Generalmente, trato de evitar referirme a temas de
actualidad, aunque llevo varios días pensando en escribir acerca de lo que
estamos viviendo y sintiendo durante este confinamiento obligado por el
coronavirus, o la COVID 19, como nos dice la RAE que debemos referirnos cuando
hablamos de la enfermedad que puede desarrollarse a partir del contagio de este
virus.
Nos encontramos ante una situación nueva, que presenta
elementos desconocidos. El panorama es incierto y diferente al que hayamos
vivido con anterioridad. El coronavirus empezó a expandirse a lo largo y ancho
de nuestro planeta, sin respetar fronteras, nivel socioeconómico, cargos o
profesiones. Aunque, quizás existan personas privilegiadas, que reciben un
diagnóstico precoz y toda clase de atenciones médicas, cualquiera de nosotros
puede contagiarse y hacer que otros enfermen.
A la población de gran número de países se nos ha
pedido que nos quedemos en casa en la medida de lo posible, saliendo solo para
cosas imprescindibles, con el fin de evitar que la COVID 19 se propague
demasiado rápido y que los sistemas sanitarios se colapsen.
Es fácilmente predecible que afrontemos toda clase de emociones.
Que tengamos oscilaciones en un mismo día o a lo largo de la semana. Que nos
sorprendamos sintiéndonos indiferentes, apáticos, tristes, preocupados o
enfadados.
Lo que conviene tener en cuenta es que esas emociones
son transitorias y que van y vienen, como nuestros pensamientos. Aunque,
creamos que es imposible acallar nuestra mente, lo cierto es que sí es posible
gestionar esos pensamientos, viéndolos solo como ocurrencias de una mente que
parece actuar en modo automático. Así mismo, conviene tener en cuenta que
pasaremos por diferentes y cambiantes estados de ánimo, los cuales durarán un
poco más que las emociones o los pensamientos.
Todas las emociones que sintamos, a lo largo de estos
días, serán coherentes con la situación que estamos viviendo. Lo importante,
aunque difícil, es que tratemos de
mantener la calma, en medio de la tormenta. El hecho de sentir ansiedad,
miedo, tristeza, y que surjan preocupaciones y dudas, no quiere decir que debamos
permitir que todo ello nos desborde.
Tengamos presente que nuestros estados
emocionales afectarán también a las personas que conviven con nosotros. Por
ello, es necesario mantener el temple y plantearnos pequeñas estrategias que
nos ayuden a bajar el nivel de ansiedad y preocupación. Tales como, respirar
hondo, estar solos en algún momento, meditación, “mindfulness” o atención
plena, hacer algún ejercicio físico o baile, ver una película o serie, utilizar
nuestra creatividad…
Seamos valientes frente a la
incertidumbre, toleremos las frustraciones que se nos presenten en el día a día
y no permitamos que el miedo y el pesimismo se apoderen de nosotros. Hagámoslo
para nuestro propio beneficio y para el de las personas que amamos, con las
cuales, compartimos la vida.
Entre todos, conseguiremos afrontar lo que en estos
meses nos toque vivir. No será fácil, lo sé. Pero, debéis tener la absoluta
convicción de que es ilimitada la
capacidad que tiene el ser humano para superar las adversidades que se le
presenten. En especial, cuando nos unimos para la consecución de un común
objetivo.
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