En el anterior escrito, El
tiempo, por sí solo, no cura las heridas emocionales, quise hacer énfasis
en que aquello que nos duele o nos hace daño no desaparece por arte de magia.
Que el solo transcurrir del tiempo no es suficiente para que nuestras heridas
sanen y que ese alivio a nuestras penas vendrá de la mano de lo que nosotros hagamos
para intentar recuperar nuestro equilibrio interior.
Para sanar nuestras heridas, es preciso que
introduzcamos algunos cambios en nuestra vida, los cuales, nos conducirán a superar
lo que una vez nos afectó gravemente; porque, si no lo hacemos, podrían
volverse crónicas o reabrirse, años después. Veamos algunos ejemplos de lo que se
puede hacer para sanarlas:
Averiguar
cuál es la causa de tu dolor. Debes precisar cuál es el origen del
mismo: si la herida proviene de un acontecimiento traumático, de lo que ha
dicho o hecho otra persona, de la respuesta que diste, o, si se produjo como
consecuencia de tu propia actuación.
Evitar
caer en la tentación de negar lo ocurrido. Prolongaría tu sufrimiento y
se convertiría en un problema enquistado, pendiente de resolución. Es exigible
un ejercicio de sincera autocrítica. La sanación de las heridas se acelera
desde el momento en que aceptamos las cosas tal como fueron, sin intentar
cambiarlas. Reconociendo todo el sufrimiento que nos produjeron e intentando
verlas desde una nueva perspectiva.
Aceptar
los sentimientos de dolor o de ira. No trates de disimular lo que
sientes, delante de los demás. Vive las emociones con toda naturalidad. Aunque,
supongan sumergirte en la tristeza, en el miedo, en la rabia o en la más
inesperada de las reacciones. Cuando vives las emociones tal como se producen, llega
el momento en el que se inicia un proceso de atenuación progresivo.
Admitir que no hallaste otra manera de
actuar. Obraste como mejor pudiste, teniendo en cuenta los
conocimientos y la experiencia que tenías en ese momento. Quizás, fuera
imposible saber lo que iba a ocurrir. No te lo reproches, ni dirijas tu irá
hacia terceras personas.
Procurar
aprender de lo que sucedió. Nuestros aprendizajes provienen de
las buenas experiencias y, también, de
las que son difíciles y dolorosas. Es
conveniente descubrir qué es aquello que debemos extraer de la experiencia que
tanto nos afectó.
Prescindir
de las prisas. No pretendas acelerar el momento de la sanación, ya
que ésta únicamente ocurrirá cuando estés preparado. Conviene que te tomes el
tiempo que necesites para superar aquello que tanto te afectó. Verás que
llegará un momento en el que serás capaz de hablar de lo sucedido y, a partir
de entonces, te encontrarás pasando página.
Rechazar
que el dolor y la tristeza se instalen en ti, permanentemente. Por muy
graves que hayan sido las heridas sufridas, por mucho que entiendas que tu vida
ha quebrado, llega un momento en el que debes darte cuenta que no es
conveniente quedarte paralizado por el dolor, la rabia o los lamentos. No debes
continuar llorando por lo que perdiste o no recibiste. Conviene que dejes de
añorar lo que una vez tuviste, lo que ya no está, o, lo que nunca será como tú
querías que fuese. Debes saber que la vida te presentará nuevas alternativas y,
aunque tú no lo creas, tu estado de ánimo mejorará y repercutirá positivamente
en otras personas que te quieren.
En último término, buscar ayuda. Es posible
que, ni siquiera con la valiosa colaboración de amigos, familiares y conocidos,
podrás solucionar los problemas que te agobian. Cuando veas que tal cosa sucede, será recomendable
recurrir a profesionales para que te ayuden y trabajen contigo para volverte a
la vida.
Magdalena Araújo
Enlace al texto citado en la introducción:
El tiempo, por sí solo, no cura las heridas
emocionales, artículo de Magdalena Araújo en “Un día con ilusión”.
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