miércoles, 30 de septiembre de 2015

Hoy siento una gran alegría



“Es como si hubiera despertado un monstruo en mí. La necesidad de expresarme, de comunicar lo que pienso, lo que siento, lo que me gusta, lo que deseo, lo que me preocupa.”

Como ya me he referido en otras ocasiones, pienso que algunas vidas son como más ordenadas y predecibles, y hay otras, que van cambiando cada cierto tiempo. La mayoría, coincidimos en tener ciertos momentos de reflexión personal, en los que debemos decidir si continuamos por el camino que elegimos tiempo atrás, si tomamos nuevos senderos, o si diversificamos nuestra vida, agregando actividades a las que no nos habíamos dedicado previamente, o que llevábamos muchos años sin invertir parte de nuestro tiempo en ellas.

Las nuevas ocupaciones pueden ser de muy diversa índole. Algunas, más relacionadas con nuestra profesión u ocupación; otras, con el deporte, la cultura, o con las artes. Como la escritura, la pintura, el teatro, etcétera. Por lo general, empiezan como una actividad complementaria, ocasional, de tiempo libre, pero pueden llegar a ocupar partes importantes de nuestro tiempo. Estas actividades suelen tener el común denominador de hacerse por placer, y por decisión propia. No son impuestas, por lo que se desarrollan, libremente.

Nuestra dedicación a estos intereses, tiene un efecto bastante motivador, el cual va llenándonos de energía, felicidad, seguridad en nosotros mismos. Aporta, a nuestras vidas, ilusión, deseo, libertad y pasión. Descubrimos nuevas facetas y habilidades ocultas. Nos vamos dando cuenta que dedicar parte de nuestro tiempo, y nuestras energías, en el desarrollo de esas actividades, es muy beneficioso para nosotros, llegando a tener efectos sanadores y terapéuticos. Nos puede ayudar a modificar la forma en que nos vemos a nosotros mismos, y la actitud ante nuestra vida. A veces, se abren puertas a nuevas vocaciones y podemos decidir dar un giro a nuestra actividad profesional o laboral.

Implicarnos en actividades que realmente nos agraden y nos apasionen, comporta que les dediquemos muchas horas, y que disfrutemos de tal manera con lo que hacemos, que iluminan otras áreas o parcelas de nuestra vida. Tiene grandes beneficios en lo personal, lo afectivo, lo intelectual, incluso en nuestras relaciones interpersonales. No importa la actividad a la que nos dediquemos. Si realmente disfrutamos llevándola a cabo, siempre será enriquecedor para nuestra vida.


Hace unos días, recibí un correo de una amiga mía, que rebosaba entusiasmo. Quería compartir conmigo su alegría por haber tomado la decisión de reservar sus energías, y parte de su tiempo, para escribir. Era una actividad que ella sólo había hecho ocasionalmente, como forma de expresión escrita de aquello que le sucedía,  que le preocupaba, que desearía hacer; o ciertos comentarios a algún texto que hubiese llamado su atención. En ocasiones, me había hecho partícipe de algunos de sus escritos, lo cual hizo que yo le alentara a iniciar un blog.

Le pedí permiso para compartirlo y le pareció muy buena la idea.

Procedo, sin más, a reproducir su escrito:


“Hoy siento una gran alegría ¡Estoy viva! Tengo la impresión de haber estado hibernando durante gran parte de mi existencia, y de despertar ahora. He estado funcionando como a media marcha y, en ocasiones, aún menos.

Es como si hubiera despertado un monstruo en mí. La necesidad de expresarme, de comunicar lo que pienso, lo que siento, lo que me gusta, lo que deseo, lo que me preocupa. Quiero compartir mi forma particular de ver el mundo. Reflejar lo que, durante tantos años, se ha ido fraguando en mí, y  ha encontrado un medio de expresión. Por lo pronto, este blog está siendo una gran bombona de oxígeno para mí, con la cual bucear sobre diferentes temas, y poner mis ideas por escrito.

Los temas sobre los que deseo pensar y escribir se van sucediendo unos a otros. Tomo notas, copio mensajes que me llaman la atención, guardo imágenes y artículos de interés… Como no puedo abordar, al mismo tiempo, todos los temas que me van interesando, guardo las ideas que se me ocurren para, en su momento, desarrollarlas, una a una. Tendré que luchar por evitar la dispersión, y canalizar ese deseo de abarcar muchas más cosas de las que puedo hacer.

Lo que es genial, es que me encuentro motivada, animada, ilusionada, y siento que cada día me voy encontrando mejor. He dejado atrás los miedos, las inseguridades, las dudas. Siguen apareciendo, de vez en cuando, pero como les presto muy poca atención, se diluyen rápidamente.

Es maravilloso ese sentimiento de despertar, de ir haciéndote dueño y protagonista de tu vida, de tu mundo. Hacer tuyo tu pasado, tu presente y tu futuro. Asirlos con fuerza, con ilusión ¡Sin aferrarse a nada!

Vivir este momento presente, que es el único que realmente tenemos. Es donde podemos actuar, disfrutar, aprender… ¡Vivir!

Saber que el futuro es incierto; pero depende, en gran parte, de lo que hagas, cada día. Que, aunque habrá muchas cosas que se escapen de tu control, esa sensación de poder que te da ser consciente que eres el principal motor de tu vida, es algo grandioso.

Hoy, siento que todo lo que vivimos, sea bueno, malo, positivo, negativo, agradable, o desagradable, nos conduce a que, algún día, seamos capaces de  abrirnos al mundo. Y de compartir nuestra particular forma de pensar, de sentir, y de interpretar la realidad que vivimos.

Se ha roto el dique de contención ¡Afortunadamente!”





jueves, 24 de septiembre de 2015

Eres nuestra estrella polar



Almudena y yo, convinimos que ella sería la Estrella Polar del hogar que decidiésemos formar, algún día.

Después de que me hubiera localizado, desde la distancia, vi a mi hijo Antonio aproximarse hacia donde yo estaba, que era el lugar en el cual nosotras habíamos alineado las tumbonas. Habían quedado precariamente protegidas de un sol radiante por medio de un par de sombrillas clavadas en la arena de la playa. Como tenían por costumbre, mis dos hijas habían querido situarlas en una posición relativamente cercana a la orilla del mar, aun a sabiendas de que su decisión provocaría las protestas de su hermano. Vestía un llamativo traje de baño de color amarillo que le llegaba hasta las rodillas. Parecía, más bien, uno de los calzones que utilizan los jugadores de baloncesto. De su cuello, colgaba una toalla de mano, la primera que habría encontrado en el armario del cuarto de baño. Era tan ridícula como las elementales chancletas de goma que llevaba puestas, las cuales lo obligaban a ir dando saltos, intentando liberarse de la arena que, pasados más de veinte minutos de la una de la tarde, pareciera que estuviese a punto de arder.

De no ser por sus insultantes veintidós años, hubiera dicho que se trataba de la propia figura de su padre, de cuyo fallecimiento se había cumplido el sexto aniversario, hacía muy pocos días. Los movimientos de su cintura y de sus extremidades, me parecían una fiel repetición de la forma de andar que tenía mi marido. Era ágil, alto y delgado. Estaba dotado de la musculatura exigible a quien había destinado una parte de su tiempo libre a la práctica del atletismo. En él, yo reconocía la misma cara de ángel que su progenitor; aun cuando había tenido la desgracia de heredar los ojos, color de miel, de su madre.

Los sentimientos de amor, por mi hijo, andaban a flor de piel, desde el día anterior. Cuando recibí su llamada, comunicándome el número de su vuelo y la hora de llegada, me dijo que le apetecía mucho pasar el fin de semana en la playa, en compañía nuestra. Fuimos a recogerlo al Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, adonde llegó procedente de Gatwick. Había asistido a la ceremonia de entrega del título de Máster en Análisis Financiero, al que se había hecho acreedor, después de haber finalizado sus estudios en La Escuela de Negocios de Londres. Yo había lamentado profundamente no haber podido acompañarlo en tan importante acto. Un cúmulo de circunstancias adversas se conjuraron para que no pudiera liberarme de mis compromisos, en la emisora de radio en la que trabajo.

Sin llegar a ponerme de pie, me incorporé en la silla, cuando él llegó adonde yo estaba. Se inclinó lo suficiente para sujetar, delicadamente, mis hombros con sus manos, depositar un beso en cada una de mis mejillas, y darme los buenos días.

- Casi, buenas tardes, diría yo -le contesté, sonriendo-. Espero que te hayas repuesto del trajín que has tenido esta semana.

- ¿Dónde están Cristina y Esperanza, mamá? -se limitó a preguntar, lamentando no encontrar a sus hermanas.

- Han aparecido un par de amigos, quienes las han convencido para ir a dar un paseo en lancha.

Se sentó frente a mí, al borde de la larga silla, sin apoyarse en el respaldo, el cual le sirvió para colgar su toalla. Se sacudió las chancletas de sus pies y, a continuación, me dijo:

- ¿Cuándo comprenderán, estas niñas, que me gusta estar cerca del chiringuito, mamá? ¡Me parece que no es mucho pedir, por cuatro días que bajo a la playa, a lo largo de todo el verano!

Fue entonces, cuando  pude darme cuenta de que mi hijo, Antonio, daba muestras de un gran abatimiento. Muy poco tenía que ver la ubicación de las tumbonas, con la tristeza reflejada en su rostro. En lugar de una queja, había emitido un lamento, denotando que la pena se había apoderado de su alma. Temiendo que se cumplieran los peores presentimientos que me habían asaltado, en las últimas horas, procuré allanar su contestación.

- Me sorprendió mucho que decidieras venir a Calpe, con nosotras, en lugar de quedarte en Madrid. Sobre todo, que Almudena no te acompañara, a Londres, para la entrega del diploma. Tampoco, fue a recibirte al aeropuerto. ¿Podría preguntarte, hijo, si ha ocurrido algo grave entre vosotros?

- Almudena y yo rompimos nuestra relación, antes de que tuviera que viajar a Inglaterra -contestó, Antonio, de forma casi inmediata.

Pronunció estas palabras mirándome a los ojos, con voz temblorosa, sin poder evitar que se le aguaran los suyos. A pesar de estar mentalmente preparada para escuchar la peor respuesta, me entristeció mucho constatar la falta de sosiego en la que él se encontraba. Permanecí en silencio, pensando de qué manera podría prestarle mi apoyo.

- Estoy muy abatido, mamá. Lo he pasado muy mal, en Londres -continuó hablando, mi hijo-. He tenido que hacer esfuerzos para salir a la calle,  porque me pasaba las horas encerrado en la habitación del hotel; viendo la televisión, sin enterarme de nada, y muriéndome del dolor.

- Lamento muchísimo que, Almudena y tú, os encontréis en esta situación -fue lo único que se me ocurrió decirle, en aquel momento-. ¿Estáis seguros de que es una decisión irreversible, Antonio?

- Totalmente seguros, mamá -respondió, sin dudarlo ni un solo instante-. No quise decirte nada para no preocuparte, pero nuestra relación había entrado en crisis, en las últimas semanas.

-¡Y yo, sin enterarme! ¡Maldito trabajo! -me recriminé, en voz alta, encontrando un chivo expiatorio.

-¡No te mortifiques, mamá! En realidad, tampoco yo me había enterado de lo que sucedía. Hasta que Almudena habló conmigo, y me dijo que procedía dar por terminada nuestra relación.

- ¿Fue ella quien…? - dije, sin poder terminar la pregunta.

- ¡Sí, mamá! Fue Almudena quien tuvo el valor de decirme que se había enamorado de otra persona. Como suele suceder en estos casos, el don de la oportunidad quiso que fuera la víspera de mi viaje a Londres.

- Imposible imaginar lo mal que lo estarás pasando -pronuncié, en voz muy baja, casi musitando.

- No logro asimilar que se haya esfumado el amor de mi vida ¡No existirá nadie más como Almudena! ¡A nadie podré querer igual que a ella! Desde ahora te digo, mamá, que jamás me casaré.

Tan profundas eran la decepción y la amargura instaladas en el corazón de mi hijo, que decidí respetar sus sentimientos. Me parecía del todo inútil adoptar la postura de llevarle la contraria. Puse mis manos sobre sus rodillas, y me limité a decirle que, lamentablemente, yo no podía pasar el luto por él, pero que estaba a su lado, por si podía servirle de ayuda.

- Posiblemente, necesitaré la ayuda de alguno de tus amigos psicólogos -me sorprendió que dijera, aprovechando la oportunidad que yo le brindaba.

- Puedes contar con ello, hijo.

- Almudena y yo, habíamos pactado que nuestro amor sería firme como una roca; ni los vientos, ni las tempestades, podrían moverla. Se convertiría en nuestra arma definitiva para superar todo tipo de dificultades. Te hubiese sorprendido saber cuál era nuestra canción secreta.

- ¿Cuál era?

- “Across the Universe”, de los Beatles.  Fue la canción que, el cinco de febrero de dos mil ocho, a las cero, cero, horas, la NASA transmitió en dirección a la estrella Polaris, celebrando el cuarenta aniversario de su primera grabación. La letra de la canción repite, hasta la saciedad, que “nada cambiará mi mundo”. Aun cuando, lo más importante, es que, Almudena y tú, estáis representadas en ella.

Fruncí el ceño, en señal manifiesta de no entender sus últimas palabras.

- Le conté a Almudena, la fuerza y la valentía que habías demostrado tener, a raíz de la muerte de nuestro padre -comenzó a explicar, Antonio-. Te tocó luchar contra todo tipo de dificultades para sacar adelante a tus hijos. Entonces, yo tenía dieciséis años, y mis hermanas, Cristina y Esperanza, catorce y once, respectivamente. En plena crisis económica, nos has podido pagar los estudios y la hipoteca del apartamento de la playa.

- ¡No lo des por seguro, hijo! -exclamé, sonriendo; con el propósito de interrumpir y quitarle hierro a su discurso-. ¡Espera a que aparezcan compradores, y se recuperen los precios de los pisos!

- Para nosotros, has sido una heroína, mamá. Como suelen serlo muchas mujeres, infinitamente más valientes que la mayoría de los hombres. ¡Por eso, eres nuestra Estrella Polar! ¡Nuestra guía permanente, la que nos señala el Norte!

Se me aguaron los ojos, sin poder evitar que me cayeran las lágrimas. Agaché la cabeza, y hurgué en mi bolso, en busca de un pañuelo.

- Almudena y yo, convinimos que ella sería la Estrella Polar del hogar que decidiésemos formar, algún día -continuó diciendo, mi hijo Antonio-. Me confesó que había cometido el error de sellar este pacto, dándome a entender que era una persona fuerte. Sin embargo, se sentía la persona más insegura del mundo; razón por la cual, había buscado el amparo en mí. Error grave, porque descubrió que, de algún tiempo a esta parte, mi amor suponía una exigencia demasiado estresante para ella.

- ¿Eso te dijo?

- ¡Sí, mama! ¡Fue muy sincera! Al propio tiempo, algo cruel, sin ella pretenderlo. Porque me comentó que la persona de la cual se había enamorado no le exigía nada; ambos, se lo pasaban muy bien, limitándose a disfrutar de cada momento, sin pensar en el futuro lejano. Con lo cual, se sentía totalmente liberada.

De repente, subidas a una lancha fueraborda que daba círculos sobre el agua, cercana a la orilla, escuchamos los gritos de mis hijas, Cristina y Esperanza. Llamaban a su hermano, haciendo gestos ostentosos, para que fuera a juntarse con ellas y con sus amigos.

- Si no te importa, mamá, tengo ganas de abrazar a estas dos mocosas -dijo, levantándose de la tumbona-. Por favor, búscame un psicólogo, cuanto antes.

Estimé conveniente, buscar otro psicólogo para mí. Definitivamente, resulta demasiado elevado el precio que se paga por entregarse al trabajo, en cuerpo y alma.





Imagen encontrada en Internet: Imagenes-de-estrellas-de-colores-1-


sábado, 12 de septiembre de 2015

Algunas casas tienen goteras



Algunas familias, por diversas razones, no dan a sus miembros el apoyo, el seguimiento y el soporte emocional necesarios.

Hay personas que han tenido la sensación de no haber dirigido su propia existencia, en algún período de sus vidas. Que han sido meras espectadoras de una vida que no han hecho, del todo, suya.

Pueden haberse sentido solas, aunque estuvieran rodeadas de gente. Durante los cruciales primeros años de su andadura, no ha habido quien, realmente, los acompañara. Quien los guiara en el difícil proceso de ir descubriendo cosas, sensaciones y sentimientos. No han tenido, a su alcance, a alguien que les presentara este misterio que se llama vida, que les enseñara a crecer y a desarrollarse. A descubrir, en suma, qué hay que hacer para aprender de ella.

Algunas familias, por diversas razones, no dan a sus miembros el apoyo, el seguimiento y el soporte emocional necesarios. Tanto los padres, como los hijos, se limitan a vivir sus propias vidas. Están tan ocupados en sus asuntos, y en solucionar sus propios problemas, que no se dan cuenta de que, la vida de todos ellos, podría ser mucho más fácil, si se apoyaran, los unos a los otros. Crecer en este ambiente puede ser como “sobrevivir en medio de la selva”.  No existe una formación para los pequeños, no se les guía, ni se les orienta; no se les ayuda a descubrir sus particularidades. Se prescinde de sus virtudes, renunciando a potenciarlas, de la misma manera que se ignoran sus defectos, evitando poder corregirlos. Se cree que lo mejor es que cada uno viva su propia vida, haga sus propios descubrimientos y se resuelva sus propios problemas. Se va al traste toda la riqueza que podría aportar la dilatada experiencia de los mayores, su apoyo, y la ayuda mutuas.

Cuando eran niños, y aun siendo jóvenes, pudieron sentirse ignorados, desamparados, sin tener a quien recurrir, cuando les asaltaron las dudas y las inquietudes. Pudieron tener la sensación de tan solo ser, uno más, en la familia. De que sus problemas los tenían que resolver, ellos mismos, porque no se les habían proporcionado las herramientas básicas que habrían de servirles de ayuda. No aprendieron a esforzarse y a confiar en su propia capacidad para solucionar las dificultades que se les presentaban. Nadie los ayudó. No recibieron apoyo alguno, ni hubo quien les sirviera de guía.

Pudieron crecer siendo temerosos, solitarios y teniendo poca confianza en sí mismos. Es posible que en alguna de las áreas, como los estudios, el deporte, la música, o alguna otra actividad, lo hicieran mejor que en otros campos. Esto, pudo salvarles de una total catástrofe existencial.

Apoyando los puntos fuertes, se adquirirá fortaleza, una mayor seguridad, y las buenas sensaciones que proporciona el hacer las cosas bien. Si se intenta ayudar a mejorar en los aspectos deficitarios, se alcanzará una mejor armonía, y se potenciarán esas habilidades, de las que no se esté precisamente dotado, mejorando el desempeño en ellas; poniendo, a nuestro alcance, nuevos campos en los que progresar, y puntos de conexión con otras personas.

Son familias en las que existe bastante competitividad y, por lo general, poca colaboración y ayuda mutuas. Cada uno intenta sobresalir en su campo de habilidades, o territorio de intereses. Muy frecuentemente, criticando a los otros miembros, sin dejar de competir por la atención, el reconocimiento, y el cariño, de sus progenitores.

Pero no todas las personas son competitivas, por naturaleza. Algunas, tienden más hacia la colaboración, y no saben moverse en un ambiente competitivo. Tener que competir con otros, para poder sentirse valoradas, es algo que no les agrada. Pueden tomar la decisión, deliberada o instintiva, de no competir con los logros de sus hermanos, padres o amigos. A lo sumo, les interesará hacerlo como una forma de avanzar, dentro del campo de su interés.

Esa decisión de no competir dentro de la familia o con las amistades, puede restarles fuerza y empuje, si es trasladada a otros ámbitos. Los extremos no son buenos, y no es conveniente limitarse a escoger entre, competencia o cooperación. Cierta necesidad de competencia, principalmente centrándola en ellos mismos, es necesaria para orientar los esfuerzos, para ir adquiriendo confianza en uno mismo, a medida que se van cumpliendo los objetivos marcados.

Si no se centran en mejorar su vida, en ser los que trazan su propio camino, es muy probable que sigan la senda marcada por otros. En todo caso,  van a actuar a media marcha, haciendo lo que hacen, pero teniendo como referencia lo que piensan los demás, esperando su aprobación, o su afecto.

Pasados los años, se darán cuenta de que no han dirigido sus propias vidas. A pesar de haber tomado decisiones, las mismas estaban huérfanas del imprescindible objetivo, y de la fijación de un rumbo por el cual avanzar. A diferencia del que tiene confianza, en sí mismo, y en sus capacidades; del que tiene la seguridad de que va a ser capaz de enfrentar los problemas que se le presenten, para continuar avanzando hacia las metas que se ha propuesto.

Han aprendido a vivir según las circunstancias que se les han ido presentando. No han tenido la suficiente fortaleza de carácter para afrontar ciertas situaciones por sí solos, dudan de sí mismos, y de su posibilidad para superar con éxito ciertos desafíos. No se plantean metas y objetivos que les guíen, y les motiven para actuar. No encuentran actividades que realmente les apasionen, y cuya realización les pueda dar esa sensación de logro, de seguridad en lo que realizan.

Aparecerán momentos, en sus vidas, en los que surjan problemas o situaciones que les obliguen a moverse. Se darán cuenta de que, por las razones que sean, no han confiado en sí mismos y que, tampoco, se han propuesto sus propios objetivos. Será entonces, cuando reparen que la única forma de adquirir confianza, es proponerse metas; poner toda la carne en el asador, trabajando con mucho empeño, para lograrlas. Una vez que se ponen  en movimiento, sus vidas empiezan a cambiar. Cada pequeño paso les va proporcionando más seguridad, disfrutan con cada logro, se sienten bien, y empieza un círculo positivo, que hace que los miedos queden atrás. Comienzan a diseñar su propio camino, sin importar la edad que tengan; sabiendo que se encontrarán con obstáculos e inconvenientes, pero se sentirán capaces de superarlos, buscando las ayudas y apoyos que sean necesarios.

Afortunadamente, una vez que una persona se ha puesto en marcha, cuando empieza a disfrutar con los retos que se propone, cuando encuentra actividades que le gustan y le apasionan, ya no hay marcha atrás. Irá adquiriendo una mayor autoestima, confiará en sus capacidades, y dejará atrás el inmovilismo del que era víctima, por el miedo. Empezará a descubrir nuevos ámbitos de actuación, o a recuperar actividades que ya había realizado antes.

Disfrutará del camino, mientras lo va recorriendo.







miércoles, 9 de septiembre de 2015

Elementos de ayuda, a otra persona, para que adquiera seguridad en sí misma


Un amor comprensivo y, al propio tiempo, exigente,  que te ayude a ser mejor persona, cada día, es un elemento importante para poder adquirir una sana confianza en uno mismo.


Llevo un tiempo preguntándome cuáles son las razones por las que algunas personas poseen una gran seguridad en sí mismas, y otras no. Puede existir algún componente hereditario, una propensión hacia unas conductas u otras, aunque me inclino a pensar que la clave está en una interrelación entre aquello que el ambiente aporta, y lo que se aprende a lo largo de la vida.

Hay quienes son muy responsables, manifiestan una clara orientación a trabajar en aquello que se proponen, tienen adquiridos unos hábitos que practican sin excesivo esfuerzo. Simplemente, hacen lo que hay que hacer. Saben disfrutar de sus momentos de ocio, lo que les proporciona equilibrio.

Otras personas, demasiadas, se dejan llevar por lo que les va sucediendo. Les cuesta tener rutinas, pudiendo sentirlas como obligaciones impuestas. Tienen dependencia de los demás; parece que no viven sus vidas, sino lo que otros proponen para ellas, o se dejan arrastrar por las circunstancias.

Aun cuando considero que los siguientes elementos no son independientes entre sí, sino que se solapan y entremezclan constantemente, los abordaré por separado, con el fin de facilitar su comprensión; siempre, con la intención de que sirvan de base para ayudar a que una persona adquiera seguridad en sí misma. Según mi criterio, estos fundamentos pueden ser:

El amor.
El ejemplo de otras personas
La educación recibida.
Las circunstancias vividas.
La curiosidad y el deseo de aprender.
La actuación personal.


El amor

El amor es un elemento importante para poder adquirir una sana confianza en uno mismo. Fundamental, diría yo, en cualquier tarea educativa. Debe estar presente en nuestra relación con las personas y, de manera muy particular, en aquellas que nos importan.

Me refiero a un amor comprensivo y, al propio tiempo, exigente. Que te ayude a ser mejor persona, día a día. Un cariño que dedique esfuerzo, cuidado, atención y asesoramiento constantes, para ayudar a que, el otro, adquiera unas habilidades, vaya puliendo su carácter, venciendo los obstáculos que se le presenten, y corrigiendo algunos defectos personales.

Puedes ser fuerte, capaz y responsable, habiendo sido educado con autoridad, en ausencia de muestras de afectividad.  Aun cuando considero que, si no has tenido una buena dosis de amor, tierno, cariñoso, incondicional, respetuoso, será difícil que adquieras una verdadera confianza en ti mismo. Podrás dotarte de una seguridad que te servirá para afrontar muchos de los desafíos de la vida, pero se producirán algunos fallos. Aparecerán grietas, y es posible que quieras disimularlas mediante la exigencia de conseguir nuevos logros, de sobresalir por encima de los demás, permanentemente.


El ejemplo de otras personas

Es fundamental tener esta importante herramienta a nuestro alcance. Pero no basta con disponer de un modelo “perfecto”, al cual imitar, para adquirir seguridad en uno mismo. Al contrario, eso por sí solo, podría generar mayores dudas e inseguridad.

Para aprender del ejemplo de otra persona, es imprescindible que la misma te vaya enseñando cómo es su forma de obrar. Que te muestre que se requiere un esfuerzo. Que nada es fácil, que nadie nace sabiendo, que todo se consigue mediante el trabajo, la constancia, la corrección de los errores, proponiéndose metas y superando obstáculos.


La educación recibida

Muy a menudo, la educación se limita a enseñar buenas conductas, modales, conocimientos; tanto en casa, como en el sistema educativo, centrándose este último en la transmisión de información. Esta educación proviene del término latino “educare” y se refiere a “llenar”, “nutrir”, “alimentar”, “criar”, proporcionar los conocimientos considerados necesarios.

Para contribuir a que alguien adquiera seguridad en sí mismo, es necesario fomentar la otra vertiente de la educación, la implicada en “educere”: "sacar de", "extraer", “sacar fuera”, descubrir las potencialidades que el alumno tiene. Se parece al proceso mediante el cual se esculpe una figura, a partir de una pieza de mármol, o de madera. Se trata de proporcionar las herramientas necesarias para que aprenda a “esculpirse” a sí mismo, con la ayuda atenta, las indicaciones y el apoyo del educador. Esa sabia atención que prestan algunas personas, corrigendo, dando pequeñas enseñanzas, ayudando a templar el carácter, haciéndo pensar y extraer sus propias conclusiones.


Las circunstancias vividas.

En ocasiones, se comete el error de facilitar en exceso la vida de otros. Se les soluciona  todo, se les da lo que piden, sin ninguna exigencia o esfuerzo por su parte. Se les ocultan los problemas o las circunstancias difíciles. No aprenden a solucionar y afrontar los retos que la vida les presenta, constantemente. Se cree que eso es amor, y que es lo que hay que hacer; pero es un amor mal entendido, que no ayuda, sino que, a la larga, perjudica. Se les está impidiendo crecer con una auténtica seguridad en sí mismos, con una fortaleza de carácter que les permita ir formándose, y tener mayores probabilidades de ser exitosos en lo que se propongan.

Ante las circunstancias difíciles, nos hacemos fuertes y aprendemos a ser dueños de nosotros mismos. Obtenemos esa confianza, tan necesaria, en nuestras propias potencialidades. Es ese saber que, con el propio esfuerzo, podemos llegar lejos, y conseguir casi todo lo que nos propongamos. No digo todo, pues, algunas veces, la consecución de ciertos objetivos no depende exclusivamente de nosotros y, por tanto, necesitaríamos de la colaboración de otros, o habría que hacer un replanteamiento de las metas propuestas.


La curiosidad y el deseo de aprender.

Es necesario que, en cada individuo, se fomenten su autonomía y su responsabilidad. Que desee explorar el mundo, que disfrute aprendiendo, experimentando, cuestionando la información que recibe, y que tenga espíritu crítico. Que sepa que, si desea conseguir un objetivo, tendrá que aprender todo lo necesario para lograrlo, corregir constantemente el rumbo, aprender de otros, hacerse preguntas… En resumidas cuentas, ser protagonista de sus propios aprendizajes y de sus decisiones.


La actuación personal

Nadie puede transferir a otro la seguridad en uno mismo. La única forma de adquirirla, es de manera personal e intransferible, por cuenta de uno mismo. Lo único que se puede hacer es apoyarlo, estar atento en el momento en que deba enfrentarse a sus retos, animándole a que no se dé por vencido, que aprenda de los errores y de los problemas, y que disfrute del camino de ir consiguiendo, con su propio esfuerzo e iniciativa, lo que se proponga. ¡Jamás, facilitándole excesivamente la vida!


Toda ayuda innecesaria es una limitación para quien la recibe







viernes, 4 de septiembre de 2015

Si no sabes a qué puerto te diriges, todos los vientos son desfavorables



Pensando en las distintas maneras que los humanos tenemos de enfrentarnos a las situaciones que la vida nos plantea, vinieron a mi mente tres grandes grupos de personas. No se trata de grupos estancos, ya que se intercomunican, y tienen nexos de unión entre sí.

Hay personas algo inestables, cuyos pensamientos y forma de actuar son cambiantes. Parecen como veletas que se mueven por la vida según las circunstancias, las personas y el ambiente que les rodea;  no parecen tener un núcleo central firme.

Sufren, de forma particular, cuando se encuentran con dificultades, o con  los reveses que la vida les presenta. No han desarrollado una fortaleza de carácter, y no tienen a mano las herramientas necesarias para hacer frente a las dificultades. Se conocen poco a sí mismas, y están a merced de otras personas y de aquello que les suceda.  

Otras, en cambio, perfilan su vida con mucha precisión, paso a paso, de acuerdo a los valores que han asumido como pautas a seguir. Son capaces de enfrentarse a los problemas que se les presentan y, normalmente, salen airosas y fortalecidas. Poseen un buen conocimiento de sí mismas. 

Son como árboles fuertes, con sus raíces bien asentadas en la tierra. Pueden adolecer de flexibilidad para bandear algunos temporales, situaciones, o circunstancias que se salgan de lo que habían previsto. 

Es posible que rechacen todo aquello que se aleja de lo que han planeado y diseñado para sí mismas, y para sus vidas. Utilizan mucha energía y esfuerzo en intentar que todo encaje a la perfección, cosa harto difícil cuando la vida es cambiante. Se encontrarán, probablemente, con personas muy diferentes, y con otros valores, matices, y formas de ver el mundo. 

Sería interesante averiguar lo que tales diferencias aportarían a sus vidas, y lo que podrían aprender del intercambio con quienes se salen de sus esquemas habituales. 

Existen otras personas que van construyendo su día a día, valiéndose de unos valores y principios que orientan sus vidas: les sirven de guía en la toma de decisiones. Son bastante más flexibles que el grupo anterior, y más firmes que el primero. Manifiestan una buena capacidad para comprender a personas muy diferentes, y saben cómo adaptarse para poder convivir o interactuar con ellas. 

Corren el peligro de ser algo “acomodaticias”, perdiendo, en ocasiones, parte de su identidad en favor de su adaptación a quienes son importantes para ellas. 

Lo deseable es que logren compaginar la fidelidad a sí mismas -a esos pocos puntos inamovibles e irrenunciables-, con la capacidad de comprender y entender a quienes se relacionan con ellas, extrayendo las importantes lecciones que las experiencias les van brindando. 

Podrán ir profundizando en el conocimiento de sí mismas, limando aristas, descubriendo facetas ocultas u olvidadas, y creciendo con la riqueza de matices que les brinda el conocer a personas diferentes. 

Son flexibles como los juncos. Pueden parecer débiles, pero son capaces de enfrentarse a grandes adversidades; sin quedar destruidas, sino transformadas.



“Cuando el nauta no sabe a qué puerto se dirige,

todos los vientos le son contrarios” (Séneca)