viernes, 31 de julio de 2015

Las grandes tormentas interiores



Nuestras grandes tormentas interiores nos sirven para despertar, para tomar consciencia de muchas cosas que no veíamos, tomar impulso, crecer interiormente..., y, para tomar decisiones importantes. 

Si miramos hacia atrás en nuestra historia personal, podemos observar que, por lo general, nuestra vida se va sucediendo día a día de manera pausada, más o menos ordenada, con pocos sobresaltos y acontecimientos que cambien su ritmo. Muchas veces ese navegar es casi inconsciente, y nos dejamos llevar por la vida misma. En otras ocasiones, somos nosotros los que tomamos el timón de nuestro barco e intentamos llevarlo a buen puerto. 

Entretanto, cada cierto tiempo, concurren acontecimientos imprevistos, personas que irrumpen en tu vida, o que se van de ella, nuevas experiencias que te hacen ver el mundo desde otra perspectiva… Elementos, algo aleatorios, que sacuden tu tranquila existencia y obligan a replantear el presente y el futuro y, en ocasiones, hacen que veas gran parte del pasado desde un enfoque diferente.

En el fondo, casi todos deseamos tener una vida tranquila, predecible, sin grandes sobresaltos. La vida de algunas personas parece seguir un guión, sin grandes cambios; o estos se van dando de forma gradual y pausada, hasta el final de sus días.

Otras vidas son más azarosas… Parece que se resisten a lo apacible y predeterminado, y necesitan, de vez en cuando, de elementos que contribuyan a verificar el rumbo que están llevando.

Bastante antes de las grandes borrascas, se presentan pequeños sucesos, cuya finalidad es la de avisarte para que tomes las riendas de tu propia vida y endereces algunos aspectos, o camines por nuevas sendas. La mayoría de las veces, estamos tan acostumbrados a dejarnos llevar, o querer controlar al máximo nuestro camino, que no advertimos las señales de nuevas oportunidades. Las ignoramos, o sólo hacemos algunos apaños temporales, para poder seguir navegando.

Después de un tiempo, en vista de nuestra ceguera y falta de atención, surgen las grandes sacudidas, para despertarnos y obligarnos a cambiar y a crecer. Esas grandes tempestades pueden ser desencadenadas por elementos positivos, agradables, maravillosos; o por otros aconteceres más dolorosos, tristes, angustiantes, frustrantes… Y, muy a menudo, por una mezcla de ambos. Nos mueven con tanta fuerza, que nos resulta imposible permanecer impasibles ante ellos. 

“Y una vez que la tormenta termine, no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa sí es segura. Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta”.

Haruki Murakami

Escribiendo esto, me acordaba de los mares en calma y de los mares más bravos, con olas grandes, corrientes que pueden arrastrarte, rocas que dificultan el paso... Debemos tener en cuenta que todas las aguas, en días de fuertes temporales, pueden llegar a volverse verdaderamente difíciles de sortear; te sacuden, te estremecen, y es tal el caos que parece producirse, que piensas que nunca saldrás con vida.

¿Qué hacer cuando nos enfrentamos ante situaciones, acontecimientos y emociones que revolucionan nuestra vida, que parecen sobrepasarnos, que nos sacuden hasta los cimientos y que nos conmueven profundamente?

No es conveniente luchar contra esas borrascas internas. Al igual que las externas, llegarán a su fin, a su debido momento; ni antes ni después. No podemos hacer nada para que se detengan.

Si estuviéramos en medio del mar, y nos sorprendiera un temporal, haríamos bien en protegernos, intentar ponernos a salvo, pero sin descuidar la embarcación, y siempre en colaboración con las otras personas que nos acompañen en ese momento. En la vida real, debemos pensar cómo cuidar de nosotros mismos, mientras se van desarrollando los acontecimientos. Ver lo que está pasando, vivirlo, aprender de ello, sin culparnos o culpar a otras personas por lo que sucede.

En nuestra vida personal, la embarcación, es nuestra familia, son los amigos, los proyectos, es el trabajo, las ocupaciones, lo que disfrutamos, lo que nos gusta, lo que es importante para nosotros… y las otras personas que se encuentran con nosotros en ese momento, serían aquellas que forman parte de nuestra vida, viéndose influidas y afectadas por todo lo bueno, o lo no tan bueno, que nos pueda suceder. Mientras cuidamos de nosotros mismos en esos momentos de inestabilidad y de fuertes sacudidas, no nos olvidemos que nuestra vida está conformada por un todo.

Mientras atravesamos zonas de borrascas, esas épocas sombrías en las que todo parece desdibujarse, sin saber cuál es el Norte o cuál es el Sur, y nada parece tener sentido, nos encontramos ante multitud de emociones y pensamientos que nos hacen revisar muchas cosas, y que, en un principio, nos dificultan seguir el ritmo normal de nuestras vidas; es como si centráramos toda nuestra atención en intentar comprender lo que nos está sucediendo.

Luego, poco a poco, sin saber ni cuándo ni cómo, empezamos a encontrarnos mejor. Analizamos nuestras vidas desde un nuevo enfoque, que nos lleva a una mayor comprensión, tanto de nuestro pasado como de nuestro presente. Utilizamos nuestros puntos fuertes, nuestros conocimientos y habilidades, para elaborar planes y proyectos para el presente y el futuro. 

Cuando no podamos cambiar una situación, debemos aceptarla como es, o cambiarnos a nosotros mismos.


“Después de la tempestad viene la calma”, o un nuevo periodo en tu vida, algo más pausado, pero con una mayor profundidad y riqueza. Hasta que se presenten nuevos retos, acontecimientos y personas que vuelvan a remover tus sentimientos. ¿Serán vientos favorables para la navegación, o fuertes sacudidas, que corrijan nuevamente el rumbo de tu vida? ¡Ya veremos!








domingo, 26 de julio de 2015

¡Conócete a ti mismo!




¿Encontraremos la respuesta en el espejo?


La anécdota que voy a contar tuvo lugar hace ya bastante tiempo, un par de años después de que nos hubiésemos trasladado a vivir a Madrid, coincidiendo con unas fechas en las que yo estaba dedicada, en cuerpo y alma, a la puesta en marcha de mi Gabinete de Psicología.
Por razones que no vienen al caso, decidimos aprovechar un largo fin de semana para viajar a Barcelona, por carretera. Conversábamos sobre el elevado coste del transporte, en Japón; en particular, del que hacía referencia al servicio prestado por los trenes de alta velocidad. Cuando estábamos subiendo la cuesta que bordea Guadalajara, me vi sorprendida por un repentino cambio de tema que, mi marido, quiso introducir en la conversación que estábamos manteniendo.
- Disculpa que te interrumpa, Magdalena; me gustaría preguntarte una cosa.

- Tú dirás.
- ¿Consideras que, después de todos los años que llevas vividos, has llegado a conocerte, a ti misma?
La pregunta me pilló desprevenida, me quedé pensativa, y no me dio tiempo a contestar.
- Te consta que mi último cambio de trabajo fue como consecuencia de que me llamara el Consejero Delegado de una compañía multinacional, dedicada a la búsqueda y selección de personal ejecutivo. 
- Sí; soy consciente de ello.
- Recordarás que decidimos, de común acuerdo, someterme al proceso de selección; después de lo cual, me incluyeron en la terna.
- Lo recuerdo perfectamente -asentí, sin titubear.
- Pero, no sabes lo que ocurrió en la entrevista definitiva que mantuve con su cliente -añadió, mirándome de reojo-. Es decir, con el Presidente de la que, hoy en día, es la Compañía en la que tengo el honor de trabajar -puntualizó, para mi mejor comprensión-. ¡Nunca llegué a contártelo!

Expectante, permanecí en silencio y esperé a que continuara hablando. Intentaré reproducir, fielmente, lo que me contó:
- Fue cuando vivíamos en Sevilla, ¿recuerdas? Era la tarde de un viernes del mes de julio, y hacía un calor inmisericorde. Me despedí del Gerente y del Director Comercial de nuestra Concesión en Córdoba, a la salida del restaurante en el que habíamos estado comiendo, situado enfrente de nuestras oficinas del “Edificio Sevilla 2”, en el barrio del Nervión. Sabía que no habría nadie trabajando en la oficina porque nos regíamos por el horario intensivo de verano, por lo que me encaminé hacia el aparcamiento, para retirar el coche.
Al acceder al vestíbulo del edificio, sonó mi teléfono móvil y atendí la llamada, refugiado en la gratificante temperatura del aire acondicionado. Reconocí la voz del Consejero Delegado de la firma de cazatalentos. A su cliente, le habían entrado las prisas por  terminar el proceso de selección en el que estaba involucrado y quería mantener una entrevista conmigo, al día siguiente, sábado. Yo era el tercero, y último, de los candidatos que faltaba por entrevistar. Para que  no anduviera  tan agobiado de tiempo, la entrevista había sido fijada para las doce del mediodía, en las propias oficinas de su cliente, en plena Avenida de la Castellana, de Madrid. 
- Decide tú mismo, si quieres viajar en el AVE, o prefieres tomar el avión. Ya sabes que  tienes los gastos de transporte pagados, al igual que las dietas. Debes preguntar por el Director de Personal, quien te hará una breve introducción, antes de presentarte al Presidente. Es posible que te pidan rellenar un cuestionario -me advirtió, sin dar ninguna importancia a tal solicitud, en un tono olvidadizo.   
Contento por haber podido hablar conmigo y dejar cerrada la entrevista, se despidió de mí, no sin antes desearme mucha suerte y rogarme que tuviera mi móvil operativo.
- Conociendo al Presidente -dijo-, estoy seguro que no tardarán demasiado tiempo en comunicarme la decisión que hayan tomado.
Cometí el error de viajar en el primer AVE de la mañana, porque constituyó un pequeño martirio esperar que transcurriera el tiempo, hasta la hora fijada para el encuentro. Llegué al edificio con diez minutos de antelación y, al constatar mi presencia, el conserje se dirigió a mí, por mi nombre, y me acompañó hasta la planta en donde se ubicaba la sala en la cual tendría lugar la reunión.
A las doce de la mañana, con puntualidad germánica, hizo su aparición el Director de Personal. Era un hombre joven, alto y muy delgado. Calculé que no habría cumplido los cuarenta. Iba elegantemente vestido, de traje oscuro y corbata, prenda de la que, por razones obvias, yo no había prescindido. Dentro de su innata seriedad, se mostró amable y educado. Me dio algunos datos relativos a la actividad de la empresa, filial española de una gran multinacional alemana, del sector de la automoción. Colocó, ante mí, el Organigrama de la Compañía,  y profundizó sobre las funciones, responsabilidades y paquete salarial que comportaba el cargo de Director Comercial, el cual era el puesto de responsabilidad que pretendían cubrir. No hizo el menor comentario sobre mi historial profesional, que mantuvo guardado en un dossier, junto con otros documentos. Con toda seguridad, se trataba de la información que le habría facilitado la firma a la que habían confiado el proceso de selección de candidatos.
- Para evitar redundancias dejo al criterio de nuestro Presidente, cualquier pregunta que estime conveniente formularte -manifestó, el directivo-. Lo mismo, me permito sugerir que hagas tú, en el caso de que tengas alguna duda.
Mi interlocutor se puso de pie. Abrió el dossier, extrajo un par de hojas impresas y, extendiendo sus brazos, me hizo entrega de las mismas, desde el otro lado de la mesa.
- Son algunas preguntas seleccionadas por nuestro Presidente, que te ruego tengas la amabilidad de cumplimentar, mientras yo voy en busca de él -dijo, el directivo-. No te ocupará mucho tiempo.
Recordé confiadamente la advertencia que me habían hecho sobre la eventual presentación de un cuestionario. Me quedé sólo en la inmensa sala, y procedí a leer el título: “Las nueve preguntas que le formularon a Tales de Mileto” -rezaba-. Se indicaba que debía contestar cada una de ellas, de la forma más breve posible, razonando la respuesta, de manera igualmente sucinta.
Era la tercera entrevista de trabajo a la que yo me estaba sometiendo, a lo largo de toda mi vida profesional,  por lo cual, carecía de experiencia en estas lides. Confieso, sin embargo, que me pareció extraño que hubiesen incluido un ejercicio, en lo que debía limitarse a ser una mera entrevista con el candidato.
Leí el enunciado de cada una de las preguntas y quedé totalmente desconcertado. Me entró una sensación de opresión en la región torácica y noté un sudor frío en la frente. Por unos instantes, mi mente quedó totalmente bloqueada, sin saber qué contestar. Transcurrieron unos minutos, que se me hicieron eternos, temeroso de que entraran en la sala y no hubiera escrito ni una sola respuesta.
Por una inexplicable reacción de mi mente, me encontré contestando la última parte del llamado cuestionario, cuando oí que daban unos discretos golpes en la puerta y hacía su aparición el Presidente, acompañado por el Director de Personal. Me levanté de mi silla y debí poner cara de sorpresa, porque apenas nos intercambiamos el saludo y nos estrechamos las manos, el máximo responsable de la Compañía, dijo:
- Ya veo que no has terminado de responder a las preguntas ¡No importa! ¡Tómate tu tiempo! Mientras tanto, nosotros, nos prepararemos un café ¿Te apetece, uno?
Decliné el ofrecimiento, y me concentré en el cuestionario. Completé la sexta pregunta, y no creo que me demorara demasiado, en dar contestación a las tres últimas. Cuando hube terminado el ejercicio, el propio Presidente, quien se había sentado frente a mí, me pidió que le hiciera entrega de los dos folios que yo había cumplimentado. Del bolsillo interior de la chaqueta, sacó una funda en la que guardaba sus anteojos. Se los colocó; mirándome por encima de ellos, antes de concentrarse en la lectura de mis respuestas, dijo:
- Comprendo que es una solicitud extravagante. Se trata de un pasaje que he seleccionado personalmente, con el beneplácito de un amigo mío, quien es catedrático de Psicología. Espero que sirva para sacar conclusiones, muy favorables, sobre tu persona.

El Presidente, era de estatura mediana, de cara redonda, expresión algo aniñada, y unos ojos muy vivos, que iluminaban su rostro. Era un hombre joven, que acababa de doblar el cabo de los cuarenta, a pesar de que su calva, morena y brillante, no le favorecía, a la hora de aventurar su edad. Sus movimientos eran pausados y elegantes. Me había recibido con cordialidad y advertí que estaba muy relajado, casi debiera decir que de muy buen humor. Había hecho uso del privilegio de su cargo, al prescindir de la corbata y vestir un atuendo veraniego. Tuvo lugar un largo silencio, durante el cual intenté vanamente adivinar la reacción que le producía la lectura de lo que yo había escrito, pero su rostro permaneció inmutable, durante todo el tiempo.

- No voy a hacer ningún comentario sobre tu ejercicio -dijo el Presidente, cuando hubo terminado- ¿Conoces los trabajos de Tales de Mileto?
- Recuerdo, vagamente, lo que estudié en el colegio -contesté-;  sus teoremas, y poco más. Sé que es uno de los Siete Sabios de Grecia, que fue un filósofo, un científico, y un matemático.
- Por encima de todo, fue un sabio -manifestó, el Presidente-. Todo el mundo debería interesarse por la sabiduría; se trata de un estadio superior, muy por encima de la inteligencia. Cuando hayamos terminado, te diré cuáles son las contestaciones dadas por Tales de Mileto, a cada una de las preguntas que acabas de responder -añadió-. Ahora, si te parece, podemos dar comienzo a la entrevista. Hablaremos en inglés -sentenció.

Recuerdo que fue una entrevista profunda y extensa, cuyos detalles no vienen al caso. Comentaré, únicamente, que yo expuse mis criterios profesionales con toda libertad, sin ningún tipo de reserva. Mis interlocutores se mostraron interesados en escucharlos; de forma muy especial, el máximo ejecutivo, quien no ocultaba su sorpresa, haciéndome preguntas aclaratorias. En todo momento, evitó revelar cuál era su opinión sobre mis puntos de vista.
Me cayó el mundo encima cuando, al final de la entrevista, cumpliendo con lo prometido, el Presidente leyó cuáles eran las contestaciones y razonamientos del propio Tales de Mileto a las preguntas que le habrían formulado. Fui incapaz de ocultar la decepción en mi rostro, tan profundo fue el sentimiento de frustración que se apoderó de mí. El Presidente se dio perfecta cuenta y, al despedirnos, quiso apoyar su mano en mi hombro, al tiempo que me decía:
- La sabiduría está al alcance de muy pocos. Los humanos, deberíamos dedicar mucho más tiempo para pensar. Te deseo mucho éxito.
Salí a la calle, después de darle las gracias al conserje, totalmente convencido de que el puesto no sería para mí. Paradójicamente, me sentí aliviado de la carga que había soportado en las últimas horas y decidí refugiarme del calor, yendo en busca del aire acondicionado de la marisquería cercana, propiedad de un amigo malagueño. Olvidaría mi ambiciosa aventura, gozaría de la vida, y de la insólita tranquilidad que se respiraba en Madrid, un sábado cualquiera de verano; de lejos, la mejor época del año para disfrutar de la capital de España.
Al cruzar la puerta de entrada al restaurante, recordé activar mi teléfono móvil, que había tenido fuera de servicio, durante la entrevista. Tenía dos llamadas perdidas, ambas, del Consejero Delegado. Le pedí al camarero que esperara, antes de acompañarme a la mesa, y devolví la llamada.
- ¡Enhorabuena, Joaquín! -exclamó, la voz, sin darme tiempo a abrir la boca- ¡El puesto es tuyo! -afirmó, con euforia-. Me ha llamado el Presidente y me ha rogado que el próximo lunes, sin falta, te pongas en contacto con el Director de Personal para firmar el contrato.
Mi marido pareció dar por terminada la que, hasta entonces, yo hubiera calificado de batallita personal. Lo miré, con impaciencia, poniendo cara de extrañeza. Antes de que pudiera reclamarle haber estado esperando pacientemente, sin que hubiese revelado cuál era el núcleo de su historia, exclamó:
- ¡Jamás, entenderé a los Psicólogos! Si uno les hace caso, te pueden volver loco -añadió, con la ironía que suele emplear cuando quiere provocarme-. Estas son las preguntas que le hicieron a Tales de Mileto, y la justificación de cada una de sus respuestas:

1.- ¿Qué es lo más antiguo?
  •  Dios; porque siempre ha existido.
2.- ¿Qué es lo más bello?
  •  El Universo; porque es obra de Dios.
3.- ¿Cuál es la mayor de todas las cosas?
  •  El Espacio; porque contiene todo lo creado.
4.- ¿Qué es lo más constante?
  •  La Esperanza; porque permanece en el hombre, después de haberlo perdido todo.
5.- ¿Cuál es la mejor de todas las cosas?
  •  La Virtud; porque sin ella, no existiría nada bueno.
6.- ¿Cuál es la más rápida de todas las cosas?
  • El Pensamiento; porque, en menos de un minuto, nos permite volar hasta los confines del Universo.
7.- ¿Cuál es la más fuerte de todas las cosas?
  • La Necesidad; porque es con lo que el hombre enfrenta todos los peligros de la vida.
8.- ¿Cuál es la más fácil de todas las cosas?
  • Dar consejos.
Pero, cuando llegó a la novena pregunta, Tales de Mileto dio la respuesta más paradójica e inesperada:
9.- ¿Cuál es la más difícil de todas las cosas?
  •  Conocerse a sí mismo.

Me impactaron las dos primeras preguntas y, a medida que escuchaba las siguientes, mi emoción iba en aumento. Al terminar la novena, y última, no pude contenerme y exclamé:
- ¡Es cierto! ¡Estoy totalmente de acuerdo!
- ¡Yo no! - replicó mi marido - ¿Dedicas parte de tu tiempo, Magdalena, a pensar cómo eres?
- ¡Por supuesto que sí! -contesté- ¡Como la gran mayoría de la gente!

- ¡Ni tiempo tengo de mirarme en el espejo, cuando salgo de la ducha! Si me preguntaras, no sabría decirte cuál fue la última vez que dediqué alguna parte de mi tiempo, a conocerme a mí mismo ¡Yo diría que nunca!

Me pareció una contestación impertinente. Me contuve, aunque tuvimos un debate muy intenso. Nos ocupó el resto de tiempo que duró el viaje a Barcelona. Pediré permiso a mi marido, para exponer, en breve, la diferencia de criterios que tenemos sobre tan importante tema.





sábado, 25 de julio de 2015

Pongamos de moda la interdependencia




La interdependencia es la combinación de los propios esfuerzos con los de otros para lograr un éxito mayor.   

Desde hace un tiempo, encontramos muchas referencias en cuanto a la dependencia emocional, pidiendo un cambio hacia la independencia.

Yo misma, he escrito en este blog  varios escritos en referencia a la dependencia emocional, considerando que es algo que hace mucho daño a todas las personas involucradas.

No estoy de acuerdo en que nos mostremos como personas física, emocional o  intelectualmente dependientes de los demás. Debemos aprender a tomar las riendas de nuestra vida, de nuestras emociones y de nuestros pensamientos. Procuremos ser, hasta cierto punto, independientes. Pero, ¡me niego a que se haga de la independencia el gran paradigma de la felicidad y de la realización personal!

Es recomendable que vayamos más lejos en nuestro desarrollo personal, dando un paso cualitativo hacia la interdependencia.

Cuando nos quedamos en la independencia, podemos poseer habilidades bien desarrolladas, tener muchos conocimientos y un buen dominio de nosotros mismos. No obstante, habrá parcelas personales que no desarrollaremos plenamente y, con mucha probabilidad, nuestros objetivos se quedarán cortos.

Para lograr una mayor evolución personal y para conseguir algunas de nuestras metas, es importante y necesaria nuestra relación con los demás. Por otra parte, muchas actividades no las podemos llevar a cabo en solitario. Necesitamos de la colaboración de otros para lograr un bien común, para realizar muchas de las actividades cotidianas o para profundizar en nuestras relaciones de pareja, familiares, sociales, laborales...

Tenemos una dimensión social que no podemos ni debemos ignorar. Sería triste pensar que el fin de nuestra vida sea aprender a ser personas solitarias, que no tienen en cuenta a los demás, que no les importa lo que puedan sentir o hacer los otros, que sólo luchan por sí mismas, por conseguir sus propios objetivos, a quienes parece que lo único importante es ser independientes y que los otros dejen de ser dependientes. En ese saco parecen incluir a aquellas personas con las cuales se podría llegar a interactuar para obtener ciertos logros, así como cualquier tipo de afectividad y de relación entre personas que se quieren.

La interdependencia es necesaria para poder tener unas buenas relaciones interpersonales y para conseguir unos mejores, mayores y profundos logros en nuestra vida personal, laboral, social y familiar. Actuamos con lo mejor de nosotros mismos, junto a otras personas que también aportan su particular forma de ver la vida, con el propósito de conseguir determinados objetivos y bienestar para todos.

A continuación, me gustaría compartir con ustedes algunas de las ideas que  Stephen R. Covey expone en su libro “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva”, las cuales, aunque conocidas por muchos, explican claramente los conceptos de dependencia, independencia e interdependencia, dentro de lo que él denomina el “continuum de la madurez”

Los seres humanos nacemos siendo totalmente dependientes de los adultos. Luego, poco a poco, a lo largo de los años, nos volveremos cada vez más independientes, física, mental, emocional y económicamente. Hasta que podemos, en lo esencial, hacernos cargo de nosotros mismos.

Quiero recalcar que el grado de independencia logrado por cada uno de nosotros puede ser muy diferente. Algunas personas se quedarán a medio camino, habiendo adquirido cierto grado de independencia en algunas áreas, aunque no en otras.

A medida que vamos creciendo y madurando, descubrimos que los más altos logros tienen que ver con las relaciones con los otros; que la vida humana también es interdependiente.

En el continuum de la madurez:

La dependencia es el paradigma del : tú cuidas de mí; tú haces o no haces lo que debes hacer por mí; yo te culpo a ti por los resultados…

La independencia es el paradigma del yo: yo puedo hacerlo, yo soy responsable, yo me basto a mí mismo, yo puedo elegir…

La interdependencia es el paradigma del nosotros: nosotros podemos hacerlo, nosotros podemos cooperar, nosotros podemos combinar nuestros talentos y aptitudes para crear juntos algo más importante.

Las personas dependientes necesitan de los otros para conseguir lo que quieren. No son dueñas de sí mismas. Necesitan de la ayuda de otros. Su valía, mérito y seguridad dependen de la idea que los demás tengan de ellas. No tienen confianza en sí mismas. Permiten que otras personas piensen y decidan por ellas. Desean que otros solucionen los problemas que ellas deberían resolver por sí mismas.

Las personas independientes consiguen lo que quieren gracias a su propio esfuerzo. Se desenvuelven por sus propios medios. Piensan por sí mismas. Pueden ser analíticas, creativas y organizadas. Se dirigen a sí mismas. Su valoración personal no está en función de lo que piensen los otros o de si las tratan bien o mal. 

Es fácil ver que la independencia es mucho más madura que la dependencia.  El paradigma social corriente entroniza la independencia. Es la meta confesada de muchos individuos y movimientos sociales. La mayoría del material acerca del autoperfeccionamiento pone la independencia sobre un pedestal, como si la comunicación, las relaciones interpersonales, el trabajo de equipo y la cooperación fueran valores inferiores.

Conviene señalar que gran parte del énfasis actual en la independencia es una reacción contra la dependencia: que otros nos controlen, nos definan, nos usen y nos manipulen.

El tipo de reacción que lleva a «romper las cadenas», «liberarse», «autoafirmarse» y «vivir la propia vida» revela a menudo dependencias más fundamentales de las que no es difícil escapar porque no son externas sino internas: dependencias como la de permitir que los defectos de otras personas arruinen nuestras vidas emocionales, o como la de sentirse víctima de personas y hechos que están fuera de nuestro control.

La independencia de carácter nos da fuerza para actuar, en lugar de que se actúe sobre nosotros. Nos libera de depender de las circunstancias y de otras personas, sin ser la meta final de una vida efectiva.

El pensamiento independiente, por sí solo, no conlleva un buen desempeño frente a la realidad interdependiente. Las personas independientes, sin madurez para pensar y actuar de manera interdependiente, pueden ser buenos productores individuales. No obstante, no serán buenos líderes ni buenos miembros de un equipo. No operan a partir del paradigma de la interdependencia, necesario para tener éxito en el matrimonio, la familia, la realidad empresarial, así como en muchas de las situaciones que se nos presentan día a día.

La vida, por naturaleza, es interdependiente. Tratar de lograr la máxima efectividad por la vía de la independencia es como tratar de jugar al tenis con un palo de golf: la herramienta no se adecua a la realidad.

El concepto de interdependencia es mucho más maduro, más avanzado. 

Si soy físicamente interdependiente, soy capaz y dependo de mí mismo, mientras que también comprendo que tú y yo trabajando juntos podemos lograr mucho más de lo que yo puedo lograr por mí mismo, incluso en el mejor de los casos.

Si soy emocionalmente interdependiente, obtengo dentro de mí mismo una gran sensación de valía, pero también reconozco mi necesidad de dar y de recibir amor, de relacionarme profundamente con otras personas. 

Si soy intelectualmente interdependiente, comprendo que necesito mis propios pensamientos con los mejores pensamientos de las otras personas. 

La interdependencia es una elección que sólo está al alcance de las personas independientes. Por consiguiente, corresponde a las personas dependientes establecer una carrera para adquirir el carácter necesario, siendo dueñas de sí mismas, logrando el mayor grado de confianza posible, así como un desarrollo y dominio personales que les permita tomar las riendas de su propia vida.



Bibliografía:

COVEY, Stephen S., “Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas”.


Imagen de: Ordenes del amor, www.ordenesdelamor.org





sábado, 18 de julio de 2015

Nuestros Ángeles de la Guarda


Valentina y Amelia


Comparto con ustedes una historia real, cuya lectura me conmovió. Se titula “El baúl de Vale” y fue escrita por una persona muy cercana a mí y a mi familia. Lo que nos cuenta su autora, y la delicadeza con la que lo hace, me parecen entrañables. Encuentro mucha humanidad en su protagonista, Valentina, -a quien llamaban cariñosamente “Vale”- y en Amelia Pretelt, su gentil narradora.

A pesar de que las circunstancias que han concurrido en nuestras respectivas vidas nos han obligado a estar separados por la distancia y por el tiempo, yo no he dejado de llevar, en mi corazón, a “Ame”, “Cristi”, “Merce” y a toda esa querida familia. Guardo en la memoria la última vez que, en uno de los viajes que hice a Colombia, aproveché para ir a saludar a mi “tía” Carmen. Por supuesto, allí estaba “Vale”. Eran dos amigas que se acompañaban y cuidaban la una a la otra, en sus últimos años de vida.

  
El Baúl de Vale


Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte.

 Leonardo Da Vinci

La muerte de Vale, mi nana adorada, me dejó una herida profunda, un vacío imposible de definir. Hoy, decidí afrontar su habitación, sin ella. Me preguntaba cuáles eran sus pertenencias... Abrí su closet y me encontré con tres vestidos de tela... sus delantales, tres sacos de lana y tres pares de zapatos de lona. En ese momento pensé cómo, si se tiene un sentido de vida claro, se puede solo poseer lo esencial para la supervivencia y vivir una vida plena... Nunca vi a Vale llorar o lamentarse; tampoco la vi dudar... Parecía tener claridad meridiana sobre lo que debía hacer o decir...

Me distraigo un momento recordando a mi adorada Nana... Era una mujer fuerte, robusta. Su tez achocolatada con sus pecas negras, su pelo completamente blanco desde que tengo memoria de ella, recogido en un moñito rodeado de cinta y peinetas a los lados para evitar que su pelo engominado se soltara... siempre impecable, con un vestido de tela, generalmente confeccionado por ella, y su suéter de lana con bolsillos donde metía papeles que recogía del piso, monedas para dar a los pobres, dulces que compraba para repartir entre todos los de mi casa. Su indumentaria le daba un aspecto bondadoso, bonachón... Nadie imaginaba el temperamento fuerte, el temple de acero que se escondía tras esa figura que para mí era la imagen de la dignidad y la protección. Recuerdo su mano asiendo la mía con fuerza cuando salíamos a pasear los fines de semana. Vale estaba a “cargo” de mi extensa familia: siempre estaba pendiente de mi papá, mi mamá y nosotros: ocho hermanos. Mis padres delegaban en ella funciones de cuidado y disciplina que ella asumía con lujo de detalles.

Al decidirme a revisar sus pertenencias me encontré el Baúl. El Baúl de Vale... recordé que siempre teníamos curiosidad por las cosas que guardaba con tanto celo. En ese momento pensé que me encontraría algún secreto. Ella era hermética con su vida personal. Sabíamos que amaba a sus hermanas y sobrinos y que les mandaba dinero todos los meses. Nunca supimos de un amor... o de un anhelo que expresara con frecuencia. Le encantaba ver telenovelas, se interesaba con pasión, eso sí, por la vida de los actores de cine y tenía predilección por los mexicanos. ¿Tendría Vale un amor platónico? ¿Habría recortes de periódicos o revistas?

Me senté en el piso frente a él. Lo abrí con cuidado, con respeto reverencial... Sentí la misma exaltación y curiosidad de aquella época en que chiquita esculcaba los closets de mis papás esperando encontrar secretos o lo que yo consideraba “tesoros”. En esta ocasión, confieso que sentí un frío paralizante bajar por mi columna vertebral al abrir el baúl; le temo a las cucarachas o a los secretos que no puedo manejar. Mi interés por meterme en su vida, ¡la vida de Vale! y sentirla en sus cosas, pudo más y lo abrí ¡totalmente! Olía a limpio, así como era ella: se escapó un pequeño aroma a cremas, papel y algodón.

Por encima estaban unos retazos de tela, bolsas de los supermercados empolvadas y una cajita gris. En la cajita, había cartas, las cartas que recibía de sus sobrinas y tarjeticas que nosotras, sus hijas, le dábamos el día de la madre. Comencé a abrir las bolsas y fui descubriendo los otros tesoros: Fotos, fotos por montones que ella nos tomaba: papá, mamá, nosotros chiquitos y grandes, con nuestros amigos y por supuesto fotos de nuestros matrimonios y de sus nietos que la adoraron y a quienes les hacía comiditas especiales y las guardaba con celo para cuando juntos, íbamos a visitar.

También había fotos de las mascotas que teníamos... Le encantaban los animales, típico de un corazón sensible y amoroso. Encontré además, algunos recibos de “chances” (pequeñas loterías) que jugaba... ¡y que se ganaba con frecuencia!

Encontré estampitas de San Pedro Claver.... su Santo preferido, el esclavo de los esclavos... y de quien nos hablaba como si conociera, en sus fantasías de los últimos años.

No había secretos... Lo que tenía a la vista, en su habitación llena de santos y las fotos nuestras, sus hijos, era lo que había en ¡Su baúl! Esa era Vale... Un Ser cuyas pertenencias eran sus recuerdos de una vida consagrada al servicio.

Murió en mis brazos, como quedándose dormida, después de haberle expresado mi amor y gratitud. Fue a encontrarse con sus seres queridos, no me cabe duda. Estaba yo sosteniendo su mano fuertemente, como ella años atrás tomaba la mía y le hablé de cruzar a la otra orilla con seguridad. Tuvo una muerte dulce, sin escándalo ni queja, como era ella.

Añoro a Vale y hoy su recuerdo y sus enseñanzas son algunas de mis ¡mayores pertenencias!


* * * * * * *


En mi propia casa, tuvimos la suerte de tener cerca a Sonia, quien fue nuestro particular Ángel de la Guarda. Es la máxima expresión del amor y de la entrega, y  la madrina de nuestra hija Magda. La historia de ella con nosotros es bastante diferente a la de “Vale”, aunque coincide en su dedicación y cuidados. Sonia siempre ha sido una persona muy especial en mi vida. Desde pequeña, he sentido hacia ella un gran amor, que sé que es correspondido. Hace años que vive en Washington, muy lejos de nosotros. Le deseamos feliz y larga vida.

Por algún impulso que ignoro, me ha venido a la memoria Hattie McDaniel, la afro-estadounidense que hizo el papel de “Mammy”, en la película “Lo que el viento se llevó”, entre muchas otras. Tiene dos estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, una como actriz y, la otra, como cantante de la orquesta de George Morrison. En mil novecientos cuarenta, la Academia le concedió el Oscar a la mejor actriz de reparto por su interpretación en el memorable film, basado en la novela de Margaret Mitchell.

Hattie era la menor de trece hermanos y desafió las convenciones e injusticias de la época. Fue una de las pioneras en la defensa de los derechos de la gente de color. A diferencia de Vale, la protagonista de la historia de mi amiga, Hattie tuvo una muerte prematura. Murió en Woodland Hills, Los Ángeles, el veintiséis de octubre de mil novecientos cincuenta y dos, a la edad de cincuenta y siete años. Tristemente, el cementerio principal de la ciudad la rechazó, debido a que, en ninguna parte de la nación americana, se permitía que las personas con piel negra fueran enterradas en el mismo sitio que las blancas.

Se dice que mil novecientos sesenta y cinco fue el año en el que se dio por terminada la discriminación racial en los Estados Unidos de América. En mil novecientos noventa y nueve, se erigió un monumento funerario en recuerdo de Hattie McDaniel, en el mismo cementerio que la rechazó.


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Un año después de la primera publicación de este escrito, quiero agregar lo que Beatriz Escobar escribió sobre Valentina, cuando leyó mi artículo, en el que incluía la historia escrita por Amelia, “El baúl de Vale”, el cual, compartió con sus amigos, invitándoles a participar del homenaje a esas maravillosas personas que nos acompañaron desde nuestra niñez. Quiero agradecer a Beatriz que me haya permitido agregar su particular y muy sentido homenaje a Valentina, en esta entrada de mi blog.

A partir del homenaje de Beatriz a Valentina, empezó entre nosotras una bella amistad que se hizo, igualmente, extensiva a unos cuantos de sus amigos y amigas, a quienes agradezco enormemente el afecto que me han entregado. A lo largo del último año que ha transcurrido desde que se publicaran nuestros particulares homenajes a Vale y a “Nuestros Ángeles de la Guarda”, muchos han sido los ratos de diversión de los que hemos podido disfrutar.


SIMPLEMENTE VALENTINA

Soy dueña del inmenso privilegio de haber sido amiga desde niña de Francia Pretelt De la Vega, La Puchi, una persona excepcional en todo lo que a esta palabra le cabe. En razón de esa amistad y la de nuestros padres, tuve acceso muy frecuente a la intimidad de su maravillosa familia en la cual, por ser un grupo familiar grande, me maravillaba con la sensación de estar en una especie de microcosmos en donde participábamos en pequeñas dosis, como en alguna suerte de simulacro, de aquello que más adelante enfrentaríamos en el mundo, la alegría, las parrandas, la tristeza, la solidaridad, las bromas, los chismes, las dudas, los disímiles temperamentos, la formación de las ambiciones personales, las ocasionales discusiones sobre el libro de moda y las confidencias alrededor del amor. Era algo que se asemejaba a una CASA CLUB en donde todos, a pesar de ser muchos los arrimados, teníamos cabida siempre bajo las invisibles reglas de comportamiento que, con mucha sutileza, nos imponían.

Detrás de todo ese bullicio, en un hogar por lo demás dirigido bajo la soberana inteligencia de Carmen De la Vega, había una mujer silenciosa y eficiente, discreta pero muy atenta a todos los movimientos de la tropa y además enterada de cuanto sucedía o estaba por suceder: VALENTINA.

Esta formidable mujer vivió toda su vida con ellos y para ellos, sin que tal circunstancia la obligara a ceder nunca un milímetro de su enorme dignidad. Creo, sin temor a equivocarme, que Vale se constituyó en la última representante de una estirpe de mujeres que, integradas por amor a las familias, dedicaron su existencia a servir de soporte físico y moral en la crianza de los hijos, en la organización de las casas y en la solución de mil problemas domésticos. Especialmente en el Caribe Colombiano fueron una gran institución, hoy extinguida, profundamente respetada y amada por todos los que se enriquecieron con su presencia.

Recordar a Valentina, no es una casualidad caprichosa. Ayer tuve la alegría de conocer el hermoso homenaje escrito que le dedicó Amelia Pretelt De la Vega a su inolvidable NANA y, aprovechándome de sus sentidas palabras he querido, mediante este corto escrito, presentarles el artículo "Un día con ilusión: Nuestros ángeles de la guarda", en el que Magdalena Araújo, quiso reproducir “El baúl de Vale”, cuya autora es Amelia. Lo recomiendo por ser una muy bella composición literaria y, sobre todo, por su alto contenido de sensibilidad y agradecimiento a quien en vida le entregó, con total desprendimiento a ella y a sus hermanos, los Dones del Amor y la Lealtad.



Nota final:

Quisiera que, los que se animen a ello, compartan conmigo las historias de su relación con esas personas tan cercanas a sus corazones; que cumplieron un papel muy importante en sus vidas y en sus afectos. Pueden hacerlo por privado o comentarnos lo que quieran. Muchas gracias.

Los que prefieran no hacerlo, sería muy bueno que dedicaran algunos minutos al recuerdo de esos maravillosos momentos al lado de "Nuestros Ángeles de la Guarda". Nuestro corazón lo agradecerá. Si tenemos la oportunidad de mostrarles nuestro afecto y agradecimiento, no dudemos en hacerlo.

viernes, 10 de julio de 2015

Con la mudanza a cuestas



Me han llamado la atención las reflexiones de la autora sobre un tema tan complejo. Quisiera decir que me han hecho pensar en mi experiencia personal, al haber residido, a lo largo de mi vida, en distintos pueblos, ciudades y países. Para nada, pretendo hacer referencia a la enorme problemática humana, que la emigración supone; quizás, me atreva a hacerlo en una próxima ocasión.

Desde pocos meses antes de que yo naciera, estuve predestinada a tener que afrontar innumerables cambios de residencia, pues mi familia, con mis padres y mis hermanos mayores al frente, decidieron abandonar la ciudad costeña en donde vivían y trasladarse a la capital. Significó un importante cambio en su forma de vida porque, en la mayoría de los países -y aquel del que yo provengo no es una excepción- existe una gran diferencia de idiosincrasia y de costumbres, entre las gentes del interior y las que habitan junto al mar. A este traslado, le sucedieron muchos otros, el primero de ellos, siendo yo una niña de apenas cinco años, el cual supuso la residencia en un país extranjero, de habla inglesa, un idioma muy distinto al mío.

Normalmente, las personas acostumbran a residir, estudiar y trabajar en el lugar donde han nacido. Suele ser en su ciudad natal, en donde se proyectan personal y profesionalmente. Por el contrario, la historia de otras personas, entre las que yo me encuentro, ha sido un continuo vivir con la mudanza a cuestas.

Estos cambios contribuyen al crecimiento personal, son una forma de ampliar los horizontes existenciales, de abrirte a personas bien diferentes, y de ir obteniendo lo positivo de cada lugar, de sus costumbres y su cultura. Adquieres nuevos conocimientos, experiencias y amistades.

Así mismo, tengo que reconocer que no todo es de color de rosa, y estos traslados también pueden tener sus claroscuros. A continuación, me referiré a la frase de Isabel Allende,  explicaré en qué estoy de acuerdo, y en qué no; y cómo podemos utilizar estas experiencias a nuestro favor.

"Aprendí pronto que al emigrar se pierden las muletas que han servido de sostén hasta entonces, hay que comenzar desde cero, porque el pasado se borra de un plumazo y a nadie le importa de dónde uno viene o qué ha hecho antes."  (Isabel Allende)

Es cierto; te faltan las muletas. Cuando llegas a un sitio nuevo, en el que ya no tienes el grupo de apoyo que tenías en tu tierra, todo es nuevo, diferente, y debes buscarte tú mismo la vida. Por otro lado, tendrás que adaptarte al lugar al que llegas, relacionarte e ingeniártelas para obtener los recursos que te hagan falta -contactos, amistades, vivienda, trabajo, habilidades, conocimientos, ideas novedosas, etcétera- para salir adelante en ese nuevo entorno.

Difiero un tanto en lo de que hay que comenzar de cero, ya que presupone que nuestra vida anterior desaparece y tuviéramos que empezar desde el principio. Esto no es así, la vida es una acumulación progresiva de conocimientos, experiencias y vivencias, y estas no se borran. En ocasiones, puede haber una ruptura bastante marcada con respecto a la vida anterior y un empezar de nuevo. Aquí, lo importante es que no nos olvidemos de lo que hemos aprendido y vivido anteriormente, que obtengamos de ahí recursos, y fortalezas, para emprender las nuevas etapas y los retos que se nos van presentando en la vida.

No estoy del todo de acuerdo en que a nadie le importa de dónde uno viene o qué ha hecho antes. En todas partes encontrarás quienes sí se interesan por ti y por lo que has hecho, por lo que haces y lo que quieres hacer; y los que son indiferentes a los demás, a sus vidas, problemas y vivencias. Busquemos personas que nos aprecien, que nos valoren; con los que podamos pasar buenos momentos y obtener aprendizajes valiosos para nuestra vida.

En ocasiones, debido a un cambio de criterio que se produce en ti, a consecuencia de nuevas vivencias, logras entender cómo te afectaron acontecimientos que se produjeron mucho tiempo antes.

Debemos asumir nuestro pasado y nuestro presente, recordando lo que nos ha conducido hasta el día de hoy, lo que ha contribuido a que seamos como somos. Tomar lo bueno de cada etapa y de todo lo vivido, liberándonos de las creencias que nos limitan, de los miedos y de los obstáculos que nos imponemos a nosotros mismos.

Tomándome la libertad de discrepar del mensaje, quiero evitar comenzar desde cero, olvidarme de mi pasado y de todo lo que me ha aportado y enseñado. Lo incorporo a mi presente, aceptando la fortaleza que me infunde. ¡A mí sí me importa de dónde vengo y lo que hice antes! No lo quiero olvidar, y procuraré que forme parte de mi presente, y de mi futuro.