguiente, y el bautizo de la futura alma mater de la marina
colombiana tuvo lugar en fecha dos de diciembre del mismo año, con la ceremonia
de la botadura del casco, en la Ría del Nervión. El nombre elegido fue el de
“Gloria”, en honor a Gloria Zawadsky de Rebéiz, esposa del Ministro de Defensa,
a quien la muerte le sobrevino antes de que viera materializado el sueño que
había hecho posible, gracias a su firma en una servilleta.
El ocho de agosto de mil novecientos
sesenta y ocho, se procedió a la asignación de un grupo de marinos, Oficiales,
Suboficiales, Cadetes y personal civil, para su posterior traslado a Bilbao, con
el objeto de participar en la última fase de la construcción del barco y en el
acto de recepción del mismo.
Casi, un mes más tarde, el día siete
de septiembre, a las diecisiete horas y treinta minutos, estando atracada la
nave en el Canal de Deusto, se llevaron a cabo los actos oficiales para la
ceremonia de izado de la bandera de Colombia en el ARC “Gloria”. Después de lo cual, dieron comienzo las tareas
de instrucción de su primera tripulación y las pruebas de mar.
El día nueve de octubre, el buque
zarpó del puerto de Ferrol, rumbo a su patria.
En la mañana del día once de
noviembre de mil novecientos sesenta y ocho, un velero tipo bergantín barca, de
sesenta y siete metros de eslora, diez con sesenta metros de manga y capacidad
para desplazar mil trescientas toneladas, se divisa en el horizonte, donde
confluyen mar y cielo. Todo el mundo en Cartagena de Indias, sabe que el buque
escuela ARC “Gloria” se está aproximando al puerto, tiñendo de verde aguamarina
las aguas del Mar Caribe, su gran bandera tricolor desplegada al viento.
Anotación final.
Hace dos años, en su cuadragésimo
sexto aniversario, el ARC “Gloria” había navegado un total de ochocientas diez
mil millas náuticas, durante ocho mil ochocientos días de navegación. Sus
cubiertas, habían servido como Embajada de Colombia en un total de ciento
ochenta y cinco puertos, de setenta y dos países. El insigne buque escuela
había cruzado la Línea del Ecuador en cuarenta y dos ocasiones, el Meridiano
Cero en otras treinta y ocho y el Meridiano Ciento Ochenta, un total de doce
veces. Había doblado, en dos ocasiones, el Cabo de Hornos, lugar en donde
convergen los Océanos Atlántico y Pacífico, siendo el punto más meridional de
América. El primer paso se realizó en el año dos mil diez y, el segundo, en
marzo de dos mil catorce. Lo cual permite que el buque escuela colombiano forme
parte de la Cofradía de los CAP HORNIERS, la hermandad de veleros mayores que
han sorteado las dificultades climáticas y del mar, valiéndose de los elementos
básicos de navegación, utilizando solamente sus velas, como propulsión. Para
los marinos, hacer este cruce es algo similar como escalar el Everest para los
alpinistas.
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