lunes, 29 de febrero de 2016

“DESIDERATA”: Rescatándolo del baúl de los recuerdos




Desde hace varios meses, había estado pensando en compartir este poema con ustedes. Finalmente, me he decidido a hacerlo.

Para quienes ya lo conocían, será un volver a leerlo y recordar una época anterior, mientras que puede ser un descubrimiento para otras personas. Creo que “Desiderata” forma parte de mi historia personal, desde que yo tenía dieciséis años. Aunque ha estado durmiendo en mi interior durante mucho tiempo, me he dado cuenta que estoy en el camino de seguir sus indicaciones. Y me he alegrado mucho, por ello.


“DESIDERATA”

Avanza apaciblemente entre el ruido y las prisas,
Teniendo presente la paz que puedes encontrar en el silencio.

Hasta donde te sea posible, sin rendirte,
conserva buenas relaciones con todas las personas.

Expresa tu verdad tranquila y claramente;
y escucha a los demás,
incluso a los torpes e ignorantes;
ellos, también, tienen su propia historia.

Evita a las personas chillonas y agresivas,
ya que son vejaciones para el espíritu.

Si te comparas con los demás,
te volverás presuntuoso o resentido
pues siempre habrá personas mejores
y peores que tú.

Disfruta de tus éxitos,
así como de tus proyectos.

Mantente interesado en tu propia carrera,
por humilde que sea;
será tu patrimonio real,
en los tiempos en que cambie la suerte.

Sé cauto en tus asuntos de negocio,
porque el mundo está lleno de engaños.
Pero no dejes que esto te impida ver la virtud que existe;
muchas personas luchan por nobles ideales,
y por doquier la vida está llena de heroísmo.

Sé tú mismo.
En especial, no finjas afecto.
Tampoco, seas cínico en el amor;
ya que  en medio de todas las arideces y desencantos,
es tan perenne como la hierba.

Acata dócilmente el consejo de los años,
rindiendo elegantemente las cosas de la juventud.

Alimenta la fortaleza del espíritu
para que te escude ante los reveses repentinos de la fortuna
pero no te agotes con oscuras imaginaciones.
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.

Más allá de una sana disciplina,
sé benigno contigo mismo.
Tú eres una criatura del universo,
no menor que los árboles y las estrellas;
tienes derecho de estar aquí.
Y, te resulte claro o no,
sin duda que el universo se desarrolla como debiera.

Por lo tanto, mantente en paz con Dios,
cualquiera que sea tu concepción de Él.
Y, sean cuales fueren tus ocupaciones y aspiraciones,
en la ruidosa confusión de la vida,
mantén la paz en tu alma.

A pesar de todos sus engaños, penalidades y sueños fallidos,
aún es un mundo hermoso.

Sé una persona alegre.
Esfuérzate por ser feliz.


Tiene tal fuerza este poema, y dice tantas cosas, que he estado dudando entre ceñirme al texto, o hacer mis comentarios al respecto, desde mi forma de ver la vida y desde mi historia personal. Me aventuro por este segundo camino, que es más arriesgado, pero, al mismo tiempo, creo que puede ser interesante. Al menos, será una forma de bucear en mi interior. Les invito a que ustedes hagan lo mismo y que se dejen llevar por lo que “Desiderata” les haga pensar, sentir y recordar.

Lo primero que viene a mi mente, y que siento en mi corazón, es que  “Desiderata” era como un resumen de mis principios y valores de entonces. Aunque, también, puede ser que mis ideales se hubieran conformando con las inspiraciones que había encontrado en ese escrito, y en otros. Llegó a mí, durante esos años de la adolescencia, en los que tienes propensión a los sueños, a los grandes proyectos, a querer cambiar el mundo, y deseas que todo sea perfecto y maravilloso.

Siento pensar que, durante tiempo, muchas de estas ideas se hayan desdibujado en mí, habiendo permanecido sólo algunas, que me han acompañado, siempre. Supongo que era necesario que me perdiera un poco, que anduviera por otros caminos, para luego regresar a unas cuantas directrices fundamentales.

En ocasiones, nos dejamos llevar por la vida misma. Hay tanto ruido a nuestro alrededor, y es tanta la confusión existente, que nuestro interior desiste de ordenar los pensamientos y nos olvidamos del gran valor del silencio, del reposo, la quietud, la meditación, etcétera.

¡Qué importante es intentar llevarnos bien con quienes encontramos en nuestro camino! A pesar de que, algunas veces, esto es casi imposible, ya que no depende únicamente de nosotros. Abrirnos a otros, nos enriquece. Desearíamos que aquellas personas que son importantes para nosotros, o que nos atraen por alguna razón, estuvieran cerca; que pudiéramos comunicarnos con ellas, libremente.

He considerado que, cada cual, tiene su propia historia; y, todas ellas, son igualmente importantes. He escuchado y valorado, con gran respeto, las vidas de la gente sencilla, las cuales han sido, para mí, una fuente de ejemplo  y de inspiración.

Debo decir que, durante mucho tiempo, me costó expresar mi verdad, compartir mi forma de ver las cosas, mis opiniones… De manera muy particular, me sucedía con aquellas personas que parecían tener muy claro lo que querían, aquellas que hablaban de forma categórica, con rotundidad, con vehemencia, incluso. Tenía muy en cuenta lo que yo pensaba de las cosas, de las personas, de los sucesos, pero todo ello lo guardaba en mi interior. He sido tan respetuosa con lo que otros pensaban, y hacían, que llegaba a adaptarme a las otras personas, dejando que su punto de vista prevaleciera, sin mostrarles que el mío era diferente. No quería imponerles mi forma de ver las cosas, y en ese intento, me había olvidado que mi parecer era tan importante como el de ellos. Muchas veces, me he situado como en un segundo plano, observando lo que ocurría, pero no siendo realmente partícipe. Afortunadamente, esto fue cambiando, a partir de un momento determinado.

Hoy, siento que tengo mi propia voz. Y, que debo compartir con otros, lo que llevo en mi interior.

Cuántas veces quisiéramos “huir”, o alejarnos, de ciertas personas prepotentes o agresivas; o, de aquellas que creen que la vida gira en torno suyo, siempre queriendo ser los protagonistas… Aprendamos a poner distancia con respecto a ellas y no dejarnos influir por sus formas y por su discurso.

He visto los estragos que hacen las comparaciones; tanto cuando las hace otra persona, como cuando las hacemos nosotros mismos. Lo de no compararme con los demás es algo que está en mi mente desde pequeña. Especialmente, lo de no creerme mejor, o más importante, que nadie. Lamentablemente, a veces no creía en mí lo suficiente. Pensaba que otros tenían más estudios, habilidades, conocimientos y experiencia que yo. No todos podemos sobresalir en todo, y cada uno, parece que es más apto en ciertas áreas; mientras que puede ser bastante negado en otras. Lo interesante, es encontrar esas actividades que nos apasionan y a las que podremos dedicarnos con mayor intensidad.

Disfruta de tus éxitos, lo mismo que de tus proyectos. Buena máxima, aunque hoy veo que esos éxitos se disfrutan mucho más cuando vienen precedidos de unos sueños, unos planes y un esfuerzo por cumplirlos. Si no confías plenamente en ti, y no valoras lo suficiente tus logros y tus esfuerzos, te pierdes gran parte de la emoción. Un punto a tener en cuenta es que el camino es muy importante y debemos disfrutar del trayecto mientras lo vamos transitando. Hay personas que sólo muestran cierto interés por los resultados finales, y cuando obtienen algo, no lo valoran suficientemente: se apresuran a conseguir algo nuevo.



Sobre la historia de Desiderata:

“Desiderata” (del latín desiderata "cosas deseadas", plural de desideratum) es un poema muy conocido sobre la búsqueda de la felicidad, que puede llegar a convertirse en una filosofía de vida, tal como sucedió con el movimiento hippie de los sesenta.

Actualmente, se reconoce que el poema fue escrito en 1927, por Max Ehrmann,  (1872-1945), porque,  durante años, circuló la leyenda de que su autor era un monje anónimo, perteneciente a la Parroquia de "Old St. Paul's Church, Baltimore" en el mismo año de fundación de la misma (1692).  





La imagen: es una pintura de paisaje de Graham Gercken



sábado, 27 de febrero de 2016

Lo que me contaron de una parte de la historia del buque escuela de la Armada Nacional de Colombia, ARC “Gloria”




 

El pasado mes de diciembre, tuvimos la oportunidad de alojar en nuestra casa a Liliana y Alexander, un matrimonio con el cual hemos mantenido una inquebrantable relación de amistad, a pesar del tiempo transcurrido.

La última vez que habíamos estado en compañía de ellos, había sido durante el verano del noventa y cuatro, cuando decidimos viajar a Cartagena de Indias, que es la ciudad en la que nuestros amigos han mantenido su hogar, a pesar de haber tenido que residir, como nosotros, en diferentes países. Debo decir que Alexander es un alto oficial de la Armada colombiana y que ingresó en la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, cuando era un jovencito que acababa de cumplir los diecisiete años.  

A finales de noviembre, Liliana me había llamado para anunciarme que estaban organizando un recorrido por diversas capitales europeas, siendo Madrid la etapa final. Con emoción, me dijo que estaban deseosos de volver a vernos. No dudé en poner nuestra casa a su disposición.

A lo largo de siete intensos días, tuvimos que dar cabida a un apretado programa de actividades, entre las que no pudo faltar la visita a museos y exposiciones de arte. Podría hacer mención a alguna de las simpáticas anécdotas que tuvieron lugar durante su estancia en Madrid. Sin embargo, me ha parecido oportuno hacerles partícipes de la historia que nos contó Alexander, en la esperanza de que les resulte interesante.

Fue al tercer o cuarto día, al regresar a casa, después de haber dedicado la jornada a visitar la ciudad de Segovia. Liliana nos dijo que, tanto su marido como ella, se sentían incapaces de sentarse a la mesa para la cena y nos pidió, también, cancelar la salida nocturna que teníamos pensada realizar, aquella misma noche.

-¡Estamos agotados! -exclamó, nuestra amiga- Pero, no penséis que ha sido por el paseo -añadió, en tono quejumbroso-. La culpa ha sido nuestra, por lo brutos que hemos sido a la hora del almuerzo. Nos hemos dejado vencer por el pecado de la gula. ¡Pedir judiones de la Granja, sabiendo que, a continuación, venía el lechón asado!

-No te preocupes, Liliana -contesté, sin poder evitar contener la risa- ¡Nos quedaremos en casa, encantados de la vida!

-Perdimos la cabeza al encontrarnos en Casa Cándido, el Mesonero Mayor de Castilla. ¡Estábamos al lado del Acueducto de Segovia! ¿Se imaginan qué emoción? -intervino, Alexander-  ¡Os ha quedado, todo, muy rico! ¿Qué tal los entrantes? Las croquetas, el delicioso jamón de bellota, el excelente vino… ¡y, los espectaculares postres!

-¿Queréis que os prepare alguna infusión? -pregunté- ¿Un té? Quizás, una tila, una manzanilla con limón…

-Tu marido y yo, nos tomaremos unos tragos -contestó Alexander-. Y, de paso, me contará de dónde ha sacado las fotografías de este barco -agregó, fingiendo la más supina ignorancia, y señalando las dos fotos del “Juan Sebastián de Elcano” que Joaquín tiene expuestas sobre los estantes de la biblioteca.

-¡No me tomes el pelo, Alexander! -protestó, mi marido- Aunque jubilado, eres Contralmirante de la Armada de Colombia y sabes muy bien de qué barco se trata y dónde están tomadas estas fotos.

Nuestro amigo se sonrió. Se dejó caer sobre uno de los sofás del salón, lugar de la casa en donde habíamos decidido acomodarnos. Me pareció apreciar una cierta expresión de picardía en la comisura de sus labios y, sobre todo, en el brillo de sus ojos.

-Se trata del bergantín-goleta “Juan Sebastián de Elcano”, el insigne buque escuela de la Armada española, enfilando el canal de la Bahía de La Habana. La inconfundible silueta del castillo de los Tres Reyes del Morro, que aparece de fondo, en ambas fotografías, hace muy fácil la identificación del lugar ¡Son dos fotos muy bellas! Y, cabe calificarlas de históricas.

-Era el dos de junio de mil novecientos noventa y ocho -dijo, Joaquín-. Aquel día, yo estaba en La Habana -añadió-. Y, a pesar de ser una hora muy temprana, la temperatura superaba los treinta grados centígrados y había calma chicha, lo cual, dificultaba la maniobra de atraque del buque.

-Su Comandante, el Capitán de Navío, Teodoro de Leste Contreras, ordenó disparar la primera salva de artillería, antes de entrar a puerto -explicó, Alexander-. Por lo tanto, serían las ocho de la mañana. Cuando finalizó el último de los veintiún disparos, siguieron unos segundos de expectación, que se hicieron eternos, hasta que la salva fue correspondida por una Compañía cubana, con otros tantos cañonazos, desde La Cabaña.

-¿Cómo lo supiste? -preguntó, mi marido- Tú no estabas en La Habana, para saber lo que estaba sucediendo.

-Nos lo contó el Ministro de Asuntos Exteriores de España -contestó el Contralmirante-. Fue con ocasión de una de sus visitas a Colombia. Nos confesó que había preocupación por saber si responderían al protocolario saludo, a pesar de que el Gobierno cubano había dado su autorización a la llegada del buque escuela. ¡Debieron ser momentos muy emotivos! -exclamó, Alexander-. Habían transcurrido cuarenta y cuatro años desde la última vez que el “Juan Sebastián Elcano” tocase tierras de la Isla Grande de Cuba -dijo, nuestro amigo-. Al mes siguiente, concretamente el día tres de julio, se cumpliría el centenario del hundimiento de la escuadra española, durante la batalla naval de Santiago de Cuba, en mil ochocientos noventa y ocho. Entre la tripulación del buque escuela había dos Tenientes de Navío, Pascual Cervera Burgos e Ignacio Carvajal Cervera, tataranietos del insigne Almirante Cervera. Además, de otros ocho descendientes de españoles caídos en la contienda.

Hubo unos segundos de silencio, después de lo cual, la conversación quedó interrumpida. Tiempo que aproveché para ir a la cocina, llenar la cubitera con hielo picado y completar la bandeja con botellas de agua mineral, de refrescos, frutos secos y aceitunas rellenas. Cuando todo el mundo se hubo servido, mi marido consideró oportuno incidir sobre lo que había dicho, Alexander.

-Sin duda alguna, fue un gesto del Gobierno conservador español, que presidía José María Aznar, para poner de manifiesto su voluntad de acercamiento y diálogo con el Ejecutivo cubano. Hay que tener en cuenta que las relaciones diplomáticas, entre los dos países, no pasaban por su mejor momento y que se había elegido la capital de Cuba, como sede de la IX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, de los veintiún países miembros, la cual, se iba a celebrar, al año siguiente.

-Tuvo lugar, a mediados de noviembre de mil novecientos noventa y nueve -recordó, Alexander-. Fue la penúltima vez que nos vimos, fuera de Colombia.

-¡Muy cierto! Nuestro último encuentro tuvo lugar en Santiago de Chile -asintió, mi marido.

Por unos instantes, Alexander se quedó pensativo, dándole vueltas al hielo del vaso con whisky que tenía en las manos. A continuación, tomó un sorbo y depositó su trago sobre la mesa. De manera un tanto ceremoniosa y grave, nos dijo:

-Voy a hacerles una confidencia que, al cabo de los años transcurridos, dejó de ser un secreto. Pero, también, quiero contarles una historia relativa a nuestra Armada, de la que llegué a ser insignificante testigo -añadió.

Nos quedamos mirándole, expectantes.

-Cuando el “Juan Sebastián de Elcano” zarpó de Cádiz para proceder a un nuevo crucero de instrucción, no tenía previsto que tocara tierra cubana. Se dijo que la noticia del cambio de rumbo se la dio, al Capitán de Navío Teodoro de Leste Contreras, Su Majestad, el Rey Juan Carlos I, en persona, el día once de mayo, fecha en la que el buque escuela salía de Cartagena de Indias, con destino a La Guaira -continuó explicando, nuestro amigo-. El Comandante de Leste había sido ayudante de Don Juan de Borbón, durante varios años, y sabía que la ilusión del padre del Rey siempre había sido navegar a Cuba en el noventa y ocho. Lamentablemente, falleció unos años antes, en mil novecientos noventa y tres.

El Contralmirante hizo una pausa. Sus labios dibujaron una leve sonrisa y pude apreciar la agudeza de su mirada.

-Ignoro cómo reaccionaría mi amigo de Leste, cuando recibió la orden del Rey. Porque, unos días antes, fuentes del Ministerio de Defensa de España, habían filtrado la decisión tomada por el Gobierno, para que el “Juan Sebastián de Elcano” hiciera escala en La Habana. La primicia no fue patrimonio de Su Majestad, el Rey, como, muy burdamente, se quiso dar a entender. Basta acudir al periódico español “ABC” para constatar que la noticia fue publicada por el mencionado rotativo, en fecha ocho de mayo de aquel año, de mil novecientos noventa y ocho.

-Al parecer -dijo, Liliana, con la naturalidad a la que nos tenía acostumbrados-, nunca existió muy buena química entre el conservador Presidente del Gobierno y la Casa Real ¡Al menos, eso es lo que tengo entendido!

Joaquín no quiso dar contestación alguna al comentario de mi amiga. Lo mismo sucedió con su marido, el Contralmirante. En vista de lo cual, yo le di la razón a Liliana. Sin que hubiera  objeción alguna  a mi pronunciamiento, Alexander, retomó la palabra para decir:

-El momento es oportuno para recordar una historia, cuyo origen, bien puede situarse a comienzos de mil novecientos sesenta y seis. Concretamente, en enero de aquel año, con la aprobación y posterior publicación del Decreto Número Ciento Once, por parte del Gobierno de Colombia. Aunque, conviene tener bien presente que fue fruto de anhelos, peticiones y esfuerzos desarrollados por parte de muchas personas, con anterioridad a esta fecha -quiso puntualizar, nuestro amigo-. Forma parte de la gloriosa historia de la Armada de Colombia y de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, en donde yo tuve el honor de estudiar, y en la que se han instruido cientos de marineros colombianos que han de defender las costas y las aguas de los territorios nacionales -continuó diciendo, nuestro amigo.

Hizo una breve pausa para fijar su mirada sobre cada uno de nosotros y comprobar que le estábamos escuchando, con gran atención.

-Para no tenerles más tiempo en suspense, les diré que se trata  de contarles cómo fue posible que la Armada de Colombia pudiera disponer del buque escuela ARC “Gloria” -nos desveló, finalmente.

 

  

-¡Es una belleza! -saltó, mi marido, emocionado- Es el más antiguo de los cuatro veleros hermanos construidos por el mismo astillero. Es un bergantín-barca, o bricbarca, de tres palos, que…

-¡Por favor! ¡Deja que Alexander nos explique! -le tuve que interrumpir, a Joaquín.

Sorprendido por mi intervención, mi marido arrugó la nariz. Pero, aceptó mi recriminación, poniendo cara de niño regañado.

-En el mes de diciembre del año anterior, había finalizado el segundo semestre del curso académico que, en mi caso, suponía la terminación de mi carrera, después de cuatro años de estudio. Por lo cual, tuve la inmensa satisfacción de graduarme como Teniente de Corbeta -explicó el Contralmirante-. La víspera de ponerme en camino para ir a pasar la Navidad con mi madre y mis hermanas, uno de mis profesores me llamó a su despacho.

-“Antes de que salgas de la Escuela -me dijo, mostrándome un documento impreso- quiero que firmes esta solicitud. La he cumplimentado, personalmente, echando mano de los datos de tu historial académico. Bastará que firmes, en la última página” -me indicó, señalando con su dedo índice el lugar donde yo debía estampar mi firma.

¡Me quedé estupefacto! Pero, era un profesor muy querido por mí y no podía darle señal de desconfianza alguna, por lo que firmé la solicitud.

-¿No quieres saber lo que has firmado?” -me preguntó, mientras guardaba el documento en su portafolio.

-¡Por supuesto que sí, señor! -contesté.

-“Ahora, que ya eres Oficial de la Armada, vas a hacer un Posgrado de Estudios Políticos” -me informó, escuetamente-. “Te espero en este mismo despacho, el primer día laborable del próximo mes. Ese mismo día, te incorporarás al que ha de ser tu primer destino.”

-¡No me digas! -exclamó, Joaquín- ¿Firmaste, a ciegas, un compromiso tan importante para tu futuro?

-¡Sí! -contestó, Alexander- Te puedo asegurar que, en ningún momento de mi vida, me he arrepentido.

-Entonces -especulé, presa de la curiosidad-, te fuiste de vacaciones navideñas, sin saber cuál sería tu próximo destino.

-¡Así fue! Estuve sobre ascuas, cada uno de los días que pasé en mi casa, en Barranquilla. Yo no quise decirle nada a mi madre, ni a ninguna de mis dos hermanas. Todas se quedaron muy tranquilas, cuando les dije que debía regresar a la Escuela Naval. Únicamente, se lo anuncié a Liliana, mi novia, en aquellas fechas.

-Antes de salir de vacaciones, expliqué al responsable de la residencia, la orden que yo había recibido. Me dijo que el nuevo curso daría comienzo más tarde, pero que el primer día laborable sería el lunes, tres de enero, y que podía contar con alojamiento provisional en el pabellón para Oficiales. Por lo tanto, viajé en la chiva que salía el domingo, al mediodía, con destino a Cartagena.

-Recuerdo, perfectamente, aquella despedida -intervino Liliana-. Fue la primera vez que tomé conciencia de lo que supondría casarme con un Oficial de la Armada.

-¡Has venido en muy mal día! -fueron las primeras palabras que pronunció mi profesor, cuando me presenté en su oficina, a las nueve, en punto, de la mañana.

-Aquí, todo el mundo anda muy revuelto. No parece descabellado pensar que, al fin, la Escuela cuente con un espectacular buque para la formación de sus alumnos, cadetes -agregó, levantando sus pobladas cejas, ante mi estupor-. ¡Hace falta ser muy “verraco” para lograr que el Ministro de Defensa te firme en una servilleta! -exclamó, sin poder contener su emoción- Tu solicitud para el Posgrado de Especialización en Estudios Políticos ha sido aprobada -me comunicó, mudando la expresión de su rostro y adoptando un aire ceremonioso-. Debes presentarte, sin pérdida de tiempo, ante el edecán del Comandante de la Armada. Pide por él, en la Base. 

 

 

-¡Yo no entiendo nada de lo que estás contando! -interrumpí, otra vez.

-Permíteme que prosiga, Magdalena; lo entenderás, enseguida. Cuando llegué a la BN1, me dijeron que el edecán se había ausentado, pero que debía esperar a ser atendido por uno de sus ayudantes, lo cual, tuvo lugar después de una larga espera. Me recibió un Teniente de Navío.

-¡Bienvenido a bordo! -fue su saludo-. Por solicitud expresa del edecán del Comandante de la Armada Nacional, has sido destinado a esta Base Naval, para incorporarte a su equipo de Oficiales Ayudantes. A partir de este momento, considérame tu compañero -añadió, estrechándome la mano, con energía.

-Debiste sentirte feliz, Liliana, cuando tu novio te dio a conocer la proximidad de su destino -dije, sin contener mi manifestación de alegría.

-Estuve esperando su llamada, durante todo el día -explicó, nuestra amiga-. A última hora de la tarde, llegó un radiotelegrama, a mi casa. Al abrirlo, me temblaban las manos, mientras mi madre permanecía de pie, junto a la puerta, esperando con impaciencia que terminara de leerlo. Alexander me informaba del destino que le había correspondido, me decía que me amaba y que quería casarse conmigo. Me rogaba que preparara una entrevista con mi padre porque quería pedirle mi mano, en su próximo permiso -respondió, Liliana, con una radiante sonrisa en su rostro.

El Teniente de Navío me dijo que, desde los últimos días de diciembre, se estaban viviendo momentos de enorme tensión, de los que nadie se había podido liberar. El Comandante de la Armada Nacional, el Vicealmirante Orlando Lemaitre Torres, había decidido viajar a Bogotá, aquella misma mañana, en compañía de su edecán -continuó explicando, Alexander-. Se esperaba la autorización del Gobierno para proceder a la compra de un buque escuela con destino a la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla.

Al parecer, había trascendido que, días antes de Navidad, en una recepción celebrada en Bogotá, en la embajada de un país vecino, nuestro Comandante había coincidido con el Ministro de Defensa, General Gabriel Rebéiz Pizarro. El Vicealmirante llevaba mucho tiempo intentando convencerlo de la necesidad de que la Armada, pudiera contar con un buque escuela. Por supuesto, no desaprovechó la oportunidad de tener sentado al Ministro junto al él, en un salón de la mencionada embajada, que fue el lugar en el cual el señor Embajador terminó reuniendo a un reducido número de autoridades, mientras los camareros estaban pendientes de reponer las copas de los invitados.

En un momento determinado de la reunión, el Ministro rogó a nuestro Comandante que no continuara hablándole sobre los enormes beneficios del proyecto y que, en su lugar, le prestara un bolígrafo. A continuación, se dirigió a uno de los camareros y le pidió que le hiciera entrega de una de las servilletas de papel que llevaba en la bandeja. Se inclinó hacia adelante, colocó cuidadosamente la servilleta sobre la mesa, después de apartar un par de vasos, y escribió: “Vale por un velero”. Estampó su firma, y le hizo entrega de la servilleta al Vicealmirante, como demostración de su compromiso con la causa.



 

-¡La Historia, evidentemente, se encargó de demostrar que el Ministro cumplió con su compromiso! -exclamó, mi marido.

-Tal como mencioné anteriormente, tuve la inmensa fortuna de compartir la alegría que nos invadió a todos. A los cuatro días de haberme incorporado a mi destino, el Gobierno de Colombia, en su Decreto Número Ciento Once, dio autorización a la Armada Nacional para adquirir un velero tipo bergantín-barca, de tres mástiles, para destinarlo a buque escuela -dijo, Alexander-. En aquellos días, tuve el alto honor de ser presentado a nuestro Comandante, por su edecán. Siempre recordaré lo que el Vicealmirante Orlando Lemaitre Torres, me dijo: “Ha llegado, usted, en un buen momento. Le deseo éxito en su carrera”. ¡Me temblaban las piernas! Estaba ante la presencia de un gran “verraco”, según palabras textuales de mi profesor.

-¿Qué ocurrió, después de que se aprobara la compra? - pregunté.

-Se crearon varios equipos de personas para el seguimiento del proyecto, que involucraron a la Escuela Naval de Cadetes y a la propia Armada Nacional. La adquisición del ARC “Gloria” nos tuvo muy ocupados, durante los siguientes dos años -respondió Alexander. 

 


Nos contó el desarrollo del proceso, con todo tipo de detalles. Me tomo la libertad de resumir los momentos más relevantes, comenzando por mencionar que el contrato de compraventa del buque escuela se firmó con la Sociedad de Construcción Naval Española, con sede en Bilbao, en el mes de octubre de aquel año de mil novecientos sesenta y seis.

La construcción del navío se inició en abril del año siguiente, y el bautizo de la futura alma mater de la marina colombiana tuvo lugar en fecha dos de diciembre del mismo año, con la ceremonia de la botadura del casco, en la Ría del Nervión. El nombre elegido fue el de “Gloria”, en honor a Gloria Zawadsky de Rebéiz, esposa del Ministro de Defensa, a quien la muerte le sobrevino antes de que viera materializado el sueño que había hecho posible, gracias a su firma en una servilleta.

El ocho de agosto de mil novecientos sesenta y ocho, se procedió a la asignación de un grupo de marinos, Oficiales, Suboficiales, Cadetes y personal civil, para su posterior traslado a Bilbao, con el objeto de participar en la última fase de la construcción del barco y en el acto de  recepción del mismo.

Casi, un mes más tarde, el día siete de septiembre, a las diecisiete horas y treinta minutos, estando atracada la nave en el Canal de Deusto, se llevaron a cabo los actos oficiales para la ceremonia de izado de la bandera de Colombia en el ARC “Gloria”.  Después de lo cual, dieron comienzo las tareas de instrucción de su primera tripulación y las pruebas de mar.

El día nueve de octubre, el buque zarpó del puerto de Ferrol, rumbo a su patria.

En la mañana del día once de noviembre de mil novecientos sesenta y ocho, un velero tipo bergantín barca, de sesenta y siete metros de eslora, diez con sesenta metros de manga y capacidad para desplazar mil trescientas toneladas, se divisa en el horizonte, donde confluyen mar y cielo. Todo el mundo en Cartagena de Indias, sabe que el buque escuela ARC “Gloria” se está aproximando al puerto, tiñendo de verde aguamarina las aguas del Mar Caribe, su gran bandera tricolor desplegada al viento.

 


 

Anotación final.

Hace dos años, en su cuadragésimo sexto aniversario, el ARC “Gloria” había navegado un total de ochocientas diez mil millas náuticas, durante ocho mil ochocientos días de navegación. Sus cubiertas, habían servido como Embajada de Colombia en un total de ciento ochenta y cinco puertos, de setenta y dos países. El insigne buque escuela había cruzado la Línea del Ecuador en cuarenta y dos ocasiones, el Meridiano Cero en otras treinta y ocho y el Meridiano Ciento Ochenta, un total de doce veces. Había doblado, en dos ocasiones, el Cabo de Hornos, lugar en donde convergen los Océanos Atlántico y Pacífico, siendo el punto más meridional de América. El primer paso se realizó en el año dos mil diez y, el segundo, en marzo de dos mil catorce. Lo cual permite que el buque escuela colombiano forme parte de la Cofradía de los CAP HORNIERS, la hermandad de veleros mayores que han sorteado las dificultades climáticas y del mar, valiéndose de los elementos básicos de navegación, utilizando solamente sus velas, como propulsión. Para los marinos, hacer este cruce es algo similar como escalar el Everest para los alpinistas.

 

 

Imágenes encontradas en internet.



 

viernes, 26 de febrero de 2016

Los adolescentes aprenden lo que viven; seamos un buen modelo para ellos



Aunque los adolescentes parezcan fuertes, testarudos y maduros, siguen necesitando de sus padres. Necesitan nuestro tiempo, nuestra atención, nuestros esfuerzos, nuestros cuidados; y nuestros consejos, aunque no quieran reconocerlo.

A continuación, comparto con ustedes un texto muy interesante sobre la influencia de los padres en la vida de sus hijos y cómo nuestros adolescentes aprenden de nosotros, junto con algunas reflexiones en torno a ello. El título del libro es “Cómo convivir con hijos adolescentes. Permaneciendo en sintonía con ellos y proporcionándoles una verdadera ayuda en sus vidas”, fue escrito por Dorothy Law Nolte y Rachel Harris. En los diferentes capítulos, se van explicando cada uno de las líneas del texto. En futuros escritos, compartiré con ustedes las ideas que llamen mi atención.


Los adolescentes aprenden lo que viven

Si los adolescentes viven con tensiones, aprenden a sentirse estresados.
Si los adolescentes viven con fracaso, aprenden a rendirse.
Si los adolescentes viven con el rechazo, aprenden a sentirse perdidos.
Si los adolescentes viven con demasiadas normas, aprenden a saltárselas.
Si los adolescentes viven con pocas normas, aprenden a ignorar las necesidades de los demás.
Si los adolescentes viven con promesas incumplidas, aprenden a sentirse decepcionados.
Si los adolescentes viven con respeto, aprenden a respetar a los demás.
Si los adolescentes viven con confianza, aprenden a decir la verdad.
Si los adolescentes viven con franqueza, aprenden a descubrirse a sí mismos.
Si los adolescentes viven con las consecuencias naturales de sus actos, aprenden a ser responsables.
Si los adolescentes viven con responsabilidad, aprenden a ser autosuficientes.
Si los adolescentes viven con hábitos saludables, aprenden a tratar bien su cuerpo.
Si los adolescentes viven con apoyo, aprenden a sentirse satisfechos de sí mismos.
Si los adolescentes viven con creatividad, aprenden a compartir quiénes son.
Si los adolescentes viven con una atención cariñosa, aprenden a amar.
Si los adolescentes viven con expectativas positivas, aprenden a construir un mundo mejor.


Quiero hacer una aclaración: tanto el comienzo de la adolescencia, como su finalización, son diferentes en cada persona. En ocasiones, encontramos niños que ya empiezan a tener “características de adolescente”, así como jóvenes, y adultos, que todavía se comportan como adolescentes. Lo que aquí se dice, se aplica a todos ellos… Por eso, cuando lean la palabra “adolescente” piensen que se puede referir a un rango muy amplio de edad.

Las autoras, quieren recalcar que los adolescentes aprenden de nuestro ejemplo; de lo que hacemos, no de lo que decimos. La forma en que vivimos nuestra vida, las decisiones que tomamos, nuestras aficiones; en especial, la calidad de nuestras relaciones, constituyen el legado más importante que le dejamos a la siguiente generación.

Los adolescentes aprenden de nuestro ejemplo incluso cuando se rebelan contra nosotros. Son bastante sensibles, y críticos, con respecto a cualquier contradicción entre lo que decimos y lo que hacemos, y casi parecen disfrutar tomando nota de cualquier incoherencia. Así mismo, se muestran prácticamente alérgicos a nuestros sermones educativos, por bien intencionados que sean. Por consiguiente, no podemos transmitirles nuestros valores sólo con palabras, es imprescindible el ejemplo de nuestro comportamiento. El modelo que ofrecemos a nuestros adolescentes somos nosotros mismos.

Aunque los adolescentes parezcan fuertes, testarudos y maduros, siguen necesitando de sus padres. Necesitan nuestro tiempo, nuestra atención, nuestros esfuerzos, nuestros cuidados; y nuestros consejos, aunque no quieran reconocerlo. Es conveniente que sepan, y sientan, que siempre estaremos disponibles para ellos, que tendrán nuestro apoyo, tanto en los pequeños asuntos cotidianos como en los momentos de crisis. Nuestros hijos nunca son demasiado mayores para que les ofrezcamos, y les demostremos, nuestro cariño y apoyo. Es la base de la relación con nuestros hijos.

Es conveniente reconocer que, a pesar de todo el esfuerzo que hagamos por ser un buen padre o una buena madre, probablemente habrá momentos en los que las cosas no saldrán como pretendíamos, o como desearíamos, y que eso pueda hacernos sentir desvalidos e impotentes. Es lógico pensar que los padres de adolescentes algunas veces se sentirán desvalidos e impotentes, por mucho que se esmeren en la educación de sus hijos.

Muchos padres pasan por momentos difíciles durante la adolescencia de sus hijos: una crisis, un año infernal o, en el mejor de los casos, una preocupación constante sobre riesgos y peligros reales. La mayoría de los adolescentes supera los problemas que se les plantean, adquiriendo una mayor madurez y sabiduría. Pero, algunos, no lo lograrán. Es importante que pidamos ayuda profesional, cuanto antes, para que tanto ellos, como nosotros, podamos superar ciertas situaciones difíciles.

“Cómo convivir con hijos adolescentes” se centra en las relaciones entre padres y adolescentes, no en los problemas. Debemos desarrollar una relación cálida, cariñosa y franca con nuestros hijos, si queremos que sean sinceros con nosotros, día a día. La mejor forma de influir en nuestros adolescentes, durante estos años críticos, es a través de nuestra relación con ellos. Cuanto mejor conectemos con ellos, más dispuestos se mostrarán a escucharnos y a tomar en cuenta nuestro punto de vista y nuestros consejos.

La adolescencia es una época de transformaciones, tanto para los padres como para los jóvenes, así como para la relación entre unos y otros. Debemos conceder a los adolescentes libertad y, al mismo tiempo, permanecer en contacto con ellos. Inevitablemente, en algunos momentos nos aferraremos a ellos con demasiada insistencia, y en otros, les concederemos una excesiva y prematura libertad. Deseo enfatizar que nuestra labor como padres, en general, debe cambiarnos. La relación con nuestros niños y adolescentes nos enseñará muchas cosas, y deberemos aprender acerca de nosotros mismos, y cambiar aquello que consideremos necesario.

Nuestros adolescentes necesitan aprender a ser más autónomos, más independientes, y que vayan reforzando su sentido de identidad. Asimismo, necesitan aprender a actuar de forma interdependiente, ya que la realidad es que todos dependemos, hasta cierto punto, unos de otros, en las familias, las escuelas, las comunidades… En la interdependencia, conseguimos unos objetivos más valiosos cuando varias personas interactúan, desde su independencia, para conseguir juntos lo que se proponen.

La relación con nuestros hijos adolescentes evoluciona hacia una relación con hijos adultos. Cuanto más respetemos el derecho de nuestros hijos de tomar sus propias decisiones, en el proceso de convertirse en seres independientes, más nos respetarán en la futura relación con ellos, cuando sean adultos.



Bibliografía:

Cómo convivir con hijos adolescentes. Permaneciendo en sintonía con ellos y proporcionándoles una verdadera ayuda en sus vidas”,  escrito por Dorothy Law Nolte y Rachel Harris.



To read it in English, please go to the this link:

http://letushaveanicedaytoday.blogspot.com.es/2016/02/teenagers-learn-what-they-live-let-us.html





sábado, 20 de febrero de 2016

El perdón



Perdonar, y perdonarnos a nosotros mismos


El perdón es bastante más que pedirle a alguien que te perdone por algo, o decirle tú a esa persona que la perdonas.

Lo esencial en el perdón es que nazca del corazón, y que haya el deseo sincero de solucionar las diferencias surgidas. Así, éste puede tener un efecto reparador, tanto para la persona en cuestión, como para nosotros mismos.

Cuando hay un roce, un enfado, un encontrarse molesto con alguien, o un sentirse ofendidos por el comportamiento de otra persona, normalmente ambas partes se encuentran mal, aunque cada uno vea la situación desde su propia óptica, y sus comportamientos sean diferentes.

Si el perdón viene del deseo de recomponer la relación dañada o rota, y a ese perdón luego le siguen el diálogo y la aceptación mutua, con lo bueno y lo malo de cada cual, el tiempo irá tendiendo puentes y conexiones nuevas, propiciando la recuperación de la confianza que pudiésemos haber perdido.

Si no fuera así, ¿qué haríamos en nuestras relaciones con nuestros familiares, nuestras amistades, nuestras parejas y tantas personas que a lo largo de nuestra vida, en algún momento, o en repetidas ocasiones, nos pueden haber herido o hecho daño y seguramente nosotros también les hemos causado sinsabores?

El que más se beneficia del perdón es aquel que perdona a los demás y a sí mismo. En ocasiones, ni siquiera tenemos la oportunidad de pedir perdón al otro… Nos sentiremos mejor si somos capaces de perdonar con el corazón; nos iremos liberando de los sentimientos negativos que podamos albergar y dejaremos paso a pensamientos, sentimientos y emociones positivas.








domingo, 14 de febrero de 2016

Objetivo irrenunciable: el amor independiente




En este escrito que tengo el placer de someter a su consideración, quiero compartir con ustedes algunas ideas de Lorraine C. Ladish, extraídas de su libro “Más allá del amor. Amistad, afecto y compromiso”.

Me centraré en un capítulo titulado: Amor codependiente versus amor independiente. No obstante, invertiré el orden que la autora establece, refiriéndome aquí a las Características del amor independiente, lo cual ha de permitirnos navegar a través de los mares en calma, proclives a lo positivo y lo deseable. En un escrito diferente, me referiré a las Características del amor codependiente, que es un término que adopta la escritora, aunque no está registrado por la Real Academia Española de la Lengua.

Como expresé en un artículo que publiqué, hace algún tiempo, sobre el amor dependiente, procuraré no referirme, en exclusiva, al amor de pareja, ya que considero que todos los afectos, de la índole que sean, deben ser independientes, y no estar sometidos a la esclavitud de la dependencia emocional. A continuación, me referiré a algunos de los atributos más relevantes del amor independiente:


Permite el crecimiento individual.

En el amor independiente, cada uno tiene la suficiente confianza en sí mismo, como para permitir que el otro haga lo que sea preciso para crecer como individuo. Tendrán que adquirir compromisos de trabajo, o de estudio, los cuales podrán requerir de viajes y desplazamientos. Afrontarán la lógica separación física que eso comportaría. Deberán relacionarse con otras personas, y fortalecer aquellos vínculos que deseen conservar. Ambos, proyectarán su vida profesional adecuadamente, sintiendo que forman parte de un mismo equipo, y que pueden confiar, el uno en el otro.

Resalta las mejores cualidades de cada uno.

Cuando ambos se sienten con el mutuo y franco aliento, gozan de un mayor estímulo para su personal superación. Si se tratan con respeto y se dan muestras de apoyo y de cariño, es natural que respondan de la misma manera. Y si se valoran y se animan mutuamente, es normal que, ambos, tengan más ganas y más energía para desarrollar sus aptitudes, sus aficiones, su trabajo, etcétera.

Acepta el cambio. Está abierto a lo que decidan y pacten.

Sabiendo que las dos partes se desean lo mejor, aceptan los retos que se les presentan. Son conscientes de que deben afrontar los cambios y, que cualquier situación pactada es válida, cuando se ponen mutuamente de acuerdo.

Fomenta la evolución de la relación y de sus componentes.

Cuando uno se siente seguro de sí mismo, y de la persona a la que ama, es capaz de dejar que el otro evolucione y cambie, si es preciso, sin temor a perderle por ello. La capacidad de adaptación al cambio y a la evolución es importante para evitar que la relación se estanque.

Hay intimidad y acercamiento.

Ambos, sienten la absoluta confianza para mostrarse como son; incluso,  para poder mostrarse vulnerables, entre ellos. Pueden compartir temores, momentos buenos y malos. Pueden confesarse dudas, sin miedo a que alguno se aproveche de la debilidad del otro. Sin que asome el menor sentimiento de envidia, por el éxito alcanzado por el otro.

Permite la libertad de comunicar los deseos individuales.

Sienten la confianza de poder decirse lo que quieren, y cuando quieren, directamente, sin tapujos ni manipulaciones. Y a la vez, sienten la libertad de decir “no” cuando se les pide algo que no les es posible dar en ese momento, o que no es de su agrado. El hecho de poder comunicar lo que desean, no garantiza que lo obtengan, pero fomenta una buena comunicación.

No busca el amor incondicional.

El amor incondicional significaría que, hagamos lo que hagamos, por malo, doloroso o rastrero que sea, el compañero, amante o amigo nos querría de igual manera.

¡Y viceversa!

Muy distinto es saber que queremos a la otra persona tal como es, con lo bueno y con lo no tan bueno. Pero, seguir amando cuando te hacen daño, o cuando esa persona te impide crecer, avanzar y ser feliz, eso ya es otra cosa. En el fondo, es un no querernos y respetarnos lo suficiente. Cuando nos sentimos bien, el único amor incondicional que necesitamos, y que nos es posible obtener, es el que nos concedemos a nosotros mismos.

Acepta un determinado grado de compromiso.

En aquellas relaciones en las que hay dependencia emocional, el hecho de aceptar un compromiso, ya sea de tiempo, de dedicación, o de fidelidad, parece implicar una pérdida de libertad, o de identidad. Uno puede sentir que se ahoga dentro de la relación. En cambio, las relaciones independientes otorgan un significado totalmente distinto al término compromiso, convirtiéndose en un deseo que nos incita a compartir nuestros sentimientos con el otro ser. Le otorgamos un espacio, un valor en nuestra vida y empezamos a sopesar cómo le afecta aquello que hacemos. El compromiso nos vuelve más generosos, y amplía nuestra mente y nuestros horizontes.

Ambas partes tienen una buena autoestima.

Para la autora, esta es quizás una de las características más importantes. Ambos se sienten a gusto consigo mismos, aunque eso no implica que permanecerán siempre igual. No necesitan demostrar nada a nadie, ni que nadie les muestre su valía. Siempre habrá espacio para aprender, y para que cada uno modifique, en sí mismo, lo que crea conveniente y necesario. No podemos, ni debemos intentar cambiar a otra persona. Cada uno va a su propio ritmo, tiene sus prioridades, y su forma de ver lo que sucede.

En el amor dependiente el sentimiento de bienestar de alguien puede variar de acuerdo a la forma de actuar del otro. En el amor independiente la otra persona nos trata bien porque así le nace y porque nosotros no dejaríamos que fuera de otra manera, ya que nos queremos demasiado como para dejar que nos humillen o hagan daño.

Acepta la separación física. Se echan de menos, pero no les desequilibra.

Cuando confías en otra persona, y en ti mismo, puedes  echarla de menos si no está cerca, pero no estás obsesionado con él o ella. Es más, su recuerdo te produce placer y eres capaz de emplear el tiempo de la separación de forma productiva, en lugar de sumirte en un estado de agitación y ansiedad, fruto de la desconfianza.

Hay confianza mutua.

Hasta que no se demuestre lo contrario, depositan su confianza en la pareja, familiar o amigo, y así mismo, aceptan la responsabilidad de contar con la confianza del otro.

Hay intereses comunes. Buena comunicación.

Ambos, tienen deseos parecidos en lo que respecta a su relación.  Y si no es así, están dispuestos a hablar de ello, tomar decisiones y pactar. Tienen algunas metas comunes. La buena comunicación no significa contarse absolutamente todo, pero sí todo lo que pueda afectar a la relación. Y sobre todo hacer lo posible por entender al otro y no obcecarse en una postura, sin ceder y negociar algo que les venga bien a los dos.

Da sin esperar nada a cambio.

Se ayudan y colaboran sin estar esperando nada a cambio. No llevan la cuenta de lo que han hecho por el otro, y no se ayudan por motivos retorcidos. Lo hacen porque se quieren y les satisface verse felices. Cuando tienes la sensación de que tu pareja también hace las cosas porque le produce placer verte contento y complacido, eso te impulsa a dar más aún.

Produce más gozo que dolor.

El amor independiente y saludable contribuye a nuestra felicidad, no a nuestra desdicha. Todas las relaciones pueden atravesar momentos malos y dolorosos, pero si se alimentan exclusivamente de ellos, es mejor abandonarlas.

El amor independiente contribuye a una sensación prolongada de bienestar y de plenitud. Proporciona placer continuado en el tiempo.

Tiene altibajos pero se caracteriza por la estabilidad.

A pesar de los momentos buenos y malos que se presentan en la vida, sienten que, generalmente, la relación se encuentra en un término medio: no produce euforia, seguida inevitablemente de un bajón depresivo. Es una relación pausada, agradable, que te aporta bienestar, confianza, estímulo… La estabilidad puede resultar aburrida, si la vemos desde fuera, pero es gratificante y edificante, cuando la vives y la disfrutas.


Posiblemente, el lector encontrará a faltar algún otro atributo a la larga lista de los que aquí se han mencionado. Sin embargo, pienso que la relación de todo cuanto hemos apuntado es suficiente para darnos una idea de cuál es la verdadera naturaleza de lo que entendemos por amor independiente.



Nota aclaratoria: lo que se entiende por relaciones independientes, en este escrito, tiene mucho que ver con el concepto de "Interdependencia" al que se refiere Stephen S. Covey en "Los siete hábitos de la gente altamente eficaz”. 



Para ver el artículo sobre las Características del amor codependiente, accede al blog, a “Las cadenas de Afrodita”, mediante el siguiente enlace: