Me propongo compartir con ustedes unas cuantas
reflexiones sobre la dependencia, al hilo de las ideas que expone Walter
Riso, en su libro “Amar o depender”. Para mí, es de esos libros que son
interesantes, desde la primera hasta la última página.
Algunas veces, el autor se refiere a este tema como dependencia.
En otras ocasiones, como apego; habla, igualmente, de una adicción
afectiva, o de ser adictos a una relación.
Aunque el libro está especialmente orientado a la
dependencia en una relación de pareja, yo no quiero limitar mis comentarios a
ese ámbito, sino hablar de la dependencia en general, como la que se pone de
manifiesto entre algunos miembros de la familia. También, con amigos, con un
profesor, un terapeuta, un jefe, compañeros de trabajo, etcétera. La
dependencia puede surgir en cualquier momento, sin importar el ámbito de
relación en el que nos movemos. Las ideas que se exponen en el libro, son
aplicables a muchos de nosotros, en algún momento de nuestra vida. Por lo que
vale la pena reflexionar sobre ello.
La obra aporta elementos que ayudan a entender la
dependencia desde un enfoque que ha significado un descubrimiento para mí; por
lo que no creo que sea demasiado arriesgado atreverme a calificarlo de novedoso.
Cuando dependemos de otra persona, renunciamos, en
parte, al amor y al respeto por nosotros mismos, así como a muchos
elementos de nuestra propia esencia. Lo hacemos, con tal de permanecer a su
lado, o por el deseo de preservar lo bueno que pueda ofrecernos esa relación.
Como contrapartida, dejamos de desarrollar aptitudes y habilidades, las cuales,
paradójicamente, podrían ayudarnos a ser menos dependientes.
Si la dependencia es mutua, los problemas aumentan
considerablemente.
Por un “amor” mal entendido, o como consecuencia de
una relación desigual, muchas personas son capaces de sufrir comportamientos
inapropiados, soportando una forma de vida limitante y asfixiante. Lo mismo
ocurre, cuantas veces nos sentimos incapaces de dejar, o intentar reconducir
una relación que nos está haciendo daño y nos impide crecer.
Una idónea relación necesita mucho más que simple
afecto. El sentimiento de amor es la variable más importante, pero no la única.
Debe fundamentarse en el respeto, la comunicación sincera, las aficiones, el
sentido del humor, la sensibilidad… Por eso opino que no debemos limitarnos a
las relaciones de pareja, sino que todo esto es aplicable a otras relaciones
cercanas.
Walter Riso señala que la persona que sufre de apego,
o de dependencia, es adicta a la relación, o una adicta afectiva.
A la hora de diagnosticar, recurre a una variedad de indicadores.
La dependencia va en aumento, con los meses y con los
años.
Se invierte una gran cantidad de tiempo y esfuerzo para
poder continuar con esa relación.
Tiene lugar una clara reducción y alteración del
desarrollo social, laboral y recreativo.
A pesar de ser conscientes del grave deterioro físico
y mental, se obstinan en alimentar el vínculo.
Los intentos de dejar la relación resultarán
infructuosos, y poco contundentes.
Estar alejado, o no poder tener contacto con esta
persona, produce un completo síndrome de abstinencia. Nada existe que
evite el malestar.
El deseo de algo, o quererlo con todas las fuerzas, no
es malo. Convertirlo en imprescindible, sí. Lo que define el apego es la
incapacidad de renunciar a esa persona, aunque todo parezca indicar que debas
alejarte de ella. Si hay síndrome de abstinencia, hay apego.
Si el bienestar recibido se vuelve indispensable, si
la urgencia por verle no te deja en paz, y la mente se desgasta pensando en
ella, no te quepa la menor duda que has entrado en el mundo de los adictos
afectivos.
De forma errónea, muchos entienden que una persona con
desapego, o no apegada, es dura de corazón, indiferente, o
insensible.
“El desapego no es desamor, sino una manera sana de
relacionarse, cuyas premisas son la independencia, la no posesividad y la no
adicción. La persona no apegada (emancipada) es capaz de controlar sus temores
al abandono, no considera que deba destruir la propia identidad en nombre del
amor, pero tampoco promociona el egoísmo y la deshonestidad” - dice el
autor en su libro.
No existe contradicción en ser dueños de nuestras
propias vidas y amar a otras personas. Cuanto mayor sea el amor sano que
sintamos por nosotros mismos, mejores serán nuestras relaciones con las
personas que nos importan.
Un amor dependiente produce, siempre, un gasto
excesivo de energías. Hace un despliegue ingente de recursos para retener su
fuente de gratificación. Muchos, caerán en los celos, sufrirán
ataques de ira, o llamarán la atención de manera inadecuada, llegando a
tentativas de suicidio, en algunos casos. Quienes son más pasivos, se mostrarán
sumisos, dóciles y obedientes, para intentar ser agradables y evitar que les
abandonen.
Otra manera de derrochar energías tiene lugar cuando
el individuo concentra toda su capacidad de amor en una sola persona,
excluyendo al resto de la humanidad. A medida que transcurre el tiempo, se
constata que su vida, gira alrededor de quien se trate, pareja, madre, padre,
hijo, amigo… Su bienestar se reduce a la felicidad del cual es dependiente,
porque todo el engranaje planetario ha sufrido un cambio; en lugar de girar sobre
sí mismo, el planeta entero da vueltas alrededor de esa persona.
Seguiremos profundizando sobre un tema tan importante
como es la dependencia. Hablaremos de lo que podemos hacer para para no caer en
situaciones de apego, o dejar de ser dependientes.
Lamento cerrar el presente apunte con la que me
parece una demoledora afirmación, en las propias palabras de Walter Riso: “el
apego enferma, castra, incapacita, elimina criterios, degrada y somete,
deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta”.