Como todos los años,
Navidad, Año Nuevo y Reyes llaman a las puertas de nuestras casas para
recordarnos que debemos prepararnos para celebrar unas fiestas entrañables.
Es entonces, cuando no
puedo evitar recordar los tiempos de mi infancia. Y, también, siento la
necesidad de enviar a mis familiares, amigos y pacientes mis mejores deseos de
felicidad. Así como, dirigir unas palabras de aliento a quienes sé que este
largo período navideño revolverá los sentimientos que estaban encerrados, a cal
y canto, en lo más profundo de sus corazones.
Hace muy pocos días,
he sido conocedora de dos noticias relacionadas con Finlandia, que me han
parecido particularmente relevantes, las cuales, he querido dejar reflejadas en
el presente escrito: por segunda vez consecutiva, este país nórdico ha sido
elegido como el más feliz del mundo y la Suomen Eduskunta -su Parlamento- acaba
de investir a Sanna Marin como Primera Ministra. ¡Tiene 34 años de edad y se convierte
en la Primera Ministra más joven del mundo!
Nunca, he estado en
Finlandia y no tengo la más remota idea de cuáles han sido los requisitos que
ha cumplido para ser merecedora del título de “país más feliz del mundo”. Sin
embargo, me consta que Sanna Marin es la lideresa del Partido Social Demócrata
y que dirige una coalición de partidos políticos liderados por mujeres, cuatro
de ellas, de menos de 35 años.
Cuando era una niña,
la madre de Sanna se divorció para huir de los graves problemas que el alcoholismo
de su marido causaba a diario en el ámbito profesional y familiar. Y, más
tarde, sus sentimientos la llevaron a formar pareja con otra mujer. Lo cual,
sucedió décadas antes de que la Ley finlandesa reconociera el matrimonio entre
personas del mismo sexo.
A pesar de la falta de
recursos económicos, Sanna Marin cursó su carrera universitaria con brillantes
calificaciones, teniendo que compartir los estudios con el trabajo, poniendo
constantemente a prueba su admirable fuerza de voluntad y capacidad de
sacrificio.
En una entrevista que
le hicieron, la joven política venía a decir que, cuando era una niña, se
sentía invisible porque no podía hablar abiertamente sobre su familia. La
invisibilidad le creó un sentimiento de incompetencia y el silencio anidó en su
interior. “No fuimos reconocidos como una verdadera familia, igual que las
demás. Pero, no fui intimidada. De pequeña, yo era sincera y terca. Soy de una
familia homoparental y eso, sin duda, me ha influido para que la igualdad, la
paridad y el respeto a los derechos humanos sean muy importantes. Para mí,
todos son iguales. No es una opinión; es lo fundamental” -terminaba diciendo,
Sanna Marin.
No me atrevería a
poner en tela de juicio las palabras de la Primera Ministra finlandesa. Pero,
al llegar estas fechas navideñas, deseo a todos mis amigos que disfruten de
estas fiestas con la misma intensidad y alegría que lo hacían cuando eran
niños. Porque, entonces, cualquier detalle, por pequeño que fuera, era motivo
de alegría y daba la razón a cuantos creíamos en la magia de la Navidad, o en
la del día de Reyes. Al tiempo que les pido que tengan un pensamiento y guarden
el más estricto respeto para todas aquellas personas que, por distintos
motivos, no estarán en condiciones de celebración alguna.
Aun siendo los humanos
diferentes en el color de la piel, la raza, el idioma, el sexo, el pensamiento
político o religioso, en la riqueza o en la pobreza, y en tantos otros
aspectos, tan sólo otorgaremos el debido respeto a nuestro prójimo, cuando
hayamos logrado alcanzar el exigible nivel de cultura. Y, por supuesto, nos
hayamos preocupado y esforzado por lograr que nuestros hijos nos superen en
semejante tarea.
Estoy segura de que
los anteriores baremos son utilizados por los jueces que otorgan el título del
país más feliz del mundo.
Para todos los amigos
y lectores que tienen la amabilidad de seguir mis publicaciones, les pido
reciban mis deseos de paz y felicidad.